Manuel Valero.- No hay nada de lirica en los asuntos financieros. Incluso la épica está ausente. Son números y números canjeables por euros contantes y sonantes para aparecer en el escenario bancario como aquel que la tiene más larga y gorda, es decir, ser el primero como se es el primero de la Liga por tener activos billonarios y clientes hasta debajo de las piedras. Es ese mundo de las altas finanzas entregado al fervor plutócrata capilarizado de mil y una historias inconfesables. Podemos hacernos una idea por alguna que otra serie televisiva sobre magnates y financieros superlativos rodeados de rumores, infidelidades y traiciones. O sea un supramundo que puede decidir el derrotero de una economía nacional e incluso más allá por entre los vericuetos del laberinto global.
Y debajo, muy por debajo los pequeños accionistas que juegan a Bolsa para sacar unas perras que apuntalen su propia economía doméstica, y ya en el inframundo la masa informe y anónima de quienes chapalean contra los días para llegar a final de mes exhaustos y con menos cuartos que dientes tiene una pava.
Esta mañana en el bar un cliente comentaba con cierta desgana la información que en ese momento daba la televisión sobre la infructuosa opa hostil del BBVA sobre el Sabadell. Tanta matraca como si el banco fuera de los trajeados Cortefiel.
Lo que teníamos que hacer todos es acudir al banco a sacar los cuartos y guardarlos en el colchón o en un búcaro como se hacía antiguamente.
Como es natural fue dicho tal aserto con más abulia que pasión y desde luego con toda la resignación del mundo. Al fin y a cabo, y más aún en plena era digitalizadora, el banco es el depositario de los dineros de la gente con el cual hacen y deshacen mientras te entretienen con productos de riesgo variable. Pero a uno le dio por pensar, maldita sea mi estampa, que por pensar cae uno sin apercibirse en escenarios distópicos e inquietantes. ¿De quién es el banco tal o cual? Pues de todos y cada uno de los depositantes, de centenares de miles de depositantes que ahorran y cobran su nómina. Mucho más dueños que las grandes fortunas que se despachan con ingenierías inescrutables para burlar a Hacienda y hacer tarea imposible seguir el rastro del dinero.
Los especialistas de noticias económicas, los expertos en Bolsa, los economistas y accionistas con cierto músculos, le han estado dando vueltas al asunto, como un tema de gran relevancia. Al mismo asunto sobre el que la millonaria mayoría de españolitos no tiene ni pajolera idea. El BBVA ha querido comprar las acciones del Banco de Sabadell con la oposición de los directivos del banco catalán y el veredicto de la urna accionarial que no le ha dado a la banca vasca suficiente mayoría, ni para probar una segunda OPA.
¿Cuálo?
Diría el iletrado del pueblo que cobra su pensión de calderilla. Y entonces uno cae en la cuenta que si de verdad se pudiera y todo el mundo acudiera a su banco a sacar las perras el sistema todo, ese que alimenta a señores trajeados como si fueran la crema que corona el dinero acopiado por decenas de miles y miles de hormiguitas, se vendría abajo bajo pese a la barricada del gobierno para evitar la retirada masiva de capital. Y aún así el corralito no haría sino enervar a las masas, de las que ya dijo Bakunin que una vez despiertas y movilizadas, no hay fuerza que pueda contenerlas.
Así que si sirve de consuelo que cada uno se considere dueño de una parte del banco, y por tanto del sistema, con la tranquilidad de tener el dinero a buen recaudo. No hace falta saber de economía, de fluctuaciones, de ofertas y demandas, de mercados, ni de opas cariñosas o de mala leche. Lo mejor del dinero es cuando se convierte en servicio público y es de todos.
El dinero carece de lirica y tan solo satisface a los diletantes o los poetas de salón. El dinero, sin embargo, es la sangre del cuerpo social, ya que donde no llega se produce decrepitud y abandono. Y lo que es más importante, la carencia del mismo por estar en manos de unos pocos ha sido la gasolina de las revoluciones. Paradójicamente los bancos son de alguna manera la plutocracia de las cuentas pequeñas. Mejor leer a Quevedo en un banco, de los de sentarse:
Madre yo al oro me humillo
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado,
De continuo anda amarillo
Que pues doblón o sencillo
hace todo cuanto quiero
poderoso caballero es don Dinero.
Buen domingo.