Anselmo Alañón Alcaide.- Como cada día, a media mañana solemos acercarnos a una cafetería, para disfrutar de dulces y exquisitos sabores, bien tradicionales: el olor de un café recién hecho, con una tierna magdalena de aquellas, que nuestras madres o abuelas solían hacer en aquellos hornos, que había en el pueblo, aquellos años 70, donde la colaboración entre la hornera y las madres, que acudían temprano, soportando las primeras heladas del invierno, era una colaboración mutua. Todo salía a pedir de boca. Dos horas después de que empezase la elaboración de las levaduras.
Hoy día ese tejemaneje tradicional, evoca una dulce sensación, en medio de la nostalgia. Acudimos a la cafetería. Solemos tomar café, lo pedimos en la amplia oferta de los diferentes cafés, que hoy nos ofrecen. Lo acompañamos de bollería, que nada tiene que ver, con aquellas magdalenas, horneadas lentamente, con los medios de aquellos años, en hornos de leña. Al salir de la cafetería tenemos la dulce sensación, de que ya podemos iniciar la jornada, con más energía y una sensación genuinanente más dulce.