Vísperas y esperas

Abre Escolástico González el debate ¿anual? de las Pandorgas y los Pandorgos –Una endogámica hermandad de Pandorgos, La Tribuna, 7 de julio– en justas vísperas de su celebrado anual. Donde más allá del recuento de cierta parálisis, palpable en la ralentización de su declaración como Fiesta de Interés Nacional, aletea cierto entumecimiento y cierta parálisis de contenidos  y de continentes. Visible incluso, en ese recuento melancólico –casi como una alineación de viejos jugadores del espíritu pasado: Del Valle, Romero Cárdenas, Naharro, López Camarena, Mazantini, Cantero, Salcedo; a los que se podrían agregar rectores como Selas, él mismo autor de las líneas, Clavero, Gil Ortega, Romero, Zamora, Masías y Cañizares.

En el lejano y perdido Diccionario de ferias (La Tribuna, 19 de agosto 1999) ya aparecían algunas voces significativa del momento que retomo.

6. CONCEJAL DE FESTEJOS. Baranda municipal responsable de Programa de Festejos (vid). De entre los representantes concejiles el más versado o el más proclive a la organización de la holganza, sin que el, mismamente, sea un holgazán. Hay diversos tipos de tales barandas que pueden reconocerse por todas las latitudes. El listillo-ceremonioso, el moderno-sin-compromiso, el castizo-patriótico, el danzante-folklorista o el religioso-mariológico. Según sea el matiz del concejal, así saldrá el programa festivo. Plagado de gymkanas automovilísticas, de cantos marianos, de mises coronadas o de efusiones alcohólico-gastronómicas.

15. PATRONA. 1 Derivado del latín páter, alude al género masculino; aunque la igualación de sexos no ha impedido asumir las voces de patrona y de patrocinio con significado femenino. 2 Advocación religiosa bajo la cual se celebra una feria que conmemora el hallazgo de una imagen femenina en el Pradillo o Pradial del Pozuelo Seco de Don Gil. Para algunos autores la hipótesis de un Prado verde en el Pozuelo –que ya era Seco– en el mes de agosto resulta, absolutamente, inverosímil dadas las características climáticas del paisaje y la pobreza de aguas existentes. Pese a todo lo improbable de tal Prado, a la imagen hallada se la dotó con ese sobrenombre del Prado.

14. PANDORGO. Masculino de Pandorga. Que, según las exhumaciones realizadas por los arqueólogos de lo festivo, era la ofrenda frutal y vegetal que los huertanos de las proximidades realizaban a la Patrona. Fruto de esas exhumaciones y de algún estudio aportado por el primer Pandorgo de la Segunda Época, es la tradición, no muy antigua, de elegir anualmente a algún ciudadano con tal encargo de avivar el fuego de la tradición.

Junto a tales capturas improbables anoto, también otras desviaciones, como la pieza Podre (La Tribuna, 2003); Tradiciones modernas (Miciudadreal, 24 julio 2014, del que agrego algunas líneas que actualizo); Tradiciones modernas y archimodernas (Miciudadreal, 2 agosto 2023); y la pieza más académica de Alberto Muñoz, Deconstrucción de la Pandorga bajo la perspectiva del materialismo cultural (2013).

De las referidas Tradiciones modernas, anoto pasajes básicos y casi bíblicos. Pero también terminales y algo fantasmales.

Durante años la Pandorga – la fiesta más ‘genuina’, ‘propia’ y ‘antigua’ (por eso entrecomillo los adjetivos, por discutibles, por difusos y por improbables) de esta ciudad, según algunos espigados comentaristas y aviesos comentadores –  mantuvo cierto olor antiguo y mariano de convenciones pasadas por una memoria fulminada por un rayo invisble.

Memoria tal vez inventada en 1980, por el abogado, ya desaparecido, Tomas Valle Castedo (primer Pandorgo de la era moderna) y memoria en abierto desuso el resto del ejercicio festero; pero memoria a fin de cuentas y a cuentas de un final predecible.

Todos aquellos olores florales y frutales del pradial, de la huerta en sazón y del templo, donde se venera la imagen que donó a los lugareños del Pozuelo el capellán Marcelo Colino, se relacionaban con ceremonias y celebraciones de la fertilidad de la cosecha y de la prodigalidad de la huerta regada, en forma de ofertorio a una imagen sagrada que ostenta el patronato y el patrocinio protector sobre la ciudad. Olores que actualizan el fondo polvoriento de lo que se exhuma de una cómoda  de pino flandes, antigua y en desuso.

Ese es el olor característico de ciertas tradiciones empolvadas, que salen a flote merced a una extraña combinación del pasado  ejercido como un hecho inventado y del presente ahormado por otros valores polifónicos. Esas son las afirmaciones de la Primera Regidora del momento, Rosa Romero, al señalar que “entre todos hacemos ciudad, y entre todos mantenemos viva la fiesta de la Pandorga; queremos que esta ciudad sea moderna y vanguardista, pero si perder nuestras raíces”. De igual forma que su sucesora en la poltrona municipal, Pilar Zamora, en 2019, abría la polivalencia de los signos al afirmar: “que la Pandorga es libre, igualitaria y multicultural”. Sin saber –más allá de la tentación posmoderna de la trilogía francesa de la Revolución o de otras trilogías nacionalistas del pasado próximo – qué cosa es una Pandorga Libre, cómo se organiza una Pandorga igualitaria –mientras que los electos cofrades sean en exclusiva varones poblados– y qué significa le imposible retórico de una Pandorga Multicultural.

