Salvador Jiménez Ramírez.- Aquellos “peregrinos” rastreadores delas holladuras de Cervantes, muchos de ellos allende nuestras fronteras y contornos marítimos, para ampliar su cartel de intelectuales y localizar con facilidad figuradas deidades y parajes reseñados en la “faena” cervantina, se aprovecharon de la información de gente indígena, conocedora del entorno… Algunos de aquellos personajes literatos, con pose hierática, parece que convinieran, solemnemente, que el lugareño no representaba nada para la historia humana y su nombre no era anotado, solo genéricos o epítetos, ( “un pastor”, “un gañán”, “un lugareño…”) por considerarlos “elementos” ignorantes o intrusos en su pícara consagración y soberbia académicas… Investigadores, también hay (alguno que otro, con sus “arrimados”, que les das una vueta alrededor de una coscoja y se pierden) por estos lares, que se creen descubridores de grandes imperios y con muy mala fe, camuflan bibliografias de trabajos de “lugareños” marginados, que han pasado por muchos “penaeros”, ignominias y afrentas…, para que otros—ellos—presuman, aprovechándose de “su sacrificio y su favor…”.
Si bien, “ruteros” hubo también, que no persiguiendo ni pompas ni privilegios, y encantados por la pureza de lo referido por los autóctonos, plasmaron fielmente los testimonios de unos nativos que, por circunstancias de la vida desarrollaban cualidades intuitivas extraneuronales… Tal sería el caso del uruguayo de Paysandú, Fernando Pereda, que arribó al valle del Alto Guadiana y al vecindario de Ruidera, un dos de junio de 1925, alojándose en el mesón de mis abuelos, (foto portada) como otros muchos caminantes. Bien entrada la noche, Pereda retornó de la Cueva de Montesinos, (a la que se encaminó serpenteando el río y no por la “Senda de la Osa”, como hiciera Cervantes y otros viajeros, entre ellos Azorín, guiado por mi abuelo)y al llegar a Ruidera escribió: “ … Legué para dormir en Ruidera. Paré en la casa de Juan Ramírez, llamado por todos “Burracana”. La posada ya no está en la misma casa en que paró Azorín, pero Juan Burracana es el mismo que cita Azorín cuando habla del Mesón de Juan. Y este Juan fue también el guía que lo acompañó a la Cueva de Montesinos. Hablo sobre el particular con Juan, que estaba en la cama. Tipo pintoresco este Juan. Tenía un pañuelo en la cabeza, y la cama era ancha como para antiguos labradores ricos. (Mi cama era alta). Con la consiguiete sorpresa de mi parte, Juan me cuenta que Azorín no bajó a la cueva. Llegó hasta ella, la miró y dijo: “Vamos, que ya la tengo vista”.
En el valle del Alto Guadiana, eran tiempos de tratar tercianas con “bolas” de retama, mejunjes de adormidera negra, beleño y cañaheja. En el valle rodales de agua alborozada y bulliciosa, culebreando por cavernosidades, coberteras y mamelones de toba… en otros rodales, el aire saltando con miasmas de pestilencia—lo de ahora, “¡vamos parriba!”— haciendo tormentosa la vida en casinuchos, sernas vallejos y vegas. Maldad, malos augurios y conjeturas, trastornaban y mucho… Eran tiempos de baratilleros por caminos y veredas, pordioseros en caseríos; silbos de rabadanes en roquedales cimeros, con zurrones de piel de chivo, pies de abarcas y “tolón”, “tolón” de cencerros… El chocolate solo se vendía en boticas de pueblos comarcanos… Las llantas de los carruajes rechinaban en los relejes de los pedregales… Tiempos en los que Castelar espeta Manterola: “Grande es Dios en el Sinaí”. Un día de entonces, de finales del verano de 1893, el cielo se entoldaba deprisa con obscuros nubarrones… En La Mancha Argamasillera se recogen los racimos de las vides… El periodista y geólogo Charles Bogue Luffmann, natural de Devon (Inglaterra), al caer la tarde, parte desde Argamasilla de Alba hacia la Cueva de Montesinos…, busca lo imposible en aquel peregrinar y el molde de su trasfondo humano; sigue los pasos de Don Quijote con ansiada esperanza, hasta llegar a la caverna y escrutar sus abismos e imposibles encantamientos… Sorprendido por una tormenta, “hace noche” en la reminiscencia honda de temores y delirios del ser humano, en un castillo, el Castillo de Peñarroya, ya nada amenazadores los almenados y quebrados muros… Hasta Ruidera, reparando en el maceo de batanes, viaja acompañado de Julián, un guarda rural “que vive en el valle”-explicó él-. (“Quiet days in Spain”) “A la mañana siguiente- continuaba el apasionado “rutero”-, Julián y yo nos fuimos hacia la cascada de Lunamontes (hoy conocido como “El Hundimiento”) y Ruidera. Llegamos a la única posada del lugar. Julián me presentó al posadero”. (…). Finaliza en el siguiente capítulo.