O pueblo, o gente

MarcelinoLas últimas elecciones francesas han sido mucho más que un acto democrático mediante el ejercicio del voto. A mi entender, ha sido la constatación europea de una guerra de duración indeterminada entre dos bandos: los partidarios de la modernidad líquida y los que se resisten a ella.
Recordemos que el concepto de modernidad líquida lo acuñó Bauman para explicar la fragilidad de los vínculos humanos, de una sociedad marcada por la precariedad o volatilidad de las relaciones. Las personas necesitamos de redes humanas que nos ayuden a sostenernos, y, a su vez, estar listos para ayudar cuando sea necesario.

En esta modernidad líquida se evitan los vínculos de responsabilidad entre unos y otros.

Históricamente, han sido tres los grandes aglutinadores humanos: la religión, la clase social y la patria -en el sentido originario de “terra patria”, es decir, el lugar de nuestros antepasados, el lugar de las raíces de cada uno-.

En Occidente, la religión ha perdido la fuerza unificadora que tuvo en otros momentos. Curiosamente, si en el mundo existe alguna creencia que no ha perdido su capacidad aglutinadora militante, esa es el judaísmo.

La clase social se ha desmoronado.

¿La patria? No hablo del concepto creado por el liberalismo revolucionario. Como decía supra, me refiero al componente profundamente humano, ligado más a lo antropológico que a lo político. La terra patria de nuestros antepasados. Ese gran vínculo de pertenencia es el objetivo a abatir. Es el último elemento que aún queda para que las comunidades humanas sigan siendo pueblo. Se trata de convertirnos en gente. Y la diferencia entre pueblo y gente es notoria.

El pueblo tiene personalidad propia. El pueblo ha peleado, ha hecho la paz, ha creado arte, se ha defendido de invasiones, ha hecho historia, a veces mejor, a veces peor; pero el pueblo no es una masa amorfa, la gente sí. La gente se representa en ese batiburrillo que deambula a toda velocidad por esas grietas llamadas calles de las megaurbes. El pueblo tiene historia, tradiciones, la gente no. El pueblo ha creado vínculos comunitarios. Los vínculos de la gente son frágiles, cambiantes, por tanto inestables.

¿Qué vuelve más vulnerable a la persona, ser pueblo o ser gente….? ¿Es necesario responder….? Por eso la clase política reinante ya no habla de pueblo, prefiere a la gente, a una masa desclasada, sin creencias y apátrida.

Posiblemente sea la primera vez en la historia de la humanidad que un presidente de un país, Francia,  tome posesión de su cargo renegando de su propia cultura. Sus palabras diciendo que no hay cultura francesa sino cultura en Francia marcan a fuego el signo de los tiempos que corren ¿Alguien puede dudar que Macron representa una vuelta de tuerca más hacia esa modernidad líquida, individualista, privatizada, precaria y volátil, tan criticada?

Y si ha sido tan criticada, ¿a qué ha venido tanta unanimidad en festejar su victoria?

El mundialismo desclasado, apátrida y descreído ha decidido restringir al máximo la laxitud de las reglas del juego “democrático”. Si la democracia fuera un tren que circulara por dos vías, la distancia entre ambas se irá estrechando cada vez más. Pasaremos del ancho convencional al de vía estrecha, para terminar en el monorraíl. Llegados a este punto, la vuelta atrás será prácticamente imposible. La dialéctica izquierda y derecha desaparecerá sin ser sustituida. Y los dos raíles se fusionarán en uno único y poderoso capaz de soportar a un tren de alta velocidad, sólo que este tren ya no se llamará democracia, se llamará totalitarismo. Para conseguir tal uniformidad de criterio simplemente se etiquetará de populista -de izquierda o derecha- a cualquiera que levante la voz. El sistema atará de pies y manos cualquier salida de tono.

Y la unanimidad bochornosa y empalagosa mostrada sin recato es un síntoma de lo por venir.

Se comenta que el social-líquido, Macron –dicen que social-liberal; ¿qué es eso?- podría nombrar a un primer ministro conservador. Nombre a quien nombre, los magos negros que lo crearon buscarán atraer en torno a su “figura-concepto” a los votantes tradicionales de la izquierda representada por el PS, y de la derecha convencional.

En marcha el primer paso hacia el tren monorraíl.

