La Primera Guerra Carlista en Villanueva de la Fuente, Albaladejo y La Mancha

Juan Ángel Amador Fresneda.- El pueblo se había situado en “una cumbre de maldad, centro de discordias, calumnias y persecuciones ofensivas al más sagrado derecho humano”. Desazones, enfrentamientos, insultos, denuncias, apaleamientos y heridos esto eran noticia diaria y nada se hacía  para evitarlo (ni siquiera se pedía auxilio al comandante de armas) una justicia ordinaria encogida, especialmente preocupada por las represalias que pudiera sufrir el día que saliera el   ayuntamiento al cabo de un año”. Una denuncia desde Villanueva

Los antecedentes marcaron el inicio del conflicto entre los partidarios del absolutismo monárquico y del liberalismo democrático. Una disputa por el trono de España y un enfrentamiento de principios políticos opuestos; el liberalismo monárquico gobernante y el neo-absolutismo, en un largo periodo de tres guerras. Aquí hablaremos, prioritariamente, de la primera de ellas, la que repercutió en Villanueva de la Fuente y Albaladejo y en otros pueblos manchegos, con interrupciones entre 1833 a 1876.

            El liberalismo emanado de la Constitución de Cádiz y su continuación tras el Trienio Liberal de 1820-23 finalizó derrotado con la entrada de los “Cien mil hijos de San Luís”. Una parte del ejército francés encabezado por el duque de Angulema, este ejército apoyado por unos 30.000 militares realistas españoles, permaneció en España hasta 1828. Así comenzaba la Década Ominosa o segunda restauración del absolutismo hasta el 29 de septiembre de 1833 que falleció Fernando VII y su heredera Isabel II en el trono tomaba partido por el liberalismo democrático enfrentada a Carlos V-Carlos María Isidro-, hermano de su padre.

            Este mismo 1833 Javier de Burgos y Luís López finalizaron la nueva distribución provincial de España en el comienzo de una dura y encarnizada guerra carlista de siete años.  La heredera del Trono era Isabel II menor de edad y María Cristina de Borbón reina regente. El rey Borbón Fernando VII fallecía con 48, habiendo arrebatado el trono a su padre Carlos IV tras el Motín de Aranjuez, pasada la Guerra de la Independencia y haber abrazado el “Manifiesto de los Persas”. El Rey tendría intentos de asesinato o magnicidio; la conspiración del Triángulo de 1816. También había derogado la Constitución de Cádiz y la juraba nuevamente en el Trienio Liberal.

            Una revolución que pretendía un continuismo, sin abolición de privilegios ni estamentos sociales, frente a la evolución social que representaba el liberalismo gobernante.

En el contexto histórico local los hechos en 1824 parecían anunciar un anticipo de lo que ocurriría. Villanueva pertenecía al corregimiento de Alcaraz y en esa fecha había comenzado en la región la revolución liberal y a la contra el neo-absolutismo. En este ambiente de preguerra se produjo en Ciudad Real la conspiración de Manuel Adame, “Locho”. Este fue un destacado activista y guerrillero ciudarrealeño que se había distinguido formando la partida de caballería de “Los Húsares” de Ciudad Real en la lucha contra los franceses, durante la guerra de Independencia, y en seguida frente al Trienio Liberal en la defensa del absolutismo.

Dicha conspiración estuvo conectada y coincidiendo con la sublevación en Teruel de Joaquín Capape, “El Royo”, que  fue un oficial aragonés que intentó hacer creer que el rey estaba prisionero de los franceses por lo cual Joaquín estuvo detenido y procesado. Y con los detenidos de Teruel, los sublevados y los participantes de la referida conspiración de Adame fueron delatados, detenidos y encarcelados sin formación de causa.

En la conjura que se investigó judicialmente en Ciudad Real aparecieron juzgadas 36 hombres de 9 pueblos de la provincia entre los que se encontraban algunos de Villanueva. En la principal trama militar figuraron tres militares; el mencionado Manuel Adame, mariscal de campo, Manuel Aranda, capitán de caballería, y José Vara del Rey, capitán retirado y comandante de Voluntarios Realistas, de 44, 37 y 28, respectivamente. Y por los investigados de Villanueva figuraron Joaquín Vecina y Narciso Estero, comandante de voluntarios realistas, estos clasificados en la trama civil y la militar, que de forma activa y/o pasiva participaron y aparecieron citados en dicho procedimiento judicial.

De otra manera, en aquella etapa, el terreno estuvo abonado para que Manuel Adame ascendiera a teniente coronel de caballería, que conjuntamente con oficiales descontentos procedentes de la guerrilla absolutista proclamaron al infante Carlos María Isidro de Borbón pretendiente a la corona, con el nombre de Carlos V, comenzando la guerra carlista.

Rápidamente “Locho” organizó y levantó una partida para defender los derechos del pretendiente a ser rey de España, conociéndose las acciones de dicho guerrillero por la crueldad. Y con este panorama comenzada la contienda civil con los partidarios carlistas que aspiraban a  un régimen absolutista frente a los partidarios de Isabel II o isabelinos, defensores del constitucionalismo liberal, cuyo gobierno había sido originalmente absolutista moderado, acabando convertido en liberal para conseguir el apoyo de las clases populares.

            ¿Quiénes habían sido aquellos absolutistas contrarios al liberalismo en La Mancha, Villanueva y otras localidades?

            Hemos hecho alusión a algunos de ellos;  quienes participaron en la conjura de Manuel Adame, una parte de ellos miembros de familias acomodadas carlistas. En cuanto a la trama provincial religiosa figuraron; Manuel Pedro Contador, de 42 años, vicario Juez Eclesiástico, de Villanueva de los Infantes, Juan Pedro Romero, de 52 años, canónico magistral Santa Iglesia de Santiago de la Solana, Matías Bravo Martínez de Santa Cruz de Mudela, secretario jubilado de expolios y vacantes y Alejandro Laguna, de la misma profesión y vecindad, de estado civil casados, salvo Vara del Rey, que era capital retirado, y Rafael García, fiel de fechos y sangrador y Cándido Antonio Romero, de 46 años, viudo, Abogado de Reales Consejos.

            La apreciación en aquellos momentos era que se escribía en la prensa sobre la guerra y se decía popularmente: “Esta reducida cantidad de hombres nunca podían hacer peligrar el trono de Isabel II desde La Mancha ni podían empañar la lealtad de los manchegos: los pueblos de la provincia y de la región se hallaban penetrados de las más fieles ideas a favor de los soberanos derechos de S.M, amantes de la tranquilidad y la mayoría decididos a sostenerlos y descubrir, perseguir y destruir a cuantos necios intentaran otra cosa (…)”.

            Sin embargo, la condición de los detenidos y sus partidarios, nos permitiría efectuar un acercamiento al carácter político y social de la época, porque ellos tenían en común la equivocada alergia a los principios que conceptuaban abstracciones intelectuales y filosóficas, entendiendo que eran incompatibles con un sistema de relaciones instituciones y pautas de conducta que conformaban la antigua sociedad.

            ¿Y en cuanto a los liberales de la localidad? nos encontramos entonces con Francisco Montesinos, un regidor municipal, Tiburcio de la Dueña, procurador síndico personero con dos empleos fusionados, Manuel Montesinos y Juan Fresneda, labradores ambos. Otro de ellos era Valeriano Melgarejo, un propietario, nieto de Antonio Melgarejo de la familia de “Los Melgarejo”, afincada en Villanueva desde el s. XVI, entre otros muchos partidarios del régimen isabelino y miembros del ayuntamiento constitucional.

Casi seguidamente al referido 1824 el pueblo se encontraba con una enorme problemática de conflicto como otros también en España: “(…) una cumbre de maldad, centro de discordias, calumnias y persecuciones ofensivas al más sagrado derecho humano (…)”. Desazones, enfrentamientos, insultos, denuncias, apaleamientos y heridos. Esta era la noticia diaria y nada se hacía para evitarlo -ni siquiera se pedía auxilio al comandante de armas- siendo el caso de una justicia ordinaria encogida, especialmente, preocupada por las represalias que se pudieran sufrir el día que saliera el ayuntamiento “de al cabo de un año”.

