La ORPEJU

Ramón Castro Pérez.- Andrea trabaja en la ORPEJU (Oficina Regional de Pensiones Justas). Su trabajo es de especial relevancia, pues es la encargada de determinar el monto exacto de todas y cada una de las pensiones de jubilación que se devengan en la Comunidad Autónoma de Socuéllamos. Se trata de una tarea relativamente nueva, tanto por la juventud de nuestra región, nacida tras las revueltas nacionalistas que asolaron la península ibérica durante el siglo XXI, como por la reciente reforma del sistema de Seguridad Social. Andrea es una de las mejores en su campo y suele ser requerida para impartir formación en otros territorios vecinos, como Tomelloso o La Solana.

Andrea nació con un don que la hace única. En cuestión de segundos es capaz, primero, de conocer el valor del trabajo realizado por una persona a lo largo de toda su vida laboral. En consecuencia, una vez determinado este, se introduce la cifra en el software creado a tal efecto y se calcula la cantidad que se habría aportado, de manera justa, al sistema de previsión social. En segundo lugar, Andrea estipula, exactamente, los años, meses y días de vida que le restan al contribuyente, introduciendo, también, este montante en el software. Como resultado se obtiene la pensión mensual, fruto de repartir lo justamente merecido entre lo que queda de vida, sin margen alguno de error.

No es de extrañar que a Andrea se la rifen en otras comunidades autónomas. Recientemente, recibió una generosa oferta de la oficina de Alcázar de San Juan. La rechazó por motivos personales, pues tuvo un novio de allí del que no guarda buen recuerdo y, sí, admitamos que no es una razón profesional, pero el don de Andrea pudiera debilitarse si su estado emocional no es el correcto.

Andrea ha recibido esta mañana la visita de Agustín, quien, a sus ochenta y dos años de edad, ya ha alcanzado la edad máxima para trabajar. Porta cita previa y se ha sentado despacio frente a la puerta del despacho. Amablemente, Andrea lo ha invitado a pasar y han entablado una conversación agradable durante unos minutos. Al término de la misma, Andrea ha girado el monitor para que Agustín conociera el importe de su pensión.

—¡Es ridículo! —se queja Agustín al ver la cifra en la pantalla. —¡Toda la vida trabajando para recibir, ahora, treinta mil euros mensuales! ¿Quién va a vivir con eso? —exclama, amargamente.

—Su trabajo es de un gran valor —responde Andrea. —Lo que ocurre es que va usted a vivir muchos más años de los que cree. Tantos que, al repartir toda esa suma entre los mismos, sale a poco. Pero ¡anímese! ¡Va a usted a estar en este mundo casi doscientos años!

Agustín se halla desconsolado. Sabe que va a recibir lo que es justo, aunque le apena tener que repartirlo entre tanto tiempo. Andrea lo sabe. Siempre es una mala noticia anunciar tantos años de vida. 

—¡Consuélese, hombre! —le anima Andrea. —Hace un momento, acabo de indicarle a una señora que recibiría una pensión de seiscientos mil euros mensuales, cuando tan sólo había trabajado unos años. La habrá visto salir.

—¡Sí! La vi —responde Agustín —¡Iba llorando! ¡Como yo ahora! No hay consuelo, señorita. No lo hay para quien tiene elegir entre morir con mucho o vivir con nada. Me pregunto quién demonios puso el nombre a esta oficina y qué hay de justo en la situación que usted plantea, aquí, mañana tras mañana, a todos los que nos acercamos a conocer nuestro cruel destino ¿Acaso son ustedes unos sádicos? —termina preguntando Agustín.

—No señor —responde Andrea, —solamente repartimos miseria. Eso sí, de la manera más justa posible.

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