Batallitas patrimoniales (4)

A un amigo

Una nueva aventura iba a comenzar cuando tanto nieto como abuelo se volvieron a reunir para que el primero escuchase muy atentamente las historias que relataría el segundo. Sin embargo, el anciano también sabía que no debía meterle tantos pájaros en la cabeza a Blas, pues ya su madre les había avisado de que se les estaba yendo el santo al cielo y no hacían nada más que llegar siempre tarde a las comidas que con tanta presteza elaboraba aquella joven madre, cuando previamente no había parado en toda la mañana de trabajar. Consideraba que era una auténtica falta de respeto de ambos, aunque sobre todo le achacaba la culpa a su padre, que había tomado buena nota de aquello. < ¡Como si una ya no tuviera bastante con las exigencias de mis clientas con la limpieza de sus viviendas, de la que hay raras excepciones, ahora tengo que estar pendiente de cuando estos dos señoritos deciden que es hora de ponerse a la mesa! ¡Ni que estuvieran en un restaurante! ¡Estas tardanzas se tienen que acabar, vaya que si se acaban! >, gruñiría entre dientes en más de una oportunidad.

Por eso mismo, aquel día en cuestión el lugar elegido no iba a estar tan lejos de casa, para que así fuese más rápido el regreso sin encontrarse con los morros de Adela ni echando humo. El anciano conocía demasiado bien a su hija, a pesar de ser su ojito derecho, como para saber que la cosa iba muy en serio, y no quería arriesgar de ningún modo aquella estrecha relación que se había forjado con su querido nieto.

Apenas habían transcurrido unos minutos desde que salieron de casa cuando abuelo y nieto encontraron frente a sí el templo más importante de la ciudad, aquel que era la cabeza visible y que estaba bajo la advocación de la patrona de Ciudad Real, Santa María del Prado.

“La torre de la Catedral” (detalle) – Carmen Pérez

Entrarían por la puerta más próxima a los jardines del Prado, aquella que llamaban del mediodía, que se hallaba precedida por una suerte de pasillo o atrio que invitaba a alcanzar su puerta de acceso. En otro tiempo había poseído una portada de un estilo ojival algo tardío, pero como muchas cosas de esta ciudad, también había sido alterada.

Desde uno de los bancos cercanos al altar, contemplarían las diversas figuras que componían el magnífico retablo de aquel templo. Las explicaciones del anciano parecían dar vida propia a las figuras allí encajadas pareciéndole al muchacho que se salían más allá de su marco. De los símbolos de las órdenes militares por los que la entonces iglesia pasaría a denominarse basílica prioral el jovencito parecía confundirlo con una suerte de platillos volantes al creerlos sobrevolar por encima de sus cabezas. Mientras tanto, atenta a aquellas escenas, callada, calmada, destacaba en su de sus esquinas una majestuosa efigie, la de la Virgen del Prado, patrona de la ciudad y advocación bajo la que se hallaba aquel templo.

En ese preciso momento, como si con susurros se tratara, don Juan José comenzó el relato acerca del edificio en el que se habían alojado:

– Te he de contar que hace mucho, mucho tiempo hubo un año, el 1088 para ser más exactos, en el que una figura femenina religiosa identificada con una virgen dio lugar a que se asentase una ermita en un lugar conocido como Pozo de Don Gil, que más adelante sería conocido como Villa Real y que hoy en día es Ciudad Real, como bien sabrás. Pues bien, el día de San Urbano se había aparecido a sus lugareños aquella imagen que transportaba el entonces capellán del rey Alfonso VI, don Marcelo Colino. Dicha figura provocaría un gran fervor entre los que la contemplaron, de ahí que se llevase a cabo la construcción de aquel templo. El prado donde se erigió este en forma de ermita de corte románica estuvo dedicado a la Virgen María y bajo la advocación del prado se levantó, en el que ahora mismo nos encontramos.

