El poeta autodidacta del terruño: Eladio Cabañero

Manuel Cabezas.- El mundo de la literatura alberga a algunos de sus protagonistas según caminos insondables e imprevistos. Que un literato tenga los más humildes orígenes y se convierta en autodidacta no supone ninguna novedad en ya este pleno siglo XXI, si tenemos en cuenta los ejemplos que han jalonado la historia de nuestras letras, poniendo especial énfasis en el referente indiscutible de Miguel Hernández.

Uno de ellos es nuestro invitado de hoy que – retomando nuestra sección de entrevista-ficción y recordando una población muy duramente castigada por la aún persistente pandemia del coronavirus y que estuvo de actualidad por ciertas actitudes poco aconsejables para que ésta llegase a su fin – rondaría en estos momentos la no muy desdeñable edad de noventa años. Hace veinte que expiró su último hábito de vida un 22 de julio.

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M.C.V.: Buenos días, caballero. Como es costumbre, invito al entrevistado a que se presente él mismo y que nos hable de sus orígenes, si no es indiscreción.

E.C.: Buenos días Sr. Cabezas. Mi nombre es Eladio Cabañero López y nací un 6 de diciembre de 1930 en la localidad manchega de Tomelloso.

M.C.V.: Sin duda alguna, fue un niño que creció en un período convulso como lo fue la II República y que se vio obligado a crecer conforme llegó a su mocedad con motivo de la guerra civil. ¿Qué me puede decir de todo aquello?

E.C.: Era hijo de un maestro, al que también le gustaba la fotografía, que había sido presidente de la Casa del Pueblo de mi localidad natal. Su militancia socialista le costaría la vida al ser fusilado en 1940. Así pues, cuando ya no contaba con la protección de un padre, me vi obligado a llevar a cabo cualquier tipo de oficio, ya fuese en el campo que me rodeaba donde trabajé hasta los catorce años o en la albañilería, en la que me inicié como aprendiz para pasar más tarde a oficial. Fue una dura vida aquella en la que tenía que aprender las cosas por mí mismo.

M.C.V.: ¿Y cómo llegó entonces al mundo de la literatura, de la poesía más concretamente?

E.C.: Tuve que arreglármelas por mi cuenta, vertiendo en versos lo que veía a mi alrededor ya fuese cuando realizaba faenas en el campo o en los diversos puestos que ocupé en la construcción. También compartiría inquietudes con amigos, siendo un asiduo frecuentador de la biblioteca municipal de mi pueblo, que fue dirigida por García Pavón. Allí participaba del amor por la lectura con Félix Grande.

M.C.V.: Sin embargo, usted ya había apuntado maneras en el mundo de la poesía para abandonar aquellos duros oficios en los que tuvo que trabajar en su niñez y juventud. Hábleme de ello.

E.C.: Mediada la década de los 50 cuando me galardonaron con el Premio Juventud por mi poema “El pan”. Esa fue mi carta de presentación y con la ayuda recibida, me encaminé hacia Madrid para probar otras suertes. Aquí le recuerdo aquellos primeros versos que me publicaron en un periódico refiriéndose a la “Poesía en los andamios”:

“Poner el pan sobre la mesa,

contener el aliento y quedáos mirándolo.

Para tocar el pan hay que apurar

nuestro poco de amor y de esperanza.

Mirar que el pan, entre el mantel,

más blanco que el mantel de hilo blanquísimo,

tiene, como señales de su hornada,

el último calor que no da el sol al trigo…”[1]

M.C.V.: Como diría un paisano mío que usted conoció. ¿Cómo se irrumpe mediada la década de los 50 “oliendo a tapial y a yeso”? [2]

E.C.: Sin duda alguna está Usted hablando de Nicolás del Hierro, en una entrevista que me realizó, recordando el amor por mi tierra, por todo aquello que la integraba y caracterizaba, sus hombres, costumbres. Así es como desde mi Tomelloso natal proyectaría mis versos, pero con ayuda de grandes amigos pude hacer todo lo demás.

M.C.V.: Qué duda cabe que, tras su etapa en Tomelloso, su vida cambió. Habían transcurrido sus primeros 25 años e inició entonces una nueva fase de su vida. ¿Qué podría contar de aquello?

E.C.: Cuando en 1956 emprendo rumbo hacia Madrid, mi vida en el campo y en la albañilería quedarían atrás, aunque siempre los tendría conmigo. El siguiente trabajo me llevaría a la Biblioteca Nacional durante más de una década.

La llegada a la gran Biblioteca no sería fruto de la casualidad, pues ya en mi pueblo solía ser un asiduo visitante de su biblioteca pública, tras volver del tajo o del mismísimo andamio. De allí vendría mi conocimiento por la poesía de clásicos y contemporáneos, aunque con la llegada del “Premio Juventud”, recibí un gran empujón para llegar hasta aquí de la mano, primero, de quien había sido un gran amigo de escritores y gobernador civil, don José María del Moral, a quien siempre he de agradecer su apoyo, y a un buen amigo y magno periodista como Salvador Jiménez. Gracias a ambos, mi llegada a Madrid y a la Biblioteca Nacional fue posible, y por ello estuve durante unos doce años aquí empleado. [3]

M.C.V.: Entonces ya en aquel momento usted había comenzado a ser reconocido, iniciaba sus publicaciones en la segunda mitad de los años 50. Hábleme de ello.