En toda esta unanimidad sospechosa me topé con una columna en El Norte de Castilla, firmada por Juan Francisco Ferré. Su título: “Al elegir a Macron, Francia reivindica lo mejor de su historia y apuesta por el futuro”

No hace falta entrar en muchos detalles. Con semejante titular las palabras sobran. Pero me llamó la atención el comentario de un excónsul francés que el columnista transcribió:

“El lepenismo sólo representa al movimiento reactivo de quienes se sienten aplastados por las élites”

Las palabras del excónsul, dentro de su insensibilidad y desprecio hacia los perdedores –tanto Le Pen como sus votantes- es muy descriptivo, y el término “aplastados”, elocuente.

En efecto, Francia es una muestra de la situación general. De una parte, la élite; de otra, la no-élite.

Le Pen ha decidido liderar el papel de quien cree que Francia no es un recorte en el mapa. Ella defiende que el pueblo francés tiene historia; que el pueblo francés ha creado y aportado cultura al resto del mundo a partir de su propia personalidad, y se opone a su licuación bajo un entramado mundialista de creación artificial.

Sabe, además, que los problemas de Francia son muy similares a los de la Europa más del sur. Su destino será el mismo. Convertirse en un país prestador de servicios a los pies de la Europa del Norte, ya que así está establecido en la división europea del trabajo, con el beneplácito de los últimos presidentes galos.

Le Pen representa la resistencia de un polo, llamémosle patriótico, aunque a algunos les rechine el término.

¿Y Mélenchon? Pienso que debe olvidarse del mundo que conoció, donde la izquierda y la derecha marcaban la dialéctica política. La elección de Mélenchon ha de ser muy diferente: o formar parte del proceso de liquidación nacional apostado por la derecha convencional y el PS, o lo contrario. No hay términos medios. No se puede llamar a engaño. Lo que está en juego no es más o menos austeridad, o más o menos servicios públicos. Es el modelo humano de país. Y a través de ese modelo ejercer su mejor influencia en el resto. Ese tipo de influencias que tanto detestan los mundialistas.

El mundialismo dice que acabando con los Estados-nación el mundo será una balsa de aceite, como si los conflictos y las guerras no los hubieran creado las mismas élites históricas que ahora han decidido abrazarse, pelearse menos entre ellas y, eso sí, concentrar sus fuerzas en cómo mantener a raya a los de la no-élite.

Mélenchon deberá decidir qué tipo de Francia quiere. Un país que contenga a un pueblo, o un país que contenga gente. Si decide lo primero, Le Pen y él deberán crear un polo de resistencia común. Alguien podrá escandalizarse. Quien lo haga es que todavía no habrá entendido que los criterios de alianzas políticas nunca volverán a ser igual.

¿Y si Mélenchon decidiera lo contrario? Sería como hacerse un sacrificio ritual y allanar el camino al monorraíl totalitario.

Ovidio hablaba del ímpetu sagrado que nutre a los poetas. Por analogía, podemos establecer que el ímpetu sagrado del que han de nutrirse los pueblos es el de su corriente histórica; este es su valor universal. Este vector histórico, no anquilosado, es el humus capaz de relanzar las competencias creativas de cada pueblo y, a partir de su propia personalidad, aportar la realización artística y científica al resto del mundo.

Esto es aprovechar la diversidad que la humanidad nos brinda, en vez de asfixiarla en una homogeneidad antinatural.

Se trata de retomar el espíritu de la paz de Westfalia: Respeto a cada Estado-nación y su soberanía y, a partir de ella, que cada una establezca una red de colaboración recíproca que suponga el beneficio de todas.

Precisamente los mundialistas de hoy son los que nunca cumplieron con lo establecido en Westfalia. Los mismos que llevaron al mundo a la guerra, una y otra vez, son los que prometen la paz perpetua.

Sí, la paz de los humanos volátiles, precarios, homogeneizados y desenraizados.

O pueblo, o gente. Este es el dilema que Francia nos anticipa.

Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz
mlastramuniz@hotmail.com

PD: Os dedico “Sonata” Op. 61 de Joaquín Turina

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18 COMENTARIOS

  1. Como bien has expuesto, cualquier intento de mantener conceptos como religión, clase social y patria inamovibles, son suficientes para desaparecer como partido.

    Y es lo que también está pasando aquí con los partidos tradicionales. Todos.

