Cuaderno de pandemia (3)

Manuel Valero.- Podía comenzar el cuaderno de hoy con frases de autoayuda de saldo como las hace Paulo Coehlo pero ni lo frecuento ni estoy de humor, porque en este dramón global también hay que despejar la broza de la blandenguería y quedarse con alguna perla de calidad, de las  que apuntan más a la espiritualidad y la filosofía que a la recurrente y ñoña frase que corremos a colgar en Facebook.

Pero a mí la calle sola me está empezando a parecer demasiada calle porque una calle sin gente es como un desierto sin arena: nada. Eso sí no desespero. Como todos los días me he asomado al balcón y me he consolado con el peregrino argumento de que es domingo y los domingos hay más gente en las casas, arrastrando las zapatillas por el pasillo que fuera, al retortero. Así que respiro, tacho un nuevo día, vuelvo a respirar para hacerme a la idea de otra quincena sin esquinar la vía pública y las cervezas del Bomba y me hago un repaso de las posturas de Yoga que me ha enseñado mi maestra Nieves, procurando no quedar anudado y verme obligado a llamar a urgencias hecho un ovillo en estas circunstancias. Debo reconocer que los que tenemos la gran fortuna de escribir en un medio y la necesidad de hacerlo todos los días por pura necesidad orgánica le llevamos un buen trecho ganado a las horas. Lo peor es la información, si es mucha acabas aturdido, si es poca terminas indefenso. Y de nuevo, el filtro. Nunca entenderé qué demonios pasa por la cabeza de los creadores de fakes y tengo que ir al diccionario a buscar la palabra más gruesa. Pero no la hay.

Luego está lo de los balcones. Al principio resultaba simpático, qué buena es la gente, qué bello es vivir con personas imaginativas que se ofrecen a aliviar la pesadumbre del prójimo. Pero así se prodiga esta performance te vas percatando de que en el fondo de lo que se trata es una liberación del anonimato en busca de una celebridad global de apenas cinco minutos. Me digo que mejor eso que nada y es verdad pero cuando el folkorismo personal arrecia, uno se pregunta hasta qué  punto el ser humano es capaz de hacerse notar para salvar este asedio sobrevenido con preaviso. La única revolución que ahora no debe decaer es la del aplauso general a todos los que trabajan para que todo parezca que sigue igual: personal médico, de mercados y supermercados, camioneros, policías, ejército. Todo lo demás es tan fungible como el pañuelo con que nos sonamos los mocos.  

Luego de unos minutos me convenzo de que es mejor que la gente salga a la ventana o al balcón a hacer lo que le dé la gana, dentro de los límites del decreto. Incluso el amor, como hay más de un wasap por ahí. En estas circunstancias lejos de parecer soez, resulta bellamente paradójico: hacer el amor ante las mismas narices de esta guerra invisible.

Pero las redes, ah, las redes. Benditas y malditas redes. Como la vida misma. Hay quien descarga toda la tensión con quejas que más que numantinas parecen de revancha. Como si los tiempos estuvieran para preñarse de humores pegajosos. Hay por ahí alguien que se queja de los medios locales no dan la información detallada por pueblos. Quizá desconozcan que en estos casos, en este preciso y concreto caso desconocido, todos los datos están centralizados en la Administración autonómica, y que nunca como ahora la ética periodista obliga a una moderación-moderación, no ocultamiento-por encima de la estúpida carrera por la exclusiva o la generación de un plus de alarmismo. Todo se sabrá. De momento, y pese a las críticas de la gestión, vamos conociendo el avance de este microbio criminal, y cada cual sabe a qué atenerse.

La relativización y la priorización de las cosas es una tesitura nueva que nos ha surgido con la reclusión doméstica. El otro día hablaba con un amigo y le decía el valor incalculable que tiene el sencillo acto de acercarte al bar de la esquina, o al quiosco de prensa o a la librería, o a visitar a mi editor Javier Flores una vez cercados que estamos por el desastre. Más que cualquier otra cosa. No es baladí que esta  coyuntura de confinamiento nos ponga a cada cual frente a sí mismo. No sé si saldrá un ser humano mejor de todo esto, una sociedad diferente, pero me temo sí será un tiempo nuevo. ¿Para bien o para mal? El tiempo lo dirá, precisamente, que es quien registra el curso y el recurso de la historia.

Que os siga siendo leve la cuarentena. Y ánimo para afrontar los días venideros. Sé que es un cumplido y un lugar común en esta soledad compartida pero me ha sido imposible callármelo.

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