La ausencia de vocaciones pone fin a casi 600 años de presencia de las dominicas en Ciudad Real

Eusebio Gª del Castillo Jerez.– Las monjas dominicas dejan Ciudad Real. El Convento de Nuestra Señora de Alta Gracia de la calle San Martín de Porres acoge apenas a cuatro religiosas, tres de ellas octogenarias. Desde su fundación en 1435, el monasterio no había atravesado un período de carestía vocacional de semejante magnitud. Se trasladarán a Córdoba en cuestión de semanas, cuando reúnan los permisos y se den las condiciones apropiadas para exhumar los restos de las monjas enterradas en el pequeño cementerio del monasterio.

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Puerta de entrada al convento en la Calle San Martín de Porres

En el Convento de Nuestra Señora de Alta Gracia, ubicado en la calle San Martín de Porres, sólo quedan cuatro monjas:  la madre priora Dominica, sor Trinidad, sor Anunciación -las tres mayores de ochenta años-, y sor Conchi. La hermana Pilar llegó en agosto a Ciudad Real procedente de Córdoba para echar una mano con la mudanza. Con resignación se refieren a las razones de su marcha: «se han ido muriendo hermanas y no hay vocaciones». En octubre o, como muy tarde, en noviembre, las dominicas se instalarán en el cordobés Convento de Santa María de Gracia, sede de la Federación de Nuestra Señora del Rosario, a la que también pertenece el convento de Ciudad Real. Allí les esperan once monjas y doce novicias. «Es un monasterio con bastante movimiento y no vamos a estar tan solas como estamos aquí», se consuelan las religiosas. Sin embargo, no se marcharán hasta que no se realice la exhumación de los restos de las monjas difuntas. «No nos dejan sacarlos hasta octubre, por el calor», explica sor Trinidad, y asegura que «hasta que no se lleven los restos no nos vamos nosotras».

En la provincia de Ciudad Real quedan los conventos de dominicas de Almagro y La Solana, con 4 y 11 religiosas respectivamente. «Nos hubiera gustado que las monjas de La Solana se hubieran venido aquí y no tener que dejar esto – se lamenta sor Trinidad- porque allí no tienen huerta y la de aquí es una maravilla». «Es un paraíso», añade sor Pilar. «La verdad es que da pena que tengan que pasar estas cosas porque es un bien para la ciudad que las dominicas estén aquí, nuestra vida tiene mucho valor y da pena cerrar un monasterio; pero es que, claro, ante la escasez de vocaciones, qué hacemos», se pregunta con un inconfundible acento jienense.

De Altagracia a San Martín de Porres
Las dominicas se mudaron al convento de la calle San Martín de Porres en 1969. En aquella época, el monasterio acogía a unas 19 religiosas. La madre priora llegó a Ciudad Real en 1965 y vivió aquel episodio en primera persona. El antiguo monasterio estaba situado en la manzana que se encuadraba entre las calles Jacinto, Altagracia, Estrella y Luz. De aquél sólo queda la puerta del convento, la conocida como Puerta de Santa María, que descansa sobre un pequeño jardín contiguo a las rondas del Carmen y de Alarcos de Ciudad Real. Las antiguas campanas tañen sobre la Iglesia anexa al nuevo convento, en el que se conservan, además, dos columnas, las rejas de la clausura y algunas cerámicas del monasterio primigenio.

Doña Mencía Alonso de Villaquirán, vecina de Ciudad Real y de ilustre prosapia, dispuso en su testamento que su casa fuera destinada a levantar un convento de dominicas bajo la advocación de Nuestra Señora de Gracia. Y así, en 1435, se fundaba en monasterio de la Orden de Predicadores en Ciudad Real.  Asimismo, Doña Mencía, mandó ser enterrada en hábito de monja y trasladada al convento. Sus restos reposan en la actualidad bajo en el enrejado del coro del actual monasterio.

