De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (40)

“La animadversión que nuestra comunidad judaica despertó a lo largo y ancho de las tierras hasta las que alcanza mi vista y mi entender, no obligaron en más de una ocasión a emprender algún tipo de huida, fugas, ocultamientos, disimulos en nuestras costumbres, artimañas varias con el fin de evitar que los enemigos y envidiosos de nuestra posición encontrasen los argumentos suficientes para que cayésemos en manos de la justicia civil, previo paso por el instrumento represor que había sido personalizado en el Tribunal del Santo Oficio.

La poca fiabilidad de Su Eminencia, el arzobispo don Alfonso Carrillo, nos puso a los pies de los caballos, pues habíamos sido instrumentos de sus componendas en connivencia con sus sobrinos Pedro Girón y Juan Pacheco en las guerras que llevaron a porfiar por la tan ansiada corona del trono castellano.

Instigaron para en un principio mostrar las flaquezas del difunto rey Enrique y la dudosa paternidad de su hija Juana en una guerra contra los hermanastros y tíos de esta Isabel y Alfonso.

El imberbe Alfonso fue utilizado en la famosa pantomima que se llevó a cabo en la ciudad de Ávila, siendo coronado como Alfonso XII de la mano de los que habían apodado como La Beltraneja a la hija del Rey y de la Reina Juana de Portugal.

En aquellos momentos habíamos mostrado nuestro apoyo al marqués de Villena, don Juan Pacheco, y al maestre de Calatrava, don Pedro Girón, quienes fueron apoyados por su tío el arzobispo.

«La huida del heresiarca» (pintada por José Antonio González Silvero).

Sin embargo, las tornas cambiaron tiempo después con el matrimonio de Isabel con el heredero aragonés, don Fernando, siendo los partidarios del rey de Portugal y de “La Beltraneja” los derrotados en la lucha por el trono que había dejado vacante la muerte del Rey Enrique.

A pesar del apoyo recibido por nuestra parte, cuando los Reyes Católicos se consolidaron en el poder el arzobispo Carrillo se sintió amenazado pues no había contado con que aquellos monarcas fuesen tan poco manejables para sus asuntos.

Que Su Eminencia hubiese tomado partido por el bando vencido no auguraba nada bueno para su futuro, pero era un hombre de recursos e intentó recuperar la confianza perdida por los recién llegados monarcas.

Para ello trató de llevar a cabo una labor de investigación en una ciudad próxima a la gran Toledo, cuna de una gran cantidad de compañeros de fe, una ciudad media que poseía una importante comunidad de conversos que debían ser escrutados por albergar dudas sobre la veracidad de su conversión. Ciudad Real era aquella población. Los que estábamos bajo sospecha éramos nosotros. Ahí teníamos de nuevo una amenaza que nos ponía en peligro. El personaje que llevó a cabo aquella labor de acoso y derribo, entrando en nuestras casas, buscando recovecos donde manteníamos ocultos nuestros enseres judaicos, tratando de averiguar cualquier atisbo de que aún manteníamos nuestras creencias mosaicas, era el religioso conocido como Tomás de Cuenca. ¡Mal bicho fue ese doctor o leguleyo, o quizá ambas cosas, pues nos obligó a iniciar la búsqueda de nuevos horizontes! Eran los primeros años de la década de los sesenta cuando aquellas adversidades nos acontecieron, viéndonos nuevamente en la tesitura de iniciar los preparativos de una nueva fuga. Nuestra comunidad en ese momento se dividió en el momento de encontrar un nuevo refugio. En mi caso, y siempre estaré agradecido por ello, tuve la fortuna de ser acogido por mis buenos amigos de Almagro…”

-¿Qué haces aquí tan entretenido Ismael? ¿Me puedes explicar que son esos papeles o qué tratas de ocultarme? No siempre acojo a cualquier persona en mi casa sin tener la cautela suficiente para averiguar previamente si tiene algún secreto que pueda perturbar mi existencia. ¿Hay algo que deba temer? Respeto que podáis tener secretos. No sé qué tipo de relación tenéis la señora y tú, aunque el niño sí parece ser de ambos. Pero esos documentos parecen algo más. ¿Me vas a contar algo de ello o debo desconfiar de ti? –Alazar había regresado de un nuevo encargo recibido por las calles de la judería zaragozana. Un amigo suyo le había requerido tras abandonar la sinagoga. Sin embargo, la vuelta a su morada le deparó una sorpresa: el muchacho que había ganado su total confianza, el joven padre, ocultaba en su poder algunos aspectos de su pasado que no sabía cómo interpretar. La cara de sorpresa de Ismael le puso nervioso y necesitaba respuestas de lo que ocultaba. Había acogido en su casa a personas desconocidas en una difícil tesitura, pero el desconocimiento llegaba aún más lejos por lo que había descubierto en poder de su amigo.

-Discúlpame Juan. Sé que no sabes nada de nuestra vida y llevamos ya un tiempo en tu casa. No podía darte cuenta de todas nuestras adversidades pues no sabíamos en quien podríamos confiar. La mano que nos tendiste para curar al muchacho siempre te lo agradeceré, aunque no sabría por dónde empezar con todo lo que me has preguntado.

