Locales comerciales, calles comerciales, calles peatonales

 A propósito de las apariciones de pavimentos del pasado en las obras en curso de peatonalización de algunas calles centrales, se ha entonado en prensa local (La Tribuna, 5 de junio) la loa de la nostalgia imposible. “En las obras de peatonalización del centro de la ciudad está surgiendo además de los viejos adoquines y empedrados, una nostalgia inusitada y poco eficaz por recuperar vestigios del pasado. Cierto es, que el expolio y el derribo del patrimonio de CR es digno de estudio para historiadores de cómo apenas queda nada de restos de lo que fuera ciudad. En otros municipios de conservaron edificios e inmuebles históricos, pero empedrado del siglo XIX y posteriores, ninguno…El Ayuntamiento ha optado por conservar algunas muestras en las nuevas calle. Lo contrario [la conservación delo hallado bajo rasante] no tendría sentido, porque no tienen valor, ni responden a una estética que acompañe con la ciudad”. En páginas interiores del ejemplar, se daba cuenta de lo expuesto en la página final con algunas imágenes.

Relato que, a fin de cuentas, no es sino el de ocultar, por evidencia cierta, la propia historia evolutiva de los pavimentos y de las calles como parte de otras historias ocultas y rara vez contadas. Desde los principios inaugurales de pavimentos terrizos compactados –cual macadam caminero– en calles confusas sin recogida de pluviales y sin saneamiento urbano; a los sucesivos de piedra acoplada sobre lecho de arena y rudimentarios andenes, elevados sobre la calzada que preserva al peatón de la tímida movilidad primeriza de carruajes de tracción de sangre y bestias de carga; avanzando ya con el pavimento de adoquines –prismas basálticos de canteras próximas– y encintado de bordillos con piedra naturales –hoy sustituidas por piezas abstractas de hormigón industrial– que marcaba el resalto del acerado, para fijar un caz de pluviales que despeja de aguas las tablas del acerado o lanzaba las pendientes escurridas a la regola central. Sobre ese acabado, se dispuso –con el progreso de la circulación mecánica y con ciertos avances incomprensibles–, finalmente, los aglomerados asfálticos –tan abstractos como los bordillos de hormigón citados– para producir el beneficio de una circulación silenciosa y el inconveniente de un calor reflejado en exceso. Y en  esa vuelta de tuerca –que a veces se trasrosca e impide la apretadura adecuada– que es el progreso, volvemos a la sistematización de las calles peatonales –para contraponerlas a las calles rodadas, recorridas por automóviles.

Ya en estas páginas de Mi Ciudad Real, publiqué la pieza denominada Pavimentos e historia (18 octubre 2013) donde se fijaba esa centralidad temática y el hilo oculto bajo las piedras: “Piénsese que en la conceptualización técnico-jurídica del ‘suelo urbano’ los requisitos exigibles son, justamente, esos elementos definidos antes: urbanización (agua, alcantarillado y electricidad), acceso rodado y encintado de bordillos. De los que al menos, los dos últimos tienen que ver con el ‘Universo de los Pavimentos’. Todo ese agregado, deriva de los primitivos conceptos urbanos ligados a la ‘salubridad y al ornato’. Una salubridad vinculada al agua y a la impermeabilidad de los pisos terrizos, en evitación de charcos, hondones y aguas estadizas y malolientes. Es por ello posible visualizar la evolución temporal de la Historia Urbana, en el uso  y desempeño de los pavimentos. Desde los primarios, formados por tierras compactadas que garantizaran, mínimamente, un tránsito rodado reducido, y una recogida insuficiente de aguas sobrantes en el caz central de la calzada; hasta los esfuerzos por mejorar la planeidad, estabilidad, resistencia al tránsito e impermeabilidad, que representan las muestras de empedrados y enladrillados de diversos cuños y facturasEn ese esfuerzo por evitar lo indeseable, de transitar por pequeños piélagos urbanos afectados por las aguas quietas y corrompidas, van surgiendo recursos diversos que van formalizando soportes elevados, a la manera de andenes y arrecifes, que se desenvuelven sobre todos en Paseos, Parterres y Salones urbanos. De igual forma que la introducción de la técnica de trazar acerados elevados respecto a la calzada tiene que ver con la seguridad y comodidad del viandante, ante la creciente circulación de carruajes. Todo ello viene a introducir materiales diversos para unos y para otras. El proceso de canalización de aguas limpias (las de alcantarillado llegarían más tarde, merced al uso extendido y sostenido de pozos negros y de fosas sépticas) va a coincidir con las primeras aplicaciones de nuevos pavimentos, como ocurriera con los adoquinados basálticos y en menor medida graníticos; que introducían una extraordinaria resistencia al tráfico de carruajes, frente a la capacidad de sus predecesores realizados con el empedrado convencional y menos resistentes”.

