Lluvias

“Si hay magia en este planeta, está contenida en el agua”
LORAN EISELY
(ANTROPÓLOGO)

Hace algunos años, en nuestros pueblos, los días de lluvia eran de alivio para nuestros padres y un suplicio para nuestras madres. Ellos, veían en estos temporales una forma de aumentar la cosecha y con ella la mejora de la economía familiar. Para ellas, sin embargo, era un aumento de sus tareas, ya que el agua y el barro manchaban la ropa que, con muy limitados medios, tenían que lavar, secar y planchar en muy poco tiempo para usarla de inmediato.

Tan deseadas como necesarias, las lluvias de estos días han producido una gran satisfacción tanto en los sectores que más demandan el consumo de agua como en la población en general. Pero son nuestros dirigentes, quienes, con la generosa pluviometría de estos días, se sienten aliviados, al no tener que mantener o tomar nuevas medidas restrictivas que resultan gravosas a los ciudadanos y que las hacen muy impopulares.

Pero no nos engañemos. A pesar de las copiosas lluvias de estos días, el agua sigue siendo un recurso escaso en nuestro país, que a veces se despilfarra. Por eso, el líquido elemento habría que utilizarlo de forma racional y de manera más eficiente. Pero en un país tan diverso como el nuestro, se necesita también un plus de solidaridad entre los distintos territorios para abordar esta espinosa cuestión con vocación de permanencia.

Sobre este último aspecto, lo más cerca que hemos estado de resolver el problema principal —las diferencias entre las distintas cuencas—, fue cuando se aprobó y estuvo en vigor el Plan Hidrológico Nacional de 2001, pero que, por razones políticas, en el año 2005 se derogó, sin que se estableciera ningún plan alternativo que resolviera la grave situación de partida que, casi veinticinco años después, se ha agravado considerablemente.

Sería una buena política redistributiva que un bien escaso como el agua se distribuyera de forma equitativa. Porque mientras una parte del país se seca, en la otra, las inundaciones anegan nuestros campos y afectan gravemente a las poblaciones. Para ello es necesario que se elabore un plan nacional, acordado por todas las Administraciones Públicas y los partidos políticos, que incluya las infraestructuras requeridas para resolver la situación.

Nuestra legislación, —el texto refundido de la Ley de Aguas de 2001—, establece las prioridades de uso de este recurso. La prelación de consumo se recoge en el artículo 60 de esta norma, pero, debido a intereses políticos o territoriales, no se está aplicando. Se incumple la norma para favorecer a determinados sectores utilizando algunos resquicios legales.

Esto es lo que está ocurriendo hoy, cuando se prima el uso del agua en el sector turístico de determinadas regiones, en perjuicio de la actividad agrícola en general. Sin embargo, sí parece estarse respetando la asignación prioritaria al uso para abastecimiento de poblaciones, aunque en ellas se incluyan el suministro a empresas de sectores diversos, con menor consumo, conectadas a la red municipal.

En cualquier caso, es necesario acometer la eficiencia en los usos del agua de cada uno de los grupos de consumo que, en estos momentos, es manifiestamente mejorable.

La actividad que requiere un mayor esfuerzo es el de los usos agrícolas, que en España representan el 80% del consumo total. Pero en nuestro país hay cerca de cuatro millones de hectáreas de regadío, de las que ochocientas cincuenta mil, no utilizan sistemas de riego eficientes. Las distintas Administraciones deberían favorezcan su reconversión para reducir su consumo, lo que podría ahorrar hasta el 15% del total del agua consumida actualmente.

Por su parte, el sector agrícola debería buscar alternativas a los cultivos que consumen gran cantidad de agua, implantando otros que se adapten mejor a nuestra climatología y que tengan un menor consumo de este recurso. También se pueden utilizar nuevas técnicas de cultivo que reduzcan su uso, lo que a futuro, permitiría incrementar el número de hectáreas de regadío en nuestro país.

En cuanto al consumo urbano, que representa un 15% del total, es necesario mejorar las canalizaciones de agua en nuestras poblaciones cuya renovación reduciría el consumo hasta en un 40%, a lo que habría que añadir el aumento de la depuración de nuestras aguas residuales. Una buena política sería también la concienciación ciudadana sobre el uso racional del agua. En Israel, con esta política han conseguido rebajar su consumo en más de un 20%.

La utilización de tecnologías eficientes energéticamente y de menor consumo de agua han abaratado el coste de explotación de este recurso en el país hebreo. Los israelitas también fijaron un precio real del coste del agua que abonan sus usuarios y crearon un organismo independiente de la política que gestiona este recurso limitado.

El precio del agua en España, parece ser un tema tabú que no se quiere abordar. Pero la experiencia internacional demuestra que es una buena forma de garantizar un servicio público adecuado; permite la realización y el mantenimiento de las infraestructuras necesarias; y, sobre todo, favorece la mayor eficiencia en la gestión del recurso.

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