-Está bien. Sólo por el principio. ¿Qué son estos pliegos que guardas con tanto celo?

-Nadie mejor que tú lo entenderá. En nuestra huida de tierras de Castilla nos acogieron bajo su protección un grupo de fugados que, al igual que nosotros, se dirigieron a tierras orientales. Ellos no eran cristianos sino conversos. El niño que ayudaste nació gracias a la ayuda de la mujer del líder de aquellas personas. Se llama o llamaba, pues no sé cuál habrá sido su paradero o su destino, doña María Díaz. Su esposo, Sancho de Ciudad. Otras cuatro personas más los acompañaban. Desde que logramos abandonar Ciudad Real hasta que llegamos a Valencia fuimos todos juntos y gozamos de su amparo. Nunca podremos olvidar la ayuda recibida por ellos. Eran miembros preeminentes de Ciudad Real, principalmente don Sancho, y aun así se habían sentido amenazados viéndose obligados a emprender un camino de no retorno. Eso es lo que te puedo resumir. Espero que entiendas por qué te lo oculté hasta ahora.

-Muchacho, ¡qué sorpresa! Ahora entiendo vuestras penurias y ocultamientos. No dudes de que vuestros secretos están a salvo conmigo. Si deseas hablar algo más o mi ayuda para otros menesteres, aquí tienes una mano amiga.

-Gracias por entenderlo, Juan.

-Nada tienes de qué preocuparte estando en mi presencia, pues demasiado conozco las adversidades de mis compañeros de fe, a pesar de que en esta ciudad durante años se trató de luchar contra el establecimiento de la mismísima Inquisición primero apoyándonos en los derechos y libertades que el reino aragonés nos había dotado y ejerciendo cargos públicos a pesar de su existencia, aunque si no hubiese sido por la protección que grandes familias de nuestro pueblo ejercieron, poco se podía haber hecho al respecto. Ahí estaban los Santángel, los De la Caballería o los Zaporta por mencionar algunos de ellos.

Habían transcurrido ya unos meses desde que Alazar “el judío” ejerciera de buen samaritano para aquella familia de jóvenes primerizos. Sin embargo, aún había secretos que no habían sido desvelados y ese día tenía que llegar y llegó. Ismael se vio obligado a revelar aquello que ocultaba desde que se despidiera de Sancho de Ciudad, aunque nuevamente se encontraría con que su secreto estaría en buenas manos, pues Juan no sólo les había socorrido para ayudar en un apurado trance a su joven vástago ni a socorrerles ante la carencia de un alojamiento en la ciudad de Zaragoza, sino que gozarían de toda su confianza y cualquier cosa que le contaran no saldría de las paredes de su morada. Así era aquel modesto judío, que tantas penurias había soportado en los últimos años, mucho antes de conocer a aquellos jóvenes y su pequeño.

Por otra parte, la impronta dejada en aquella casa tras el toque femenino de Cinta no dejó lugar a dudas que allí había asumido el control de la decoración y de la limpieza una mujer, con todo lo que ello conllevaba. Nada era tan evidente que los matices que la tosca vajilla y el mobiliario de la casa habían comenzado a manifestar. Los cambios de aquella dama dieron una nueva vida a aquella vivienda. Su imagen era otra muy distinta y los gestos de agradecimiento de su propietario confirmaban el acertado criterio de aquella joven.

-¡Apenas reconozco esta cocina! Los paños que poseía sencillamente los usaba para limpiar los materiales que había ensuciado con mis quehaceres diarios, pero ahora con su buen hacer le ha dado otro aprovechamiento en el que ni me había parado a pensar. No sé qué decir, señora, por todo lo que ha hecho. Ha dado luz a una vivienda lúgubre, triste, con un colorido y una limpieza sin igual. No sabría cómo agradecérselo. –refirió agradecido el judío.

-Nada de eso, Mosén Alazar. Las cosas no estaban tan mal como las pinta, aunque siempre una mano de mujer pueda dar un toque al que ningún hombre está acostumbrado. Demasiado sé lo que es convivir con varones, pues ni siquiera tuve la fortuna de conocer a mi madre. Lo poco que sé de las tareas de la casa se lo debo a mi tía y…

-¡Lo mismo te digo, amada mía! ¡Estoy totalmente de acuerdo con Juan! Has hecho un enorme trabajo. –interrumpió bruscamente Ismael al saber por dónde iban a ir los derroteros de la conversación, y la cautela del muchacho aún le hacía reservarse todo lo que estuviese relacionado con Híjar y los amigos que allí dejó.

-Ambos me vais a sacar los colores. Apenas hice nada que merezca tantos elogios. –respondió ella, aunque dirigiendo su mirada con un mohín en el gesto hacia su amado por la destemplada forma de interrumpir la conversación con Juan. Sin embargo, su rictus se relajó al ver la mirada tierna con la que ya le contemplaba Ismael.