» Pero no podía quedar ahí la cosa, ya que la devoción despertada provocaría que siglos después, allá por el año de 1531, el Cardenal de Astorga daría la autorización pertinente para que fuese erigida una iglesia de una sola nave, al igual que ocurría con las que existían tanto en Coria como en Santiago el Real de Logroño. ¡Su altura llegaba casi a los veinticinco menos nada menos, siendo más del doble su longitud, muchacho! Entre el gótico final y los comienzos del estilo renacentista, se manifestó aquella construcción arquitectónica, siendo erigida por deficientes muros de caliza con un aparejo de sillares rectangulares muy bien labrados con muy poca argamasa en sus juntas. Por entonces la iglesia estaba constituida por un ábside monumental y capillas colaterales, que tenían por acceso un postigo. Sin embargo, aquel templo no se quedó ahí en su factura, sino que medio siglo más tarde se ampliaría con una grandiosa nave, cerrándose sus bóvedas y llegándose a colocar su armadura y tejado allá por 1764. La torre antigua que se encontraba al lado del norte y el paso de Iglesia de Santa María la Mayor a Catedral Basílica Prioral de Ciudad Real se daría en 1875 al tener el Obispado del Priorato de las Órdenes Militares y pasarse a llamar bajo la advocación de Santa María del Prado, patrona de la ciudad. ¡Eran los tiempos del papa Pío IX, y gracias a su Bula se consiguió todo aquello! a modo de resumen esta podría ser su historia, aunque ahora nos pongamos a ver alguno de sus detalles. ¿No te parece Blas?

– Totalmente de acuerdo ¡Cuánto sabes, abuelo!

No obstante, a pesar de la relevancia de este templo en la ciudad, su interior no era nada desdeñable y por los diversos recovecos existentes en él, el anciano decidió elegir sólo algunos de ellos para así no aturdir ni aburrir en demasía a su nieto.

– Entonces, abuelo, la Catedral no siempre había sido así y había ido creciendo. Pero de las cosas que tenemos aquí dentro, ¿cuáles de ellas te parecen más importantes y que merezca la pena para contar luego en mi clase? Pues luego el profe siempre me insiste en cuándo podrás ir a hablarnos en clase de algunas cosillas…

– ¡Ay, Blas! ¡Qué cabeza la mía! Siempre se me olvida preguntarte cuando te viene bien o cuando acercarme a tu colegio para hablar con tu profesor, pues estaría encantado de hacerlo. Así me lo debes recordar, ya que uno tiene tantas cosas en la cabeza, aunque también por mi edad me despisto y se me olvida que debería pedir una cita. En cuanto a qué destacar de esta enorme construcción, iremos por partes, pues hay más de una en las que me quiero detener y hoy no querría que lleguemos tarde, pues a tu madre ya no la podemos enfadar más. ¿Estás de acuerdo?

– Por supuesto que lo estoy. Además, si quieres a mi profe le digo algo o que hable contigo por teléfono o algo así. ¿Qué te parece, abuelo?

– Me parece perfecto, pues ya sabes que tengo un teléfono móvil algo viejo para hablar con quién sea, pero aún me funciona pues no lo uso demasiado, aunque nada de los Whatsapp esos que no sé cómo van ni tampoco estoy para saberlo. Si tu profesor te pide mi número, aquí te lo apunto en este papel para dárselo y si es él al que debo llamar, que te diga cómo y cuándo he de hacerlo. Pero ahora continuamos con nuestra visita, ¿no te parece? y ya me vas informando de eso más adelante.

– ¡Gracias abuelo! Mañana mismo lo haré, pues es nuestra última hora de clase antes de venirme a casa para comer y ya te lo digo. Espero no entretenerme así que intentaré preguntarle antes de comenzar la clase. De lo de hoy, te escucho atentamente.

Continuaban en aquella bancada central teniendo frente a sí una magnífica oportunidad para mostrar a aquel muchacho la infinidad de imágenes religiosas que se exponían en aquel hermoso retablo.

– ¿Ves lo que tenemos delante de nosotros, Blas?

– Sí, abuelo, el altar ¿no?

– ¿Qué más?

– Si es lo del fondo y que tiene tantos cuadros, creo que era un retablo, aunque son tantas cosas que no sé quién pudo hacerlo y que entrase por la puerta que entramos. De verdad, abuelo ¿cómo lo hicieron?

– Cierto es Blas, que se trata de un retablo, algo que es muy habitual que veas en cualquier iglesia católica detrás del altar. Para hablarte de él habría que remontarse al siglo XVII, concretamente de la misma época en la que apareció publicada la segunda parte del Quijote, para que te hagas una idea de por dónde van los tiros.