La pretensión del concepto de Calle peatonal –más allá de la pura tautología evidente, dado que toda calle, inicialmente, fue peatonal y solo peatonal– no deja de encubrir la idea de terciarización y comercialización de la ciudad que tantas veces se silencia. Dando paso de las estructuras residenciales –casi en exclusiva– a la compatibilidad del uso comercial en las plantas bajas de las edificaciones. De tal suerte y manera que el ramillete de calles comerciales –coincidentes con zonas centrales de la ciudad y por ello, con reclamo de valor comercial, adyacente al anterior callejero de oficios establecidos por zonas y calles– van dejando paso a esa suerte de promoción inmobiliaria impositiva y genérica de ‘edificios de viviendas y bajo comerciales’; ignorando por principio que no todas las calles entran en el ámbito de calles comerciales y pese a ello, se sigue manteniendo el principio promotor genérico, dadas las dificultades de compatibilizar plantas bajas y viviendas. Baste anotar en este proceso de peatonalizaciones –y paralelas a ese modelo promotor genérico impositivo– sucesivas dos notas históricas.

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La primera deja ver que, a mediados de los setenta, la promoción de las calles peatonales venía producida y financiada de la mano del IRESCO –Instituto para la Reforma de la Estructuras Comerciales, en colaboración con Cámaras de Comercio y ayuntamientos–. Desde el entendimiento de que esa posibilidad de peatonalizar los centros urbanos generaba semilla comercial y arraigo, y posterior crecimiento de ese tejido abonado por la peatonalización; así ocurrió con General Aguilera y desde allí los sucesivos empeños que se pueden referir. Esas son, por demás, las palabras ciertas del teniente de alcalde de Zamora en el trabajo sobre los comercios centenarios que resisten en esa ciudad (El País, 4 de junio 2025): “El modelo constructivo en España está diseñado para que en el centro de las ciudades haya bajos comerciales. Es una estética de ciudad con la que convivimos a diario. Reniega de lo que denomina modelo comercial estadounidense…en el que la gente va a comprar a grandes superficies a las afueras sin pasar por el centro”.

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Los posteriores movimientos de la estructura comercial más reciente operaron en dos direcciones que dejaban en evidencia los planteamientos de los años setenta y del IRESCO. La marginalidad territorial de los polígonos –casi siempre en posiciones de borde urbano– y de centros comerciales –igualmente, ubicados en posiciones periféricas– creaba problemas a la continuidad de los planteamientos del Centro peatonal por interés comercial y por tanto a la lógica de las calles peatonales; y, en segundo lugar, la intangibilidad espacial del comercio electrónico, que no precisa sedes y lugares, operando desde la inmaterialidad de la distancia electrónica, dejaba fuerza de servicio numerosos locales comerciales. De aquí el panorama reciente y creciente de sedes comerciales vacantes, de bajos comerciales sin uso visible, de traspasos sucesivos y  de locales en arriendo. Y en paralelo a todo ello, el incremento señalado de reformas peatonales crecientes orientadas a un comercio que ya no esté en su lugar. Donde, junto al razonamiento comercial potenciado por la peatonalización, se ha unido la modalidad verde de limitar las zonas de bajas emisiones de las zonas centrales –en principio las más saturadas de circulación y emisiones–. Y de esta guisa, el móvil de la peatonalización dejará ya de ser la reforma de la Estructura Comercial de antaño, para dar paso a las zonas de bajas emisiones –ZBE–. Creando un efecto paradójico al intervenir sobre estructuras comerciales centrales en abierto retroceso. 

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