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Las monjas dominicas en el nuevo convento. Foto del año 1971

No fue fácil para las religiosas de la Orden de Santo Domingo dejar atrás los muros del antiguo convento de la calle Altagracia, pero lo cierto es que se encontraba en muy malas condiciones. «Los arquitectos no se atrevían a subir para revisar las cubiertas -cuenta la madre Dominica- teníamos que hacerlo las monjas». En los albores del siglo XX ocurrió un suceso luctuoso. El 2 de febrero de 1903 se produjo un hundimiento, provocado inicialmente por la caída de una cornisa, que acabó con la vida a una monja e hirió a otras dos.

En 1964 la madre priora comunicó al obispo y al Delegado de la Vivienda el mal estado en que se encontraba el convento. Al año siguiente, dos monjas tuvieron que abandonar sus celdas por el peligro de derrumbe de las cubiertas que había en ellas. Recomendaron a las religiosas edificar otro convento de nueva planta porque, según los técnicos de le época, «gastar dinero en éste era totalmente inútil». En 1968 se cerró la iglesia a los fieles y fue declarada en estado de ruina. Ese mismo año comenzaba a construirse el nuevo convento que, finalmente, fue inaugurado en 1969.

Una vida regida por la campana
«Somos monjas de clausura -asiente sor Pilar- nuestro fundador es Santo Domingo de Guzman, para la salvación de las almas. Primero fundó a las monjas, en 1206, para que oráramos desde nuestra vida escondida y apoyáramos a la predicación de los frailes. Nuestra misión es ofrecer la vida a Dios para que la palabra que sale de su boca no vuelva a Él vacía, sino que dé fruto», explica. «Por eso estamos aquí».

Un día cualquiera en la vida de las religiosas dominicas amanece a las seis y media de la mañana. «Lo primero que hacemos es ofrecer la vida y el corazón a Dios -apunta sor Pilar- y, a partir de ahí, oramos. A las siete los laudes, a continuación tenemos un poquito de oración y después la misa». Eso en Córdoba, pero Sor Trinidad aclara que ellas también tenían antes la misa por la mañana, «lo que pasa es que los sacerdotes que nos han ido mandando de capellanes han preferido por la tarde, pero antes teníamos el horario el igual». «Nosotras en Córdoba tenemos la misa a las ocho de la mañana -continúa sor Pilar-, después de la misa tenemos una hora que se llama tercia, un tiempo de acción de gracias y a las nueve toca la campana y desayunamos».

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Sor Trinidad

«Nuestra vida va regida por la campana; es la que nos llama», explica la religiosa. «En el convento la campana es la voz de Dios. Después del desayuno – continúa- tenemos un tiempo libre para hacer nuestras cosas personales y tras esto cada una tiene su tarea, su trabajo: unas planchan, otras lavan, otras van a la cocina, otras tienen trabajo manual… En Jaén, por ejemplo, bordamos; en otros sitios hacen dulces». «Vivimos de nuestro trabajo», espeta la madre priora Dominica.

Sor Pilar retoma el relato de sus quehaceres diarios: «Nuestra vida es silencio. Mientas estamos en silencio pensamos en Dios, le estamos hablando a Dios de los hombres; y también se reza el rosario. Se pone la megafonía -prosigue- y una hermana reza el rosario, y todo el monasterio se une a esa oración, cada monja haciendo su actividad. A las 12:50 tocan otra vez la campana y entonces no llaman a sexta; rezamos sexta, después rezamos un rosario y, aproximadamente, a las 13:30 comemos».

