Por Emmanuel Romero.- David ya tenía preparado el espejo sobre la mesa sobre un paño protector. Lo había desenvuelto del chaleco y colocado en el mueble para que Anselmo pudiera verlo con detenimiento. Tenía el grosor de un dedo. La parte posterior era un pedazo de piedra lisa y liviana como la piedra pómez. Quien construyera aquello había incrustado la pieza de bronce sobre esa base. Anselmo lo miró. Acercó la cara, lo empañó con el vaho de su boca. Lo cogió como quien coge un bebé, lo observó de canto, luego lo puso sobre un mueble para apoyarlo contra la pared y dio varios pasos atrás para mirarlo de lejos. David lo observaba muy concentrado esperando la opinión de su amigo químico. Vaya, no son las bragas de Cleopatra, ni el cinturón de castidad de Isabel la Católica. Venga, no seas gilipollas. ¿Qué es? Pues un simple pedazo de cobre antiguo con el mismo valor que una caja de pastillas para la tos. Me da igual -dijo David-No esperaba nada, puro entretenimiento. Siempre fuiste un poco raro. Bueno, ya, qué demonios es eso. Te lo he dicho: un simple pedazo de cobre que bien podía ser un espejo como tu mismo has sospechado. ¿Pero quién se mira hoy en un espejo de cobre, gilipollas? Cleopatra. Anselmo se rompió en una carcajada que hizo reír también a su amigo.
Por decisión de Anselmo convinieron en ir al laboratorio de la Fábrica donde tenía los contactos que siempre sobreviven a un jubilado ejemplar, para limpiar el objeto, quitarle toda la porquería, el óxido, los pegotes de amalgama de toda la química con que la tierra se había cebado en el espejo, para así tener una visión más exacta.
Ten cuidado, le dijo David. ¿De qué, pedorro? No sé, tengo un mal presentimiento. Has visto demasiadas películas de Indiana Jones. Todas, las he visto todas. Envolvieron de manera adecuada el hallazgo con cartones y cuerdas.
David apenas pegó ojo en toda la noche. Había subido a las ruinas medievales durante años y nunca había sentido la menor inquietud. Claro, que siempre lo había hecho con la rutina del caminante, para retrasar la vejez y contemplar el paisaje como hacen los poetas. ¿Los poetas? Ese pensamiento acabó con la extraña inquietud que le rondaba una y otra vez por la cabeza desde que aquella mañana decidió jugar a los arqueólogos por mero entretenimiento. Así que después de tragarse la pastilla de la próstata, la del colesterol y otra de hierbas relajantes para dormir bien, se quedó como un bendito durmiendo a pierna suelta.
Al día siguiente, Anselmo, dirigió la operación de aseado para que el espejo reluciera como si estuviera nuevo y la misma Cleopatra pudiera mirarse las tetas antes de dársela de comer a la culebra venenosa. Prepararon un mejunje de bicarbonato, vinagre, sal y unas gotas de un disolvente marca de la casa, secreto como la fórmula de la Coca-Cola y dejaron el objeto como si lo acabaran de hacer. Cuando su amigo le llevó el espejo nuevo flamante, su semblante era sombrío. ¿Qué pasa? Es un espejo. Ya lo sé. Me he mirado y no me ha gustado lo que he visto. Anselmo necesitó sentarse para seguir con su relato. No, no me ha gustado.
Holaaaa, y el resto del relato cuando lo publicais? Me intriga me recuerda a la trilogía de la mesa de salomon, encontrada en Arjonilla hace tiempo….
Quizás deberías tener una sección aparte para estos relatos, que sino es por la foto curiosa, pasa desapercibida..
Es diario, lo tienes en este periódico en la sección relatos