Veinte por ciento, anual

Ramón Castro.- En el aula hace frío, casi como en una obra y no tanto como en el campo. Podando se debe estar peor (también subido en un andamio). La covid nos obliga a dar la clase con abrigo, mientras la pantalla sobre la que se proyecta la imagen del ordenador va y viene, golpeando la pizarra, batida por la corriente cruzada que atraviesa pupitres ocupados por una chiquillería que se parapeta tras las mantas que traen de casa.

—¡Leches! ¡Qué «airetón» hace hoy! —pienso, mientras miro caras y paso lista. Eso se termina pronto.

—¡Hoy vamos a explicar los préstamos! ¡Sí, sí! ¡Prés-ta-mo! ¡Un producto que, con toda seguridad, se cruzará con ustedes en algún momento de sus vidas! ¡Vamos!

Doy voces. No porque me gusten, tampoco porque no me escuchen. Es que hace frío y me parece que así nos olvidamos de él. Vamos, vamos, como si fueran ciclistas ascendiendo a los lagos de Covadonga. Buen símil, porque parece que esto no acabará nunca.

—¡Elementos básicos en una operación de préstamo! ¡Tanto de interés! ¡Capital prestado! ¡Plazo y frecuencia! ¡Amortización! ¡Cojan la calculadora! —imploro de espaldas al patio de butacas, mientras escribo con la tiza los símbolos de las variables.

El momento que llevaba esperando meses ha llegado. Ya estoy en ese punto del curso en el que toca lo que toca. Otro año más, otra oportunidad más para afinar el método. Vamos con ello. Es la hora de la máquina calculadora. Ese rectángulo de plástico que, en el mejor de los casos, está en el fondo de la mochila, lejos, muy lejos del plumier, el verdadero lugar privilegiado entre las pertenencias de un estudiante. Lo que no esté en el estuche, amigos, no está en el mundo. Ocupan el primer puesto: corrector, bolígrafo y goma. Pero la calculadora, esa no. Esa se halla aplastada por libros y libretas.

—¡Enciendan la máquina! —voceo con un ímpetu mayor —¡Mírenla! ¡Tiene las teclas intactas! ¿La reconocen? ¡Es la suya, demonios! ¡Conozcamos cómo registrar datos en la memoria y, después, acceder a ellos para confeccionar el cuadro de amortización de préstamo! ¡Adelante!

Deben pensar que me faltan tres tornillos. En ocasiones, les hablo de usted. Así no nos confundimos. Ustedes son adolescentes y yo no (más quisiera, pienso). Estoy institucionalizado. No podría dejar este trabajo ¿O sí? No sé. Una vez dejé la tiza y me senté en una mesa con teléfono. Mejor la tiza, oiga.

Volviendo a la calculadora, ese trozo de plástico negro, azul o plateado. Cada una de marca diferente. Esto se complica, pienso para mis adentros mientras mantengo el tipo. Es fundamental que no huelan el miedo, la duda, el pánico, el desaliento. Son sabuesos especializados en detectar debilidades.

—¿Ven la tecla llamada «STO»? ¿Y la tecla «Shift»? ¡Púlsenla! ¡Púlsenla! —apresuro a decir, sin dar tregua.

—¡En la mía no está esa tecla! —dice alguien.

—¡En la mía sí! —acompaña el de al lado.

—¡No tengo calculadora, profe! —continua la secuencia.

—¡Ramón, ¿puedo ir al baño? —solicitan, inmisericordes.

—¿Qué pone ahí? ¿prés-ta-…? —acaba de llegar a clase (en realidad estaba, pero sólo de cuerpo presente).

—¡Ramón, cierra la ventana ¡por favor! —ruega una voz que emerge desde una manta de cuerpo y medio sin que, de momento, pueda avistarse la calculadora.

—¡Ja ja ja ja! ¡Nos lo pasamos genial ayer! —escucho esa parte de la historia, procedente de la zona cero del aula.

—Ya le he dado a la tecla «Alpha» ¿Y ahora? —demandan los más aventajados.

—Aguardad un momento, que me reclaman allí ¡No! no es esa tecla. Es el «menos» del signo negativo. No es la resta. Espera ¡Voy!

—¡Va a tocar! —anuncian los que vienen del futuro y generan ansiedad. No se equivocan. Toca el maldito timbre, justo en lo mejor, como los despertadores. Los miro y les adjudico el sobrenombre.

—Mañana continuamos. Traigan, por favor, el cuadro de amortización completo. Si tienen dudas, echen un vistazo a los vídeos del canal. Mañana toca «revolving» —pronuncio de manera especial para despertar un interés que se quedó escrito en la pizarra: el 20% anual.

Ramón Castro es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real).

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2 COMENTARIOS

    • No lo dude. Han existido intereses de casi el 30% y han sido declarados como usura. No es de extrañar que, ahora, no suelan superar el techo del veinte por ciento. Aun así, es necesario que la población cuente con la suficiente educación financiera como para darse cuenta de que la combinación:

      altísimo tipo de interés + pago mensual reducido

      es absolutamente catastrófica. Esta mezcla hace que lo que uno paga se destine casi totalmente a la satisfacción de intereses, por lo que la deuda apenas se reduce y el próximo vencimiento será prácticamente idéntico. Conclusión: ni se acerquen a este tipo de tarjetas. Huyan de ellas.

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