            El 21 de octubre de 1829 desde Villanueva se había presentado una denuncia judicial por Juan Fresneda que firmaba un relatado escrito, en sus funciones de comandante de armas, aparte de labrador, que auguraba ya la preguerra en ciernes, dado el estado de cosas que contenían sus declaraciones; (…) que el desorden y la “tramoya” estaban destruyendo el pueblo y como tal lo había notificado al capitán general de Castilla la Nueva y una copia del recurso salía inmediatamente por decisión fiscal, el 5 de noviembre, con destino a la Chancillería de Granada”.

            En este sentido, el día 20 de octubre de 1830, por la noche una cantidad considerable de hombres, para demostrar su fuerza y poder fuera de la constitución liberal, armados y encapotados con sombreros calañeses habrían recorrido las calles del pueblo, hasta una hora muy avanzada, siguiendo los pasos del carlista Blas Castaño, anterior mayordomo del pósito pio, que cumpliendo condena en Segura de la Sierra había sido citado aquí para rendir cuentas. Y casi seguidamente aquel mismo año, se resolvía la causa criminal contra Manuel Denia, vecino de la localidad, juzgado por inquietar el orden y la tranquilidad pública en detrimento del orden establecido de la monarquía liberal isabelina.

            Finalizado este periodo de violencia, la guerra estaba abierta a diferentes niveles, con los partidarios absolutistas-carlistas colocados en la oposición política frente a los partidarios del régimen monárquico isabelino que gobernaban en Villanueva, la provincia y la Nación. España muy empobrecida en la fuerza del sector primario, porque la tierra estaba en poder de unos pocos-en las manos muertas-. La consecuente pobreza casi abarcaba a la gran mayoría de los habitantes y las quintas de jóvenes, con su incorporación al ejército no podían aportar nada a la economía familiar. Y las experiencias del bandolerismo y las guerrillas eran frecuentes en las zonas rurales, dando lugar, al desarrollo y al planteamiento liberal de la desamortización.

             Con este elenco de cosas se anticipó en Villanueva y en el resto de las zonas rurales de España el conflicto carlista armado. Los denunciantes liberales de la localidad, a partir de este momento, se expresaban ante el corregimiento de Alcaraz y la Chancillería de Granada en algunos de sus escritos en la forma siguiente:

                                               “(…) El término se extiende por una “hermosa ribera” prodiga en

                                               legumbres de las que viven la mayoría de moradores. Pero la avaricia había

                                               hecho hasta que disminuyera su producción, como el rendimiento de la                                                  ganadería y el de propios y baldíos, una parte de ellos, llegado el año 1833,

                                               había sido enajenado que merecía ser superior a 2.000 rs. libres y donde la

                                               administración, contribuciones, inversiones, reclamaciones y derechos

                                               públicos decaían sin remedio (…)”.

            Uno de los declarantes manifestaba sus dudas al respecto y decía que “si este proceso no tenía su causa en la inestabilidad política, es porque debía radicar en la incapacidad de unos alcaldes ordinarios que no sabían que estado político de cosas podrían encontrar en cuestión de meses, en España, en el pueblo y en la comarca”. Y a lo que se refería era “que se vislumbraba en el horizonte político un caldo de cultivo de preguerra”. Con esta problemática social de confrontación igualmente extendida por España sucedía que  Carlos María Isidro de Borbón, nada más morir su hermano Fernando VII,  el 29 de septiembre de 1833, declaraba su ascensión al trono como rey el 1 de octubre por el “Manifiesto de Abrantes”.

La guerra y la violencia generalizada en Villanueva de la Fuente, Albaladejo y otras localidades: “(…) un solo individuo había cometido en septiembre horribles asesinatos (…)”. En seguida se supo de los confesos Cerdanes de Villanueva  que formaban parte de una gavilla: un conjunto de varios individuos en cuadrilla, pandilla, panda, patulea, chusma y caterva descrita peyorativamente, dedicada al estrago, pillaje y violencia. Estos al amparo de la convulsión social utilizaban el método de la provocación, y el robo, cometiendo homicidios y asesinatos con la idea política:“(…) contrariar y oponerse a las leyes fundamentales de la soberanía que actualmente nos rige y gobierna para nuestro consuelo y felicidad (…)”. Esto último se escribía el 2 de mayo de 1833 por los firmantes de la denuncia reflejada más arriba.

            Llegado a este punto, en un recuerdo difuso de lo que nos decían las fuentes orales a últimos del s. XX, sobre la guerra carlista en Villanueva se reducía a un breve comentario de varias personas de mayor edad, este había corrido de boca en boca desde tiempo atrás: se hablaba de unos hechos violentos en los cuales habían colaborado los pueblos de Villanueva y Albaladejo, sin más detalles. La cosa es que las acciones bélicas se recordaban muy vagamente en el imaginario colectivo de algunas familias d. Se tenía la sospecha de que algo luctuoso podría haber ocurrido.

            Pues bien, pasó un largo tiempo y por en base a la referida fuente oral, el recuerdo se retomó, tratando de investigar dicha guerra. Y buceando en archivos públicos y otros online, se accedió a los libros de inscripción parroquiales de la iglesia de Santiago Apóstol de Albaladejo. La sorpresa fue mayúscula; con la recuperación de varios documentos originales y totalmente fiables, con un certificado de defunción de un miembro de la Guardia Nacional en agosto de 1836. Y otras posteriores inscripciones, sobre la violencia de las partidas carlistas y gavillas y otra sobre “Muertes Violentas” de 1836, escrita pasados varios años, sin relación de fallecidos. Y en otras búsquedas online el éxito de las fuerzas liberales de 1835 en el intento de saqueo y aprovisionamiento de la partida carlista “Palillos” en Villanueva.

            Ya hacía dos años que había comenzado la primera guerra carlista en España y todo indicaba ser una de las de mayor actividad guerrillera. A modo de información añadiremos que el conflicto de guerras carlistas se dio en tres fases hasta 1867. En los pueblos de la provincia de Ciudad Real en los inicios del conflicto se formaron más de un centenar de pequeñas partidas algunas de ellas grandes, siendo las causas de su proliferación las malas condiciones económicas junto a las pésimas comunicaciones entre ciudades por su orografía. Y en algunas zonas montañosas se hacía difícil erradicar el bandolerismo y del mismo modo en el tránsito a través de las principales comunicaciones de la provincia hacía Madrid y Andalucía. Estas circunstancias fueron la base para la formación de dichas partidas.

            Más allá del comienzo de las hostilidades fue una época procelosa en el territorio peninsular en el cual se quebrantó totalmente la cotidianeidad, del día a día, de la noche tranquila y aquella plácida convivencia de cada pueblo, que se interrumpía con secuestros, robos de ganado, quema de mieses y asesinatos, realizado por las facciones, partidas y gavillas recorriendo y azotando las pequeñas poblaciones. Muy notorios fueron los casos de Villanueva y el muy particular de Albaladejo.

            Por lo general, en muchos pueblos estuvieron formadas por apenas una o varias decenas de hombres que unían sus fuerzas con otras de alrededor o con las de otras ciudades mayores, hasta superar una o varios centenares de efectivos para las ocasiones bélicas o de  invasión rápida de ciudades.

La organización de los frentes rurales del carlismo tuvo la base de unidad militar en dichas facciones o partidas guerrilleras que azotaron los pueblos en forma de ejércitos con los batallones y los tercios; estructuras con números efectivos humanos y material bélico rodante para las mayores ciudades y lugares estratégicos. El lema principal de guerra “Dios, Patria y Rey” al ritmo de la marcha de Oriamendi “El Oriamendi”, con la pretensión de implantar la teocracia y la Inquisición en España.

            En el bienio de 1834-36 se incrementó la formación de las ya referidas unidades militares carlistas. Se tiene por cierto que en Villanueva la participación de miembros carlistas como quinta columna en la localidad funcionó para dar información al enemigo, al igual que en otros pueblos de las comarcas de Montiel, de Alcaraz y el resto de España. Y, en cualquier caso, otro pequeño grupo de absolutistas,  debió pasar a la acción directa alejados de su entorno próximo conocido.

