El detective íntimo: Capítulo 5

El detective íntimoComo era lunes, un lunes primaveral vencido ya hacia el mes de mayo, la mañana era una mañana de sol, y un lunes de mañana de sol invita a todo menos a trabajar. Bastaba con mirar los plácidos jubilados para contagiarse de la aparente indiferencia brutal con que lo observan todo. Cuatro de ellos estaban sentados en una bancada de mármol alrededor de una estatua ecuestre sin caballero desde que fuera robado, el caballero, en los años 80 sin que aún se conociera el autor de tamaño descabalgamiento criminal. Y sobre todo la técnica que usó o usaron los guerrilleros de la noche, pues nadie vio ni oyó nada. Simplemente una madrugada el Caballero desapareció como por ensalmo y eso que estaba bien soldado a la grupa, mucho más que eso, pues era todo de una pieza. Pegado a las crines del rucio, los insólitos cacos dejaron un cartel con la leyenda: Iros todos a la mierda. Ponía iros y no idos, eso decía la prensa, lo cual sirvió a la policia cuando comenzó a investigar el caso, que los muchachos o las muchachas o los muchachos y las muchachas eran de la lode, la lose, la losa o el tato. Claro, que él, nuestro sabueso, aún no había puesto pie en este mundo. Que si no…

Cosas de la ciudad. Tantas cosas tenía la ciudad. Pasó por una oficina de empleo donde daban de todo menos empleo. Pensó en una situación absurda porque además de su técnica amatoria, su natural desparpajo y su humor casero era de imaginación fácil. ¿Qué fue lo que pensó? Pues se imaginó que tenía un empleo y en medio de la cola lo voceó a voz en cuello y todos los luneros al sol se avalanzaban sobre él y no dejaban más que la ropa y ni eso, como le pasa al permufista psicópata. En fin, que era un lunes de sol de finales del mes de las lluvias y él tenía un encargo interesante, un cheque en el bolsillo y un proyecto de viaje a Madrid para rastrear la baba de caracol de un tipo importantísimo cuya mujer se trajinaba el señor Badía y por eso apareció un perro muerto en el vestíbulo de Inmobiliarias San Ildefonso con una llave incrustada en el cadáver que correspondía al nido de amor, entiéndase sexo, de su cliente. ¿Puede haber sexo sin amor? Por supuesto; ¿Puede haber amor sin sexo? Mmmm, depende el tipo de amor. ¿Puede haber…? Sí, en eso pensaba nuestro footbool lover cuando llegó a la oficina, no sin antes palpar la llave de la prueba en su bolsillo y acordarse de Lorena. ¿Iría esa noche al Bar Ataria? Se apostó consigo mismo un bloodymary con unas gotas, solo unas gotas, de vodka de quemar. Iría. ¿Y el partido? Jo, un Madrid-Bayern adelantado inusualmente a lunes por que era un partido amistoso, que no se jugó en su día porque cayó una nevada que sepultó hasta las porterías. No tenía más emoción pero…

-Hola, jefe. Bonito día…

-Hola Paracuellos, ¿ha sido fructífera?- El jefe de Paracuellos era un hombre de unos cincuenta, calvo y con bigote, que había sido jefe de la policia municipal hasta que le tocó la Primitiva y se decidió a montar una agencia de detectives para no aburrirse.

-Digamos que sí. Dos mil napos, de momento para los gastos.

-Mil, perillán, el cincuenta por ciento para tu jefe, que te paga todos los meses haya caso o no me hagas caso.

-Sin problemas, el dinero no es problema. A ese tipo le mana como por ensalmo…

Luego se dirigio a su mesa junto a una ventana desde la que se observaba una plaza amplia y animada de niños, atravesada por los vuelos de golondrinas que dibujaban arabescos sobre el espacio aereo del lugar. A esa hora el sol se filtraba por los listones de la persiana y pintaba la pared con indumentaria de preso.

-Aquí tiene el informe final del dueño de la Bodega Alcohol de Mano. Un burqués gentilhombre de triple moral que se lo hace con la jefa de compras del negocio, con un camionero, viejo conocido de trasiego. Ah, y acude los martes a una timba en una nave del Poligono Norte. También hay chicas. Y chicos. Su mujer estará encantada porque aunque sospechaba algo no sabía nada. Y ahora si le parece jefe, voy a ordenar un poco esto y me voy a tomar el día libre mientras preparo el mapa de operaciones y la maleta, claro.

-Eres un perro de presa, Paracuellos, y un poco macarra.

-Lo sé, nadie es perfecto, pero yo casi…

Por la noche acudió al Bar Ataria. No había demasiada gente en el interior, porque los clientes se habían acomodado en las mesas que Tito había dispuesto en el exterior. Hacía buen tiempo y se podía fumar. “Hasta que los integristas también consigan prohibir el tabaco en el exterior porque contamina”, refunfuñaba el dueño.
Paracuellos se quedó dentro. Aun no hacía calor, de modo que se estaba bien aunque no estuviera puesto el aire acondicionado. A Paracuellos le gustaban los ventiladores de aspas retorcidas como en las pelis de cine negro. Si alguna vez veía alguna, como un detalle de diseño, se trasmutaba en su reverenciado héroe: “Dale potencia a eso, muñeca. Necesito un huracán para que se lleve de mi cabeza lo que pienso cuando te miro”. Guau. Se decía a sí mismo. Sí, era un poco macarra y muy fantasioso.
De un cesto de frutos secos tomó un puñado y se los lanzó a la boca uno por uno como si fuera metralla.

-Dame sangre, anda.

-Voy -respondió Tito.

Había tres clientes mas. Se oía una ráfaga de música ambiental.

-Pon otra cosa, Tito, que esto parece el Corte Inglés. Radio Head, estaría bien.

Román Paracuellos se entretuvo en mirar la prensa local. De vez en cuando consultaba el reloj. Lo hacía tranquilo, muy seguro de sí mismo. Fataba aún hora y media para el partido. Su autosuficiencia era tal que resultaba insultante. Acodado en la barra y de espalda a la puerta del local comenzó a contar para atrás: diez, nueve, ocho… dos, uno… et voilá. Se dio la vuelta y allí estaba ella, Lorena, con un vestido gaseoso encantador sin mangas, corto, estampado,.como una fina capa sobre su piel, tanto que se adivinaba muy sutilmente el contorno de su ropa interior.

-Hola, Lorena- Iba a decir eso de: “Sabía que vendrías”, pero le pareció poco elegante. Prefirió una frase de Bogart.

– Las horas te sientan bien. ¿Qué tomas?

-Cerveza. ¿Tienen negra?

-Del Africa profunda…

Hablaron de trivialidades hasta que poco a poco fueron reduciendo distancias…

-¿Vamos a ver el partido? -dijo Paracuellos.

-Vale. ¿En tu casa o en la mía?

Paracuellos sintió el primer aldabonazo.

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