El odio no se amortigua

Viendo el panorama cada vez cobra más inquietante actualidad, la ya de por sí inquietante novela de José Saramago, Ensayo sobre la lucidez. Basta con mirar un poco los debates en el Congreso  y el manejo de la bilis como argumento político. No se debaten proyectos políticos, y si se hace no se recurre a la dialéctica para convencer a los ciudadanos de la bondad propia y la maldad ajena, sino al venteo de la miserias mutuas. La fosa que separa a unos y a otros es tan profunda y ancha que no da para puentes, salvo que el compañero José Rivero diseñe uno que nos hermane en la discrepancia.

El odio, esa palabra implacable impensable en los años ochenta es hoy moneda de cambio en el cuerpo a cuerpo habitual en el que se enzarzan los políticos como los mozos goyescos que a fuerza de golpes se van clavando  en tierra. Y algo de eso hay, en el Congreso o en la Asamblea de Madrid, por ejemplo, el odio no se amortigua detrás de la ventana como cantó Miguel Hernández en su sobrecogedor poema Canción última. No. Se desparrama por todos o casi todos los escaños de la Casa Común que nos representa y trepa como una envenenada enredadera por el atril de las intervenciones. Es muy penoso.  Tanto que viendo el panorama, digo, dan ganas de acudir a la urna con la mente lúcida y el voto en blanco. Aún más, el voto nulo con el verso del alicantino. O no ir. Pero es imposible, al fin y al cabo, los trescientos cincuenta diputados son el reflejo de la sociedad de la que han salido y los ha elegido. No hay dos realidades paralelas, una sociedad tolerante, que argumenta y no se exalta y un Congreso corrala. La política como tema de conversación se ha convertido en un peligroso campo de batalla. Y el círculo se cierra con las redes sociales donde el vómito está asegurado a diestra y siniestra, por delante y por detrás. Uno que por los años ha visto más de un debate, alguno presencial, no recuerda este mal ambiente que debe respirarse en el Congreso y las consecuencias que la crispación debe tener en las relaciones personales, hasta el punto, seguro,  de evitarse en los pasillos como apestados. Ni siquiera cuando Alfonso Guerra le soltó lo de tahúr del Mississipi a Adolfo Suárez o cuando un antipático José María Aznar repetía hasta el aburrimiento eso de Váyase seo González. Ni en los tiempos de José Luis R. Zapatero tras los atentado del 14M, ni las salidas de tono de algún artista internacional del fotograma que comparó a España con la más remota bananera república al hablar de un hipotético y abortado golpe de estado. La cosa duró lo que duró y aunque la democracia es esto, el debate, la confrontación dialéctica jamás llegó a los niveles de hoy en los que el duelo político se sustenta en quien ha sido más ladrón. Agotan y apenan y hacen revivir la distópica historia que Saramago cuenta en su novela con los sorprendentes resultados de una mayoría blanca que se incrementa en la repetición de las elecciones con reacciones y consecuencias nefastas.

Son ellos, y ellas, el cuerpo moral de toda la ciudadanía quienes tienen que dar ejemplo de moderación sin dejar por ello de ser contundentes en la defensa de sus propuestas ciudadanas. Hay además políticos especialmente irritantes en su verbo y en su escenificación gestual, aquellos que los oyes y sales a la calle con ganas de aporrear al primer paisano que se te cruce por la calle: Olona, Rufián, Lastra, por ejemplo. La actual portavoz del PP en el Congreso, Cuca Gamarra, tiene ese punto de irritación contenida y la chulapa de Isabel Ayuso en sus acostumbrados y patéticos mano a mano con Mónica García en los que salen a relucir hasta la familia. A ambas hasta el temblor de labios y el fuego en los ojos por la rabia que las azota por dentro. Además, la envidia dice la sabiduría popular es el defecto nacional de los españoles… y españolas… lo cual se deja traslucir también en los cara a cara (de perro o de perra). Dice el refranero que un envidioso es aquel que por encima de todo desea vehementemente ser envidiado por la persona que envidia.

Pues bien, este es el panorama al que se suman los temas de actualidad que ya saben y el tenebroso movimiento de la geopolítica mundial. Vamos que no es una cosa sola. Les recomiendo la novela Ensayo sobre la lucidez y luego que ustedes lo voten bien. Pero de momento no me esperen en abril. O cuando toque.

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3 COMENTARIOS

  1. El odio, como el terror, es un instrumento al servicio de intereses políticos, y hace fortuna en tiempos, como éste, de fracturas sociales y en el que la capacidad de los populismos para influir en el electorado es notoria……

  2. Para puentes los del Pontífice, Pontus-fecit, etimológicamente ‘Hacedor de puentes’. Aunque por lo visto tras dos siglos de pontificados varios, tampoco nos ha servido de mucho. El problema es el de las dos orillas con aguas por medio.

  3. Hay una diferencia milimétrica entre ser «muy clarito» y decirle a la gente las cosas con respeto.

    Los que han aparecido desde la caverna y, por desgracia, cierta izquierda radical, pertenecen al tipo «muy claritos» que han jodido la convivencia y muchos derechos conseguidos en los 80 y 90 que, aunque no salgan en la Constitución servían para mantener un país interesante, no la castaña que tenemos ahora.

    Pero no solo los políticos, escuchar la Cope, Libertad digital o 13 TV enerva a un tipo que tenga la tensión por los suelos. Periodistas sectarios, radicalizados y medio locos usando siempre los mismos insultos y las mismas arengas día tras día. Enfermando a sus oyentes con un odio que no conoce límites. Es que da miedo pensar la que pueden liar con un loco que les escucha a diario, como ha pasado en EEUU con el tarado supremacista.

    Sé que lo que voy a decir es tendencioso, pero desde que Aznar puso los huevos en Moncloa, empezó el virus del odio y no ha parado de crecer. Soberbia, malas formas, chulería, cinismo, engaños….no es que el resto sean mucho mejor, pero que un tipo llegue al poder odiando a la mitad de su país sin ningún tipo de filtro, da mucho que pensar.

    Es el modus operandi de la Derecha. Si no tienen el poder, joden la convivencia para ganar votos. Y les funciona.

    Esta mañana escuchaba a Rajoy hablar de la pena de telediario y del derecho a la presunción de inocencia. Y tiene los cojones de hacerlo al mismo tiempo que salen los audios de Cospedal y Aguirre con Villarejo….como no vamos a estar rabiosos los ciudadanos.

    En fin entre politicuchos de medio pelo (NO todos), periodistas sectarios, empresarios ultras, ciudadanos cada vez más analfabetos…estamos aviaos. Y si, cuesta decidir el voto, pero tal y como están las cosas, o votamos o el cáncer cavernícola se extenderá de manera inexorable, llevándose por medio a todas aquellas personas no blancas, no católicas, no heterosexuales, no heteropatriarcales y no conservadoras, por decir algo. Y por ahí no paso. Prefiero ponerme la pinza y defender a quien trae algo de alegría a este puto país. Ellos ya tienen mucho para lo poco que aportan. No les demos más.

    De hecho, ponte un póster de Olona en el salón y verás cómo vas a botarla sin dudar.

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