Guardia Polaino en “La patria del fuego y la ceniza” denuncia los silencios culpables de una sociedad sin memoria

Juan José Guardia Polaino, no es un poeta cualquiera, su poesía te duele, te rompe y te desgarra por dentro. Una poesía dura, una “poesía necesaria”, como dijo Celaya, una poesía que nos enseña a tener conciencia de las realidades que vivimos, reivindicadora de los derechos que se les niega a los que no tienen recursos para rebelarse. Los versos de Guardia Polaino contribuyen a mejorar la sociedad, defender la igualdad y construir un mundo más justo y más humano. “Hay unos versos desatados / que brincan por mis labios. / Son versos que traen y llevan / el dolor de mis palabras / y en volandas / danzan junto a verbos y metáforas. / Son versos de fuego y ceniza traicionada…”.

Juan José Guardia Polaino presentó su poemario “En la patria del fuego y la ceniza” en ‘La Alhóndiga’ de Villanueva de los Infantes, todo un simbolismo para su obra. ‘La Alhóndiga’ fue pósito y cárcel, actualmente como Casa de Cultura, es el templo a la libertad. El poeta infanteño estuvo acompañado por el prologuista del libro, José Agustín Blanco Redondo; por el concejal de Cultura, Francisco Javier Peinado García; el poeta valdepeñero, Aarón Guardia Pérez, quien recitó poemas del libro junto a las rapsodas Teresa Gallego García y Lourdes Pérez Hurtado. El apartado musical vino de la mano de Vicente Castellanos.

En “La patria del fuego y la ceniza”, Polaino denuncia los silencios culpables de una sociedad sin memoria, “Este lugar, que un tiempo fuera / el mundo donde habitó la memoria, / es hoy una grieta herida de duendes / incapaces de disipar el dolor”. Para el poeta es un mundo apocalíptico cada vez más lleno de odio donde “Los dioses y sus viejas violencias / son patria del fuego y la ceniza / y nos buscan las acequias de la sangre. / Nos convocan al festín de las llamas / al que nunca darán su renuncia / porque siempre carecieron de labios para amar”.

El escritor José Agustín Blanco Redondo, en su magnífico prologo nos dice que “Juan José destila una esencia humanitaria que avasalla todos nuestros prejuicios. Sus versos son el grito del desahuciado, la voz de la desesperación, el lamento del que vive en la cotidianidad del dolor: “…quiero hablar desde ese grito imposible que me habita”. Son versos que arrostran la violencia, el odio y la necedad. Pero tras tanta lucha, el poeta siente la cercanía de la resignación y la impotencia, del desfallecimiento y de un exilio que le conduce a los territorios del olvido: “Cómo desgasta la memoria de la ceniza…” Porque el poeta se siente vulnerable, frágil, quizá desfallecido: “¿Siempre ha de ser así, ser fuego / y estar condenado a ser ceniza?”. Asume como inevitable la crueldad del hombre contra el hombre y contra la tierra que lo sustenta”.

Pero al mismo tiempo, nuestro poeta, nos ofrece la esperanza, “Las almenaras de la luz / no siempre arden inútilmente”, y nos da la solución; “Y porque existe la luz, a ella hemos de aferrarnos, dejarla / que se deslice en lenta epifanía hasta irisarnos las manos. / Demos un paso en la historia. Abramos las arcas de la memoria”. Pues “la palabra es la verdad. La palabra es la luz. La palabra es la cicatriz de la sangre contra la cólera, el fuego y la ceniza. La palabra es el arma que nos queda” y así “La palabra resurge como herramienta utilitaria”, “la palabra como ariete contra la muerte y como amparo de oprimidos, miserables y olvidados, crítica de la vanidad y el dolor”. “La palabra de Juan José es la verdad, la luz, el refugio de la memoria, el arma que nos queda. La verdad herida habita en sus poemas, en la tinta de sus versos, en su mirada transparente”, sentencia Blanco Redondo en su ya citado prólogo.

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