De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (57)

La tensión entre el otrora impresor y su hijo no se hizo esperar. Saltaron todas las cautelas y el padre le dirigió una mirada que le hizo temblar. Nunca habían llegado a tal extremo, pero el hijo nada podía hacer, se había enamorado de la joven Susana y su corazón, a pesar de las advertencias repetidas de su padre, se encontraba desbocado por aquel entonces.

Localización de la judería de Híjar(FUENTE: Infografía de Antonio Estepa Rubio, en http://www.juderiasdearagon.es/hijar/)

El duro rictus de su padre no albergaba nada bueno para su futuro amoroso y él lo sabía, por lo que aquella mirada le hizo caer en el mayor de los desconsuelos. Ambos sabían que sólo quedaba una salida, pues en cuanto Antonio hablase con Bernat, perderían su trabajo, su vivienda, y dejarían de tener su amparo. La huida era la única solución.

-¿Acaso no te había puesto límites a la hora de comportarte con la hija de Antonio? ¿Sabes perfectamente en qué lío andamos ahora metidos? Merecerías ahora mismo una buena tunda, aunque nunca confié en enseñarte las cosas a la fuerza y tampoco creo que sea ahora el momento más indicado para comenzar con ello. –recriminó duramente a su vástago haciendo un amago con una mano levantada que frenó inmediatamente– ¿En qué creías estar pensando para hacerte ya un hombrecito con esa muchacha a la que nunca podrás aspirar siendo aún un mocoso? ¡Despierta ya y aleja de tu cabeza todos esos pájaros pues nunca adelantarás nada si sigues comportándote de esa manera!

La dura reprimenda del maduro impresor sobre su vástago no quedaría en el simple gesto de aquella tarde. Aún pasarían unos días para que padre e hijo volvieran a mantener una conversación civilizada en la que el mal humor paterno no estuviera presente. Todo ello aun contando con el silencio de la otra parte implicada: la joven Susana, de la que hacía unos días ninguno de los dos sabía nada y tampoco habían preguntado a su padre, Antonio, ante una más que posible adversa reacción al ser conocedor de las noticias que podían truncar los planes de futuro para su hermosa hija.

Mientras la acalorada discusión –o más bien monólogo paterno– entre padre e hijo pareció llegar a su fin ante el mutismo del muchacho que no quería dar más motivos de enfado a su progenitor, en cuanto a la otra parte implicada, la que afectaba a la muchacha y su papá, las cosas parecían andar en calma.

-Hija, ¿qué hay para cenar?

-Poca novedad, padre. Ya sabe usted que andamos muy cortos de provisiones y entre las sobras de ayer y alguna cosilla que me dio la señora de don Bernat, pondremos solución a los rumores que en su estómago parecen reclamar que sean aplacados.

-Sólo es algo de apetito, muchacha. Lo de los ruidos nada tienen que ver con el hambre, pues no quiero comer demasiado ya que algo me sentó mal y prefiero cenar ligero.

-No se hable más, entonces. Estas verduras le sentarán entonces de maravilla y así no pasará usted una mala noche. ¡Ya sabe usted que uno ya debe cuidarse con su edad! –respondió con picardía la muchacha.

-No abuses de mi bonhomía, hija, y pon lo que vayamos a cenar en cuanto puedas. Y, por supuesto, tampoco quiero que el señor Bernat me eche en cara que te aprovechas de las limosnas de su señora.

-¡Nada más lejos de la realidad, padre! Pues si no llego a traer lo que ve, la señora se me habría enfadado de verdad. Está muy agradecida por la ayuda que le presto en las tareas de la casa, y como poco nos puede pagar, lo hace de buen grado dándonos algo de comida. ¿Hice mal entonces, padre?

-Está bien, Susana. Nada hay de lo que tengas que preocuparte, pues doña María es una auténtica santa por lo que me dijo mi señor. Por cierto, esta verdura me está cayendo muy bien. Gracias, hija, por cuidar tan bien de mí. ¡Cómo me recuerdas tanto a tu madre! –la reflexión de Antonio provocó el sonrojo de la muchacha, teñido de cierta melancolía.

La cautela, sin embargo, fue la actitud que la chiquilla mostró ante un padre cada vez más avejentado. Aún no había ido a casa de “La bizca”, cuando los problemas parecían acumularse en su mente, y eso que era desconocedora de la bronca que en la casa de su amado había tenido que soportar por parte del maduro impresor. Sabía que debía visitar junto con el muchacho la casa de la herbolera para poner remedio a su problema natalicio, pero haciendo uso de una templanza que había heredado de su progenitora, pensó que ese problema ya tendría tiempo para ser resuelto después de un merecido descanso.

La noche cubrió entonces bajo su manto las calles y las edificaciones de aquella modesta población conocida como Híjar. Padre e hijo no cruzaron palabra alguna y fueron directos a sus respectivos catres a la espera de que las aguas dejaran de estar revueltas a la mañana siguiente. Mientras tanto, Susana y Antonio recogieron sus respectivas escudillas y la muchacha daría cuenta de todos los pormenores para que la mesa y los utensilios de cocina estuvieran limpios para la próxima ingesta. El cansancio se adueñaría de sus cuerpos, yéndose pausadamente a sus camas hasta que asomaran las primeras luces del alba.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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5 COMENTARIOS

  1. Notable. Es a partir del siglo XV cuando se prohíbe la incorporación de mujeres a los gremios y cofradías, convirtiéndose la mujer en un ser jurídicamente incapaz……

    • …incapaz políticamente para votar en la II República gracias al PSOE de Indalecio Prieto y Largo Caballero.
      Votaban a las derechas, y son disminuidas psíquicas mientras no voten a las izquierdas.

      Hipócritas solo os interesa el feminismo por los votos.

  2. ¿Alguien me explica las lindezas que estoy leyendo que nada tienen que ver con esta publicación?
    Agradezco nuevamente a Charles tu participación y aportaciones.
    Del resto, nada que comentar.
    Sólo invito a los redactores de este diario a que eliminen este tipo de exabruptos que no guardan relación alguna con mis publicaciones.
    Prefiero menos con sentido, que más sin él.
    Buenos días

  3. Mire usted, sus colaboraciones solo las aplaude Charles. El crédito de Charles es de sobra conocido y sus delirios de escritor probablemente no encuentren mayor reconocimiento fuera de su ámbito familiar y de amistades.
    Es habitual que a usted no se le pueda decir nada sin que salte. Pues dígale a miciudadreal, que le publique sin opción de comentar.
    Pero, ya que estamos, le recuerdo, o quizás le anticipo, que la cultura de los judíos en la España anterior al edicto de expulsión era muy rica en cualquier aspecto que se considere.
    En sus relatos no se aprecia apenas rastro de vida judía, ni de sus costumbres religiosas, ni de su gastronomía, ni mucho menos de su lenguaje, cuya recuperación, de algún modo, debería ser objeto de interés para alguien que pretenciosamente considera la escritura y la palabra como afición.
    En su aburrida secuencia nada de nada.
    Ni atisbo de que pudiéramos estar leyendo algo en el marco del los siglos XV o XVI. Alguna referencia histórica muy débil, una vez creo recordar esbozada algo de la fiesta de Purin, sin mayor explicación, en la mayoría de los casos un relato sin pie ni cabezas, aunque lo peor es que aburre. Lo siento si fuera más modesto los lectores, a veces muy bordes, también es verdad, le habrían dado opiniones constructivas. Pero usted no se deja, se debe considerar una eminencia. Pero a veces los críticos somos injustos, no se preocupe.

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