Iconografía popular de El Quijote

isidroSanchezEs preciso un guiño a la obra más importante de Cervantes cuando se cumple el IV centenario de la publicación de su segunda parte. Como se sabe, se ha traducido a un gran número de idiomas, ha sido reproducida mediante miles de ediciones diferentes, ha dado lugar a infinidad de estudios en todo el mundo y su más conocido protagonista ha suscitado muy diversas interpretaciones.

Puede afirmarse que Don Quijote hace mucho tiempo pasó a ser un elemento simbólico muy significativo, todo un mito universal y es cierto que muchas personas han leído el Quijote, pero su reconocida categoría no ha producido una lectura masiva del libro, a pesar de los intentos. En un buen número de casas la obra está presente pero con frecuencia no llega a leerse, según se desprende de los datos aportados por diferentes encuestas.

Sin embargo, a pesar de los bajos niveles de lectura, el conocimiento de diversas cuestiones relativas al Quijote registra porcentajes superiores. Es decir, la percepción sobre temas, personajes o situaciones de la obra es mucho más elevada. ¿Por qué? En buena medida es debido a los impactos recibidos a través de lo que se puede denominar Iconografía popular del Quijote, a las imágenes que multiplicadas por diversos medios, por muy distintos soportes, llegan a la retina de un gran número de personas.

El impenitente caballero Don Quijote ha sido objeto de una doble textualidad: por una parte el propio texto de Cervantes y por otra la pluralidad de figuraciones aportadas por artistas de distintas épocas, que han ilustrado e interpretado la narración. Los iconos generados por la convergencia entre texto e imagen han sido asumidos en el transcurso del tiempo por los seres humanos, generándose un repertorio de imágenes incorporadas al acervo visual del ciudadano.

La iconografía popular no está, como algunos autores han tratado de concretar, dirigida o pensada por un sector de la sociedad intelectual, económica y políticamente elitista, para un sector desfavorecido de la población. Por el contrario, es un lenguaje visual que nace en muchos casos al amparo de las necesidades del hombre con la significativa peculiaridad que llega a todos los sectores de la sociedad.

Es capaz, por ejemplo, de conmover a una persona culta en un aspecto y al pueblo llano en otro. La iconografía popular no es restringida ni para el que la crea ni para el que la consume. Pero el lenguaje visual tiene la gran virtud de que también llega a la gente que no sabe o no quiere leer los textos, pero que sí puede leer las imágenes.

Se trata, en cierto modo, de lo que Luis Racionero llamó hace tiempo “lo efímero perdurable”. Y esas imágenes cobran vida en almanaques de bolsillo, barajas de cartas, billetes, cajas de cerillas, calendarios murales, cromos, cupones de ciego, décimos de lotería, envoltorios comerciales, ex libris, etiquetas, filmes, fotografías, insignias, paipáis, postales, representaciones pictóricas, sellos, placas, tarjetas telefónicas, etcétera, etcétera, objetos todos ellos con la imagen quijotesca.

Lo que no puedo saber todavía, a pesar de lo sugerente que parece, es si una imagen vale más que mil palabras, como suele afirmarse con frecuencia. Mi pensamiento está más próximo a la idea de que toda imagen cuanta una historia.

Isidro Sánchez Sánchez
Desde el revés de la inopia

 

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1 COMENTARIO

  1. Las imágenes deben ir después de las palabras y son las palabras las que han hecho evolucionar la mente del hombre, no las imágenes. Es más, sin palabras del Quijote no habría imágenes y no al revés. Y las imágenes no podrían contar nada sin palabras. Ocurre como con esas ediciones facsímiles carísimas que no valen una mierda culturalmente hablando porque les falta la glosa y las notas filológicas y el contexto cultural para entenderlas

    Ya lo expuse en estas páginas de luz hace tiempo: es vergonzoso que no exista en Castilla-La Mancha una colección editorial de continuaciones del Quijote (escritas por españoles o extranjeros de todos los siglos). Muchas de ellas andan dispersas y no se han editado con rigor. Ni siquiera haría falta mucho dinero: bastaría con una edición digital. Pero claro, con una imagen de Kant basta para entender la Crítica de la razón pura.

    Tiene sentido el arte y tiene sentido la fotografía, pero no tanto «sentido» como el que quieren darle en estos tiempos de falta de sentido.

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