Postal de Navidad

Querida amiga:
Ya sé que no te escribo desde hace meses, pero hoy saco tiempo entre el segundo y tercer gin tonic para enviarte unas letras. Desde hace años, mantengo un ritual por estas fechas que, básicamente, consiste en pimplarme tres copazos antes de ir a cenar con la familia política.

Suelo llegar una vez que ha comenzado el discurso del rey y pregunto que qué ha dicho, cuya respuesta, invariable, es «lo de siempre». Ya me gustaría a mí que el chaval se viniera arriba un día e hiciese una entrada Moonwalkercon aires de Chiquito o nos contase que uno de sus privilegios es ver el primero la próxima temporada de Juego de Tronos y nos la «espoilease» por completo, pero, bueno, chica, otro año será. En ese lapso, aprovecho para ir al mueble bar de mi suegro y, sigilosamente, sacar la botella de coñac Soberano. La escondo en el baño, detrás del cubo de la escobilla (es lo bueno de los baños de los ochenta, que hay más aperos que en los minimalistas modernos). Antes de guardarla, le pego un tiento.

Este año me he preparado un poco, con pruebas de triatlón, para pillar un buen sitio en la mesa, de esos que no te permiten levantarte para ayudar porque estás entre la pared, la mesita de la tele y el radiador, y las maniobras para moverte son más complicadas que sacar un tráiler en Alfileritos. Yo no sé cómo lo hago, pero al final acabo sentada en la «zona infantil», no creas tampoco que me molesta mucho, porque a veces las conversaciones sobre PeppaPig pueden estar cargadas de existencialismo. Lo malo es que casi no pillas vino de Ribera del Duero, que tu cuñao, el listo, ha comprado a 100 «leuros» la botella. Al estar en la otra parte, tienes que empezar a pedir que te lo pasen y la gente aprovecha el paseíllo y se van rellenando las copas. Lo que te llega son los posos, te los bebes porque piensas que algo de alcohol y taninos llevarán.

Y las conversaciones durante la cena… ¡ay! Trump, el Brexit, Torra por aquí… Leñe, nadie habla de las cosas realmente importantes: de la epidemia de obesidad de los pajarillos robatapas de las terrazas, de si gana Australia en Eurovisión dónde se celebrará el año siguiente, si Rosalía es flamenca o tratratá… Y al vino no te puedes dar, porque lo han puesto a tres metros. Pero te disculpas y vas al baño. Sacas la botella del escondrijo y le das otro trago. Y ya vuelves a la mesa con otro ánimo, chica, que parece que no, pero PeppaPig vista por el filtro del Soberano da para un ensayo sobre Kant, ¿no crees?

Llegan los postres y ese surtido navideño con mazapanes, polvorones y peladillas. Que como tu cuñao, el listo, sigue aburriendo con la Merkel, tú te imaginas que tu suegra fue una espía rusa en la Guerra Fría y de regalo de jubilación le dieron una máquina de criogenizar y la mujer, que no le gusta tirar nada, pues la aprovecha para guardar la bandeja del surtido, porque todos los años es la misma. Y el brindis, ¡momentazo! Que tú estás esperando como loca que tu cuñao, el listo, abra la botella de espumoso que ha traído (porque los cuñaos listos son los que traen los mejores vinos), de hollejo de uva tinta y no sé qué rollos más, y, de repente, tu suegro, en un alarde de «patriotismo puro», saca la sidra El Gaitero y suena el descorche en un pispás, mientras tu cuñado retuerce la botella de diseño que ni Homer Simpson con el cuello de Bart. Entonces, escuchas la frase: «Venga, chica, que te pongo un poco de sidra, si son burbujas igual». Y tu cuñao, en ese momento, consigue «desentaponar» la botella, pero está a tres metros, doce copas por en medio y te resignas,ya que sabes que ni los posos te llegarán, así que dejas que te rellenen la copa con sidra, menos da una piedra… Y le das un tiento y dos, y chinchín…

¡Y los regalos! El amigo invisible, ¡ya se pudo coronar el cantamañanas que lo inventó! Que recibes tu paquetito cuadrado, con las medidas justas de la colección de DVD de todas las temporadas de Doctor en Alaska y tan requetecontenta abres el paquete que lleva tu nombre… y sacas un desmaquillador de ojos y una crema antiedad. Tu suegra te dice: «Ya has pasado los cuarenta». Y tú, en ese momento, piensas que es momento de ir al baño… una vez más. Te sientas encima de la tapa del váter, con el desmaquillador de ojos en una mano y en la otra el Soberano. Empiezas a reflexionar. Te preguntas por qué alguien pone un espejo de pared justo enfrente del inodoro (¿alguna parafilia oculta?, la verdad es que no te imaginas a tu suegro cual señor Grey, pero, claro, nunca se sabe…). Miras el desmaquillador y piensas que tu suegra ha podido confundir las ojeras que arrastras desde hace cinco años con maquillaje neogótico. Miras la botella de Soberano y te das cuenta de que ha bajado considerablemente el líquido. Ese momento es bueno para saber si estás en nivel borrachera ninja o has pasado a nivel ibérico. La borrachera ninja se caracteriza porque vas borracha por dentro, pero por fuera aún conservas algo de dignidad. La ibérica, por dentro, por fuera y la dignidad está a tres metros, como el vino en la mesa. Yo tengo un truco: recitar un poema en gallego de Rosalía (de Castro, no la de tratratrá). Si consigo soltar tres versos sin equivocarme, soy ninja; si no paso del «Marianiña, vaite o río…», voy peor que Arrabal cuando el milenarismo. Tú podrías hacer lo mismo, pero en euskera, aunque, pensándolo bien, chica, con tanta «k» búscate algo del estilo de Gloria Fuertes cortito. Como ves que aún eres ninja, te das cuenta de que alguien ha pillado tu escondrijo y te está robando parte del botín. Eso sí que no. Así que decides fijarte en las caras de los demás, con ojos de lechuza cual Jessica Fletcher, para descubrir quién te está robando la «kriptonita» de Nochebuena, que eso no se hace, por mucha familia que se sea.

