La fruta prohibida

Ángel RomeraCon motivo de que frente a Correos se haya abierto una exposición de Biblias históricas, convendría decir algo sobre el libro más leído del mundo. En el Génesis el Demonio hace una promesa a Adán si come la fruta del saber y deja las de la vida: «Seréis como dioses». Como dioses, no exactamente dioses: parecidos, pero no iguales. Adán piensa, con alocada presunción, que será igual o mejor, no solo una pobre imitación: ese fue su pecado, ya que el Demonio no miente: Adán se miente a sí mismo. Es esa definitiva tentación la que condena al hombre y su linaje: no llegará nunca a ser Dios, sino una pobre imitación, un diosecillo menor gracias a la ciencia y la técnica, con una vida bastante larga gracias a sus medicinas y saberes, pero no eterna y fundamentalmente insatisfactoria. Porque se cree mejor de lo que es. Ese fáustico resentimiento que busca la propia e imposible utopía a cambio de la miseria moral será su condena perpetua.
El mito es en realidad una refundición de la sumeria Epopeya de Gilgamesh, que los hebreos leyeron en el exilio babilónico. En ella el héroe principal, el civilizador Gilgamesh, dos tercios divino y uno humano, se propone ir a los Infiernos por la planta de la inmortalidad para resucitar («rescatar», para ser exactos) a su amigo Enkidu, que representa la naturaleza y ha muerto víctima de la venganza de Ishtar, la diosa de la sensualidad, por no enfrentarse a Gilgamesh, de quien se ha hecho amigo después de pelear con él; Gilgamesh, por amistad, por amor, no por sensualidad, baja al Infierno y consigue la planta, pero se duerme un momento y una serpiente se la roba. No se conserva el final del poema; los filólogos piensan que Gilgamesh / Adán se suicidó.

El fracaso de la ilustración y la revolución industrial y científica de los siglos XVIII y XIX en las guerras mundiales de la primera mitad del XX, junto a la matanza tecnificada de masas, suscitó la penosa recapitulación de la escuela de Frankfurt sobre sus ambiciosos presupuestos: el hombre que Kant creía tan maduro como para asumir su liberación gracias al saber era más ignorante y más inmaduro de lo que él creía; necesita progresar en lo humano antes que en lo científico y en lo técnico. Necesita escuchar a los demás, sentirse parte insuficiente de un todo. Necesita la verdadera humildad, que está hecha de renuncia y abnegación. En el fondo es una declaración de ese fáustico mito inicial. El olvido de la condición humana por todo tipo de ideales insatisfactorios que acaban en campos de concentración.

En la famosa opereta de Offenbach Los cuentos de Hoffmann el famoso protagonista se enamora de una especie de muñeca cantante, Olimpia, que es una de las manifestaciones de su Musa y en el fondo es un engaño. Porque en el arte late también ese mismo engaño, entre lo jocoso y lo trascendente. No es de extrañar que la mayoría de los dictadores sean artistas frustrados.

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Ángel Romera

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9 COMENTARIOS

  1. Creo que estoy de acuerdo. Desde una perspectiva actual, en muchos casos, parece latir el totalitarismo en ese anhelo por traspasar los propios límites. Desde el pequeño egoísmo hasta el inmenso poder. Al mencionar al artista frustrado mi memoria acude a Alemania, y a la literatura: de Faust, a Doktor Faustus, de Thomas Mann y a Mephisto, de su hermano Klaus (este último no lo he leído, pero me gustó la película interpretada por K.M.Brandauer).
    Parece mentira, pero la literatura sólo se ha aproximado al describir las posibles consecuencias catastróficas de la trascendencia, si pensamos cómo la realidad,desgraciadamente, la superó en no pocos momentos.
    En tiempos pasados, desconocemos bastante sobre cómo pudo ser el ejercicio del poder terrenal en la época sumeria. Pero para un tirano, siempre hay un más lejos posible, más grande, un destino casi inmortal. Por eso, siempre es bueno tratar de rescatar el amor, el civismo, las buenas formas en una pequeña escala, en la familia, en el pueblo…
    Por el lado literario, Ángel, los poemas épicos, tú eres el experto, tratan de formar un mundo entremezclado de realidad, mitos y leyendas, pero lo que cuenta, probablemente, es el disfrute del cómo y el porqué de la visión del mundo que tenían los antiguos. Para la mayoría, en el mundo occidental -del oriental desconocemos casi todo-, la Iliada y la Odisea, son los más apreciados. El cantar de Roland, o el de los Nibelungos, se apreciarán más en sus respectivos países.

  2. Bueno, en el catecismo católico se dice que, por culpa del pecado de Adán, el pecado entró en el mundo.
    Yo creo que la realidad es que con él, lo primero que entró en el mundo, fue el don de un valor casi infinito de la libertad, de poder elegir.
    Es cierto que en pleno siglo XXI a los humanos nos falta humanidad. Aunque la salvación de la humanidad reside en la tecnología. Una tecnología al servicio de la humanidad….

    • El siglo XX ya fue el de la tecnología.

      Hace poco oí decir a una reputada astrofísica que el siglo XXI será el siglo de la Biología o no será. Estoy de acuerdo con ella.

  3. Seguía pensando en el artículo y me he acordado de uno de los mayores genios del arte musical, si no el más grande: Beethoven. Conocemos la mayoría de sus sinfonías. Se dice que la tercera cambió el mundo, bueno en realidad el mundo estaba cambiando solo y Beethoven lo puso en partitura. Qué decir de la potencia de la quinta, o la famosa novena cuyo famoso himno se ha convertido en el de toda Europa. Con todo y con ello, la trascendencia de la música de Beethoven, encuentra a mi modo de ver, un contrapunto en la sexta sinfonía, la Pastoral, Beethoven muestra en ella un carácter introspectivo, la vuelta a la naturaleza, al reducto primero de la vida. Un genio que llegó tan lejos como quiso, y supo apreciar también el manjar más próximo. Apetecible y libre. No siempre lo prohibido es una tentación.

  4. Los mitos fundacionales son, como su nombre indica, fundamentales porque contienen en sí mismos partículas, elementos narrativos que, independientemente del discurso de las religiones, culturas y tradiciones, se repiten en todas ellas como si se tratara de un saber ancestral común en la especie humana. Una página muy necesaria, Ángel. Gracias. Permíteme recordar dos cosillas importantes:

    Que Adán no es nada (como tantas veces se ha poematerializado en nuestro verso y verbo castellano), o nada más que tierra, arcilla, suelo (que eso es lo que significa adamah, de donde proviene), vasija, materia terrenal, recipiente más de lo creado que solo mediante el hálito vital (pneuma para los griegos, pranayama para los indios, alma para nosotros) insuflado por Dios en su nariz, es decir por la respiración, «se convirtió en un ser viviente». Siglos después, Quintiliano dispuso que el soplo vital es un flujo que va y viene del mundo de la idea al mundo de las cosas, del cosmos a lo corpóreo y que esta pertenencia cósmica tañe y hace vibrar a los cuerpos «adecuados», precisa, como si fueran instrumentos musicales.

    Y dos, que tañedores y/o tañidos, también tenemos la sombra y los frutos de otro árbol más escondido que el de la ciencia, eclipsado por el manzano, la serpiente, Eva, la tentación y el pecado y, quizá también olvidado, porque sólo se cita dos veces en la Biblia, aquí en el Génesis y allí en el Apocalipsis, pero que es uno de los símbolos más profundos y vívidos que haya visionado la completa humanidad: el árbol de la vida plantado en el centro del huerto.

    Un abrazo.

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