            En este caldo de cultivo había comenzado la guerra civil. La partida carlista de “Palillos”, el 15 de noviembre de 1833, había tenido su primera prueba de fuego en Alcolea de Calatrava. Al frente los hermanos Francisco y Vicente Rugero, de Almagro. Aquí comenzó con mal pie y fue alcanzada y derrotada por los liberales que mandaba el coronel Tomás Yarto: “guareciéndose sus restos en los montes, ese laberinto impenetrable, con mansiones subterráneas, con despejadas y naturales atalayas, donde puede acampar un batallón en el mismo terreno en que otro esté oculto con toda seguridad”.

            Esta partida cuando no combatía, se dedicaba a interceptar las comunicaciones y arruinar el tráfico. Siempre bajo la atenta observancia del coronel Jorge Flister, creado comandante general de la línea de La Mancha, quien no perdía ocasión para perseguirles celosamente para darles combate. De este modo en la llanura manchega la referida partida había llegado a Tomelloso siendo rechazada por las fuerzas militares de la zona el 28 de octubre de 1835.

La facción “Palillos” se plantaba en unas jornadas en la noche del día 3 de noviembre en los alrededores de Villanueva de la Fuente. En una aproximación a lo ocurrido, el objetivo de la visita era acercarse a los manantiales naturales de agua y sus proximidades y entrar en el pueblo y apropiarse del “bagaje”; aprovisionamiento de víveres, caballos, etc, teniendo a la vista y a mano la cobertura de la sierra cercana.

            La evolución de esta facción habría sido seguida durante varios días, desde Tomelloso, por el tramo del antiguo camino de Toledo a Cartagena acercándose a la desembocadura del límite de las provincias de Albacete con Ciudad Real, cerca del término municipal de Villanueva.

            Los carlistas en este momento, en casi las paredes del pueblo, armados igualmente que los que al poco serían sus adversarios: los isabelinos de varias localidades aún se encontraba formando el cantón de la localidad con militares jóvenes de reserva. Bien equipados con armamento portátil; fusiles de chispa, espadas de montar, sables de caballería y machetes para tropa, con el respaldo de los vecinos que sabían del saqueo, y aprovisionamiento pretendido. Por eso un gran contingente todavía formado por 400 caballos estaba esperando a “Palillos” con los respectivos mandos militares y la tropa de cuatro o cinco poblaciones de la zona. La estrategia militar era repeler y disuadir o entrar en  batalla, si llegaba el caso.

            Al frente de dicha guarnición se debían encontrar Ramón Pretel Cózar y Vicente Mendiri del corregimiento de Alcaraz y otros miembros de graduación militar de Villanueva, Viveros y en esta ocasión posiblemente de Albaladejo.

Al día siguiente, 4 de noviembre de 1835, las fuerzas liberales apostadas, una parte de ella en las cercanías de las últimas casas, con vistas al camino de Viveros y el grueso del pequeño ejército situado cerca de la “Huerta de la Fuente y alrededor de “Cerrico de la Horca”.

La intención, el proceder y la estrategia de defensa y ataque militar era hacerse ver con la iniciativa y organización para el combate, haciéndose presentes en grupos o tandas de la caballería para ir superando, desbordando y rodeando ampliamente con los 400 efectivos frente a unos 120 caballos de “Palillos”

Pasado un corto espacio de tiempo se produjo el desistimiento de la facción carlista para la batalla, que sin un primer intento de enfrentamiento emprendía la retirada y la huida en varios grupos desperdigados hacia la sierra.

            Entonces los Nacionales isabelinos iniciaban la persecución de “Palillos”, dirigiéndose en dirección a dicha sierra y durante varias leguas y seguidamente la partida diezmada conectaba  con la sierra  contigua del Relumbrar pasando a Génave.

            En la acción bélica los carlistas perdieron en su retirada 25 efectivos humanos y otros tantos caballos fueron capturados. A juzgar por la práctica de las partidas de no declarar sus bajas, en este caso, pudo saberse con exactitud el número de muertes enemigas y ello indicó que los fallecidos fueron recogidos y sepultados en una fosa común en el término municipal.

            Todas las hostilidades se pudieron ver con un número considerable de vecinos observando el éxito del temido conflicto, mirando las acciones de persecución y huida del término municipal, desde lo alto del pueblo y desde “Las Vistillas”.

            En Villanueva “Palillos” tuvo un estrepitoso fracaso y en esta ocasión a manos del pequeño ejército que formaba el cantón de la zona sur de la comarca de Montiel; formado por la inmensa mayoría de jóvenes solteros y algunos recientemente casados. Habían alcanzado un éxito militar, a juzgar por lo que vino el siguiente año en Albaladejo.

                                               “(…) es derrotada Palillos hacia Tomelloso con alguna pérdida, y

                                               el 4 de noviembre, contando ya este partidario, tan temible después,

                                               con unos cuatrocientos caballos, se vio acometida en Villanueva de la

                                               Fuente. Más no da el rostro, sin embargo de su fuerza; perseguido,

                                               se bate en retirada en Génave, en Sierra de la Cumbre y en Rumblar,

                                               la parte más escabrosa de Sierra Morena y en Fuente del Fresno                                                         (queriendo decir Villanueva de la Fuente), siendo tan tenaz y                                                    decidida la persecución que corre veinte leguas, muriendo en ella

                                               veinticinco carlistas, y apoderándose los contrarios de bastantes caballos

                                               (…) Bien pronto se indemnizaban aquellos partidarios, merced al                                                      brigandaje de su sistema y a la libertad que todos disfrutaban, de tales

                                               pérdidas, bastándoles a veces una excursión: así se ve a Palillos

                                               aumentando considerablemente los suyos e infundiendo el terror inseparable

                                               de sus punibles excesos”.

            Otra vez “Palillos” junto a los hombres de Sánchez y “Los Cuestas”, el 10 de diciembre de 1835, presentando batalla y atacando con más de trescientos jinetes en la llanura manchega a las columnas liberales en las cercanías de Talarrubias, hicieron prisionero al jefe de estos últimos. “Este quebranto, primero de su clase, porque fue a campo abierto el choque, produjo un efecto terrible, porque demostraba que ya no podían ser insignificantes ni pequeños los combates con Palillos; que las facciones envalentonadas por su número y lo favorable del terreno, pues contaban para el llano con caballos escogidos, y con los montes impenetrables é inmensos de Toledo para la retirada, confiadas también en su espionaje, tomando audazmente la ofensiva; que casi todos los pueblos no bien guarnecidos quedaban a su disposición, y que podían ser aquellos el núcleo de un ejército el día que surgiese un hombre valiente, organizador y entendido a la vez”.

            Transcurrían los primeros años y las zonas rurales seguían castigadas y siendo punto de mira de las partidas carlistas. El caso era que en algunos pueblos de las mencionadas comarcas manchegas había un continuo sobresalto, toda vez que hacía meses que desapareció cierta protección del gobierno con haber levantado los cantones en algunos pueblos para trasladarles a otros lugares de la guerra.

En aquella guerra fratricida tuvo una gran repercusión la batalla de Albaladejo del 16 de agosto de 1836, con la violencia de las partidas, descrita en los libros parroquiales en 1836, 1838 y 1839: “La desastrosa Guerra Civil que sigue con mayor encarnizamiento cada día entre los Españoles liberales y partidarios del Gobierno Representativo sosteniendo a la indecente Reina Doña Isabel II, hija primogénita del último monarca el sr. Rey don Fernando VII bajo el gobierno de su augusta viuda la inmortal Reina Regente de la Monarquía la Sra. Doña María Cristina de Borbón, por una parte; y por otra, entre los Españoles que defienden el absolutismo, la teocracia y la inquisición, bajo el estandarte del infante don Carlos hermano mayor del rey, a quien proclaman como tal bajo el nombre de Carlos V. Esta ominosa lucha hizo sentir sus funestos estragos en La Mancha, en este partido y en esta población”.

