Estampas de verano

Manuel  Valero.– Tuvo que llegar la democracia para que las piscinas se socializaran. Durante el franquismo había en Puertollano cuatro piscinas: tres pertenecían al Poblado que era el barrio residencial de la Calvo Sotelo, y una para el pueblo de reguera,  bullanguero y silvestre, que solo se avenía a las normas de la diversión entre gritos, bombazos al agua y saltos temerarios desde el trampolín.

Las tres piscinas del Poblado estaban divididas conforme al canon social de la época: la de ingenieros en forma de riñón con un coqueto puentecito que cruzaba el vaso y ambiente de postín; la de empleados, rectangular comm,il faut,  y la de obreros, tal cual,  sin eufemismos que valgan, que también era rectangular pero se parecía un poco a la de Solís que era como se llamaba la única piscina pública para el resto de los mortales extramuros de la colonia bien.

Foto: Candi

Hasta que hicieron la piscina olímpica en los estertores del antiguo régimen y la cosa cambió. La piscina de Solís ante la competencia de la piscina pública, construida sobre el solar que un día fue una decimonónica fundición de plomo cuyos restos circunvalábamos durante la clase de gimnasia que impartía Sánchez Menor, quedó arrumbada en la memoria sentimental de los puertollaneros. La piscina olímpica, así llamada por sus dimensiones para la competición no tenía parte baja y en su enorme charcón cabía una humanidad entera.

Hoy todas son públicas porque el Poblado quedó anexionado a la cuidad durante las primeras legislaturas socialista y además se construyó otra en la Dehesa Boyal. Ambas piscinas públicas, la olímpica –María Luisa Cabañero,  en honor de la sirena local en natación de fondo-y la de la Dehesa Boyal se abrieron ayer dando entrada solemne a la alegre estación estival.

En la adolescencia del que suscribe la piscina era un universo en sí mismo, la estampa de la eterna adolescencia, el color de los días y los cuerpos de las muchachas y el despreocupado ocio de la pandilla una vez resuelto el contencioso de los exámenes. Eramos un manojo de cuerpos sin grasa que se agitanaban con el sol y de almas con menos grasa aún que se agnostizaban con la llamada del  tiempo inminente.  A medida que la clase media engordaba, las piscinas pasaron a ser domésticas, si no al alcance de cualquiera, sí, al de un buen sueldo y un buen curro o negocio, que no eran pocos. La piscina pasó a formar parte del nivel de vida del personal como el chalet o el automóvil por mor del milagro de la Transición y los dineros europeos, que también.

Había otra piscina que fue un hecho insólito en los tiempos lejanos de la niñez: la del colegio Salesiano. El vaso era originariamente de cemento y tan pequeña que constituía una temeridad lanzarse desde los trampolines. Tenía su parte baja donde nos aglomerábamos  –nadar siempre fue un aprendizaje personal de riesgo en las tejeras– , y una rampa que se deslizaba hasta la parte honda. Aún me pregunto cómo era posible que los más atrevidos se lanzaran en ángel o en carpa desde lo más alto del trampolín sin que se estrellara contra la cantera de cabezas que apenas dejaban ver la lámina de agua. Muchos aprendimos a nadar en la piscina de los “ale” y conforme pasaban las temporadas íbamos abandonando las someras aguas de la parte baja para explorar la profundidad abisal de lo hondo donde al final acabábamos por concentrarnos en una imposible densidad de cabezas por metro cuadrado.

Todo tiempo tiene su nostalgia y la memoria de los de mi generación, a caballo entre el franquismo y la democracia, es un libro de retratos en el que estamos todos juntos y felices en  la alquimia de la fotografía que fija el momento para siempre, a la espera del recordatorio y la certeza de lo rápido que vuela el tiempo. Un tiempo en blanco y negro para el mundo pero con el colorido vital de los años infantiles y la primera y segunda adolescencia para nosotros.

La piscina era cita obligatoria para las risas y los empujones, para la vida despreocupada de los años jóvenes, para el escrutinio de la chica de nuestros sueños y para la intensa vivencia del instante. Un carpe diem prolongado cada día. Los veranos eran la estación de la felicidad y me pregunto qué habrá sido de todos nosotros amigos viejos, viejos amigos de todos los tiempos. Feliz verano. 

Relacionados

3 COMENTARIOS

  1. Y es que las piscinas son un imprescindible en el verano, con mucha historia. Al parecer, las primeras piscinas públicas creadas para la relajación de los ciudadanos se inauguraron en el Imperio Romano a finales del siglo I a.C., durante el mandato del emperador Augusto…..

  2. Incluso hubo un tiempo, no tan lejano, de piscinas locales y menores, con horarios alternos para hombres y mujeres. Segregación por sexos para evitar la concupiscencia alterada. Cosas del pasado.

  3. No hay nada peor que estar anclado en el pasado. Despierteeeen!!!! Puertollano ya no tiene nada que ver con otros tiempos. La división del «poblado» con respecto al pueblo, creó envidias y rencores, recuerdo ver un mapa donde esa barriada figuraba separada del nombre del pueblo. Bochornoso y asqueroso.
    Me crié en el poblado y en sus piscinas, conocí a sus guardas jurados que veleban por este barrio, y una vez pasado el tiempo piensas que el resto del pueblo estaba marginado, la soberbia de las gentes de esa zona creaba hostilidades, encima ni eran del pueblo.

Responder a José Rivero Cancelar comentario

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img