Encuentran valiosos icnofósiles en el desaparecido barrio del Muelle María Isabel de Puertollano

Si Juana Casado fue siempre una mujer inquieta y curiosa, como una libélula que se abre paso en el paisaje, sus nietos y bisnietos no podían ser distintos. Esa misma curiosidad parece haber germinado en Francisco Javier Naharro Clark, bisnieto de Doña Juana, quien ha entregado recientemente al Museo de Puertollano varios icnofósiles descubiertos durante sus paseos por los caminos que un día recorrió su bisabuela.

Aquellos senderos, antaño transitados por las familias humildes en busca de restos de carbón para subsistir —la llamada rebusca del carbón—, se han convertido ahora en escenarios de memoria y hallazgos. En esta ocasión, Naharro no estaba solo: lo acompañaba Santi Moreno, hija de Don Anacleto Moreno Ruiz, vecino que al igual que Doña Juana, participó en las repoblaciones de pinos en la dehesa, en los cerros y en la entonces zona de Calvo Sotelo.

El paseo transcurrió por los alrededores del río Ojailén, guiados por Adoración Yepes, abuela de Naharro, quien relataba a sus nietos cómo en otros tiempos llenaban pequeños carros de madera con carbón recogido del suelo, pese a las prohibiciones, porque la necesidad no dejaba otra opción.

Fue en las inmediaciones del desaparecido barrio del Muelle María Isabel donde aparecieron los fósiles. Ya se encuentran en manos del director del Museo Municipal de Puertollano, Raúl Menasalvas, para su estudio y posterior exhibición.

Se trata del rastro de un Anélido (los anélidos son un grupo de animales invertebrados de cuerpo segmentado al que pertenecen las lombrices de tierra y las sanguijuelas. Aunque suelen estar asociados a ambientes húmedos y marinos, algunos de sus rastros pueden fosilizarse. Estos restos no son huesos ni conchas, sino icnofósiles, es decir, huellas, madrigueras, galerías o rastros de actividad biológica que quedaron impresos en el sedimento y que, con el paso de millones de años, se petrificaron. Los icnofósiles son valiosos porque revelan el comportamiento de organismos ya desaparecidos, aportando pistas sobre cómo se movían, se alimentaban o interactuaban con su entorno).

Más allá del interés paleontológico, la historia parece encerrar un guiño poético: como si la propia naturaleza, desde la memoria profunda de la tierra, quisiera reivindicarse y dejar constancia de que cada paso, humano o fósil, forma parte de la misma huella compartida.

Este descubrimiento es como una flor más del gran jardín que emerge, como aguas de antaño, en la Pompeya paleobotánica de Puertollano. Este yacimiento único, considerado uno de los más importantes de Europa, conserva bajo sus capas de carbón restos fósiles de plantas, árboles y ecosistemas enteros del Carbonífero, preservados con una riqueza y detalle excepcionales. Una ventana al pasado remoto que hoy se abre gracias a la curiosidad y la memoria, recordándonos que la tierra guarda en su interior historias vivas, listas para ser contadas.

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