En una interpretación cercana a los hechos históricos que ocurrieron en las comarcas referidas de Montiel y Alcaraz, especialmente, desarrollando y ampliando la información contenida en los documentos referidos. Porque se entiende que son inéditos y de sumo interés público y bibliográfico. Los sacerdotes del referido pueblo describieron la violencia, la muerte y las causas de los padecimientos de aquellos pueblos. Además en concreto reflejaron la falta de efectivos en una parte del Campo de Montiel.

            (…) Con haberse levantado los cantones puestos en Villanueva de la Fuente, en Terrinches y la Puebla del Príncipe por dicho General y Ejercito, los pueblos del partido de Infantes con muchos de la Sierra de Alcaraz provincia de Albacete, y de Segura de la Sierra en la de Jaén, quedaron enteramente abiertos a las incursiones de toda clase de ladrones y facciosos. Los pueblos, juzgando de la bondad de los gobernantes solo por los beneficios que reciben recuerdan con entusiasmo al General Narváez, a este ilustre caudillo ahora proscripto, al brillante ejercito de Reserva, disuelto por bajos intrigantes, después que habían inspirado las más lisonjeras esperanzas, al mismo tiempo que los verdaderos liberales, los verdaderos patriotas y defensores del gobierno constitucional de la Reina están maldiciendo a los mandarines de ominoso agüero sostenidos por el envidioso y raquítico  Espartero, general en jefe del ejército del Norte,  compuesto de ochenta mil hombres; La Mancha jamás les perdonará los inmensos desastres que la ocasionaron, dejándola abandonada a las correrías de los bandoleros (…).

                Lugar del enfrentamiento de los carlistas y voluntarios isabelinos. Plano 1/2.000  de Albaladejo, Jaén 29 de septiembre de 1885 IGN

            Por esto como la provincia se vio abandonada, bien fuese por falta de tropas, o bien por la inacción de los Comandantes Generales. El seguimiento y la noticia de los movimientos de las partidas en el Campo de Montiel por aquellos días y en la tarde anterior fue un hecho. Fueron vistos sus movimientos por vecinos de la zona y de Albaladejo. Y ante el peligro que se corría, las autoridades locales debieron pasar urgentemente la noticia a la unión de fuerzas Nacionales isabelinas de Villanueva, Viveros y Alcaraz.

            Consecuentemente, la desprotección de aquellos momentos en la guerra se había extendido y con rapidez llegó la amenaza. Esta era la iniciativa de la ofensiva carlista otra vez. La partida de “Palillos y Don Ciprían” la noche del 15 de agosto, anterior a los hechos de Albaladejo, ya habían dormido pertrechados y al acecho en el quiñón de junto a la Fuente y de la Fábrica de Curtidos. Al frente de dichas partidas seguían, los dos hermanos Francisco y Vicente Rugero y ello indicaba que ahora estaban dispuestos al desquite y a la masacre, por el fracaso de meses atrás en Villanueva.

            Ante el estado de guerra generalizada, las autoridades locales ya habían recibido instrucciones anticipadas, en julio o agosto, para reforzar la defensa de otros puntos estratégicos del territorio manchego y de las provincias, trasladando cientos de efectivos desde los cantes-acuartelamientos de Villanueva y los de otros pueblos. La media de edad de la tropa no pasaba de los 29 a tenor de la instrucción que enviaría el Gobierno en unos meses, con sus mandos militares intermedios, capitanes, sargentos cabos en cada uno de los pueblos. Uno de los más veteranos y el responsable de la operación militar venía siendo desde el comienzo de la guerra Ramón Pretel Cózar con 61 años y su lugarteniente, un joven de 23, José Vicente Mendiri.

Un pueblo que se encontraba más desprotegido, señalado impedido para ejercer su defensa  por su situación geográfica, cercano al paso para Andalucía y Sierra Morena. Y la consecuencia fue que antes de la madrugada del martes 16 de agosto, las fuerzas del ejército Nacional, estaban informadas y al corriente de la posición de dichas facciones. Estando concentraban en Villanueva, al mando de los mencionados jefes militares, se desplazaron, quizás de forma más veloz a través del Camino Real-Cañada de Andalucía- teniendo lejos a la vista el objetivo militar en las afueras de la localidad.

            El objeto de la defensa en principio era hacerse ver para disuadir e “in extremis” defender las incursiones carlistas a su paso por Albaladejo y la zona meridional de dichas comarcas y,  segundo, si era posible no entrar en batalla.

            A cosa de las tres o cuatro de la tarde al hacerse visible los defensores por los cerros de la Fuente del Santo, al norte. Una vez a la vista el pueblo desde la altura, las fuerzas liberales se aproximaron a cierta distancia del enemigo para mostrar su presencia, disuadir y, si era necesario, enfrentarse a las partidas. Sin esperar ni saber el modo y procedimiento sangriento que emplearían.

            La imagen de las facciones carlistas a lo lejos no parecía presentar mucho peligro de enfrentamiento, por la mera presencia de un número mayor de efectivos liberales, unos 150, que en principio podría dar lugar al abandono del enfrentamiento.

            Pero no sucedió como se esperaba, enseguida, las facciones de “Palillos y Don Ciprián” queriendo marcar su superioridad, preparación y agresividad, querían la revancha de su fracaso en Villanueva el año anterior.  Y un inicio de agresión virulenta se convirtió en la batalla desde “El Calvario” subiendo a dichos cerros y hacia los Llanos de Montiel que sigue a la referida Villanueva de la Fuente.

            Varias horas de ataques y asedio con la iniciativa determinante de la partida carlista con la puesta en práctica de un método tradicional: rodeando repetidamente y reiteradamente a los liberales con tan extrema rapidez y movilidad. Lanzando acometidas de un grupo de soldados-jinetes al estilo herreruelo con protecciones defensivas, es decir, peto, espaldar y una celada que les cubría el rostro. Disparando desde su caballería ligera el fuego de arcabuces para deshacer, romper, abrir brecha y dispersar al enemigo, a los Nacionales liberales, de sus posiciones defensivas. En una posterior táctica envolvente; de ir sustituyendo y reemplazando unos caballos por otros de reserva para atacar más incisivamente.  

            El enfrentamiento se desarrolló en horas críticas de calor sofocante unos cayendo exhaustos y otros, los más intentando repeler, respondiendo con sus armas para librase de los disparos endiablados de las partidas agresoras, dio como resultado numerosos heridos y las muestras de debilidad se apoderaron del pequeño ejército isabelino, con pocos heridos y muy pocas bajas en los atacantes que no daban muestras de decaimiento.

            Avanzada la tarde, comenzaron las muestras de derrumbe, abandono y desistimiento de una parte del ejército mancomunado de los 3 pueblos, y comenzó la desbandada, perseguidos en un radio de acción de unos kilómetros cuadrados la facción palillos fue acuchillando a los moribundos y heridos por arma de fuego.

            Finalizado el enfrentamiento y la agresión encarnizada, la estrategia militar y política de las facciones carlistas fue la de no ocupar la población, siendo lo común y menos en la zona mencionada de España. Y enseguida huían para desaparecer al anochecer y alejarse del lugar.

            En estas condiciones, se supone que al anochecer terminó la batalla, desarrollada casi en las paredes de las casas a la vista de muchos vecinos desde la distancia en lo alto del casco urbano. Una lucha encarnizada que tuvo su principal fortaleza en su caballería ligera, con la revancha del  fracaso de Palillos en Villanueva. Unido a un mal planteamiento organizativo de la operación militar que debió ser la causa de aquella debacle.

            Tan rápido como tuvieron oportunidad de reunificarse el resto de supervivientes isabelinos asistieron a los heridos de muerte, que fallecían, uno tras otro y esa misma noche, entre un espectáculo dantesco. Los cuerpos esparcidos por doquier en un amplio espacio con caballos muertos y otros sueltos sin sus jinetes, que habían sido heridos por armas de fuego y rematados a acuchillo.

            Con aquel panorama, los datos mostraban una menor preparación y entrenamiento para la violencia programada y aprendida de los fracasos anteriores de los atacantes.