    Así es que ¿Qué hacemos? Porque la democracia que conocemos se sustenta en ellos, son los que nos proveen de concejales, parlamentarios, alcaldes, presidentes, altos cargos etc etc.

    Porque lo que también ha quedado claro es que estos (Todos, de nuevo), en cuanto tocan poder se olvidan de la gente y del pueblo.

    Al final del texto hablas de guerra. Lamentablemente, y si seguimos patrones anteriores, esto va camino de…en no muchos años. Así es que, habrá que ir buscando algún país en el culo del mundo donde entiendan que, para cuatro días que vivimos, no merece la pena desperdiciarlos.

    Vaya panorama!

  2. Pero no es el sueño del hombre (y de la mujer) el de un mundo sin Estados? En cuanto a las élites son una concentración natural de los colectivos humanos en todas sus manifestaciones:politicas, culturales, económicas, artisticas. Las tuvo la Francia identitaria que reclama Lepen, las tuvo la URSS,las tiene el PP, las tiene Podemos. Es mas facil concebir un mundo sin fronteras que una sociedad son elites. Las elites en positiva lectura son beneficiosas porque cuando son perversas dejan de serlo. Lo cantó Milanes: «la historia lleva su carro y a muchos nos montará y por encima pasará de aquel que quiera negarlo» Claro que clave y registro eran otros. Que la historia lleva su carro es una verdad como un templo multietnico. Salud y saludos

    • Lo contrario es el igualitarismo, la uniformidad obligada. A mi Dios no me ha dado el arte de Nureyev ni me ha concedido la voz de Plácido Domingo o la cabeza de Ramón y Cajal. La libertad y una sana individualidad permite el florecimiento de la gracia que todos tenemos dentro y la inevitable aparición de élites que mejoran la vida al resto de los ciudadanos. Lo contrario nos conduce al monorraíl de don Marcelino.

  3. Comparto el mensaje humanístico que Marcelino trata de expresar.

    En términos políticos creo que existe progreso humano cuando la autoridad de las Naciones deba ser compartida con órganos supranacionales que establecen mecanismos de control (TJUE y TEDH, y el BCE), que acaban siendo protectores de los derechos de las personas frente a sus Estados y grandes corporaciones empresariales, que tienen más dificultades para mangonear a los miembros lejanos de estos órganos.

    En términos humanísticos comparto la opinión de Marcelino. Las personas, ni somos gente ni somos masa. Ahora nos llaman ciudadanos y yo cada vez que lo escucho me suena a que me toman el pelo.

    La dignidad del ser humano tiene como fuente legitimadora la propia condición de miembro de la especie, o para los creyentes, la condición de hijos de Dios. Por eso, ser persona es la realidad que ha de imponerse.

    La dignidad del ser humano ni la otorga la Ley ni es la defendida por la opinión pública libre o manipulada. Es una condición esencial y por tanto natural. Intrínseca. Es un valor innato que tiene el ser humano por el hecho de serlo, con nación o sin ella.

    En la globalización no todo es bueno y lo podemos entender en el presente, ni en los nacionalismos todo es bueno, tal como la Historia demuestra repetidamente.

    Si las instituciones, más que las personas que las integran, se rigen por normas que en último término se justifican por el respeto a la dignidad humana, esa institución es legítima.

    Porque este es otro debate, EXISTE UNA OFENSIVA PARA DESACREDITAR Y POR TANTO DESMONTAR LAS INSTITUCIONES SIN MÁS FINALIDAD QUE LA DE IMPONERNOS OTRAS QUE ANULAN LA DIGNIDAD HUMANA, PORQUE LIMITAN SU LIBERTAD o directamente la eliminan.

    Aquí, unos desean no ser controlados (neoliberales) y otros quieren controlar sin ser controlados (extremismos de izquierda y derecha).

  4. Lo de Macron es una obra maestra que dejaría anonadado al mismísimo Maquiavelo. Los expulsados por el pueblo soberano francés y protagonistas únicos de la Quinta República se han preparado una solución a medida. ¿Quiénes van a conformar las listas del «partido» de Macron en las próximas legislativas? Socialistas y Gaullistas y algunos independientes mechados para disimular. Una auténtica obra maestra de la intriga y la política, valga la redundancia. Pero, claro, quién se sorprende de que esto pase en Francia…

  5. Un reaccionario que exalta el nacionalismo. Un tipo que está con los tiempos. El extremismo beocio que prefiere mirar hacia atrás.