«Tras la comida -añade la religiosa- tenemos un tiempo para expansionarnos, que se llama recreo y, en ese momento, compartimos lo que nos ha pasado durante el día: si nos han llamado, lo que hemos pensado… durante ese período podemos hablar todo lo que queramos. El resto del día hablamos lo necesario, pero nada más», recalca. El recreo termina a las 14:45 horas, cuando la campana toca a silencio profundo. «Poco más de una hora en la que las hermanas se puede acostar y descansar un poco, puede leer… pero ya en el recogimiento de su celda», señala Sor Pilar. A las cuatro, la campana llama a la hora del oficio nona. «Rezamos nona y ensayamos, hacemos un poco de lectura espiritual y otra vez a seguir la faena con el trabajo. Hasta las siete que otra vez vamos a vísperas -continúa-; tenemos una hora de oración, después rezamos el oficio de lectura, y tras éste ya nos vamos a cenar». Terminada la cena se vuelve a romper el silencio y las monjas disponen de  otra hora de recreo. «A las 22:30 toca la campana y nos llama a silencio profundo, a las completas -prosigue la religiosa-; las completas es una oración muy bonita. Esa oración consagra el descanso de la humanidad  entera; en esa hora le presentamos al señor todo el trabajo de la humanidad. Y ya, a partir de ese momento -explica-, es ya silencio y unión con el Señor. Rezamos las completas, que se tarda veinte minutos y después cada una ya se puede acostar cuando quiera», finaliza.

Hasta el día siguiente. «Ésa es nuestra vida y así ha sido nuestra vida siempre», afirma sor Trinidad. «Lo que pasa que al quedar tan poquitas ya no podemos hacer muchas cosas como antes», se lamenta. «Las horas de trabajo ya no podemos…  antes bordábamos, planchábamos, zurcíamos… hacíamos de todo.  Y de eso vivíamos, porque antes las monjas no teníamos pensión ninguna».

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San Martín de Porres

Ante el atisbo de melancolía en sor Trinidad, la hermana Pilar apostilla:  «pero el corazón siempre es joven y ellas están ofreciendo el corazón a Dios y, a lo mejor, si nosotros tenemos fuerzas es por ellas, porque están ahí dando su vida, orando y ofreciéndola por nosotros. Porque la vida es una cadena -dice mientras hace un gesto con sus manos, simulando dos eslabones unidos- y si una cadena se rompe, fíjate lo que pasa… y gracias a la unión que tenemos unas con otras tiramos para adelante».

Devoción a San Martín de Porres
En el año 1965 un padre dominico compró la imagen de San Martín de Porres con donativos de varias personas devotas del santo. «En el otro convento había poca devoción -recuerda sor Trinidad- y al venir aquí pensábamos que se iba perder del todo, pero fue al contrario». «Y se ha extendido mucho», subraya la madre priora.

Las monjas dominicas mantienen los miércoles la iglesia todo el día abierta. Se cierra únicamente entre las 14:30-15:00 para quitar velas porque los fieles ponen tantas que no caben. «Ahora menos -señala la madre Dominica-, pero antes, en tiempo de verano, no cerrábamos hasta a las diez». La devoción a San Martín de Porres se profesa en otros conventos dominicos pero, según las religiosas, «no es tanta como aquí o en Sevilla». «En La Solana tienen un San Martín, y las monjas de allí decían que la gente comentaba que el que hace milagros es el de Ciudad Real… como si el santo no fuera el mismo», bromea sor Trinidad. «Cuando la gente se ha ido enterando de que nos íbamos, se preguntan ay, no nos quitarán a San Martín…«.

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Vista aérea del convento

La madre Dominica asegura que, una vez que se marchen, la iglesia permanecerá abierta a los fieles, de momento, «con las imágenes y con todo y habrá misa». Y añade que una vez que concluya la construcción de la parroquia de La Granja, no saben qué ocurrirá. El obispo les comunicó que quizá habría misa un día o dos a la semana en la iglesia del Convento, por San Martín. «Una vez que salgamos de aquí -añade la madre priora- no sabremos ni qué destino le van a dar al monasterio, porque esto pertenece al Obispado».

Suena la campana… «Ahora ya nos vamos a coro; tenemos las vísperas, el oficio de lectura, la meditación y luego seguirá la misa», recita sor Trinidad mientras se incorpora con una sonrisa.