            Al mismo tiempo comparecían el alcalde, Luís González, y los dos sacerdotes, el párroco Benito Rodríguez y el ecónomo Dorotheo Pérez, unos curas ilustrados de la época a tenor del pensamiento  expresado sus escritos.

            Los vecinos sobrepasados por la magnitud de los hechos, con la rabia y desolación en sus expresiones, sin haber podido poner remedio a tanta calamidad y barbarie. Estos iban recibiendo la expresión de dolor de los vecinos que comenzaban a prestar ayuda aquella tarde-noche, auxiliando a los heridos de gravedad que fueron falleciendo paulatinamente la mayoría de ellos.

            Luego se echó encima la noche y comenzó el trabajo colaborativo de la población en vela toda la noche y las autoridades, los mencionados mandos militares y voluntarios supervivientes, en la desagradable tarea de gestionar y hacer frente al desastre y la calamidad pública sanitaria creada en el pueblo.

            Las autoridades se plantearon la forma de llevar a cabo el abultado número de inhumaciones que sobrepasaban las posibilidades de la población, siendo enviados emisarios a los pueblos afectados, para informar  de los hechos a los familiares y autoridades.

            Desde aquella noche y al día siguiente no se daba abasto para recoger los cuerpos sin vida, con carruajes para depositarlos en una “morge” habilitada, mientras se estaba excavando la enorme sepultura o fosa común limítrofe en el cementerio cercano al castillo.

            La lógica de la guerra y de los carlistas marcaba el no dar a conocer sus bajas y heridos si los podían recoger,  porque fueron pocas y no se supieron con certeza. Las partidas no dejaron huella ni pruebas de ello. Posiblemente se llevaron consigo para posteriormente gestionar su curación y enterramiento en otro lugar.

            La batalla dio como resultado uno de los mayores desastres jamás acaecido de pérdidas humanas en pocas horas para las poblaciones mencionadas.

            El día 17 el balance era de 82 Voluntarios Nacionales muertos, con una media de edad de 29, y un herido entre la vida y la muerte más, total 83 que representaban un 55,3 % de los 150 militares isabelinos.

            Sin dilaciones se organizaba el funeral multitudinario esperando la llegada de los familiares, amigos y autoridades de los 3 pueblos, supuestamente para el día 18 por la mañana.

            Este referido día se celebraron las exequias religiosas en la iglesia parroquial de Santiago Apóstol por los finados en defensa de la Constitución y la monarquía isabelina. El templo abarrotado que no pudo dar cabida a la ingente cantidad de dolientes, familiares y amigos que llegaron de los pueblos.

            La asistencia y prestación de ayuda del pueblo y su ayuntamiento a las familias y amigos de los militares fallecidos fue ser admirable ante tanta pena y desolación. Y la ciudad se convertía durante varios días en un lugar de posada  y acogimiento. Y Albaladejo era una población que rondaba los 1.500 habitantes que acogía a varios cientos visitantes obligados por las circunstancias extraordinarias.

            La noticia, el dolor y el pánico había corrido como la pólvora por los alrededores y  los hechos junto al trauma se  habían apoderado del ánimo de los pueblos afectados,  de los más cercanos de la región por su magnitud.

            Pasaron 9 días desde que se celebró el sepelio de  los 82 militares pero las asistencias médicas no pudieron mantener con vida al único joven militar vivereño gravemente herido. El 26 de agosto se producía su sepelio, inscribiéndose en el archivo de la iglesia sucintamente los hechos de la batalla campal, que pasado un tiempo el párroco relató con mayor detalle y amplitud, dada que la organización parroquial había estado superada por los acontecimientos.

                                    “Agosto de 1836=Francisco Rivera marido que fue de Josefa Almarcha.

                                    En la Parroquia de la Villa de Albaladejo en veintisiete del mes de agosto

                                    de mil ochocientos treinta y seis se dio sepultura leña, en el cementerio

                                    de esta Parroquia, con entierro mayor, al cadáver de Francisco Rivera natural

                                    y vecino que fue de Viveros y habiendo salido herido como Guardia Nacional,

                                    del Parido de Alcaraz en la acción que en las inmediaciones de esta Villa

                                    con la facción de Palillos Don Ciprián y tercero; de edad de veintitrés años.                                           Recibiendo los Santos Sacramentos de Penitencia y extremaunción; no testó.

                                    Murió a las cinco de la Mañana de dicho día y por su fallecimiento han

                                    quedado dos hijos llamados; Teresa y Thomas y para que conste firmo

                                    la presente como cura ecónomo de esta Parroquia=Dorotheo Pérez Mendoza.

                                    Palillos y Don Ciprían con unos 90 facciosos a caballo, acudieron

                                    a esta villa la tarde del martes 16 de agosto de 1836 y a como de

                                    las 3 de la tarde. Siguiendo a don Ramón Pretel y Vicente Mendiri de

                                    Alcaraz se dejaron ver sobre esta villa por la Fuente del Santo,

                                    con unos 150 nacionales, que desbandados sobre el calvario

                                    principiaron a ser acuchillados, muriendo algunos en las Torcas,

                                    y en todos 83, alguno sofocado de un sol abrasador, son varios heridos,

                                    todos de Alcaraz, Viveros y Villanueva de la Fuente”.

            El resto hasta 82, como se ha dicho, habían sido sepultados en una fosa común por los inconvenientes de falta de féretros que habrían de ser confeccionados en la carpinterías locales y los efectos sanitarios de las altas temperaturas veraniegas. No costando en el registro parroquial ninguno de los nombres, ni por separado ni en conjunto en ninguna lista o relación.

            Un reparto de bajas se ha podido calcular como aproximado por localidad, porque no se dispone de inscripciones de fallecimiento de aquellos días de guerra en los referidos pueblos. Por tanto, se desconocen sus nombres y solo un remoto recuerdo familiar podría identificar a los combatientes.

            De 150 voluntarios militares y de la Guardia Nacional participantes en aquella batalla, se puede aportar lo siguiente: Alcaraz con 1.500 vecinos, 7.300 habitantes, aportaba unos 90, Villanueva con 720 vecinos, 3.250 h. con 45 y Viveros con otros 200 vecinos, 1.000 h. otros 15. Y el reparto aproximado de pérdidas humanas, para cada uno de los municipios debió ser de 50, 25 y 8, respectivamente.

            En aquellas circunstancias, en que la noticia permanente en los periódicos españoles era la guerra, algunos párrocos y sacerdotes, los más informados de los pueblos, cumplían con su deber de inscribir los acontecimientos de la vida y la muerte, como  en el caso de Albaladejo, de primera mano, se reflejó detalladamente la violencia de los grupos de gavillas y partidas que operaban en el medio rural al amparo de la guerra, la calamidad pública, el pillaje, la muerte y el asesinato.

Aquellos hombres fieles al liberalismo y la monarquía constitucional habían mostrado su más buena voluntad para la protección del pueblo frente a la venganza, virulencia y barbarie. Se habían prestado a la defensa de los pueblos de la comarca de Montiel y de Alcaraz en la parte meridional de las provincias de Ciudad Real y Albacete.

Durante mucho tiempo en las poblaciones referidas y sus alrededores no se daba crédito a lo sucedido, con el consiguiente duelo de sus familias durante años por sus hijos fallecidos. Y el párroco de Albaladejo escribía muy reflexivamente en la inscripción “Muertes Violentas”; “(…) Desde aquella terrible catástrofe las facciones cobraron una audacia tan espantosa, como extremado fue el desaliento de todos los patriotas defensores de la Reina y las instituciones liberales (…).

Llegado el momento por el cual la guerra había tomado cuerpo el 1836, el gobierno liberal había dado órdenes precisas a las diputaciones y ayuntamientos en la Gaceta de Madrid, el B.O de la época. En ese sentido llegaron las instrucciones del Ministerio de la Gobernación de la Defensa en 25 artículos a los jefes políticos y diputaciones provinciales de la Península e islas adyacentes de que forman parte las juntas de armamento y defensa. Y de este modo llegaba al corregimiento de Alcaraz y Ayuntamientos de Villanueva, Albaladejo, Viveros.