    • Desconozco si estás a favor o no de una sociedad líquida. Por tu comentario da la sensación de que sí.

      Sí esa es tu opinión, permíteme que te anime a reconsiderarla.

  6. Qué maravilloso es el orden natural de las cosas, pensar que Ileana Cotrubas y Plácido Domingo rozaban la excelencia entonando sus respectivas arias de La Traviata gracias a un capricho divino que les concedió un talento natural tan enorme que no necesitó del esfuerzo de los agraciados, ni de escuelas que educasen sus voces.

    Qué bonito es pensar que la genética dotó a Nureyev y a Margot Fonteyn , y antes a Nijinski y a Pavlova, de un virtuosismo en sus pas de deux sin necesitar seguir una dura disciplina. Ni esfuerzo, ni poderes públicos que remuevan los obstáculos que impidan que el más humilde chiquillo o chiquilla, con un talento natural para el ballet o el belcantismo , pueda desarrollarlo. Qué asco de políticas de igualdad. Qué asco de progreso y evolución. Con lo bien que se vivía en el Medievo, esa época luminosa donde los epiléticos tenían el lugar que le correspondía por endemoniados : la hoguera.

    Estoy convencido que mediocres como Bárcenas, Granados, la familia Puyol y demás familia deben pensar de si mismos: somos los mejores. Nosotros lo valemos.

  7. Me gustaría que alguien me explicara una cosa. Macron comenzó sus relaciones con su mujer cuando ella era su profesora de literatura. El próximo presidente francés tenía 15 años y la profe 39

    ¿No es eso pederastia?

    Llama la atención que en los medios se hable de ello como una historia de amor y no de un abuso de poder.

    Estimados compañeros comentaristas, ¿por qué este silencio, y esta manipulación de un hecho claramente pederasta?

    Honestamente, agradecería alguna opinión.

    Muchas gracias

    • Al parecer, hablo de oídas, se conocieron cuando Brigitte era su profesora de lengua. Él se enamoró e iniciaron su relación pasados varios años. Presuponer que el romance entre ellos, cuando todavía Macron era menor, pasó del mero platonismo , es demasiado suponer.No seamos tan puntillosos. El celo excesivo con la corrección política puede conducirnos al absurdo, e incluso a un moralismo insoportable. Hace unos días, un comentarista reprobaba a otro lo que consideraba una actitud machista por decir que el cabello de la esposa de Macron era un horror. Lo hacía en un contexto de admiración al estilo desenfadado de las parisinas que parecía contradecir esta señora. Yo no vi el machismo por ningún lado.En fin, muy ridículo todo. Terminaremos por ponernos una mordaza.

      • Tienes razón en que la corrección política nos va a estrangular. No he pretendido ser quisquilloso. Simplemente la impresión de una doble vara de medir en función de quiénes sean los involucrados.

        Muchas gracias por tu comentario

      • Hay muchas historias que han involucrado personas menores de edad con otras que no lo eran. Como respondí a Parménides, más arriba, lo que me llama la atención de este asunto es la posible doble vara de medir, no un enjuiciamiento moral, ni de otro tipo, por mi parte.

        Gracias por atender a mi pregunta.

  8. El individualismo no es algo reciente. Comenzamos a mirar más hacia nosotros mismos en detrimento del bien común hace más de 100 años…

  9. Al respetable, honesto, sabio ,justo y bienintencionado escritor de este artículo: entiendo que tú posición es la de la estar en contra de los grupos humanos élitistas y despóticos por emplear terminos paliativos para definir a estas personas que impiden la justicia, el desarrollo humano y la felicidad del resto de la mayoría de los habitantes del planeta Tierra que viven subyugados mental, fisiológica o incluso oprimidos con violencia armada.En conclusión que considerandote, Marcelino,como una persona que busca un mundo cien veces mas justo y digno te lanzo una pregunta que dejó ahí planteada : ¿Cual sería la política de la señora Le Pen en materia de inmigración y refugiados ? Mi opinión es que haría una política igual de discriminatoria que la que el poder del capital europeo ha hecho para con los refugiados inocentes que nada tienen que ver en los posibles tegemaneges de la inteligencia perteneciente a este mismo capital, la cual han podido urdir presuntamente en sus zonas de origen todos la desestabilización, violencia y caos reinante en algunas zonas de Oriente próximo.

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