El camino (I)

El peregrino-conductor dio volumen a la radio y las alegres notas de una muñeira sacudieron la modorra de los pasajeros. Las gaitas, la secuencia continua del verdor al otro lado de la ventanilla, y un anticipo de lluvia contra el cristal panorámico del autocar, anunciaron a los peregrinos pasajeros que estábamos en Galicia, y que el primer paso estaba dado: un paso de muchas leguas desde la amplia y luminosa Mancha hasta el frescor brumoso del Norte.

EL CAMINO (I)
Un relato de viajes de Manuel Valero

La Playa de las Catedrales de Ribadeo, en todo su esplendor por la bajamar, es el proscenio de un horizonte cantábrico desde donde presentir el punto más lejano de nuestro objetivo: la piedra centenaria de la Catedral de Santiago… y mucho más.

A Santiago se va para tocar el alma de las piedras, para descubrirse el alma misma de cada uno y palpitar al unísono con el alma del peregrino-prójimo. Del agua a la piedra. Y a la dureza del suelo que esa noche acogió a los cansados peregrinos acomodados en el polideportivo del Colegio Sagrado Corazón …

Quien quiera comodidades que se vaya a Gandía, decía el guía peregrino, frase que repetiría en más de una ocasión junto con otros asertos aún más expeditivos o calculadamente evasivos. ¿Hará bueno mañana? Puede que sí, puede que no; ¿Hay más cuestas desde aquí a Gondán? Puede que sí, puede que no. ¿No dormiremos en blando? Es lo que hay. Y si no, vuelta y a Benidorm.

Durante la tarde de Ribadeo, en la víspera del Camino propiamente dicho, los peregrinos se dispersan en grupos de afinidades seguras entre risas y ocurrencias que ocultan los primeros tanteos del acercamiento mutuo. Una proximidad que el Camino se encarga de hacerla natural y sincera.

El Camino es muy sabio. No se anda, se camina, que son dos cosas muy distintas, apunta la peregrina-profe. Una de ellas, hay varias.

Sinfonía de ronquidos

Con diligencia o torpeza, los peregrinos se acomodan en el gimnasio. Apenas unos comentarios antes de apagar la luz, y finalmente, una sinfonía de ronquidos que se contrapuntean. El peregrino chasquea el curativo del respirar pedregoso, pero al rato

desiste: imposible detener esa nocturna polifonía a la que acabará perteneciendo tarde o temprano.

Antes de la convivencia del alma, está la del cuerpo. Algunos durmieron como un leño, otros a salto de mata, no faltó quien no pegó ojo. Es lo que hay.

A las seis de la mañana, el guía oficializó la diana con unas sonoras palmadas y un saludo laudatorio: buenos días, peregrinos.

Y cuando tras el desayuno, los peregrinos hacen un círculo de humanidad aún de noche para poner en común la oración, la reflexión del día y el símbolo de la jornada, la respiración empieza a acelerarse, quizá para acomodarse al duro caminar. No habrá gasolineras ni estaciones de servicio en los recodos, ni en un claro del bosque, ni en las suaves colinas, ni en los dulces prados. Un padrenuestro entrelazadas las manos es el mejor carburante hasta el bocadillo de las diez. Acto seguido la expedición se pone en marcha, en silencio, durante la primera hora. Sólo se escucha el sonido de los pasos, el roce de los hules impermeables, el suave golpe de la puntiaguda contera del bastón contra la grava y el sonido de los pájaros, antecedidos por el graznar de los cuervos. Hasta que llegó la lluvia con su persistente tableteo

De Ribadeo a Gondán

Los caminantes se adentran en una cortina de agua que durante casi tres horas hace inútil la vestimenta apropiada. Uno de los peregrinos que luego resultaría ser un preciado intendente, ayudado de dos bastones para caminar, rumió el primer miedo. El guía va con un ritmo fuerte. Es al principio, sólo para calentar, luego se suaviza, le responde otro peregrino tan asustado como aquél. Dicen que el verdadero

Camino comienza en Santiago, que lo de antes no es sino una preparación, piensa el peregrino.

Y medita en las claves del día: tiene una credencial en blanco que irá llenando a cada etapa, cómo llegaré. Y hay otra credencial, la interior, cómo la llenaré. Peregrinar es desinstalarse, salir de lo cotidiano, mirar con asombro nuestra propia realidad y la realidad que nos rodea, dice el libro de campaña. Y así, sin apercibirse, el peregrino comprueba que los pensamientos empiezan con su giro reiterativo, qué diantres hago yo aquí, esto es una excursión de scouts, maduritos, sí, pero una excursión.