– Uf, abuelo, y ¿cómo y por qué se pudo hacer algo tan grande?

– Ay, muchacho. Este trabajo requirió de muchas manos, tanto a la hora de llevarse a cabo como quien financió la obra. No es posible que lo hiciese sólo un hombre. Te paso a explicar.

» Este Retablo Mayor ocupa los tres lados del ábside y se corresponde a un estilo renacentista que ya se encontraba en decadencia.

» Su origen obedece a que un señor llamado Juan de Villaseca que, habiéndose marchado a Méjico, hizo fortuna y llegó a ser secretario del entonces Virrey don Luis de Velasco. Se cuenta que había dado un poder al licenciado Alonso de Rojas de León, abogado y vecino de Ciudad Real, que junto con dos caballeros regidores designados por la ciudad, podrían disponer de un monto de unos 10.000 ducados para sufragar un retablo mayor para la iglesia de la Patrona de su ciudad natal, la Virgen del Prado. La escritura explicaba las cláusulas que debían cumplir tanto los que llevarían a cabo la obra como las condiciones que tendría la hechura de dicho retablo. Los elegidos para llevarlo a cabo serían el escultor Giraldo de Merlo, que ejecutaría un proyecto que había sido trazado por Andrés de la Concha, los hermanos y pintores Juan y Cristóbal Hasten, a los que se uniría Pedro Ruiz Elvira para este mismo cometido y también para el estofado. Las maderas de este retablo procedían de la sierra de Reillo, allá por la provincia de Cuenca. El trabajo que llevaron a cabo comenzaría en 1612 y finalizaría en 1616.

– Pero, abuelo, todo lo que se ve tiene muchos detalles. ¿Seguro que sabes cómo se llama todos sus elementos?

– Hijo mío, cuando ni tan siquiera tu madre había nacido ya lo había visitado varias veces, acompañado por tu difunta abuela, por supuesto, pues ella la que más quedaba maravillada al contemplarlo. Desde su predela, sus tres cuerpos y el coronamiento de la parte superior, muchas veces habíamos venido a contemplarlo, aunque cada día nos deteníamos en algún detalle. Además, cualquiera de sus calles, que es como se llama si lo ves en vertical, aparecían separados por intercolumnios dobles que variaban en su estilo (dórico, jónico, corintio y compuesto en el superior). Pero seguro que lo que más querrás saber es que es lo que aparece en cada uno de los relieves que componen este magnífico retablo o ¿no es así?

– Cuéntame de alguno pues son tantos que no nos dará tiempo. De lo que más te puedan gustar, abuelo.

– Bien. Si empezamos por la predela, he de decirte que se muestran diversas escenas de la Pasión de Cristo, seis en concreto, pues el hueco central que pertenecería a una séptima calle está ocupado por una hornacina. Así podrás ver desde tu izquierda hacia tu derecha la oración del huerto, Jesús ante el Sanedrín, la flagelación, la coronación de espinas, el encuentro de Jesús con su Madre y, por último, la piedad. Pero, ahora te voy a hacer una pregunta: ¿cuántos intercolumnios has contado en el retablo y quién crees que pueden ser?

– ¡Hummm! Según he contado son ¡doce! ¡Son los apóstoles abuelo! – tras un breve paréntesis en el que el muchacho repasó detenidamente aquella composición.

– Exacto, son ellos, aunque nos todos. Iremos por partes. Por ejemplo, aquí ves el segundo por abajo lleva unas llaves en la mano izquierda. Es San Pedro. Aunque también podrás ver que las escenas que tiene a ambos lados (la anunciación y la visitación) son de mayor tamaño, pues no tienen nada por encima como les ocurre a ellos, en unos cuadritos donde se muestran los padres de la Iglesia Latina: San Agustín, San Gregorio, San Ambrosio y San Jerónimo.

