Cine de barro

La pretensión de ciertos medios de comunicación –RTVE, particularmente, el presentador Xavier Forte en el programa 24 horas del 21 de mayo;  el diario El País, al día siguiente 22, por pluma de Manuel Morales: “el director que llenó los cines”; y el programa Fallo de sistema, en Radio 3, el día 24, con Santiago Bustamante, estableciendo categorías meta cinematográficas– por encumbrar, y casi canonizar, al fallecido director de cine Mariano Ozores (1926-2025) a cierto Olimpo del séptimo arte, parece sospechosa, impropia e inoportuna. El argumento esgrimido en todos los casos citados –sospecho que habrá alguno más, que no he llegado a conocer, en defensa de la hispanidad cinéfila y del valor de bulto de ciertas obras– ha sido el de ‘los cines llenos’ como argumento central de la capacidad técnica y argumental del director desaparecido.

Que tenía, por lo que parece, bien claras sus prioridades y conciertos: “Vamos a divertirnos un rato y de paso hacemos una película”. Incluso el viñetista del diario La Tribuna, Javi Salado, el mismo 22 de mayo, dejaba clara la filiación del problema, al representar a un Mariano Ozores revestido de toga celestial, recibido por San Pedro y por un coro de fervorosos espectadores celestiales (“Miles de españoles a los que ha hecho reír con sus películas”), frente a la altanera soledad de la figura de la esquina (“El tipo amargado que no aplaude”), que resulta ser un  crítico de cine. Y esa es la clave central de la bóveda ozoriana: un divertimento casposo, antañón y equívoco que hacía sonreír a una España acomplejada entre los bikinis de las suecas, el franquismo de los mandamases, el abominable hombre de la Costa del Sol y la atracción de los altos salarios que se conseguían en Alemania. Y frente a ello –el éxito popular clamoroso– la reivindicación popular –y aún populachera– por las largas colas de taquilla –para reír y pasar el rato y el escaso apego crítico, que apuntaba en otra dirección. Incluso, el citado Bustamante, dejaba caer, en las ondas radiofónicas del sábado de barrio, el parentesco de algunos asuntos tratados de Mariano Ozores, con el trasunto de los Monty Python. ¡Casi nada! Más aún, peroraba que “lo que gusta al respetable –a la manera taurina– alguna razón de peso tendrá”. Igual que el agua bendecida, que presume de ello, para abanderar su calidad.

Analícense las más de ochenta películas dirigidas por Ozores frente al relato reciente del semanal Babelia (10 de mayo), ‘Las 50 mejores películas españolas del último medio siglo’, para comprender el valor de posición de su cine, que tanto éxito tuvo y congregó publico y carcajadas a partes iguales, pero del que apenas queda rastro y reguero; sólo polvo y barro propio de sesiones de cine digestivo. Por más que se empeñen en esa extraña programación televisiva de Cine de barrio, que solemniza la sobremesa de los sábados hispanos con obras que precisan de advertencia de previa de sus inconvenientes: Reflejan valores de otra época, hoy ya no vigentes. Pero seguimos encumbrándolas desde esa plataforma de Cine barrio. Que yo veo, más como Cine suburbial o infra cine de barriada.

No siempre el valor creativo de una obra va unido con el éxito social, por más que algunos sigan manteniendo, de forma interesada, el principio de eficacia económica –en ventas, en superventas y en taquilla– como axioma indicativo del valor final de la obra. Lo decía muy bien y con tino, la escritora de éxito popular –pero de irrelevancia literaria, como podremos convenir– Corín Tellado, reina del folletón romántico, autora de 2243 novelas y con 400 millones de ejemplares vendidos de su obra, tan leída como la del mismo Cervantes, con el cual quería competir–. Incluida, de forma taimada, por Paco Umbral en su manual irónico, Diccionario de literatura: España 1941-1995: de la posguerra a la posmodernidad (1997), como una boutade surrealista y con capacidad para dedicar más espacio y atención, a Corín Tellado que a Javier Marías. Quien advertía, –pro-domo sua– que “el mejor escritor es el que más vende”, quedando todo dicho con ese balance contable.

Que de forma paralela y trasladado al cine, podríamos enunciar como la mejor película es la más vista. Con lo que la lista mencionada antes de Babelia, ‘Las 50 mejores películas españolas del último medio siglo’, debería estar recorrida por algunas de las afamadas obras de Mariano Ozores, Tito Fernández, Pedro Lazaga y Pedro Masó. Destacados componentes del bloque del llamado ‘Cine del destape’, también del conocido Landismo –por mor y obra del actor Alfredo Landa, reconocido baluarte de las cintas llamadas Españoladas, pura sinécdoque. Por más que, años después Landa quedara redimido cuando trabajó con hombre como José Luís Garci o Mario Camus.

Asumir, por tanto y en esta teoría subcrítica, que el cine que respondía al modelo de ‘Cine del destape’ por una parte, y por otra de la calificada como ‘Españolada’ componen la base temática y argumental central del cine español del tramo que se desplaza entre 1964 –XXV Años de Paz– y 1975 –final de la dictadura– es una pretensión tan vana como banal y tan desviada como miope. Obviar realizadores del momento, que tuvieron menos éxito –¡Ah la taquilla! – popular, es un juego  sinuoso que termina en las sobremesas de los sábados ante los entumecidos y adormecidos espectadores de la repetida RTVE y del repetido Cine de barrio. Obviar a creadores diversos –desde Mario Camus a Basilio Martín Patino, desde Angelino Fons a José María Forqué, desde Miguel Picazo a Eloy de la Iglesia, desde Gonzalo Suárez a Pere Portabella, desde Vicente Aranda a Josefina Molina– para dar juego a los citados maestros: Tito Fernández, (No desearás al vecino del 5º, 1970), Pedro Lazaga (Soy Fulana de tal, 1975), Pedro Masó (Una chica y un señor, 1974) o el repetido Mariano Ozores no pasa de ser un ejercicio de alteración histórica y crítica. Como hiciera Sánchez Ferlosio en el semanario Triunfo (6 de julio de 1974), Defensa del pudor. Entre la liberación y el sultanato. Para referirse al debate de la censura teatral del momento, la suspensión de la revista SUPER-IN, el llamado, irónicamente, Sano verdor y las chicas en bikini en obras de teatro de Alfonso Paso o en películas de Ozores, quien, por cierto, también aparece entre las referencias de los guiones de Mariano Ozores. El texto ferlosiano se abre con cita de Rubén Darío, ‘Carne, celeste carne’. Celeste carne y Cine de barro. Pura aspereza.

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