Julio Anguita y los gilipollas

Manuel Valero.– Mi madre me lo dijo un día que vio a Julio Anguita en la televisión. “Me gusta ese hombre”.  Me extrañó esa observación porque mi madre era una mujer de antes y después de la guerra, asumida al sistema con una sola idea: que haya paz.

De hecho cuando murió Franco – yo estaba viviendo en una pensión en la calle Rodríguez Sampedro en Madrid– sonó el teléfono muy temprano. Al otro lado escuché la voz de Manuel Juliá. “Se ha muerto Franco”. Al rato bajé al kiosko a comprar el periódico. Como El País aún no había nacido, y el diario Informaciones era vespertino –qué cosas- me hice con el único ejemplar de la edición del diario Pueblo, que quedaba. Luego, ya lo saben, se suspendieron las clases en la Universidad por una semana y en casa, cuando estaba escribiendo un artículo para el diario Lanza -no tenía ni idea de que el periódico se convertiría en mi sustento-, mi madre me preguntó si iba a haber guerra. No, le dije. Y acabé el artículo en una pequeña Olivetti verde que mandé por correo sin demasiado convencimiento de su publicación porque se titulaba Una corona para la libertad, y la palabra libertad en 1975, y en el Lanza, todavía era asunto de subversivos. Pero se publicó.

Pues bien, mi madre, digo, mujer de resistencia rocosa, me sorprendió con esa apreciación tan espontánea como elemental.  Le pregunté la razón de su admiración por Anguita. Y si su interés por el califa me sorprendió, aún lo hizo más su respuesta. “Se le ve que es un buen hombre y se le entiende todo lo que dice”.

Anguita llegaba a las entendederas de la gente sencilla. Y cuando emergió como líder de la izquierda española a la izquierda de la socialdemocracia felipista,  después de hacerse querer en Córdoba hasta por la derecha –tenía amigos allí que me lo confirmaban-, dejó la alcaldía y se vino a Madrid. Fueron tiempos difíciles pero de una política de alta graduación y de unos lideres con cuerpo. El PCE se maquilló bajo el solapamiento de las nuevas siglas Izquierda Unida no sin discusiones internas y durante el temporal de la primera ola de corrupción que hirió al PSOE en su línea de flotación se especuló con el sorpasso famoso.  Muchos le criticaron sus devaneos con el PP y afearon a Anguita que activara la famosa pinza. No ocurrió nada de lo previsto y en su ardor por consolidar Izquierda Unida como una arteria principal de la política española y su mantra constitucional programa, programa, programa, se ganó un par de sustos cardíacos que marcaron el principio de su declive.

Tuve la oportunidad de hablar con él en dos ocasiones.  La primera a finales de los 80 en el curso de la primera visita que hizo a Puertollano. En un encuentro con los periodistas soltó aquello de que en España quien no roba es gilipollas, como un sambenito tan incrustado en el imaginario que era necesario extirpar, empezando por los representantes públicos. Y así tituló el periódico que por entonces dirigía José Antonio Casado. Debatimos sobre la ortodoxia del titular por la sandez de que apareciera la palabra gilipollas. Pero era tan sintético ese pensamiento, decía una verdad tan preclara en jerga de barrio que al final el periódico optó por llevar esa frase a cabecera.

La segunda vez constituyó toda una sorpresa.  En los 90 cuando el correo electrónico se hizo habitual en la redacción, utilicé esa herramienta para entrevistar a los grandes una vez hechas las gestiones oportunas. No fueron demasiadas porque afortunadamente la gran mayoría de las entrevistas que mi profesión me regaló fueron presenciales, pero recuerdo sobre todo dos: José María Aznar y Nicolás Redondo. Así que me puse a ello, llamé a Pablo Novillo, entonces coordinador provincial de IU, para que allanara el camino. Me respondió al día siguiente. “Tienes la entrevista, pero nada de email. En persona”.  En aquellos años estaba al frente del periódico  Luis Navarrete.  Julio Anguita me recibió en su despacho de la sede de IU en Madrid y la entrevista fue una experiencia extraordinaria (pueden acceder a ella a través de la hemeroteca digital del diario Lanza).

Era un hombre tan didáctico que explicaba el marxismo con una claridad parvularia, pero sobre todo era un hombre coherente, racional, dialéctico, directo, con un punto agrio que no  eclipsaba su bonhomía y su determinación en la defensa de sus ideales. Era un político de quien te creías lo que decía porque su consecuencia personal iba acorde con lo que predicaba.     

Con él se ha ido otro de los políticos de cuajo, de talla, que hicieron posible la ilusionante y apasionante política de aquellos tiempos. Nunca ocultó su republicanismo ni su explicación didáctica de la planificación de la economía como manda la Constitución, pero no había ni un gramo de toxicidad guerracivilista en su discurso. Y tal como llegó, con su aspecto moruno, su verbo altivo, su argumentario pristino, su modo de hacer política sin modus vivendi, se fue. Se retiró para que el corazón no le latiera más fuerte de lo que le permitiera su pecho. Izquierda Unida brillaba con la luz propia de su dirigente a pesar de las maniobras orquestales del PSOE para desestabilizarla con la desmembración que se hizo visible con el experimento de la Nueva Izquierda de López Garrido y compañía.  

Soportó el olvido mediático de la muerte de su hijo, Julio Anguita Parrado, en la guerra de Irak que muríó tras el ataque de las fuerzas iraquíes contra un centro de mando estadounidense donde se encontraba, ensombrecido por la muerte de José Couso debido a un ataque norteamericano.    

Lo que siguió es historia. Hoy, Izquierda Unida, es apenas un pálido reflejo de lo que fue, abducida por la alternativa Unidas Podemos, y convertida en un mero elemento decorativo en el seno de la organización que lidera Pablo Iglesias.

Julio Anguita tiene su sitio en la Historia y el mejor de los epitafios: Murió con las ideas puestas.

Que la tierra le sea tan leve como el cielo, amplio.

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8 COMENTARIOS

  1. No solo fue un gran político. Fue, para mi, el único político que considero digno . El tema de la pinza fue una de tantas canalladas del PSOE de Felipe Glez y los suyos. Catorce años gobernando don Felipe, enfangados hasta las cejas por la corrupción, cultura del pelotazo, Sarasolas ( sí, el papa de Kike Sarasola, el casero benefactor de Ayuso) y demás amiguetes empresarios de altos vuelos, eran demasiados años . Y demasiadas tragaderas poder asumir eso. No era pinza ni aceitunas en vinagre. Era aceptar, por mucho que doliera, que le llegaba el turno a la alternancia del poder. Que José María Aznar se reveló, cinco años más tarde, como un político repugnante, pues sí, en efecto. Pero hay que situar en su contexto el momento político. Y la suerte, en ese instante, estaba echada.

  2. «Lo único que os pido es que midáis a los políticos por sus hechos, por lo que hacen, por el ejemplo, y aunque sea de extrema derecha, si es un hombre decente y los otros unos ladrones, votad al de extrema derecha. Eso me lo manda mi inteligencia de hombre de izquierdas. Votad al honrado, al ladrón no le votéis, aunque tenga la hoz y el martillo»
    Julio Anguita.
    D.E.P.

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