La exposición de motivos comenzaba: “A proporción que es más triste y desconsolador, el cuadro que presentan los pueblos invadidos por las facciones, debe ser mayor el esmero del Gobierno en preservarlos de este azote, o en adoptar medidas al menos por las cuales las hordas rebeldes se debiliten en las mismas correrías que hasta aquí han contribuido a engrosarlas. El principal objeto es que deben ser batidas y aniquilarlas, y a este fin podrá servir con ventaja la nueva organización de la Milicia Nacional (…).

A continuación se escribía en los arts.1 a 8: sobre las diputaciones que forman las juntas de armamento y defensa de inspirar confianza y entusiasmo a los pueblos en favor de la causa de la justa libertad, defender el territorio y perseguir a los facciosos Al amago de peligro de invasión se saquen las alhajas y efectos de valor escondiéndose en los puntos seguros y lo mismo con las armas y munición. Del mismo modo se trasladen a la capital, o puntos más seguros en similar caso, los mozos solteros de 17 a 40. Las diputaciones y juntas de armamento se separen del tránsito de las facciones y pueblos limítrofes a que puedan extender sus partidas, los caballos que pudieran llevarse para su servicio, y los ganados de que se pudieran alimentar.

Las provincias deberían auxiliarse recíprocamente, sus jefes políticos, diputaciones y juntas de armamento se pondrán de acuerdo y en urgente comunicación, en caso de peligro, entre sí y con las autoridades militares que dispongan de la Milicia nacional, contribuirán con todos los medios a rechazar al enemigo. No servirá de excusa a la tibieza y morosidad de la autoridad de las autoridades el tratarse de una provincia que no sea de su dependencia, y sí inmediata, pues los esfuerzos deben ser comunes, como lo es el peligro, y lo será la responsabilidad. Los gastos que hagan los ayuntamientos y diputaciones provinciales para defender sus distritos con arreglo a esta instrucción se pagarán de los arbitrios (…).

Poco tiempo pasaba del revés sufrido por los liberales en Albaladejo para ser contrarrestado el 20 septiembre de 1836 en Villarobledo. Y era el ejército liberal de los Generales Alaix y Diego de León frente los carlistas Miguel Gómez y Damas y Ramón Cabrera. Los dos ejércitos combatieron con muchísimos efectivos a diferencia de las batallas anteriores de noviembre de Villanueva y agosto de Albaladejo

            Tanto debió ser así que el párroco de este último pueblo recoge en 1838, los hechos de Villarrobledo de 1836 y mucho después en 1935 lo hace el escritor Pio Baroja y también el cura de Albaladejo anotando el paso de la expedición del carlista Miguel Gómez Damas por Villanueva de los Infantes.

            Siendo notoria la bibliografía, sobre la correría de Villarrobledo a cargo del carlista Miguel Gómez y Damas, reforzado el 12 de septiembre desde Utiel con las tropas de su homólogo Cabrera. Gómez  a marchas forzadas desde Tarragona, con la intención de operar en Madrid,  que pasa sin detenerse, dirigiéndose  a Albacete a ocupar la ciudad y aquí las tropas de la monarquía isabelina tuvieron un duro enfrentamiento e importante revés.

            Informado Gómez que su perseguidor, el general isabelino Isidro Alaix, había recibido el refuerzo de la caballería de húsares de Diego de León y se dirigía a Villarrobledo. Alaix por sorpresa estaba en las cercanías, llegando el 19 de septiembre a esta ciudad y en la madrugada del 20 organizando sus efectivos, al filo del amanecer dentro de la ciudad, atacaba al enemigo carlista acuartelado en el pueblo.

            El resultado fue un enfrentamiento callejero para el desalojo del General Gómez. Y este era perseguido para revolverse y retroceder. Al final la decisiva intervención de Diego de León era determinante para que los carlistas que emprendieran una desordenada retirada. Esta constituyó el mayor revés de Gómez en su expedición. A las enormes bajas hay que sumar la pérdida casi completa de su caballería, 2.000 fusiles y munición, y con cuantiosos muertos, y numerosos prisioneros. No se registraron bajas civiles, a pesar de que las murallas del pueblo, se vieron seriamente afectadas.

            Enseguida el carlista Gómez pasaba por Villanueva de los Infantes, desde Ossa de Montiel, Ruidera, Villahermosa hacía Andalucía y al tiempo se proveía de víveres, material rodante, caballerías, etc. Este derecho de aprovisionamiento era “El Bagaje” o  la aportación o contribución que debían hacer los pueblos de España al pasar los ejércitos.

                                                “(…) las fuerzas carlistas llegaron para pasar la noche en Villanueva

                                                de los Infantes; en el día de ayer, una fuerza de cinco o seis mil hombres de

                                                infantería y caballería y dos piezas de artillería de montaña.

                                                Y a la mañana siguiente, exigieron al ayuntamiento a entregar carros y

                                                caballerías para la conducción de equipajes de las tropas, pero muchos

                                                vecinos ocultaron sus yuntas, pero echaron mano de otras que no                                                          correspondía hacer dicho servicio y dar cuenta inmediata al Jefe de Policía de

                                                esta plaza su debido conocimiento y demás fines conducentes a informar al                                             sr. Presidente”.

            No se cita en el libro municipal de actas infanteño el número de material incautado, que debió ser considerable.La documentación aportada desde el libro de inscripciones de fallecimientos de la dicha parroquia de Albaladejo se decía: después de unos días, el 3 de octubre la división del General Alaix pasaba por Infantes y el Castellar de Santiago, persiguiendo a dichas facciones que entraron en Extremadura y volvieron a Andalucía, por los movimientos de la otra División de la Guardia Real a las órdenes del General Rodil, que era Ministro de la Guerra. Y dado que los dos mencionados Generales, Alaix y Rodil, no batían a las cuatro facciones, el Ministerio a fuerza de las interpelaciones de las Cortes Constituyentes llamó al General Narváez desde el bajo Aragón con su división de unos 5.000 hombres que pasó por Madrid y Talavera de la Reina y atravesó el Tajo y el Guadiana. Y a causa de este movimiento Cabrera, separándose de Gómez en los confines de Andalucía y Extremadura, se volvió retirándose por Infantes el 1 domingo de noviembre de 1836 con dirección al bajo Aragón.

            Retomando los desastres de aquel tiempo, los relatos del mencionado párroco de Albaladejo nos decían: “otro vecino Mateo Rodríguez de Quesada, dejaba viuda y siete de prole, que emigraron con su madre por el nueve de noviembre último hacia la Extremadura. Francisco Morcillo, de la Puebla del Príncipe, dejaba tres niñas pobres de solemnidad. Gregorio Rodríguez dejaba  una sola niña. José Macías dejaba viuda con cuatro hijos. Finalmente del Acacio Leal quedaron cuatro hijas solteras y dos varones.

            En total quedaban 20 huérfanos, con datos diversos y la identificación de sus familias que el mencionado cura describe con detalle; su procedencia y composición familiar a terror de casi tres años de guerra. El desastre social ocasionado por los enfrentamientos, al unísono y al socaire de las partidas que pulularon por pueblos limítrofes, sumados los crímenes, la violencia y el pillaje de las gavillas.

            Con el añadido y principal peligro de la acción bélica de las partidas carlistas en el desarrollo de la contienda, que el mencionado sacerdote denominó con referido nombre de “Muertes Violentas”. Esta era una reflexión del éxito con barbarie de las partidas carlistas y el fracaso de los liberales en aquel día 16 de agosto.

            El balance de la batalla de aquel día de estío daba lugar a una profunda crisis  por la crueldad que practicaron las partidas, y que a partir de ahora se mostraban decisivos a nivel provincial, regional y nacional, incrementando su potencial bélico en soldados y caballos para en unos meses atacar Ciudad Real el 27 de mayo de 1837. Había transcurrido un corto espacio de tiempo, sin olvidar los hechos de agosto. El éxito de los isabelinos no era tal, en las comarcas de Montiel y Alcaraz, sino un grande revés.