E.C.: Así fue, joven. El primer libro publicado fue de 1956, “Desde el sol y la anchura”, teniendo sin duda alguna muchos vínculos con mis orígenes y llegando incluso a recordar en el primero de sus poemas a una persona muy importante para el mundo de la cultura de nuestra provincia, José María del Moral. Poco después, vendría un accésit del Premio Adonais con “Una señal de amor” dos años más tarde donde ya muestro en mis versos cierto influjo que ejerce en mí la ciudad e incluso del amor.

M.C.V.: Sin duda alguna, su irrupción en el mundo de la poesía fue fulgurante desde la década de los cincuenta, convirtiéndose en una figura relevante de aquella generación. Sus obras trajeron como consecuencia diversos premios, ¿qué me puede decir de ellos?

E.C.: Aunque más de uno me compararía con el mismísimo Miguel Hernández, ¡qué más quisiera yo haberme parecido! Sin embargo, en cuanto a los premios, desde que tomé contacto con el mundo de la Biblioteca Nacional, continué con mis creaciones, todo pareció fluir: el premio Juventud por mi poema “El pan” (1959), en Albacete el premio Gran Hotel y en los I Juegos Florales del Trabajo de Barcelona la Flor Natural. Cuando escribí “Marisa Sabia” obtuve el Premio Nacional de Literatura (1963) y, al recopilar mi obra, me llegó en 1971 el Premio de la Crítica.

M.C.V.: No obstante, la intensa creación literaria, aunque poco prolífica durante aquellos años, se vio acompañada de una evolución profesional que abarcó varios frentes. Hábleme de los mismos.

E.C.: A mi trabajo de unos doce años en la Biblioteca Nacional, le sucedería una década en la Editorial Taurus, siendo también redactor jefe de la Estafeta Literaria y de la Nueva Estafeta hasta que ésta desapareciera.

Mi vida en aquellos momentos estaría llena de colaboraciones en diarios, revistas e incluso en emisoras de radio. También formaría parte como jurado de diversos premios literarios.

Todo ello me llevaría incluso a recibir, tras publicar “Mancha al sol”, una pensión literaria gracias a la Fundación Juan March.

M.C.V.: Sin ninguna duda, la sencillez en su carácter le llevó granjearse muchos amigos, estuviera en el lugar que estuviera.

E.C.: Qué duda cabe que entre los magnos poetas de mi época tuve grandes amistades. Félix Grande, Carlos Sahagún, Diego Jesús Jiménez, e incluso no me quiero olvidar a aquél que llamaba “zascandil”, Pedro A. González Moreno [4]. Con algunos de los que mencioné incluso fuimos bautizados por la crítica como la Generación de los 50. Ahí andaban entre otros, Francisco Ribes, Claudio Rodríguez o José Ángel Valente. Una antología llamada “Poesía última” recogía nuestras creaciones.

M.C.V.: Y de su obra, ¿qué me puede decir?

E.C.: Demasiado difícil había sido mi vida desde niño como para andar recordando mi tierra de forma agria. En mis versos traté de mostrar dulcemente aquella aridez de La Mancha, teñir de ternura y emotivo lirismo el paisaje y las gentes de mi Tomelloso natal, además de tratar de plasmar temas tan universales como el amor, la injusticia o la soledad.

M.C.V.: Gracias por su tiempo y por sus enseñanzas, Sr. Cabañero.

E.C.: Ha sido un placer, Sr. Cabezas.

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Hace escasos días se cumplía el vigésimo aniversario del fallecimiento del poeta de Tomelloso Eladio Cabañero, 22 de julio.

A los premios recibidos en vida, a su relevancia al impulsar el Certamen Literario de la “Fiesta de las Letras Ciudad de Tomelloso”, al Premio de Poesía que a nivel nacional lleva su nombre o a la Medalla de Oro de Tomelloso recibida el mismo año de su fallecimiento, hay que unir la reconocida sencillez y honestidad de este poeta, que fuera homenajeado por los suyos –Tomelloso, qué duda cabe– desde la prensa, instituciones de diverso carácter y personalidades relevantes del mundo literario.

Poco más se puede decir al respecto que no hayan resaltado personalidades como Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, o Sonia García Soubriet, hija de Francisco García Pavón y gran conocedora del poeta aquí homenajeado incluso en las amenas tertulias en las que participaba en el mismísimo Café Gijón.[5]

MANUEL CABEZAS VELASCO

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[1]“Poesía en los andamios”, en ABC, 29 de diciembre de 1955, p. 65.

[2] Nicolás del Hierro: “Entrevista con Eladio Cabañero Eladio, o el amor a la tierra”, en ELADIO CABAÑERO: RECORDATORIO, Añil Cuadernos de Castilla-La Mancha. 3/2001, n.º 22, p. 23.

[3] Nicolás del Hierro: Op. Cit.

[4] “Eladio y los amigos”, en https://manuellopezazorin.blogspot.com/2012/07/eladio-cabanero-y-los-amigos.html

[5]NAVARRO, Francisco: “Veinte años sin Eladio Cabañero, el poeta honesto”, en La Voz de Tomelloso, 22 de julio de 2020, en https://www.lanzadigital.com/cultura/veinte-anos-sin-eladio-cabanero-el-poeta-honesto/

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