La belleza, ese pasaporte para todo

La estética, ¡ay la estética!, quizá el valor más apreciado por nuestra sociedad después del dinero. La belleza como atributo, como pasaporte para conseguir hoy casi todas las cosas en la vida. Estética, belleza, perfección física, falaces ideales para una sociedad demasiado embaucada por ellos. Valores superficiales y efímeros, agradables para dar satisfacción solo a la vista y al momento.
fermingassol
La obsesión por la belleza física se ha convertido en algo tan común como irracional. Hace unas fechas conocíamos el caso de un joven que se había sometido a noventa intervenciones quirúrgicas, leen bien, para ser igual físicamente que su ídolo. Anuncios que incitan a eliminar esas imperfecciones corpóreas que nos avergüenzan porque nos alejan de la perfección estética que tanto importa hoy. Cremas anti-edad, antiarrugas…anti lo que cada uno somos. Un mercado basado en alejarnos de nuestra realidad más natural.

Una marca de productos cosméticos tuvo hace tiempo a modo de contrapunto, la idea de elegir para sus modelos a mujeres con físicos normales. El triunfo de la imperfección, decía un titular que hablaba sobre ello. Una manera de reivindicar que la normalidad también es belleza, que las imperfecciones nos hacen a cada uno seres irrepetibles y no muñecos clónicos, más o menos estéticos.

Sin embargo lo importante de este asunto no está en la disyuntiva de optar por una estética normal o artificial, sino en el hecho de detenernos ahí. Reducir a la mera belleza física, la vida, el éxito, la aceptación personal y social, las posibilidades profesionales, considerarla como la panacea de la existencia; el cuerpo como un bello templo moldeado a base de privaciones y talonario, ricamente adornado con marcas, tatuajes y abalorios en su exterior…y no demasiado amueblado de contenidos en su interior.

Ignorar que la belleza más duradera y trascendente es aquella que tiene su origen en el pensamiento, en las ideas y en el comportamiento, es hoy una moneda que circula con demasiada asiduidad, un atentado contra nuestra más genuina identidad. Porque lo verdaderamente peligroso de este juego tan superfluo es acabar identificando a lo normal, aquello que somos por naturaleza, con la imperfección en aras de un ideal estético tan fugaz y superficial como ficticio.

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7 COMENTARIOS

  1. A la mujer del Cesar no le bastó con ser honesta, tuvo además que parecerlo. Esta frase es emblemática cuando queremos referirnos a la credibilidad que damos a la actuación de una determinada persona o a la fiabilidad moral de un acontecimiento. La calificación ética de un hecho y el adecuado testimonio del mismo a los demás, lo que puede considerarse como la estética de ese comportamiento. Hasta ahora lo importante era que el hecho tuviera el cariz de ético bien en la esfera de lo privado y sobre manera en la relación con los demás.
    Primera y fundamental condición era el obrar de manera adecuada y además hacerlo de manera creíble. De ahí que la estética fuera una condición añadida para la estimación de la ética. ¿Sigue siendo esto así hoy en nuestro comportamiento social? Sospecho que en más de un caso sucede que no; lo importante hoy son las maneras, las formas, la representación agradable y civilizada de cualquier opinión, problema o decisión aunque lleve dentro un desacuerdo, una afrenta, un insulto, una injustica o mentira. Hoy prima la estética no solamente en el aspecto físico y ornamental sino en el ambiental, cultural y social. También en el mundo de la política o en el de la diplomacia.
    La estética ha adquirido hoy tal importancia para que un hecho sea aceptado por bueno que hemos de preguntarnos sobre la existencia de una ética de la estética. Si no estaremos utilizando a ésta como una agradable mano de pintura dada sobre situaciones de injusticia, abuso, miedo, intolerancia para tapar la verdadera naturaleza de los hechos. Lo estético es agradable y deseable cuando es adecuada expresión de lo que realmente se quiere hacer o decir. La estética no es un valor en sí mismo es el atributo que tienen todas las personas de buen gusto y mejor conducta.

  2. Me temo que su réplica no admite contrarréplica. Inapelable. Lo que ocurre es que si contaminamos el discurso con cirujía, botox y exceso de maquillaje, cerramos el debate. Porque eso no es estética sino su esperpento. Y el debate da para mucho más de lo que mi pereza dominical me permite. Creo , sin embargo, que la contraposición ética vs. estética está desfasada. En realidad, habría que preguntarse si más allá de la familia y los cinco amigos que han superado todo tipo de pruebas, incluida la más importante, el tiempo, o las relaciones laborales en las que lo único que pedimos es cordialidad , estamos interesados en descubrir el insondable interior del «otro». Las redes han creado un nuevo tipo de relaciones. Ya no hacemos nuevos amigos sino «agregados» y, sobre todo, hemos abandonado el diálogo pausado y lo hemos sustituido por una suma de monólogos, nos encanta escucharnos y pisar la palabra al interlocutor.Nadie conoce a nadie. Y claro, en este contexto, qué quiere que le diga: me gusta que al menos cuatro de mis sentidos se pongan a funcionar: una agradable sonrisa para la vista, aromas suaves para el olfato, modulada voz para el oído y suave piel para el tacto. Soy una frívola? No lo creo, aunque sí un poco cínica. Porque mientras no se demuestre lo contrario, los feos no son mejores personas ni más inteligentes.

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