Llegó la hora de preparar la comida y todo parecía estar en su sitio. El olor del guiso, aunque con alimentos modestos, provocaba la salivación excesiva de todos los varones de la casa, incluido aquel muchacho que había estado convaleciente no hace mucho tiempo, que a través del ventanuco que daba luz desde la calle, se había percatado que era la hora de reponer fuerzas y, como era costumbre, nunca le hacía ascos a todo tipo de comida, fuese la hora que fuese a lo largo del día.

-Madre, ¿qué hay de comida que huele tan bien? – señaló el muchacho de forma zalamera.

-Anda, anda, jovencito. No me trates de adular. Aunque si quieres probar algún bocado, lo primero que debes hacer es asearte, pues a saber de dónde vienes y por qué vericuetos te has metido.

-Sí, madre, haré lo que usted dice. Pero…

-Anda, ve, que enseguida estará listo todo y podrás salir de dudas.

En ese momento el jovencito se cruzó con su padre y Juan el judío, los cuales le mostraron una leve sonrisa de complicidad, animándole que se diese prisa para dar cuenta de lo que le esperaba a la mesa.

Mientras aquella curiosa entidad familiar estaba dando cuenta de la sabiduría culinaria de Cinta, en aquella Zaragoza que había visto asesinar unos años atrás al inquisidor de Aragón Pedro Arbúes cuyos responsables serían ejecutados, y que viera erigirse la creación de una Santa Hermandad que vigilase por la seguridad en los caminos, se asistía por entonces al inicio de los autos de fe de la Inquisición, que tenía su sede en La Aljafería, oportunamente cedida por el rey Fernando para velar por la seguridad de sus miembros, y también se ponía en marcha la Universidad de Zaragoza previa iniciativa del concejo municipal que había sugerido al cabildo su necesidad.

A pesar de que todo parecía ir sobre ruedas en aquella modesta vivienda de Mosén Alazar, el cerco estrechado por la Inquisición había llevado a que ardieran en el año de 1491 en diversos autos de fe, al ser acusados de judaizar, personajes tan relevantes como Luis Ferriz (el 8 de junio como relajado), Leonardo de Elí (relajado, quemado el 8 de julio) o Luis de Santángel (hijo de mosén Luis, penitenciado pero que gozó de la protección de Fernando de Aragón, siendo eximido de cualquier molestia por la Inquisición), nombres que no eran desconocidos para Ismael pues en más de una ocasión había oído hablar de ellos en la imprenta de Híjar, principalmente por boca de su amigo y maestro Eliezer Alantansí, aunque también al corrector Ben Isaac y, en menor medida, al socio capitalista de aquel taller, Zalmati. Esa situación de desasosiego llevó al joven padre a plantearse la posibilidad de abandonar la ciudad que meses atrás le había acogido. Zaragoza ya no le parecía tan segura. Él no había logrado encontrar un nuevo oficio que continuase la tarea que aprendió con Alantansí, por lo que el único vínculo que le ataba a aquella gran ciudad zaragozana era la ayuda prestada por Juan, gran auxilio, aunque sin ser demasiado estrecha la relación entre ambos.

Sin embargo, Ismael había vuelto a pensar en aquel tiempo atrás en el que se vio obligado a acompañar en su huida a su amada, saliendo de cualquier manera de la tan añorada Ciudad Real. Aquellos habían sido los momentos más gozosos de sus vidas. ¡Era tan intenso el juego de miradas de ambos cada vez que se encontraban en las calles de aquella ciudad, paseando lejos de otras miradas inquisitivas, lejos del mal carácter del marido de Cinta, aquel soldado pendenciero que tan mala vida le daba y que en algunas partes de su cuerpo había dejado fiel testimonio del excesivo uso que hacía de su fuerza para exigir el amor de aquella muchacha! Sin embargo, el enamoramiento inicial de la joven no había sido nada más que un espejismo, se había embelesado de un soldado, de su imagen caballeresca más bien, y no de aquella persona que tan malos ratos la hizo pasar cuando comenzaron a convivir en la ciudad donde por entonces vivía Alfonso García, pues así se llamaba aquel integrante de las huestes de los Reyes que serían conocidos como Católicos. ¿Dónde se hallaría en aquel entonces? ¿Qué suerte habría sido la suya bien en la guerra o en las trifulcas de taberna de las que tanto era partícipe por sus lances en el juego? ¡Qué lejos quedaba entonces aquel que se ganase la confianza del padre de Cinta y en el que había depositado el destino último de su amada hija! ¿Cómo había cambiado la historia de sus vidas desde que falleciera aquel hombre que había sido fieles a los monarcas de Aragón, tanto al rey Juan como a su hijo Fernando? Sin embargo, la hermosa muchacha encontró realmente el amor en el corazón de un aprendiz de librero que tenía por nombre Ismael.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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3 COMENTARIOS

  1. Muchas gracias Charles por tus elogios y seguimiento.
    Espero seguir haciendo honor a todos ellos, y ya lo retomamos en septiembre.
    Un abrazo

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