            Si realizamos una comparativa de estas dos batallas en Albaladejo y Villarrobledo con el verano de por medio: las bajas producidas en el enfrentamiento casi seguido de la guerra, que veremos más abajo: en Villarrobledo lucharon más de 12.500 y se produjeron solo 200 muertes y fueron hechos prisioneros 500, con lo cual la batalla de Albaladejo fue una de las más sangrientas de La Mancha y quizás de España.

Al siguiente 1837, el 27 y 28 de mayo, otra batalla campal en Ciudad Real. Y en esta eran otra vez  “Palillos” y “Don Ciprián”. Para dicho ataque la facción de los dos hermanos Francisco y Vicente Rugero de Almagro se habían fortalecido llegando a disponer de casi un ejército: 180 infantes y 300 caballos contabilizados en Ciudad Real. Se acumulaba otro fracaso provincial de los liberales con numerosas víctimas, participando 80 militares del Regimiento de Infantería, número 83 de la ciudad. Los hechos muy parecidos a los del mes de agosto en Albaladejo. En esta batalla también los heridos fueron rematados acuchillados, con la diferencia que otros serían fusilados en el acto, en el recorrido de Ciudad Real a Miguelturra.

            El 28 de diciembre de 1837 parte de la partida de “Los Arcos”-Navarra-, una expedición comandada por el general Basilio, Antonio García y Velasco, quien al frente de unos dos mil hombres encuadrados en cuatro batallones y dos escuadrones pretendía el objetivo siguiente: “organizar la guerra en La Mancha y restantes regiones de la España central, para lo que debía contar con el apoyo de una división de Cabrera, a quien se le habían dado instrucciones en ese sentido”

            El general Basilio tuvo que desistir de su plan de contactar con Cabrera debido al acoso al que se veía sometido por “Los Cristinos-Isabelinos-”, dirigiéndose directamente a tierras manchegas donde sumó a sus efectivos la fuerza de “Palillos”. “Jara –José Jara, cabecilla carlista- y Palillos, enfrascados en antiguas rencillas, trataban de manejar al general “García” según sus designios. Finalmente se impuso el primero, y Palillos, varias veces postergado, se separó completamente de la expedición”. 

            Antes de renunciar a la expedición participaron los de la partida manchega, a las órdenes del general, en varios hechos de armas notables entre los que destacan; el ataque con éxito a un convoy liberal compuesto por varios carros que desde Ruidera transportaba pólvora, el apoyo prestado por los jinetes de la partida de Palillos a los hombres del coronel Tallada que se retiraban de Baeza el 5 de febrero de 1838, perseguidos por el general Sanz, quien había tomado el mando de la división Ulibarri, que desde Navarra venía persiguiendo a la expedición de Basilio o Antonio García.

            Son destacables la sonada actuación de las tropas de don Basilio en Calzada de Calatrava, donde los partidarios carlista de Don Carlos quemaron una iglesia donde se habían refugiado aquellos liberales, donde parece ser que se encontraban mujeres y niños, que negaron su rendición, y el descalabro sufrido en Valdepeñas por la partida de Palillos, en unión a las fuerzas de García quien perdió a cuarenta de sus oficiales, tras el cual los adversarios Cristinos-Isabelinos- vengaron lo ocurrido en Calzada, ensañándose particularmente en aquellos hombres que pertenecían a la partida.

Entre tanto el párroco de Albaladejo se lamentaba en diciembre de 1838 de lo ocurrido: “Antes de la venida del Ejército de Reserva este pueblo fue invadido repetidas veces por los bandidos: aquí se formó una gavilla de ladrones que robaba a los vecinos y en los pueblos cercanos, especialmente aunados andaban a balazos hasta con el alcalde Luís Gonzáles en las noches del Gobierno de  1837 a 1838.

            Las personas vilmente asesinadas por las gavillas  fueron: José Francisco Rubio, casado y vecino de Moratalla, tratante de alpargata, salió de esta villa con dirección a Villarrodrigo, el 8 de diciembre de 1837, acompañado de Juan Román, el tuerto, y Mateo Rodríguez de Quesada, que en Guadalmena fue asesinado con el tratante y cuyos cadáveres fueron devorados por las fieras”.

            En aquel tiempo la mencionada organización para el estrago, robo y crimen de los Cerdanes (de Villanueva de la Fuente), que al parecer siguió activa algunos años, se atribuyó con Matías Román el asesinato de un vecino de Terrinchez, con continuos robos que pusieron a varios propietarios en la necesidad de rechazar a balazos a los bandoleros. Y el 28 de marzo de 1838, los tiradores del pueblo de Vianos persiguiendo a una gavilla dieron muerte a Juan Rodríguez de la Cueva, soltero, a Francisco Morcillo, viudo, a Gregorio Rodríguez, viudo, a José Macías, casado, y a Acacio Gómez Leal, casado, estos vecinos de esta villa de Albaladejo.

El 28 de junio de 1839 llegaba la violencia de la partida “Saturno”. Un hecho relevante de bandidaje, barbarie y enconamiento, por lo cual actuaban las facciones carlistas; como la de Saturno, saqueando, coaccionando y amedrentando a la población, que tuvo lugar el viernes 28 junio 1839 en albaladejo. Ahora el relato del párroco de dicha ciudad era muy esclarecedor y determinante para analizar el estado de la contienda en las comarcas referidas: “A cosa de las ocho de la mañana del viernes el expresado veintiocho de junio, cuarenta y un facciosos sorprendieron esta villa, cuando los vecinos y muchachos útiles estaban segando y espigando en el campo; vinieron por el camino de Villanueva de la Fuente, encubierto hasta dar vista a la población alrededor de unas doscientas varas; gente robusta, endurecida en la fatiga y el crimen, algunos con pantalón encamado y en lo demás vestidos a la usanza de los contrabandistas y jaques manchegos , con caballo de buena calidad en su mayor parte, con buenos arreos de poco uso, armados de sables, trabucos, escopetas y aun de pistolas; tres son desertores del 2º ligero de caballería, que en una columna al mando del oficial don Toribio Gómez Rojo han recorrido este partido en el verano de 1836, los más crueles y sanguinarios (…)”.

            “(…) Apenas se apean, uno de los comandantes con otros forajidos ocupan la casa del primer edil Luís González. Este estando en el rastrojo, los había divisado a distancia¸ y llega con alguna anticipación al pueblo. Nada dice. Hace salir fuera a su hijo en la misma mula de paso que había traído, y esconde con una sobrina suya a su nuera. Él también se oculta y deja a su mujer doña Ana Tavira sola con la criada; con algunos cumplimientos a su manera sobre la necesidad de sacar recursos de donde los haya. Le piden veinte mil Reales; les contesta, que justamente aquella mañana con mucha dificultad había podido reunir en la vecindad algunos cuartos para comprar ajos y cebollas para los segadores”.

            “No se dan por satisfechos, sabiendo ya el miserable que esta familia, ahora está más acomodada que nunca. La más desahogada del vecindario, están haciendo de llorones, que parecen otros tantos Jeremías. Tampoco se distraen por cuentos, que después han contado ellos mismos. La ponen arrestada en su casa con centinelas de vista. Se constituye su fiador el fiel de fechos Venancio Tatino Valero; pero disfrazada de labradora; huye a un rastrojo en la dehesa a un cuarto de legua. Enfurecidos parecidos a tigres rabiosos, algunos la encuentran. La traen a pie delante de los caballos, insultándola desde entonces con las palabras más indecentes, y golpes despiadados. Hacen varias excavaciones dentro de la casa, rompen tabiques, quebrantan cuantos muebles encuentran, y rasgan las ropas que no se llevan (…).

            “En casa del regidor Eladio Rodríguez del Pino destrozaron los muebles y ropas que no les acomodaban. Su mujer María Josefa de Baos quedó cruelmente maltratada por los golpes que le dieron. Escusado, es decir que, en el acto, se apoderaron del metálico y efectos del estanco a cargo de Joaquín Parra. Le piden y entrega su escopeta; sobre su apropiación uno de los comandantes sostenido por algunos bandoleros, andan a sablazos, con otros canallas, concluyéndose la zambra con romper la escopeta en las costillas de su dueño.

