De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (37)

La noche transcurrió sin sobresaltos. Apenas constituyó un suspiro para aquellos que lo habían aprovechado para restituir sus maltrechas fuerzas. Las calles de Zaragoza se empezaron a dibujar conforme avanzaban los primeros rayos de sol. La actividad diaria estaba comenzando en aquella ciudad de orígenes romanos, aunque lejos del centro, muy apartados de aquella rutina que se iniciaba, se encontraban los moradores de la residencia de Alazar “el judío”, aquellos recién llegados de otras tierras.

Murallas y puertas medievales. Plano de Saraqustath, del arquitecto Javier Peña Gonzalvo (http://arqueolugares.blogspot.com/2014/11/saraqusta-zaragoza-medieval-aragon-e.html).

De repente, unos ojos se abrieron y comenzaron a investigar todas aquellas imágenes que aparecían ante sí. Su rostro reflejaba una cara de sorpresa y desconcierto. No reconocía cada uno de los objetos que sus pupilas observaban de forma paulatina. En ese momento intentó incorporarse del lecho donde había estado restableciendo parte de sus maltrechas fuerzas y contempló el resto de la habitación. <¿Dónde estoy?>, se preguntó entonces, aunque aún no conocía la respuesta. En aquel momento logró escuchar una conversación que se desarrollaba unos metros más allá. Algún hilo de esta le resultaba bastante familiar, aunque su aún ensoñamiento le hacía albergar ciertas dudas. No sabía qué hacer, pues se hallaba algo confuso. Entonces decidió levantarse de aquel camastro al que nunca creyó haber llegado por su propia iniciativa.

Se irguió y dirigió hacia la puerta que cerraba aquella estancia. Sus aún pocas fuerzas le hacían titubear en su propio equilibrio por lo que se apoyó sobre la puertezuela antes de atravesarla. En aquel momento aprovechó para agudizar su oído y confirmar si les eran conocidas o no las voces de quienes conversaban al otro lado. Su expresión recuperó a la sazón un alto grado de confianza pues reconoció perfectamente la voz de mujer que se oía. Hacía años que había escuchado esa dulce melodía pues era la de aquella mujer que pocos años atrás lo había llevado en sus entrañas, su propia madre, la joven Cinta.

Se decidió en ese momento a traspasar el umbral de aquella habitación para ver donde se hallaba. Tras abrirla, los herrajes de esta emitieron un sonoro ruido que delató la llegada del muchacho. Como respuesta a la misma se encontró ante él a una sonriente y emocionada madre. Era la suya y le recibió con el más cálido de los abrazos.

-¿Cómo te encuentras hijo? ¡Menudo susto nos diste!

-B…bien o eso creo, mamá. Aunque no sé ni dónde me encuentro ni en qué casa estamos.

-Hombre, mozalbete, ¿cómo tú por aquí? –refirió el anfitrión ante la pronta recuperación del joven paciente.

-Muchas gracias, señor. Supongo que estamos en su casa y a usted tengo que agradecerle que esté recuperado de mis dolencias. ¿No es así?

-Nada hay que agradecer, muchacho. Tus padres han estado totalmente pendientes de tus cuidados siguiendo al pie de la letra mis instrucciones. Lo demás lo ha hecho tu propio cuerpo y el merecido descanso que requerías.

-Por cierto, ¿dónde está mi padre? – respondió intrigado al denotar la ausencia de su progenitor.

La respuesta a esta pregunta vino de los golpes procedentes del pequeño patio anexo que se hallaba cerca de la vivienda.

-Está ahí fuera ayudándome con una puerta que tenía maltrecha. Esos martillazos que oyes vienen de allí mismo. Sólo tienes que cruzarla y lo encontrarás –respondió Alazar al muchacho, indicándole con el brazo la dirección que podía seguir para encontrarlo.

-Puedes ir –autorizó su madre ante el gesto de su retoño.

En pocas zancadas se presentó ante su padre. La ternura y complicidad de ambos quedó plasmada en un cariñoso abrazo entre ambos.

-Veo que ya estás mejor, Juan. Qué sobresalto nos causaste, aunque veo que tus fuerzas están intactas. ¡Anda, ayúdame y sujeta con fuerza este clavo! –refirió Ismael.

Tras ultimar un remache que requería aquella puerta y refrescarse en el balde de agua, padre e hijo regresaron al interior de la morada. Allí se encontraban el barbero y la hermosa Cinta con algunos alimentos que había que preparar. Ante la llegada de ambos y, tras ver el gesto de Ismael, “el judío” se le adelantó en el uso de la palabra:

-Necesitaré ayuda al menos por un tiempo para acondicionar de nuevo una estancia por lo que agradecería cualquier tipo de colaboración al respecto. Mi compensación es modesta, alguna que otra moneda, aunque sí podríais disponer de esta vivienda como lo hacéis ahora. Además, requiero que alguien custodie esta casa mientras me ausento pues en alguna que otra ocasión me encontré con la sorpresa de que alguien la había violentado, forzando la puerta y dejando todo hecho un auténtico desastre. Por ello, Ismael, como ya has podido comprobar, algunas estanterías no tienen nada más que remiendos y me gustaría reponerlas. ¿Podría contar contigo para su reparación?

-¡No sé qué decir! Estoy muy agradecido por tu confianza, Juan. Cinta, ¿tú que piensas? Aún no nos hemos repuesto del sobresalto de nuestro hijo y de ti misma y no nos vendría mal estar un tiempo para conocer poco a poco esta ciudad. ¿Qué piensas de ello? –respondió sorprendido y dirigiendo la mirada hacia su amada, pidiendo su gesto de aprobación.

-Por mí, estaría encantada si no es molestia. También pienso que mi hijo necesita restablecerse y, para corresponderle Mosén Alazar, creo que esta casa necesita de una mano femenina, ¿no cree usted, Juan?

-Entonces, no se diga más. Os quedáis conmigo durante un tiempo y por lo que respecta a la decoración, señora, tiene usted toda mi aprobación para hacer lo que estime oportuno. Sólo dígamelo antes por si alguna cosa que no cree necesaria tenga que andar buscándola sin conocer antes su paradero –respondió el judío.

La respuesta del anfitrión provocó un mar de carcajadas entre los que allí residían. El gesto serio de Ismael se suavizó. El muchacho se sintió, una vez más, protegido. La dama se llenó de gozo ante la buena sintonía de su amado y el barbero. Y Juan Alazar, debajo de aquella sonrisa, ocultaba la dicha que se había alojado en su vida al encontrarse de nuevo rodeado de una familia que hacía mucho tiempo que había perdido.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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