La inteligencia al servicio del mal o del bien personal y social

La inteligencia es una facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y actuar; es pues aquella que marca en buena parte la idiosincrasia y comportamiento de los seres humanos. 

La bondad por su parte, viene definida como inclinación de las personas a hacer el bien, virtud por otra parte fácilmente reconocida, que al decir de alguien que es buena gente así lo expresamos sin necesidad de dar más concreciones. 

La maldad al contrario, no solo es la ausencia de bondad, considerándola como algo neutro, kilómetro cero o limbo, sino que supone la actuación negativa para causar daño; la maldad no es por tanto solo ausencia de lo positivo, sino presencia expresa de negatividad.

Inteligencia, bondad y maldad, tres conceptos que siempre se encuentran interrelacionados produciendo efectos muy distintos en los seres humanos, tanto en sus mentes como en sus comportamientos; ambos, bondad y maldad, están presentes en muy distintos grados, interviniendo factores genéticos, temperamentales y educacionales. De ahí que tanto las bondades como las maldades innatas, sean actitudes o inclinaciones a desarrollar a base de esfuerzo, dedicación, estudio y empeño, dando como resultado personas admirablemente buenas y alarmantemente malas.

Ejemplos de estas últimas los encontramos en el mundo del crimen, guerras, en los fabricantes de armamento, drogas o en las corruptelas y dictaduras sociales y políticas. Mujeres y hombres que siguen dedicando su intelecto a fabricar, panificar y cometer acciones deplorables, algunas de un calado colosal, optando así por el lado oscuro de sus más o menos privilegiadas mentes y dedicándose a sembrar el mal en forma de pobreza o muerte. Y al contrario, haciendo menos ruido, disfrutamos también de personas que se dedican al ejercicio del bien como norma de vida hasta extremos a veces heroicos, dejando estelas y huellas de vida y paz; hacedoras del bien común

Las primeras suelen acabar ahogadas en el desasosiego, amargura y desesperación, las segundas, sin embargo, con esa misma inteligencia puesta al servicio del bien les proporciona oxígeno y serenidad. 

En la vida pública, las primeras acaban siendo seres torpes y vengativos debido a la toxicidad de sus pensamientos y acciones, convirtiéndose en elementos nocivos para el bien común; las segundas, al contrario, procuran todo lo contrario: progreso, igualdad, libertad y bienestar social.

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