Manuel Valero.- Un día tomando un café, el diputado popular, Javier Rupérez me contó lo difícil que fue cerrar el capítulo autonómico, que si menos comunidades, que sólo para los territorios históricos (como si los demás no lo fueran)… hasta que por fin se cerró con la contestación de Andalucía que se sintió ninguneada y se movilizó para ser autonómica por el articulo 151 como Cataluña, el País Vasco y Galicia. Y hoy un puñado de años después, la España ardiente de las autonomías ha dado la cara como ya la dio en la DANA. Uno que se levanta y conecta la radio para ver por donde prende la mano criminal, lo hace con el temor a que también la provincia o incluso nuestra ciudad se haya unido al gran plató de infierno. Y no puede evitar la terrible sensación de vivir en un Estado fallido porque a veces se le parece. Una tragedia como la que estamos viendo por la televisión, los vecinos abatidos y decepcionados en su soledad vuelve a situar en el ring a las CCAA y al Gobierno central.
Lo voy a decir. La España autonómica fue un invento para apaciguar a vascos y catalanes, intento también fallido si vemos a un presidente que depende de un fugado mindundi, independentista de derechas para tratar de gobernar un poco, solo un poco, con los vascos al acecho. Desde el taimado PNV hasta los primos de ETA que no están como debieran en la memoria democrática con su informe negro de muertes y secuestros.
Si como dice la Constitución, España es un Estado social y democrático y de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento la LIBERTAD, LA JUSTICIA Y EL PLURALISMO POLITICO… ¿había necesidad de crear 17 taifas, con sus 17 parlamentos y sus 17 gobiernos y todo el milmillonario coste que so conlleva? Con perspectiva histórica, no. Ya hemos visto el deplorable comportamiento de los políticos y la forma de entender el siniestro de las llamas. Que si no me lo pides no te lo doy, que el monte es competencia de las autonomías, que sí que no… Y frente a ellos la gente sencilla que llora y desata su ira.

Si el Gobierno hubiera decretado -tan fácil como se le va la mano en otras causas poco decretables- el estado de emergencia, tomado el mando único, apartando a los presidentes autonómicos educadamente a un lado y tomar el control de la situación cuando ya se tenía constancia de que las llamas saltaban de un comunidad a otra, posiblemente nos hubiéramos ahorrado mucho dolor, quizá se hubiera salvado alguna vida y el destrozo no hubiera llegado a las dimensiones que ha llegado.
Pero lo triste es que si el Gobierno toma esa decisión no hubiera faltado presidente que se lo reprochase por meter sus narices en sus fronteras.
Las autonomías se diseñaron como es sabido para que los chicos del norte y los melenas del nordeste estuvieran calladitos por una temporada. Otra cosa es que esa descentralización hubiera sido administrativa, es decir que cualquier ciudadano pudiera gestionar sus cosas sin necesidad de trasladarse a la capital de la provincia o a la capital del Estado. Cuando todo va bien solo escuchamos la tabarra catalana o vasca, cuando todo va mal en clave de tragedia, las comunidades autónomas muestran su verdadera cara y son una excusa para que el gobierno no actúe por considerar que son ellas, las CCAA, las que tienen que bailar con el más feo. O fea.
En poco tiempo hemos visto a Valencia inundada y el oeste español ardiendo de norte a sur. Y a poco comenzó el cruce de acusaciones con la frase desafortunada del presidente del Gobierno –quien quiera ayuda que la pida– y el presidente de Valencia, de horas ocultas tras comer con una mujer, reprochando de la desatención de las cuencas, acusando al Gobierno que no actuó con la premura que debía.
Idéntico soniquete, ahora, con el campo ardiendo como una tea, con pequeños pueblos calcinados, con miles de personas desalojadas, con varias regiones desde Galicia a Andalucía, pasando por Castilla y León y Extremadura mostrando cada una su particular y flamígera cresta de gallo que por la noche se asemeja al fin de los tiempos. Y los parlanchines tertulianos culpando al partido enemigo y exculpando al partido amigo. El odio no se amortigua detrás de las llamas.
¿Para esto queremos las autonomías? ¿Para que cuando llegue una desgracia colectiva se enzarcen en peleas de muchachos? ¿Para que el gobierno se escude y no actúe? La dimensión de los incendios es tal que se hace imposible asumir que el presidente del gobierno no hubiera dado un buen puñetazo en la mesa para ponerse al frente del mando único a su debido tiempo.
Después de los años y la perspectiva histórica uno macera la idea de que el Estado de las Autonomías fue un diseño de salón más que otra cosa. Si España se convertía en un Estado social y democrático de derecho, de igualad y libertas y pluralismo político podíamos haber seguido con el mapa provincial de regiones naturales. Y de haberse puesto gallitos los del norte y los del nordeste haberles enseñado un poco el canino, solo un poco, pero muy en serio, Constitución en la mano.
Ya es imposible variar el rumbo. Pensar que España es un Estado fallido no es un disparate. Porque si no es, lo parece.