El anciano continuaría con el relato, recordando la escena que más le gustaba a su difunta, la de la adoración de los pastores del segundo cuerpo, además de la imagen de la Virgen del Prado en el centro y de la adoración de los reyes. Allí aparecerían las esculturas de San Felipe, San José, San Juan Bautista y el apóstol San Bartolomé acompañadas por cuatro antiguas mártires. A ellos le sucederían otros apóstoles y fundadores de órdenes religiosas en el siguiente cuerpo, para continuar con el siguiente que, tras la destrucción de la guerra civil, se mostraba incompleto y también modificado. En él se mostraría el Calvario, con un Cristo de García Coronado, flanqueado por dos escudos, el de la izquierda representando a San Miguel con la Prudencia y la Justicia y, a la derecha, el ángel custodio de Ciudad Real escoltado por la Fortaleza y la Templanza. Y, por encima de todos ellos, el Padre Eterno acompañado la Fe y la Esperanza y rematado el retablo por la Caridad. Aún recordaba aquel anciano cómo la guerra también provocó la desaparición de algunas imágenes de aquella magnífica obra. Evocó entonces la pérdida de los cuatro Evangelistas, de las imágenes de la Virgen y de San Juan e incluso cómo los nuevos artífices de las figuras exentas de algunos cuerpos habían sido obra de los escultores Rausell Montaña y Llorens Ferrer, corrigiendo nuevamente las pérdidas provocadas en aquel conflicto de triste recuerdo.

Sin embargo, don Juan José no querría centrarse sólo en aquel magnífico retablo que Giraldo de Merlo logró encajar en la entonces Iglesia de Santa María, sino que también había más motivos de interés que eran precisos ser descritos al muchacho para que tuviese una visión de conjunto que mostrase las delicias del templo que acogía a la Patrona de la ciudad. Ahí estaba ella en su camarín, la Virgen del Prado, ese era el siguiente paso en el que detenerse más allá del resto de recovecos que se mostraban en ábsides y capillas o de hablar de la vinculación con las Órdenes Militares cuyos escudos tan representativos allí también se mostraban en el frontal del primer piso de la sillería en forma de relieve. A la salida sería el momento oportuno para ello, pero ahora había llegado otro momento importante y así lo refirió el anciano:

– ¿No crees que ha llegado el momento de que veas a la Virgen del Prado y te hable de ella?

– ¡Estoy deseándolo abuelo! Te lo agradezco.

– Bien. Como ya te conté, la advocación de este lugar viene de muchos, muchos siglos atrás. Más en concreto a finales del siglo XI en el que el capellán Marcelo Colino portaba una imagen y la aparición que a algunos lugareños aconteció hizo el resto. Sin embargo, de ahí a ser Catedral y ver esta imagen que hoy contemplas, hay un largo trecho.

» Por medio habría de hablarte de ciertas cosas, pues si has observado este templo hay más de una imagen de la Virgen dentro y fuera del mismo. Aunque ahora nos detendremos en la historia de esta en cuestión, que tiene lo suyo. De Ella te podría decir que, en tiempos de la guerra civil, se asegura que desapareció la antigua efigie o incluso que podría haber sido destruida. Por ello y recordando precisamente la aparición milagrosa de 1088 se formaría una comisión de la Hermandad y se crearía una nueva imagen, surgiendo de las manos del escultor catalán Vicente Navarro y estando policromada por el pintor Carlos Vázquez, que ya residía en Barcelona y por ese motivo también se construyó allí, pues dicho pintor se había ofrecido para llevarla a cabo. Era mayo de 1940 cuando los comisionados llegaron a Ciudad Real con la imagen en una caja recordando aquella del siglo XI, aunque esta última no sería precisamente la definitiva, pues se fue deteriorando por la carcoma y hubo que reemplazarla. A los escultores que antes te mencioné, Rausell y Llorens, le encargarían la nueva al igual que habían hecho con algunas imágenes del retablo mayor que antes te señalé. Dicha efigie obtendría la bendición el 5 de abril de 1950 del entonces Excmo. y Rvmo. Obispo Prior Sr. D. Emeterio Echeverría, siendo colocada en el Camarín, desde cuya ventana seguramente la hayas visto unas cuantas veces. Además, podría hablarte de los diversos mantos que ha tenido desde los mismísimos tiempos del rey Fernando III El Santo hasta hoy, además de las joyas, alhajas e incluso de la carroza, pero no creo que nos dé tiempo a tanto.

