El Santo Voto de Puertollano: Un pedazo de eternidad

Manuel Valero.- Es inevitable para el que sea de Puertollano de nación o estación definitiva reconocer la profunda raigambre de la tradición más autóctona que mantiene la ciudad desde una friolera de siglos. Como un cabo suelto en la urdimbre de la Historia, la línea de tiempo que la cose ha llegado hasta nosotros desde las simas medievales.

El Santo Voto, o el Voto para los más laicos, arma histórica con su aliño de leyenda que detuvo el manto mortal de la peste dejando a salvo de los bubones a un total de 13 familias fue el origen de la construcción de la ermita de la Virgen de Gracia, pues a ella se le pidió socorro contra la parca, y de la comida vecinal, colectiva y comunal con la que los supervivientes de aquellos ancestros celebran –celebramos- un banquete muy humano.

Como toda tradición tuvo sus temblores a lo largo de su concurso por los tiempos y sus historias colaterales y sus anécdotas que retrataban el perfil de la sociedad coetánea a la hora de afrontar y enfrentar tamaña herencia.

No es corriente que se mantenga por centurias el hecho de un guiso popular aunque los condimentos sean hoy de mejor calidad y existan novedosas técnicas culinarias y policías sanitarias. Pero según y cómo, al fin y al cabo un buen guiso, un estofao, un buen plato de cuchara no necesita sino caldero y lumbre. Durante los años republicanos tuvo la tradición el desmayo de los tiempos: tradición religiosa, profundamente mariana, casaba mal con la soñada liberación proletaria bajo la doctrina de la redención social sobre los despojos de la sociedad clasista y meapilas. No dejó de ser una contradicción, pues si por un lado la fiesta olía a flores a María, por otro no dejaba de tener cierto marchamo social el detalle de una comida por el pueblo y para el pueblo, aunque, según tienen reseñado los historiadores, ediciones hubo del Santo Voto de reparto desigual, porque las mejores piezas de chicha iban a las mesas principales mientras el menudillo, las hebras y los huesos alegraban el plato de los pobres. De los demás, o sea.

En varios de mis libros aludo al Voto. Imposible no hacerlo por su duro encostramiento en el acerbo cultural de los puertollaneros (o pobleños). Había unos versos que recogió el sacerdote Mariano Mondéjar  en su deliciosa Breve historia de Puertollano al que recurrí para contextualizarlos en Balneario –primera novela de la tetralogía sobre la recreación literaria de la historia de Puertollano desde 1855 hasta 1975- y también en El esplendor y la ira, la última. Decía ese ripio tan lleno de inocencia como de terror:

En el año de mil trescientos cuarenta y ocho/

se vio Invadido (Puertollano) de la peste que tanto estrago causó/

Y fue tan grande el espanto que a todos llegó a causar/

Que en las calles se quedaban los muertos sin enterrar

Una copla de ciego por la que uno daría unos cuantos maravedíes si pudiera regresar a aquellos siglos en que los rapsodas vagabundos iban de pueblo en pueblo ripiando milagros, crímenes espeluznantes y prodigios inexplicables.

Por eso la fiesta del Voto, ya si es más leyenda que historia, que son las dos cosas, tiene una veta literaria de un valor incalculable. Basta con cerrar los ojos e imaginar el Puertollano medieval diezmado por la muerte, el hedor, la superstición, el arrebato religioso, las lumbres en las esquinas para quemar los cadáveres o los carros con muertos apestados como hemos visto en más de una ocasión recreados en el cine. No es de extrañar que ante tanto espanto, los 13 vecinos, 13, elevaran a la mismísima madre del Dios cristiano que cerrara la puerta de Alcudia al aliento putrefacto de la muerte negra.

Esa tradición, pese a todo, sigue viva hoy en los tiempos del multiocio, las redes sociales, la prisa, la televisión a todas horas. Esa tradición que surge de la muerte, el milagro y la esperanza sigue fresca en vísperas del 5G, el holograma, la robótica, la inteligencia artificial, la realidad virtual y los inventos que tengan que venir. Un día, durante los primeros años socialistas escuché decir a alguien que, antes, en el Voto, la gente se agolpaba (como hoy) en la explanada de la Virgen de Gracia por necesidad y hambre, hoy no. “Y esa es la prueba de que la tradición sigue viva”, dijo.

Al fin y al cabo, la tradición es un espeso grumo de pasado cultural y social traspasado de boca en boca por la cadena de las generaciones. Pueden ser anacrónicas –en realidad toda tradición lo es- pasada de moda, pero su presencia es un arbotante que nos sostiene en el presente. Un pueblo sin tradición es como un pueblo sin pasado y los pueblos sin pasado no existen. Incluso han superado prohibiciones y se han macerado y enriquecido en la clandestinidad.

El Santo Voto de Puertollano que no es un voto de votar como creía un primo mío emigrante en Bruselas que volvió democrático y europeo a un Puertollano de nodo y procesiones, sino una promesa mariana como fija la tradición en su cara religiosa y un buen plato de carne con patatas desde que la patata vino de América, para darle gusto al cuerpo. Y hoy desde la autoridad principal hasta el último ciudadano comen el mismo rancho, que de alguna manera es un voto comunista. Una tradición, en fin, en el sentido más profundo del tiempo y del espacio.

Como dijo Castelao: La verdadera tradición no emana del pasado, ni es el presente ni el porvenir. No sirve al tiempo, ni a la historia. La tradición es la eternidad”. Nuestro Voto es de algún modo, un pedazo de nuestra propia eternidad.                 

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3 COMENTARIOS

  1. La tradición pervive a través de los siglos porque , no nos engañemos, nada gusta más al gentío que comer «de gratis». Eso, y mezclarse con la muchedumbre en una fila. Para otra gente, entre los que me encuentro, el estofado lo estofamos en casa y no pisamos el paseo San Gregorio hasta que no se disuelve la marabunta. Esa es mi tradición y la de otros muchos.

    • La tradición, hoy día, debería circunscribirse a los actos religiosos y quien quiera guisos que los haga pero pringando a las asociaciones con contribuciones y, cuando se acabe el presupuesto, se acabaron los donativos de carne. Hasta donde llegue. Lo que no se entiende es el despilfarro de un ayuntamiento que se dedica a regalar comida a gente que no lo necesita con mis impuestos. Las tradiciones que se mantienen con dinero público no son ni tradición ni nada.

      Casi todo se reduce a compras de votos. Un paripé como las distinciones del caballero y damas. Gente que hace un trabajo, como tantos otros, y cuyo único mértito es haber entrado a trabajar en el ayuntamiento por la puerta de atrás, es decir, sin concurrir a una oposición sin libre concurrencia. Corruptelas de todo tipo que dice mucho de la gestión caciquil de tentos años de PXXE.

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