De profesión, mis pregones

Con la cuesta de enero semivencida, aparecen en el horizonte próximo los anuncios de los venideros artífices y animadores,  designados con tino y con tiento, como Pregoneros del Carnaval, vocalistas de las Fiestas de Primavera, rezadores de la más estricta  Cuaresma, animadores de los ceremoniales más enrevesados verificados con cualquier pretexto, mantenedores de las fiestas Patronales y hasta charlista máximo de la Fiesta de la Raza o de los Juegos Florales que ya señala el calendario.

Todo ello, como anticipo de una nueva floración multicolor y casi multirracial de raras flores. Flores y floreros que incluso pugnan por fijar el carácter del Pregón como nuevo género literario, desde que Tierno Galván (don Enrique) tuviera, ‘como Alcalde vuestro que soy’, la maldita idea de animar al respetable con aquel grito de tribu en guerra de: ¡Al loro. Y  el que no esté colocado que se coloque!

Pero no, el Pregón pese a todo no es aún o no es todavía un género literario, por mucho que pugnen por ello las Concejalías de Festejos, las Consejería de Turismo y Artesanía, las Hermandades de Gloria, las Cofradías de Penitencia, algunas cátedras de Literatura Comparada y las Agrupaciones multifuncionales y multiservicios. El Pregón, y sus voceros consecuentes, no son un género literario, sino un formato plano de una práctica social reverdecida y renacida, a fuerza de riegos patrióticos y de abonos del casticismo más temible y mojado.

Lo que más sorprende de la situación descrita, es la escasa resistencia mostrada por protagonistas situados, aparentemente en las antípodas de ese mundo representado en los valores el Pregón. Protagonistas ufanos y bizarros que ven caer su resistencia y su valores ante la oferta de exhibir la musculatura su locuacidad  imparable, ante un selecto auditorio o ante una peña enfervorizada.

Una condición, esta de pregonero, que a punto de extinción en el Antiguo Régimen, ha reverdecido en demasía en los tiempos de la Transición y aún mucho después. Dándole nuevos atributos a ese cometido, hablador como un altoparlante, de pretendido laicismo y progresismo; toda vez que la consigna en los primeros momentos de ocupación de la nave, fue justamente la de la ocupación de todos los huecos disponibles en la barca, sin dejar ni un resquicio a la bancada enemiga. Había que hacer de todo y había que mantener, como un emblema vital, el reverdecido ‘Todo por la patria’, para ocupar toda la barcaza de babor a estribor.

Y en ese cumplimiento de tareas tan transcendentes nadie se ruboriza, ni pone reparos, ni osa renunciar al envite. Y aceptan gustosos la distinción de erigirle a uno, padre o madre de la patria, en perfecto vocalista de la banalidad galopante

Frente al tufo tópico y castizo de los bien amados pregoneros de antaño, los reverdecidos pregoneros de hogaño parecen sacados de un viejo guardarropía antañón y polvoriento.

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2 COMENTARIOS

  1. Es triste. Con crisis y sin ella, seguimos siendo un país de charanga y pandereta. Y los pregoneros aceptan gustosos el cometido por amor al parné.

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