– Así es abuelo. Ya veo que tampoco la Virgen se ha mantenido igual con el paso del tiempo. ¿Qué pasa en esta ciudad que cada vez que me cuentas una historia siempre tiene segundas o terceras partes pues hay muchos monumentos o restos que no permanecen desde antiguo? ¿Acaso no se les da valor a las cosas como me has contado que ocurre en otros lugares? Ahora entiendo que muchas veces nuestro profe nos saca imágenes en blanco y negro o incluso nos habla de cosas de las que ni siquiera existen fotografías.

– Tú mismo te has respondido, Blas. La imagen de la Virgen sólo es un ejemplo más de lo que en esta ciudad ha ocurrido durante siglos, pues casi nada ha permanecido. Escasa conciencia patrimonial siempre hubo en este sentido y otros intereses que ya comprenderás cuando seas mayor y veas las cosas con otros ojos más avezados y atinados que los de un anciano desencantado como yo. ¿Recuerdas la Cruz de los Casados que vimos el otro día al final del Parque? ¡Espero que siga allí por mucho tiempo pues al no estar protegida podría ser objeto de cualquier vándalo en el momento más inesperado! Poco más te puedo decir ahora para que lo comprendas mejor salvo que encontrar monumentos como la Puerta de Toledo o los tres templos principales de esta ciudad es casi algo de lo que nos tenemos que dar con un canto en los dientes, pues pocas cosas más han sobrevivido como ellos. Pero de aquellos ya te hablaré en su momento. Ahora toca otra cosa, cómo la antigua iglesia pasó a ser Catedral y el porqué de ese cambio y para eso debemos ir a la sillería donde te mostraré los símbolos de las órdenes militares. ¡Sígueme muchacho!

– Vamos entonces, abuelo. Y no se preocupe usted por lo que me cuenta, pues desgraciadamente en clase algunas cosas se dicen del patrimonio perdido y cosas así, o que esta ciudad no fue la única capital que hubo, o que no siempre fue la ciudad más poblada. Muchas cosas que ya me irá aclarando.

Sabía aquel anciano que ese día no podía fallar a su hija y tras despedirse convenientemente de Nuestra Señora, echó mano de su muñeca contemplando las manecillas de aquel reloj que aún conservaba como regalo que su amada esposa le había otorgado. Respiró en ese momento tranquilo pues el tiempo aún restante para que llegasen a la comida sin demora era suficiente. < ¡Aún no era la una del mediodía, gracias a Dios! >, exclamó para sí, viendo que el muchacho andaba algo despistado contemplando las bóvedas y las pinturas por las que el abuelo había pasado sólo de puntillas a la hora de explicárselas. Sin embargo, tampoco podía retrasarse en las ilustraciones que aún tenía pendientes pues no sólo del interior le quería mostrar a su nieto algunos de los secretos de la Catedral.

No cabe duda de que otro de los motivos por los que don Juan José había deseado finalizar la explicación del interior de la Catedral a su nieto era por tener frente a sí el coro, sobre todo la sillería que se hallaba en el presbiterio y que vio de muy jovencito cómo la llevaban a cabo en la década de los sesenta del siglo anterior. Si en uno de sus pisos se encontraban los respaldos decorados con santos como el Beato Juan Bautista de la Concepción, Santa Teresa de Jesús o San Vicente Ferrer, en el primer piso se hallaba otra cara muy distinta pues aparecía un frontal donde el relieve mostraba las cuatro Órdenes Militares y en el centro aparecía un trono episcopal con San Juan Bautista bendiciendo. La otra sillería, de los años 40, aparecía repartida entre la Sala Capitular y el coro, por lo que no se detuvo en explicársela al muchacho.

Llegaron entonces a aquel lugar y el anciano preguntó en voz baja:

– ¿Qué ves en ese frontal, Blas?

– ¡Escudos!

– Sí, así es. Pero ¿sabes lo que representan?

– No abuelo.

– Bien. Aquí tenemos otro de los motivos por los que la entonces Iglesia de Santa María la Mayor pasó a denominarse Catedral… O mejor dicho, si no me falla la memoria, Santa Iglesia Prioral de las Órdenes Militares Basílica Catedral de Nuestra Señora Santa María del Prado de Ciudad Real. Creo que, si no me equivoqué, así se llama hoy día. Como ves, lo de las Órdenes Militares viene incluido, y …

– Espera un poco abuelo. ¡Toma un poco de agua, que te vas a quedar sin resuello!