Cuando sales del baño, como sigues escuchando en bucle al cuñao con Trump y Sánchez, decides irte a la salita, que están los adolescentes haciéndose fotos con posturitas (pongo los dedos en la frente, saco la lengua, me tapo la cara con el pelo…) y escuchando música que parece la del organillo de la cabra, pero más ralentizada, con letras tan bonitas como «te voy a dar lo tuyo, morena» o «menea, menea». Tú vas a abrir la boca para soltarles el rollo de que esa letra es denigrante para la mujer, que no han luchado muchas para que creamos que la mujer es un objeto…, una Clara Campoamor con brillibrilli. Y, de repente, te recuerdas con tus amigas, unos años atrás, en un garito con luces estroboscópicas cantando a grito pelao el «Ritmo de la noche», que, a ver, chica, tampoco la letra era un tratado de Chomsky. Así que cierras la boca y vuelves al salón.

Y allí sigue tu cuñao hablando, ahora del sistema educativo en Finlandia. Este año se me ha olvidado, pero el que viene pienso traer un mapa mudo de Europa y, cuando saque el tema, decirle que coloque a Finlandia en el mapa y que me diga cinco características del país. Imagino que, como muy cerca, la pondrá en Islandia, y de las cinco características solo acertará el vodka, que se llama como el país. Mientras él habla, tú sigues escudriñando las miradas de los comensales porque quieres averiguar quién te está robando el coñac que tú has mangado. Descubres que tu copa de sidra, en la que quedaba un culín, ahora tiene color parduzco, porque algún niño ha echado la cocacola sobrante y te ha hecho un brebaje especial.  Entonces, ocurre el momento romántico de la noche. Tu señor esposo te mira, te guiña un ojo y señala la puerta del baño. Tú levantas los hombros y le preguntas con los ojos qué le pasa, a lo mejor ha pilladouna diarrea. Entonces, él estira sutilmente el pulgar y el meñique sobre su boca y ahí ya pillas que es él, tu «amolsote», el que está pimplando a medias la botella contigo. Te emocionas. Piensas qué bonito es tener el Soberano de gananciales. Te vienes arriba, henchida de amor, y le das un trago al calimocho de sidra. Él te sonríe y tú le devuelves la sonrisa… porque acabas de caer en que mañana la comida será en casa de tus padres, con tus hermanos, tus sobrinos y tus cuñaos (sí, tú también tienes un cuñao listo, ¡toma!).

Bueno, amiga, tengo que dejarte. La carta es un poco larga, pero me he pedido otro copazo y me he liao. Te dejo, que ya ha empezado el discurso del rey y el mueble bar de mi suegro cada año chirría más…

¡Feliz noche!

Nota aclaratoria: Este relato se «me viene a la cabeza» después de leer un artículo en El Huffington Post. Todos los personajes, escenarios y situaciones son inventados. Excepto mi amiga: ella es real y quería felicitarle las fiestas arrancándole alguna sonrisa… ¡Somos espartanas! ¡Felices fiestas!


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Beatriz Abeleira

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13 COMENTARIOS

  1. Qué guasa tienes, Beatriz. Me he reído. El fotograma de Qué bello es vivir, del admirado Capra supongo que será para abrir boca, pues la dos ya la está anunciando no sé para cuándo.

  2. No sé si anoche algún cuñado sacó el tema del Open Arms, que viene hacia España con seres humanos que solo tenían un destino: morir abogados en el Mediterráneo.

    Os propongo una adivinanza: qué partido de corte fascista ya ha llamado hoy a ese barco «barco negrero»?

    Parece que los cuñaos ultras no pierden el tiempo, y han madrugado. Así es que, demostremos que no somos negreros y que necesitamos mano de obra joven para resucitar a este país y no seguir muriendo y envejeciendo. Que no nos importa ni el color de la piel, ni las creencias religiosas.

    A ver si se os nota a los creyentes no cuñaos eso del espíritu navideño, que debería ser una especie de espantapájaros del cuñadismo supremacista y ruín.

    Pongamos ajos anticuñados en nuestras mentes.

  3. Un relato fresco y espontàneo.
    Bueno, la asertividad es nuestra mejor aliada para evitar que estas cenas familiares en estas fechas acaben en tragedia.
    ¡Felices Fiestas!……

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