De repente se acuerda de las palabras del guía en el transcurso de una reunión previa a la excursión: Esto no es una ruta de senderismo, es una peregrinación cristiana a la tumba del Apóstol, aviso a navegantes y preaviso a los desertores. Aun estaban a tiempo. Nadie lo hizo. Qué hago yo aquí… reflexiona el peregrino bajo una lluvia inmisericorde…

El peregrino ha dejado de andar, ahora, camina. A veces callado, a trechos hablando con el peregrino o los peregrinos de al lado, el sendero serpentea por bosques alucinantes, aldeas perdidas donde son recibidos con el saludo de las vacas y los perros de los predios.

En suave ascenso, en agradecido llano, en repechos asfixiantes, por asfalto asesino…

El paisaje que alivia

Y constantemente un paisaje insólito para el caminante de las llanuras en el que se entremezclan como en un colorido caleidoscopio la insignificancia de los caracoles, la profusión de los helechos, la soberbia de los eucaliptos, la desmesura de las flores y el verde obscuro de las colinas, a lo lejos. Imposible ignorar tanta belleza, el paisaje alivia por un momento de los pensamientos pero enseguida se conecta con el gran arcano: Dios o el azar. En el Camino el peregrino se queda con la primera posibilidad- certeza, el Camino es una sinuosidad tubular ajena a las convenciones del mundo exterior, el tiempo y espacio cobran otro sentido y todo tiene un significado nuevo. La espiritualidad está en cada brizna de hierba y en cada gota de rocío. Dios, el azar, Dios…

Y al final de la mañana, después de casi siete horas de caminata, de arqueo vital, de recolocaciones varias… el refugio de Gondán, una pequeña aldea rodeada de amables colinas. La tarde depararía el primer encuentro de choque. Los peregrinos se sinceran. Suele ocurrir que quien se reconcentra en sus pesadumbres se construye inconscientemente un ego sobre el que gira permanentemente. El propio dolor nos hace ignorantes al dolor ajeno. El único sufrimiento legítimo es el de uno, los demás son meras comparsas. Hasta que el peregrino descubre que los demás también existen, y que el que más o el que menos camina con su mochila-cruz a cuestas por el Camino. Y por la vida. Cuando la marmita común está repleta de las motivaciones de los 34, hay un sentimiento general de estremecimiento, de “otro” agotamiento, pero también de alivio.

La mochila ahora pesa menos, o quizá más, ahora los demás también cuentan, y eso pese a todo, facilita las cosas. El peregrino cuenta con otros 33 bastones de apoyo. Al caer la tarde, en el interior del refugio, el guía-peregrino arranca los acordes a una guitarra. The Boxer. Afuera se disfruta de un fresco sol norteño

Ah, es el Camino, peregrino, el Camino. El camino de eucaliptos, robles, abedules, castaños, y helechos, helechos que te evocan los tiempos primigenios de la vegetación salvaje. En Mondoñedo aguarda el suelo del Polideportivo municipal como único lecho, el sellado de la credencial y las cervezas. Si algo terrenal se ha ganado el caminante es una buena cerveza bien fría, después de toda una mañana de atravesar Galicia, mochila a cuestas.

Mondoñedo es una típica ciudad norteña, con sus casas de granito, su solado de piedra, su humedad y su limpieza.

Fumar es un incordio en el norte, ¿dónde disparar la colilla? En la Plaza de España está la Catedral y a un lado observándolo todo la figura sedente del escritor, periodista y poeta Alvaro Cunqueiro. Dicen las malas lenguas que don Alvaro no es bien visto por la progresía gallega por su colaboración periodística con la Dictadura… De vuelta al Pabellón los peregrinos contemplan la cumbre inquietante y sinuosa que al día siguiente deberán escalar para seguir avanzando hacia Santiago. Hay tiempo de contemplarla en silencio, silueteada y oscura. ¿Cuántos kilómetros de cuesta, cuatro, cinco…? pregunta un peregrino al peregrino- guía. Puede que sí, puede que no, es la respuesta. Después de cenar una extraña serenidad se instala en el interior del Polideportivo. Las mochilas palpitan como si estuvieran vivas.

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3 COMENTARIOS

  1. El primer Camino queda grabado a fuego en la memoria, es inolvidable. Los siguientes procuras cambiar el duro suelo de los polideportivos por las camas de pensiones u hostales y que Correos se encargue de la mochila-cruz. Y sabe usted Valero, le felicito por el relato, aunque hace unos años de mi primer Camino veo reflejados en su escrito el torbellino de sentimientos que se adueñaron de mi por entonces y esa hora, impagable, de silencio al principio oyendo sólo el roce de los pies contra la grava. Seguiré la serie, ya nos contará usted del peregrino-guía y su afición a los caldos.

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