– Gracias, hijo, no sabes cómo te lo agradezco pues has sido muy oportuno. Casi me quedo sin aire al recordar tan largo nombre, que lo sé gracias a tu difunta abuela, pues era ella la que más puesta estaba en esas cosas. Volviendo al tema en cuestión he de decirte que el Obispado del Priorato recayó aquí y por eso estamos hablando de las Órdenes Militares. Fue gracias a una bula, la “Ad Apostolicam”, firmada por Pío IX el 18 de noviembre de 1875. Así llegarían a la catedral diversos objetos que habían pertenecido a las Órdenes Militares, como fue la silla maestral de la Orden de Santiago o el Portapaz de Uclés, elementos que hoy en día se pueden ver sólo de las piezas que se han recuperado en el Museo del Obispado, el que llaman Diocesano, allí por donde pasamos el otro día para ir al Parque.

– ¿El de las balas en la ventana?

– ¡El mismo! Aunque esa historia ya te la contaré otro día.

– De acuerdo, abuelo.

– Como te decía, lo de las Órdenes Militares, aunque también por desgracia, según me contaron, en la guerra civil incluso la sillería de este coro, que era de nogal nada menos, y un sillón de Uclés también fueron destruidos. En aquellos tiempos de guerra no miraban demasiado por cuidar lo que no les era útil, incluso la mismísima Catedral acabó siendo garaje e incluso acogió a las tropas como si de un albergue se tratara.

– ¡Abuelo… que te estás yendo por las ramas!

– ¡Ah, es cierto! Pero ya no te lío más con el interior. Otro día vemos las capillas si quieres o incluso alguna de las pinturas o las bóvedas que tanto te han interesado. Vayámonos fuera, que tengo aún cosas que decirte.

– Está bien. Salgamos entonces.

Abandonaron entonces la Catedral por la conocida Puerta del Mediodía, aquella que daba directamente a los jardines del Prado, pasando por debajo del arco apuntado que se haya encuadrado con algo conocido como alfiz en el que destacan tres motivos decorativos: a la izquierda, el escudo del Obispado acompañado de las Órdenes Militares, en el centro un jarrón con azucenas y, a la izquierda, el escudo de la ciudad.

Se hallaban entonces en el atrio que precedía a la puerta de acceso, donde una placa se muestra a su derecha, siendo la techumbre del mismo formada por una bóveda de crucería. Sin embargo, apenas se detuvo el anciano en dar demasiadas explicaciones al respecto salvo que:

– De todo lo que te acabo de contar, has de saber que también esta Puerta del Mediodía no es la original, aquella que hubiese mostrado, en un estilo ojival decadente, un arco adintelado encerrado en otro más redondo y éste en un conopio rematado por grandes hojas de cardo. Demasiado complicado de entender pues ni yo mismo te podría explicar qué significan muchas cosas, aunque mejor salgamos de aquí y te enseño otra puerta.

– De acuerdo, abuelo.

Así girarían a su derecha, no sin antes recordar alguno de los detalles que aparecían en aquella fachada de la puerta que abandonaban, como aquel curioso reloj de sol que tenía por encima una esfera coronada por una cruz latina como queriendo representar al mundo que la Cristiandad debía presidir. Bajando por aquella rampa que se había habilitado tiempo atrás para el acceso a minusválidos se encontraron de frente con una monumental portada que tenía un balcón en su piso superior. Había sido la casa del valeroso caballero y hombre de letras Hernán Pérez del Pulgar y entonces también tenía como función la de presentar la obra más representativa del artista Manuel López – Villaseñor como museo, además de otros actos que allí se celebraban.

– Aquí entré hace unos meses con el colegio, pues hicimos una actividad donde dibujábamos unos cuadros y buscábamos palabras en una sopa de letras. ¡Fue muy divertido! – expresó alegre el muchacho.

