Confesiones

Manuel Valero.- No sé si en psicología hay una rama que estudie la relación emocional entre el hombre y su tiempo de modo que pueda deducirse que quien añore de manera permanente cualquiera tiempo pasado se le pueda diagnosticar desacople crónico con la coetaneidad con tendencia a la melancolía . A mi a veces me pasa. Incluso cuando me dan los accesos de desubicación me acuerdo con nostalgia del franquismo.
Manuel Valero
Quietos, no se levanten. Ocurre que cuando Franco vivía sus últimos años yo conocí a mi primera novia y experimenté el primer beso y me turbé ante mi primer izado a la vista del cuerpo de mi deseo que miraba de reojo mi entrepierna viva con una sonrisa deliciosa (creo que lo tengo escrito en mi primera novela Tres Vences Quince). Entonces yo tenía unos quince y el dictador de El Pardo me la traía al contrario que mi amor adolescente: floja. Tardé años en asumir esa fatal coincidencia de mi felicidad púber con la infelicidad de un pueblo sojuzgado a golpe de Fueros. Pude trabar amistad con mi plantilla personal de fantasmas y descarrilamientos como el actor Rossel Crow con los suyos en Una mente maravillosa, pero incluso hasta hoy me persigue la culpa de haber disfrutado de una felicidad intensa de amigos y chicas mientras el del Movimiento inmovilista vigilaba obreros y escrutaba la moral femenina con integrismo inquisitorial.

Pasaron los años y me hice comunista, anarquista (siempre he tenido un ramalazo) socialista y socialdemócrata. Y comprobé perplejo cómo sedimentaba mi condición de demócrata a medida que creía derivar peligrosamente al centro.Tampoco se levanten. Nada más lejos de la realidad. Creo que también lo tengo dicho y escrito: soy un nihilista bueno, que supera el deseo de un armagedón que limpie los excesos de escoria que ya se vienen acumulando de por más con la compañía de buena gente.

Con los años aprendí que el único partido que merece la pena seguir es el de los afectos, el de los afectos serenos, no el de los afectos promulgados y publicitados a todo el mundo y por todo el mundo cual inefable político salobreño. No. Yo no le tengo afecto a todo el mundo sino a los que me lo alimentan.

Un día, por fin, mi fantasma de adolescente feliz bajo la dictadura que escuchaba a los Beatles y Simon and Garfunkel, y este atormentado desubicado, firmamos las paces y el reloj de la historia siguió su curso entre rápidos y remansos, como cualquier existencia menuda. Y empezó el ruido. Ruido por todas partes, desde todas las puntas de la estrella polar. Y fue cuando comprendí que para hallar un acorde armónico a veces hay que soportar y desbrozar machete en mano la selva de la fanfarria que lo recubre.

El largo viaje de los años me ha hecho escéptico y me ha convertido sin remisión en un nihilista irrecuperable y les puedo asegurar que mi contradictorio nihilismo se aviene asombrosamente bien con la bonhomia por la que me afano: perdonen la vanidad, los escritores somos así. Desde el susto morrocotudo del 23-F que me produjo un terror pánico e infantil pese a que ya frisaba los 26 añitos por la posibilidad de que regresaran los hijos del dictador bajo el cual fui un adolescente feliz, hasta los terribles atentados del 11-M he aprendido a vivir aborreciendo de la Humanidad en abstracto, llevando el peor fantasma de todos, el de ser español guerracivilista, amando a personas en concreto y admirando a quien me enriquece y de quien aprendo y a quien leo con delectación, sea ateo o anabaptista.

De estos últimos hay legión y yo estoy feliz por ello. Y he aprendido a vivir aferrado a una interpretación noble de la libertad y al principio de que todo lo hermoso, transparente y verdadero de la vida se convierte en abstrusa iracundia cuando el sarcasmo grueso y la falta de respeto inspiran la razón y la palabra.

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4 COMENTARIOS

  1. Caray, sr. Valero,tras la sonrisa ( no vertical, no piense mal) esbozada con ese erótico e hilarante primer párrafo ,casi me hace llorar su hermoso e inspiradísimo autorretrato.

    No se culpe. Conozco a personas adorables que confiesan sin asomo de culpa que fueron felices durante la guerra civil. Eran nenes. En la infancia y adolescencia la felicidad debería ser obligatoria. Rafael Azcona confesó en un libro, cuyo título no recuerdo, que fue feliz en la Guerra Civil.

    Si, el único partido que merece la pena seguir es el de los afectos. Y el de los buenos escritores, supongo.

    Mucha salud y buena prosa.

  2. Existe una relación, largamente categorizada y analizada en filosofía, entre belleza y verdad, que rara vez se acierta a descubrir en quien se desnuda y se expone. Miedo, pudor o hipocresía son algunos de los nombres que lo impiden. Me conmueve tu «nostalgia» del franquismo, como me conmovió en su momento la nostalgia del nazismo que Milan Kundera evoca en las primeras páginas de La insoportable levedad del ser. También él andaba de vuelta de farándulas y miserias morales. Es un honor, para mí, compartir sección contigo, Manuel.

  3. Las Confesiones, como demostrara el santo de Hipona, y como hace Valero, exigen valor y demandan complicidad con el lector. No es fácil desnudarse a ojos vista, con lo que cae del cielo y con lo que se lee en la tierra. Pero es una exigencia del guión de la buena escritura.
    Toda buena escritura, en cualquier formato o soporte, pasa por ese aire descuidado de un strep-tease del espíritu. Con independencia del tono vanidoso que resulta de quitarse el cinturón, para asombrar al respetable.
    Igual que toda lectura que se precie se asemeja a un ejercicio de voyeurismo sobre cuestiones externas.

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