Pablo Iglesias y su vocación de latifundista

Fermín Gassol Peco.- Pablo Iglesias ha salido a escena con unas declaraciones en las que dice identificar al Poder Judicial como un activo de la derecha que hay que eliminar y así dominar el CGPJ; o sea convertirse en el amo, en el p. amo de todo lo que se menea en España. El ofrecimiento al PSOE de este comunista urbano resulta inquietante toda vez que no parece tener límite al apostillar que habrá que llegar hasta donde sea necesario. Ir a por ellos de verdad, no sabemos con qué medios…e implantar el ansiado, para él, claro, una dictadura comunista. Si bien Sánchez seguro que participa de esa idea, tiene el problema que genera todo pecado y es que en él lleva la penitencia, en este caso la dependencia de la derecha más casposa, como es la vasca y catalana. Y a esto, es imposible que Sánchez renuncie porque renunciaría a su futuro político. Es lo que tienen las incongruencias políticas, que siquiera desde un punto de vista político, tiene solución política. (Frase que bien podría ser atribuida a Mario Moreno)

 Y ahora vamos al fondo eterno de la cuestión de la filosofía comunista.

Pablo Iglesias y en general todos los políticos con mentalidad totalitaria tienen alma de latifundistas políticos. Y cito al vecino de Galapagar como ejemplo más reciente, un político que ya apuntaba maneras al adquirir una parcela de dos mil metros cuadrados con mansión incluida como maqueta de su generoso pensamiento, cuestión a la que no habría nada que objetar si no fuera por su falta de coherencia al criticar él mismo otros casos similares donde las cuantías además eran menores.

Se conoce como latifundistas a las personas que son propietarias de uno o varios latifundios, explotaciones agrarias de grandes dimensiones. A la hora de definir un latifundio hay que considerar la extensión según los países que en España suele ser a partir de unas mil hectáreas mientras que en Argentina se consideran como tales aquellas explotaciones con una extensión diez veces mayor dada las descomunales superficies que pueden llegar a tener las propiedades en ese país.

De casi todos es sabido que la ideología comunista más pura no admite la propiedad privada, solamente la pública, de tal manera que el Estado es en última instancia el único propietario, eso sí bajo el eufemismo de colocar al pueblo como su testaferro; cuestión paradójica esta de que las propiedades en países comunistas sean a modo de un proindiviso nacional y ningún ciudadano sin embargo copropietario a título personal.

En el latifundio comunista todos los ciudadanos trabajan para ese latifundista que es el Estado, es él quien asigna tareas, responsabilidades, profesiones, a las que están predestinados por quienes son los auténticos amos del descomunal cortijo, a sueldo fijo y sin reparto de beneficios, es decir al más puro estilo caciquil donde el propietario hace y deshace lo que le viene en gana con la libertad de quienes a ellos se deben.

Si analizamos los elementos técnicos que definen y se derivan de estas enormes explotaciones y los cotejamos con el perfil de las sociedades comunistas veremos que encierran no solo similitudes, sino que resultan en no pocos casos, idénticas. Bajos rendimientos unitarios, nula capitalización, mano de obra empleada en condiciones precarias y en consecuencia con bajo nivel de vida.

Para solucionar esta enorme concentración de suelo rústico y en aquellos lugares donde es posible, pues muchos de los latifundios son grandes extensiones de pastos y masa forestal en los que no es rentable el cultivo sobre todo en Europa, no así en hispano américa, y acabar con la inestabilidad social, se procuran fórmulas como el cambio de estructura de la propiedad, reforma agraria, con expropiaciones incluidas o la modernización de la explotación con una agricultura de mercado.

Si se han percatado, lo que se consigue con estas fórmulas es una descentralización de la propiedad versus poder, algo que Pablo Iglesias, Irene Montero y compañía quieren recorrer en sentido inverso intentando convertirse de facto en los únicos latifundistas políticos de nuestro país, propietarios nada menos que de quinientas seis mil hectáreas y cuarenta siete millones de empleados. 

Ya les digo de antemano como técnico en esto de lo agrario, que ello resulta de todo punto imposible… además de políticamente inmoral, por atentar contra las libertades individuales, y económicamente desastroso. Véanse los ejemplos habidos a través de la historia y ahora mismo.

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