– Cierto es que en este Museo habrás podido entrar pues los colegios suelen hacer visitas guiadas o incluso en algunas épocas se han hecho actividades para vosotros. Me alegro de que disfrutaras pues otro día entraremos y te contaré algunas cosas. – señaló el abuelo, que fue correspondido con un gesto cómplice por el niño.

Continuaron a su derecha, miraron entonces la calle para no ver ningún coche y cruzaron enfrente a la altura de una plazoleta que, en muchas ocasiones acababa ocupada por diversas mesas de un bar cercano. Fue en ese momento cuando a la sombra de unos árboles, dándole la espalda al propio museo, se sentaron en un banco y frente a él dirigieron su mirada de nuevo a la Catedral.

– Como antes te iba diciendo, este edificio tiene diversas puertas de acceso, algunas se abren de forma habitual como la del Mediodía por la que salimos y la de Umbría que luego veremos. Sin embargo, la que tenemos aquí es la más especial de todas. Es conocida como la Puerta del Perdón y es el principal de la Catedral, estando detrás del mismísimo coro y justo frente al retablo mayor.

» De su historia he de decirte que suele remontarse a los tiempos del Rey Sabio, don Alfonso X, pues era considerada la entrada de la iglesia que se construyó en el siglo XIII pues sus recuerdos del estilo románico así parecen demostrarlo. ¿Ves aquellas pilastras que aparecen en los estribos del arco como si fueran columnas? Sin embargo, también hay que decir que, como solía ocurrir con este tipo de construcciones, se solía tardar mucho tiempo en llevarlas a cabo y, en muchas ocasiones, incluso se podía ver como había evolucionado y se mostraban estilos diferentes en una misma obra o elemento constructivo. Así ocurre aquí, pues siguiendo lo que te iba indicando, vemos un vano del arco ojival que quizá podía ser más propio del siglo XIV, aunque por su tosquedad podría obedecer al retraso de esta región en aquella época.

» Aunque, sobre todo, me gustaría que te fijaras en lo que se encuentra por encima de la portada, en lo que se conoce como imafronte. Es una especie de claraboya con rosetones en forma de lóbulos – ¡como lo de tus orejas! – que parece remontarse también al siglo XIV, aunque debido a las obras que sufrió la catedral (entonces Santa Iglesia Basílica Prioral), la Puerta del Perdón sería restaurada, abriéndose sólo en determinadas épocas a lo largo del año y situando una verja alineada con la fachada. Pero, quiero que me resuelvas una duda, si la sabes. ¿Conoces otro lugar en Ciudad Real donde se vea una claraboya igual? ¿Me lo podrías decir?

– Creo que sí había otro, pero no sé si es aquí o era fuera. Lo único que recuerdo es que en Alarcos había algo que se le parecía, aunque como fue una visita del cole, no me dio tiempo a fijarme mucho. ¿Es eso lo que me preguntas, abuelo?

– Veo que no eres tan despistado como tu madre a veces piensa. Os parecéis mucho los dos, pues os gustan mucho fijaros en los detalles. Y Alarcos es la respuesta correcta. Vayamos entonces a fijarnos en algo que tenemos muy cerca, ahora que estamos en la sombra y que no hay necesidad de moverse de aquí. ¿Ves a tu izquierda lo que te señalo con la mano? – indicó Juan José.

– ¡La torre!

– Así es. De ella te puedo decir lo mismo que te expliqué hasta ahora en otras partes de la Catedral: ha cambiado con el paso del tiempo por sus diversas remodelaciones y reformas.

» Por ejemplo, en tiempos de Alfonso X, al norte de la ermita existió una torre primitiva, que sería convertida en iglesia por dicho rey, y que incluso acogió la campana que el rey don Fernando donaría a la virgen, tal como reza en una inscripción en latín de la que ahora no recuerdo bien.

» Parece ser que a esa torre se le añadieron unos muros exteriores, para posteriormente ser demolida la que quedó en el interior en tiempos de los Reyes Católicos según me dijeron. Hubo otros cambios más adelante hasta que la antigua torre fue derribada en el siglo XVIII o incluso comienzos del siguiente, para encontrar definitivamente la construcción de la torre moderna que hoy en día tenemos, a la que también se le han realizado reformas como la última de la cubierta del chapitel. Pero, ahora vayamos a la puerta que nos queda. Por cierto, ¿cuál era su nombre que parece que se me ha olvidado?

