El viernes se presenta en Ciudad Real el monográfico ‘El tardofranquismo. Cultura y contracultura en tiempos de cambios’

Este viernes, 21 de noviembre, a las 18.00 horas, en el salón de actos del Museo Elisa Cendrero de Ciudad Real, tendrá lugar la presentación del monográfico ‘El tardofranquismo. Cultura y contracultura en tiempos de cambios’, coordinado por los profesores de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) Álvaro Notario Sánchez y José Corrrales Díaz-Pavón y nacido en el marco de los trabajos realizados por el Grupo de Investigación en Estudios Históricos y Culturales Contemporáneos (EHCC) de la propia institución académica.

La obra lleva la firma de diecisiete investigadores de las universidades de Castilla-La Mancha, Complutense de Madrid, Politécnica de Barcelona e Internacional de la Rioja, y ha sido prologada por Pepe Ribas, activista contracultural de los 70 y fundador de Ajoblanco, una de las principales revistas del período, ha informado la UCLM en nota de prensa.

El propio Pepe Ribas acompañará a los coordinadores el día de la presentación. El libro, que ve la luz coincidiendo con el cincuenta aniversario de la muerte del general Francisco Franco y la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España, se ha estructurado en cuatro partes: la España del tardofranquismo, la propaganda y cultura popular, los artistas y el compromiso y la resignificación del canon cultural.

En su contraportada, los autores del monográfico justifican que la construcción de un discurso historiográfico sobre la década de 1970 en España, en la que el país pasó de un régimen dictatoria a una monarquía democrática y parlamentaria, «está lejos agotarse».

Es por ello que en esta obra se ofrezca una línea interdisciplinar de análisis de los vínculos entre la cultura y la sociedad del tardofranquismo y los primeros años de la Transición que profundizan en el conocimiento en torno a las constantes y contradicciones internas de este periodo desde la historia, las artes y la literatura.

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3 COMENTARIOS

  1. Franco sabía exactamente lo que hacía durante las conversaciones con Adolf Hitler en Hendaya, el 23 de octubre de 1940, en uno de esos momentos en los que una decisión aparentemente de cálculo político evitó un desastre nacional de proporciones bíblicas.

    Para octubre de 1940, la situación europea era la siguiente:

    -Hitler estaba en la cúspide de su poder: Francia había caído, el Reino Unido resistía solo, y la invasión del Este aún no se había iniciado.

    -España acababa de salir destrozada de la Guerra Civil (1936–1939): su economía estaba al borde del colapso, con hambre, infraestructuras arrasadas, y un ejército exhausto.

    -Franco debía a Hitler un favor, pues Alemania y también Italia habían ayudado decisivamente al bando nacional.

    Hitler esperaba ahora un pago político y militar: la entrada de España en la guerra junto al Eje, o al menos el cierre del Estrecho de Gibraltar a los británicos.

    Lo que Hitler quería:

    1. Que España entrase en guerra del lado del Eje.

    2. Que ocupase Gibraltar, cortando así la comunicación británica con el Mediterráneo.

    3. Permitir el uso de territorios españoles o coloniales (Islas Canarias, Marruecos, Guinea) para la estrategia alemana.

    Lo que Franco exigía a cambio:

    1. Suministros masivos de trigo, combustible y material bélico, que España no tenía.

    2. El control de Marruecos francés, parte de Argelia, y ampliación del Sahara español (es decir, un imperio africano a costa de la Francia vencida).

    3. Garantías de que Alemania defendería las Islas Canarias y la península en caso de ataque británico.

    En suma, Franco pedía mucho más de lo que Hitler podía o quería ofrecer, y Hitler ofrecía muy poco a cambio de la ruina económica y moral de España.

  2. EL FONDO REAL DEL FRACASO

    1. Franco no quería entrar en guerra

    Por más que su régimen era ideológicamente afín, Franco comprendía perfectamente que España no podía afrontar una guerra. Los puertos destruidos, la agricultura hundida y la dependencia alimentaria de Argentina hacían imposible siquiera sostener al ejército en el campo.

    Entrar en guerra significaba morir de hambre, y además arriesgar una invasión británica por Gibraltar o Canarias.

    2. Hitler no quería perder tiempo

    Hitler estaba impaciente: su mente ya estaba en Moscú. Le irritaban las largas disquisiciones de Franco, que pedía provisiones imposibles, territorios franceses que amenazaban su alianza con el régimen de Vichy, y otras condiciones absurdas para un país sin capacidad militar.

    De hecho, al salir de la reunión, Hitler exclamó ante su intérprete Paul Schmidt:

    “Prefiero que me saquen cuatro muelas antes que volver a hablar con ese hombre.”

    Una frase que lo dice todo.

    3. La situación estratégica cambió

    Sin Gibraltar, Alemania aún podía operar desde Italia y el Norte de África. Por tanto, Hitler decidió que era más rápido ganarle a Inglaterra desde el aire que tratar con Franco.

  3. Entonces Franco jugó una carta maestra….

    Franco no dijo “no” a Hitler directamente. Usó una táctica sutil: mostró entusiasmo ideológico, pero exigió tanto que todo quedara en “espera”.
    Entre 1940 y 1943 mantuvo a Alemania entretenida con una neutralidad “benevolente” mientras reconstruía el país, y ofrecía voluntarios (la “División Azul”) para la campaña contra la URSS, sin comprometer a España como nación.

    Esa ambigüedad calculada fue brillante:

    Le permitió cobrar legitimidad fascista sin pagar con sangre española.
    Mantuvo a Gran Bretaña sin necesidad de invadir.
    Y cuando el Eje empezó a perder, Franco viró hacia una “neutralidad franquista” que le salvó al final de la guerra.

    Conclusión:
    Franco no fue ingenuo ni cobarde, sino extremadamente pragmático.
    Pidió lo imposible porque su intención no era entrar, sino posponer indefinidamente. Y Hitler, acostumbrado a gobiernos serviles, se topó con alguien que comprendía que el precio —“la sangre del pueblo español”,— era inasumible para un país exhausto.

    El resultado fue que España no entró en guerra, y pese a ser un régimen autoritario, ese cálculo salvó a millones de españoles de morir en un conflicto que no podía ganarse.

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