Una década con imágenes

Al hacer balance de lo acontecido durante la segunda década del s. XXI, por encima de cuestiones económicas, medioambientales o políticas, me parece que lo más significativo en nuestra vida diaria, ha sido el desarrollo tecnológico que ha permitido el almacenamiento y envío masivo de mensajes breves, imágenes y videos a gran velocidad, que han contribuido a cambiar nuestra mentalidad y la manera de pensar y comunicarnos.

Basta con recordar cómo hace diez años no teníamos la misma facilidad para grabar, editar, almacenar o difundir a alta velocidad videos que hoy. No es que me parezca mal, claro que vivir rodeados de imágenes virtuales tiene sus ventajas, pero esa idea de que una imagen vale más que mil palabras es como una moneda de dos caras: tiene su cara y su cruz.

Cuando se demanda que la información de las cosas sea breve e inmediata, nada mejor que recurrir a las imágenes. Puede ser que alguna imagen tenga esa capacidad de definir una situación mejor que con mil palabras; pero no siempre. No basta con una simple imagen de cualquier situación para comunicar una información con rigor y precisión. Incluso, pueden ser lo suficientemente ambiguas como para sacarlas de contexto, manipular su contenido y crear un bulo. Por ejemplo, algunos, “sin decir nada”, relacionan vacunas y microchips (ya saben: esos que con la vacuna nos van a inocular para controlarnos), porque están empaquetadas con el logo de una empresa que prepara cubiertas y revestimientos térmicos para logística, que garantiza el control de temperatura de las vacunas en su transporte aéreo. Claro, que a la diputada del P.P. Ana Pastor, que se fijó en la parte de arriba de la imagen, le molestó que apareciera el logo del Gobierno de España en tamaño XXL. Tal vez prefería que las vacunas que distribuye la U.E. entre sus países miembros no tuvieran logo identificativo alguno, y así hacer más eficaz la logística.

Paralelamente, no deja de sorprenderme la frivolidad con que la gente comparte su vida privada, exhibiendo sus videos o fotos en las redes sociales, para mostrar las escenas de su vida diaria (un brindis, una puesta de sol, un bailecito, etc.) no solo a sus amistades, sino a todos los públicos. Tanto revuelo con el derecho a la intimidad, y tan poca coherencia a la hora de divulgarla.

La brevedad e inmediatez de la información visual también afecta a su percepción. La gran velocidad en la capacidad de enviar información facilita la saturación y la desintegra. Es lo que pasa con Facebook, los anuncios de televisión o los cientos de fotografías e imágenes que almacenamos: no podemos manejar todo lo que está a nuestro alcance porque es imposible de retener. La información que cuesta poco para que entre, cuesta poco para que salga. A menudo hace falta una segunda y una tercera lectura de muchos mensajes para poder asimilarlos. Así que, al cabo de todo, la saturación informativa, en vez de servir para estar mejor informados, nos puede embrutecer un poco más cada vez. Porque el efecto perverso de esta saturación es la facilidad de diluir mensajes con valor en un universo de mensajes completamente banales.

En consonancia con esa brevedad imprecisa, se tiende a un tipo de información sintetizada en la simple lectura de titulares (ilustrados con su correspondiente imagen) o en las informaciones reenviadas de gente informada de buena tinta, que coloquialmente nos van a alertar sobre aquello que nos hemos mostrado incapaces de leer o profundizar. Ya es difícil saber si esto de cambiar los textos por las imágenes es causa de que la gente sea más o menos propensa a leer, o si ya venía de antes; porque es difícil estimar a largo plazo las consecuencias que puede tener una acción prologada en el tiempo ¿Quién le iba a decir al dictador portugués Salazar, que la prohibición de traducir las películas de televisión del inglés al portugués, terminaría por favorecer la inmersión lingüística de su población? De momento, no sabemos el resultado que esta invasión de las imágenes y la brevedad de los mensajes tendrá a largo plazo, pero ya apreciamos tendencias y consecuencias en los mensajes populistas.

Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde

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