La Tribuna de Ciudad Real, una película de periodistas

César Muñoz Guerrero.- Atardecía en Madrid. Era un día de noviembre como estos, después del cambio de hora. Lo sé porque en aquella sexta planta de la calle Serrano habíamos quedado cuando aún había luz y en cuestión de minutos parecía noche cerrada. Veíamos desde las ventanas las ráfagas que formaban los faros de los coches, como en las fotos.

La oficina estaba en penumbra, con las pantallas de los ordenadores apagadas. No había nadie aquella tarde. Creo que era jueves. Repantigados en sillones azules, en aquella habitación blanca, hablamos largamente.

La cita era con Paul White, en aquel entonces jefazo de la agencia estadounidense Associated Press. Me contó cosas que ya las escribieron mejor que yo en una entrevista que le hicieron hace ahora cinco años. Pero lo más gracioso fue comparar la estupefacción del inglés (que lo tenía todo como inglés, hasta el haber nacido en tierra colonial) con la versión de los hechos que escuché en la plaza del Pilar hace mil años, quizá a Camarena o algún otro, y que refleja a la perfección cómo nació La Tribuna, que ahora cumple 35 años y de cuya efeméride no podemos sustraernos.

Finales de los ochenta. La movida madrileña a un tiro de piedra en kilómetros, como ahora, pero por supuesto mucho peor comunicados, todavía luchando contra los molinos de viento del AVE. Octubre, curioso mes para fundar periódicos, pero en ningún caso obstáculo suficiente para la prensa de entonces.

Cada vez que pienso en aquel tiempo se me ponen los pelos de punta. El periodismo de esos años: mucha radio local, ausencia de televisión (¡quién la pillara!) y prensa de todo tipo: oficialista y voluntariosa, tabloides y revistas, en quioscos y barras de bares, con corresponsales en cada esquina. Y sobre los demás, el Lanza como referencia.

Un día las luchas políticas internas bajaron a la redacción y la desgarraron. La rivalidad estaba abierta: la casa madre, el Lanza de José Antonio Casado; la escisión, La Tribuna de Manuel López Camarena. Para la prensa local, los años noventa arrancaron con un seísmo que se alargó mientras los dos directores proyectaron sus personalidades sobre sus respectivas cabeceras.

Fueron aproximadamente cinco años durante los cuales pasó prácticamente de todo. PSOE y PP, Asaja y los ecologistas, Anchuras y Cabañeros… partidarios y detractores de cualesquiera ideas se citaron con regularidad en ambas secciones de opinión. A veces a un cromo le salían patas y corría hasta la otra orilla.

Así transcurrió un lustro, más silvestre que salvaje, y que terminó cuando las respectivas editoriales dieron carpetazo a aquellas dos peculiares formas de hacer periódicos.

En concreto, el periodismo que intentó La Tribuna reflejaba la peculiar mirada de su director sobre Ciudad Real y su sociedad. Mucha capital, mucho sensacionalismo y una ideología sui géneris, la misma que sigue volcando Camarena en sus columnas de los jueves. Aquel criterio pudo ser clave para un éxito que no se ha replicado después.

Mañanas de aquel verano, el de 1990, el sol tostando la plaza del Pilar. Habría menos fuentes, menos toldos y más palomas, con lo que calculemos el panorama. Camarena en su despacho del bar España con sombrero de paja y un bloc. Pasaban los conocidos delante del tenderete y los daba de alta ipso facto como suscriptores. Para nosotros querríamos muchos ese valor.

Un mediodía ve a lo lejos a un guiri tumbado en un banco de la plaza de Cervantes. Es el inglés Paul White en un alto de su camino. Camarena le interpela y le nombra fotógrafo en la redacción que está conformando, con la prohibición expresa de sacar políticos. El otro dice que sí.

Un día el sol empieza a caer antes y Camarena recoge la silla de tijera. Antes de cerrar la tienda ha acordado con un tal Carlos Zuloaga que el nuevo diario será una edición de La Tribuna de Albacete y que saldrá en otoño. Ya tiene reclutada una redacción, a la que se incorporarán a no tardar nombres míticos del periodismo ciudadrealeño como Alfonso Arcos, Pedro Peral o Rueda Villaverde.

Como estaba hablado, los primeros ejemplares salen sin políticos a la vista. La lucha con el Lanza por las audiencias se recrudece y en un momento dado se pisan los talones en los quioscos de la capital. Entonces llega 1995 y…

Han pasado 35 años de aquel primer octubre de La Tribuna. Ahora sí que estamos perdidos y, además, rodeados, como dejó escrito Montalbán, tantas veces citado en las madrugadas del Torreón con Joaquín Rivas. Las radios amenazan su programación local y las televisiones son cada una de su padre y de su madre.

Y de lo intangible mejor no hablar. Total, para qué. En unos años se habrá esfumado. Hasta Lanza, tal como lo habíamos conocido, cayó en combate hace ocho años.

Pero ahí sigue La Tribuna. Castigado como el resto por las sucesivas crisis, dentro de los medios escritos es el único que sigue pareciendo un periódico, al menos desde un concepto clásico. Al mismo tiempo lleno de posibilidades sin explotar y esclavo de vicios de la profesión que tendrían que terminarse.

Y lo más importante, cargado de figuras que todavía tienen mucho que aportar a la historia del periodismo local. A título particular, siento agradecimiento por lo aprendido de Manuela Lillo, Eduardo Gómez o Carlos Lozano, a quienes creo poder llamar, con justicia y con todas las palabras, maestros de periodistas.

Vértigo por haber pisado una sola baldosa de la calle para saber de cerca cómo trabaja desde hace 45 años el mítico fotógrafo Rueda Villaverde, él mismo un aniversario andante y página gloriosa de nuestra prensa, que no deberíamos pasar en vano.

El trabajo inestimable de Roberto Chávarri, con la redacción en la cabeza; Diego Farto, Tomás Fernández, Ana Pobes, Antonio Criado, Hilario López o Manuel Espadas. Y no sé cómo de visibles son para la audiencia las funciones de Puri Merino, Pelayo Martín, Sonia Cerrillo o Juanma Puerto, pero sin ellos, comerciales, administrativos o logísticos, no habría Tribuna que valiera.

Debo mencionar aparte a José Miguel Beldad, uno de los talentos más portentosos del periodismo más local, léase el de la capital. Tardará en llegar otro cronista de raza como él, un género en sí mismo, como deben serlo estas personalidades de las ciudades.

La última mención es al actual director, Diego Murillo, a quien le pasa con su cargo lo que a La Tribuna como empresa: es lo que más se parece a un director de periódico que tenemos a mano. No debe haber sido fácil para él dirigir en una época convulsa en que muchas decisiones duras se han tomado desde centros cercanos al poder y alejados de dar la cara, que es a fin de cuentas en lo que consiste un periódico.

Quizá no haya tantos que se hayan ganado este respiro como mi querido Diego Murillo, paciente y genial cuando le parece, y que por cierto pudo ser cunero y no quiso. En Diego recae ahora la dirección de lo que él mismo consideraría una película de periodistas.

Desde la distancia, y para él en nombre de todo su equipo, mi felicitación en este 35 aniversario. A todos ellos los espero donde siempre, en el buzón de casa, cada mañana de nuestra vida.

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1 COMENTARIO

  1. Vosotros sois todos unos estómagos agradecidos que os coméis todas las Navidades las pastas que os regala la Delegación de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha. Os invitan a los toros…

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