Nada detiene el parsimonioso ajetreo de la vida contemplativa: son la raíz de la familia dominicana, de la que el tronco sacia su sed. No hay tiempo para más. Hasta siempre.

Galería de fotos del antiguo convento de la calle Altagracia:[nggallery id=35]

Galería de fotos del convento de la calle San Martín de Porres:
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17 COMENTARIOS

  1. Sea la que sea la creencia o no crencia de quien lea estas lineas, es un artículo documentado y con históricas fotografías. Muy bien hecho. Gracias Eusebio.

  2. Bonito y triste artículo a la vez. Tu historia me ha hecho recordar las veces que juntó a mi madre he ido a visitar al Santo, siempre ha existo la creencia que era milagroso y lo cierto es que en los momentos más importantes de mi vida ( alegres o tristes) siempre ha estado presente. Aseguran las dominicas que la Iglesia seguirá abierta, esperemos que sea cierto.
    Gracias Eusebio por hacerme revivir bonitos recuerdos.

  3. Una parte de nuestra historia está a punto de terminar. La estrecha vinculación que he mantenido con esta comunidad de vida contemplativa, hace que sienta humana tristeza.
    Se nos van unas mujeres que han hecho y siguen haciendo de su vida..una continua entrega a Quien un día ofrecieron sus vidas. A su SER AMADO. Porque se trata de mujeres enamoradas.
    Pero lo importante es que desde Córdoba nos van a seguir queriendo a todos y cada uno de los ciudadrealeños. Gracias por vuestras oraciones…pulmón y motor para la vida de Fe.

  4. Si solo había 4 monjas y todas son viejas la lástima no es cosa de ahora sino de la reduccción de vocaciones a lo largo de mucho tiempo atrás, demasiada sensiblería me parece a mi todo este coro de dolientes porque siempre hay un principio y final para todo

    • Aún teniendo razón el el fondo de lo que dices…tus expresiones no creo que sean demasiado acertadas. Respeta los sentimientos y afirmaciones de los que las queremos. Un saludo.

  5. Las Franciscanas (Terreras) fueron las primeras en desfilar, con el abandono de su estructura conventual por el mal del siglo: ‘ausencia de vocaciones’.Luego fueron las Adoratrices, agotadas las vías de subsistencia. Hace unos años se cernió la misma duda sobre las Carmelitas o sobre las Jerónimas de Almodóvar. Y ahora la marcha se plasma en las Dominicas de Ciudad Real, tras su mudanza de los sesenta, que ya fuera catastrófica, con el abatimiento del convento de Altagracia. No sé como resisten las Siervas de María o las reformadas Hijas de María. Tal vez, porque no son de clausura.
    Más allá de los efectos religiosos que se nos muestran y que tendrá que valorar quien corresponda, no podemos olvidar los efectos urbanos de tales hechos. Heridas urbanas de imposible cicatrización y sutura, en el centro de los cascos y ciudades. Más grave aún, en ciudades recorridas por gran concentración conventual como Sevilla y Toledo.
    Una de las corrientes, perdida la furia inmobiliaria, que apunta en el horizonte es la ‘tematización turística conventual’. Todo se andará. Pero de momento vamos perdiendo estructuras históricas y aportaciones de Arte Sacro contemporáneo, como la pequeña capilla de las Dominicas.

  6. Eusebio:
    Lindo y triste escrito. Es muy doloroso acostumbrarse a una nueva vida y más a ciertas edades. La comunidad también lo sentirá.
    Yo, por mi parte, desde mi lejana Cuba tengo allí un pedacito de mí que es mi queridídima tía Llilla (Sor Anunciación), a la que no veo desde 1961 cuando apenas tenía siete añitos y ya voy por los 59.
    Mantengo comunicación con ella y la quiero como el primer día, al igual que las demás, así es que imagino cómo las querrán quienes más cerca están de ellas.
    De todas maneras les deseo un cambio para bien y que la ilusión se mantenga en ellas, un beso a todas…

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