– Ay, abuelo. ¡Qué mala memoria tienes! Está aquí mismo y se llama de la Umbría.

– Así me gusta, Blas, que prestes atención. Era una prueba para ver si me seguías. En esta portada sus arcos son apuntados, el tímpano también y en él se muestra un escudo dividido donde se muestran un cáliz con la Sagrada Forma y un Pastor con un cordero sobre sus hombros. La inscripción que ves hace referencia a la restauración que se llevó a cabo en tiempos del Exmo. Y Rvmo. Sr. D. Juan Hervás, Obispo Prioral de Ciudad Real. Era 1967 cuando esto ocurrió.

» Sin embargo, también puedes ver que hay partes más toscas como las pilastras adosadas a la pared rematadas por unos pináculos con hojas de acanto. ¡Aún están en pie, pues según dicen son los primitivos! Sin embargo, de la antigua portada incluso me contaron que era del siglo XVI y con arco ojival nada menos, aunque la lástima que todo eso ya desapareció.

– …Como muchas cosas que han derribado en esta ciudad. Ya lo sé, abuelo. ¡Me lo estás diciendo todo el rato!

– ¡Uy! Casi que nos vamos de regreso a casa y así llegamos a tiempo a comer y sin regañina, pillando el atajo por el Camarín, ¿no te parece?

– Tienes razón abuelo, ¡son las dos menos veinte!

Tras caminar unos metros por la calle de la Azucena, antigua calle del pintor Ángel Andrade, giraron nuevamente a la derecha para ir en dirección a la calle del Camarín, aunque en ese momento el muchacho se detuvo preguntando:

– ¿No me vas a decir nada del Camarín de la Virgen, abuelo?

– ¡Uf! Seré breve. Dos cosas: primero, fue reconstruido en 1940 pues también había sido destrozado en tiempos de la guerra civil y, segundo, ya no nos da tiempo a más, que no quiero quedar mal hoy con tu madre que aún duele la cara que tenía el otro día cuando volvimos del parque. ¡Ya habrá ocasión en otro día y más despacio! ¿No crees?

En ese momento, el muchacho quedó convencido de la respuesta de su guía y regresaron a casa.

Minutos después sonaba el tiempo del modesto piso de Adela y José.

La sonrisa de la anfitriona fue más que evidente al verlos llegar finalmente a su hora. Había logrado su cometido, tras las últimas escapadas con final infructuoso.

La comida fue relajada. Las sonrisas volvieron a adueñarse de aquellos que se sentaron a la mesa. El anciano estaba contento pues podía seguir disfrutando de la compañía de su nieto al cumplir con las reglas básicas que su madre le había indicado. Era ella la principal responsable de la educación de su hijo, pues su padre siempre había sido más permisivo en ese sentido. Sin embargo, los recuerdos del anciano le transportaron a años atrás rememorando aquel día 27 de enero, pues era el cumpleaños de un amigo muy especial que siempre llevaría en el recuerdo y del que hacía años se había tenido que separar pues había dado su último suspiro. Era aquel el único recuerdo que tiñó de una negra sombra la preciosa velada que abuelo y nieto habían disfrutado en aquella jornada.

Serían las tres de la tarde cuando habían dado cuenta de aquel menú cocinado con todo el amor del mundo por Adela. José no paraba de mirarla. Había demasiada complicidad entre ellos para no conocer lo que se le estaba pasando por la cabeza a su compañero de vida. El anciano andaba algo fatigado y en aquel sillón de la salita de estar se empezaba a quedar traspuesto en más de una ocasión. Blas y sus padres contemplaban a aquel hombre que parecía haberse recuperado de la pérdida de su amada esposa para seguir luchando por vivir. Ellos también lo necesitaban. Él se sentía más útil aún. Había que hacer algo al respecto. El viejo no podía seguir el ritmo que el jovencito le exigía. Estaba creciendo demasiado rápido y ese esfuerzo le había provocado cierto agotamiento, por lo que necesitaba un merecido descanso. Marido y mujer estaban de acuerdo en darle una justa recompensa, algo que jamás podría olvidar y que siempre había sido una espinita. Sabían perfectamente cuál era la respuesta.

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