Pero la fiesta de la Pandorga y la ciudad ¿moderna y vanguardista? es un espléndido oxímoron estival-invernal, acuático-terrero, vanidoso-modesto, vítreo-plúmbeo y voluble-fijo. Merecedor de alguna distinción en el ‘Juego de los Despropositos’ que tanto se llevan esta temporada de ‘Sube y baja’. Oxímoron local tan atinado y cierto, como la llamada por algunos ‘Música militar’, por otros como Unamuno ‘Pensamiento navarro’, o como la más improbable ‘Concupiscencia en el convento’. ¿Creen lo que dicen? o ¿sólo engordan un ego poco documentado? Y además la expresión deslizante y resbaladiza “entre todos hacemos ciudad”, pretende culparnos a todos del entuerto y hacernos responsables del desvarío. Y así hacernos callar.

En años y épocas  de construcción de identidades – reales o fingidas, propias o virtuales –  hubo quien, interesada o cándidamente, estiró la silueta de la  piel de la fiesta del ofertorio frutal y frugal anterior, en aras de definir un perfil ciudadano homologable a otros perfiles ciudadanos reconocibles del entorno próximo. Eran los complejos históricos de los ‘Nacionalismos sin pedigrí’, pero con pañuelo de hierbas. Como muestra de los vericuetos de las identidades locales más rancias y la exaltación del castizo ombligo patrio. Con todo ello se daba a entender un abandono de lo mítico-mágico y de lo religioso, en aras de un paseo por lo civil y por lo popular, con un tufo de tesis antropológicas más que discutible, en brazos de una neomodernidad roma y rampante.

Y ese estirado de la silueta festera civil y popular, a  modo de un lifting que quiere provocar un rejuvenecimiento o un pronto olvido, produjo algunos fenómenos novedosos, que no nuevos: como inventarse a un vecino orondo, complaciente como un estafermo, no se si rumboso y dicharachero, vestido de sudoroso campesino antiguo; utilizar el moquero inmemorial de yerba de los cabreros, pastores, jornaleros y gañanes con la tela de cuadros, como santo y seña de una identidad discutible y jadeante; torear de noche a unas extrañas bengalas de luna llena, de fuego y de miedo y resarcirse de una sed militante, antigua, gremial y muy conocida . 

De aquellos polvos poetizantes, aromatizados con salvia, tomillo y yerbabuena, de veladas cuasi pastoriles y de danzantes rústicos y hermanados, hemos virado a unos lodos recientes que expelen otras señas diferentes y otros olores bien nítidos. La velada pastoril se transmuta en un colapso humano indescifrable de jóvenes dipsómanos; los danzantes rústicos han cedido su lugar a una turbamulta beoda y dicharachera que dispara exabruptos y esputos a una velocidad de vértigo, como esencia moderna. Tan moderna como son las prácticas novedosas y juveniles que van desde el ‘balconing’ mallorquín a la ‘tomatina’ buñoliana, que no buñueliana. Aunque el sordo de Calanda no podria haber ideado algo más surreal que los ‘balconing’ y los ‘tomatoning’. Todo ello con la bendición del poder local de concejales festeros y munícipes festivos y con otras muchas complicidades silenciosas pero efectivas. Donde había un olor nítido de pueblo regado al atardecer y camisas almidonadas y planchadas, se ha pasado a una exhibición de todos los humores, píos e impíos, y de todas las secreciones, del cuerpo y del espíritu.

A esta bacanal de zurra y limonada, orlada por otros accidentes menores de pañuelos, seguidillas y torraos, la siguen denominando de igual forma que a la antigua ceremonia mariológica y mariana de devotos y peregrinos; para dar a entender que los cambios son compatibles con la permanencia y que toda permanencia, por su sola obstinación en durar y quedar, ya es un cambio porque nada tiende a durar, y todo lo que dura lo hace desde un proceso imparable de mutación. “Lo sólido se desvanece en el aire”, como afirmaba Carlos Marx en algún pasaje de ‘El capital’; también lo  dice Martín Caparrós, en su prodigioso libro de viajes ‘El interior’, cuando advierte que “lo que parece eterno también desaparece”. Y no digamos lo rápido que desaparece lo que se inventó antesdeayer –antier, en torralbo manchego– mismo, como una ocurrencia. Que retoma otra añoranza por los movimientos obligados, como los vistos por Antonio Machado, cuando nos  advertia con pesar “¿Qué díficil es/ cuando todo baja/ no bajar también?”. ¡Cómo bajamos por las cuestas de la vida!, y cómo nos sumergimos por la ola de la multitud desplegada y en perfecto estado de revista.

Hasta lo podre explicita un cambio biológico o bioquímico, que nadie oculta, ni su olor desvaído y picante, ni la pérdida de su contorno, ni el brillo consecuente en toda putrefacción. Ahora la obstinación de todos los partícipes, oferentes y organizadores es seguir llamando a lo nuevo con un nombre viejo. Que es otra esencia del ser moderno que bebe, cambia y olvida; pero todo realizado con velocidad en el presente y con fidelidad al pasado. Pero ¿es posible ello?

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