                        El tal comandante para hacer valer su autoridad, pero en vano. Les manifiesta el despacho de teniente, dado por Cabrera, cabecilla en jefe de las facciones del bajo Aragón y Palencia, titulado Conde de Morella. No obstante el Parra con sus chanzas, y con las que se llaman cuervos o sangrías, consigue ponerlos de buen humor. Un chisme sobre opinión, y por bajos resentimientos fue la causa de arrestarle en su casa con un centinela de vista. Escarmentado y bien convencido de su crítica situación, con unos cuantos manojos de vencejos se fugó a un rastrojo. En desquita arrestan a su mujer Faustina Rodríguez Romero”.

            “El director de la tenería, Francisco Dister, súbdito de la nación francesa, que había querido defenderse a escopetazos, desiste por los ruegos de sus dependientes, obligándole a esconderse. Un primo suyo francés dejó de ser fusilado por una suma considerable. Dieron a otro dependiente, a Gumersindo Gómez, alias el Grillo, dos sablazos en la cabeza, y en estando en la tetilla siguiente, que por fortuna no fueron de gravedad. Robaron toda clase de ropas y los géneros elaborados. Parece que ya sabían, y querían vengarse de la cooperación de la Francia a favor de nuestra causa nacional que es la de la Reina Doña Isabel 2ª bajo el gobierno de su Augusta Madre, la Regente de la Monarquía Doña Cristina de Borbón viuda de Fernando 7º difunto a fin de septiembre de 1833”.

            “Varias otras casa fueron saqueadas, especialmente de pañuelos y ropa blanca, cualquiera que fuera su caso, aunque sin el estrépito en las que van expresadas. Con una lista en la mano reunieron varias escopetas, inutilizándolas que no servían a su intento. Con otra lista de unas 15 jóvenes de las más notables consiguieron de sus padres y madres, a muchos con sablazos, cantidades de más o menos consideración, libertándolas de ese modo. Y escondiéndose, de su brutal liviandad; bien bebidos y holgados, decían que solo necesitaban de mujeres. No reparaban en viejas o mozas, ni en casadas, viudas o solteras. Saltando bardales y causándose fuertes contusiones, unas se ocultaron, y otras más imprudentes, huyeron al campo en medio de los segadores y los sembrados (…)”.

            “Los que han pasado por entre tales y tantos horrores, dudaban si acaso otro mayores habría detenido el curso del sol. Al fin de once horas de susto y sobresalto, a las siete de la tarde, los bandidos cargando los caballos con ropas y curtidos, robada una considerable suma. Salen para la limítrofe de Terrinches; sin apearse, recogen algunas escopetas, imponen al pueblo 6.000 Reales para las seis de la mañana, y  hacen alto en un cerrillo al lado de arriba de la iglesia. Lleváronse consigo a la esposa del mencionado alcalde Luís González y del estanquero Joaquín Parra, teniendo con la segunda consideración que no cesan de expresar, permitiendo que le acompañase su madre con otras dos mujeres. En el camino ya de entregada cierta suma la dejaron volver a su casa. Con la primer empero repiten los desalmados los insultos más atroces, palabras las más abominables, los golpes más terribles. A la edad de unos 60 años, gravemente accidentada de resultas de un mal parto hacían la caer de la jumentilla que montaba, con una ferocidad, una algazara y una imprudencia que horrorizan. Lastimosamente ultrajada, en un estado desolante, por dos mil Reales de vellón consigue su libertad en el campamento de aquellos tigres en la citada Terrinches (…)”.

            (…)Antes de continuar los forajidos sus correrías, cinco salen con el cautivo  Calamardo a las lagunas de Ruidera. Sumidos en un profundo sueño, se les escapa la mañana del lunes primero del siguiente mes de julio; recorriendo sierras y barrancos en tortuosos círculos, viniendo a parar no muy lejos del punto de partida, estuvo a pique de caer otra vez en las garras de aquellos lobos carnívoros, que hubieran bebido su sangre. Al caer la tarde, tropieza con una mujer, que le pone en el camino de Villahermosa, a donde llegó el martes, por  la mañana.

            De noche le quitaban el calzado, y lo tendían sobre una manta que le servía de cobija; atados  los brazos a la espalda con una soga, que por uno de sus extremos tenía cogido uno de los dos que se acostaban a los dos lados. No le permitieron ver a dos vecinos que entregaron dos onzas de oro para su rescate, al que no acudieron sino se les llevaban otras dos, que al fin no han recibido. Transido de hambre, con los pies deshechos, y abrasado por un sol ardiente, regreso a su casa tan aturdido que parecía un autómata, un espectro, un esqueleto ambulante”.

            “Lamentábanse en Albaladejo de la miseria de su infantería en los montes de Toledo. Para buscar recursos, ponderaban que en tres días habían llegado a las casas del Cepillo, del Sabinar y del Gallo cerca del Bonillo a llevarse los hatos que allí pastaban de Vianos o Alcaraz: algunos nacionales de esta última ciudad dentro de la última casa resistieron por algunas horas a los bandidos. A la vista de una partida de lanceros e infantería, procedentes de la provincia de Albacete, emprendieron su marcha por las eras de Villanueva de la Fuente a caer al día siguiente sobre Albaladejo por sorpresa, según queda dicho”.

            “Siendo cierta su relación, asombro causa la rapidez con que en pocas horas recorren largas, por no decir inmensas distancias. Contaban; habían venido a La Mancha por orden de Cabrera a levantar un regimiento de caballería en las provincias de Toledo y a Ciudad Real. Y mientras tanto se frustraba aquel proyecto por falta de jinetes y caballos que se hubieran reunido con el referido cabecilla, sino temieran el paso del Júcar”.

            “Por algunos días no se alejaron de la Osa de Montiel, que ya pertenece a la provincia de Albacete. Por algunos meses del año pasado se había establecido el famoso bandolero Luís Archidona. Este había sido fusilado el verano último con el fementido patriota Calero, alias Tronera, comandante de un escuadrón de Francos, en la villa de Manzanares su pueblo; allá  por los años que La Mancha estaba ocupada por el general Ramón María Narváez al frente del ejercito de Reserva”.

            “Cuando los forajidos sacaban al francés de la tenería para fusilarle, vomitaban atroces injurias contra la Francia: si esta nación es tan pundonorosa igualmente que en otras ocasiones, motivos tiene sobrados, sino para un castigo ejemplar. A lo menos para una satisfacción parecida a la que ha tomado de un Rey de Argel, de un don Miguel de Portugal, y algunas republicas de América. Las hordas de ladrones y asesinos, con el rigor de estas palabras, cubiertos con el dictado de carlistas defensores del trono y el altar, del absolutismo y la teocracia de las Torcas y de la inquisición, han merecido las simpatías de un Monsieur Molé”.

            “Cumplidos en el trece de julio a cosa de las dos de la tarde de ayer fuese viuda de Sebastián Rodríguez Romero, de cuyo matrimonio solo han quedado sus hijas María Juliana Rodríguez Romero casada con Cipriano Amador, y Celestina, soltera, que ofrecen hacer celebrar las Misas que pueda por el alma de la dicha su madre, que no otorgó testamento ni debe manda alguna por no haber dejado bienes. Naturales y vecinos de esta villa, los que van mencionados (…)”.

            Con la violencia de las partidas todavía en el verano de 1839 en las zonas rurales, en aquellos momentos las condiciones de la Nación expresadas harían que los líderes y jefes del carlismo encontraran facilidad para el apoyo en el campo y en ciudades para aumentar sus partidarios. El gobierno solo en ocasiones pudo destinar tropas regulares suficientes para combatir, asumiendo las fuerzas irregulares de voluntarios locales encuadrados en los «Voluntarios Nacionales», y estos sostuvieron el principal peso frente a las partidas, que algunas de estas quedaron activas unos meses ya finalizada la guerra, siendo perseguidas por la Guardia Civil que había sido recientemente creada.

            El movimiento carlista no tuvo la unidad precisa en su mando, ni conservó territorio ni administración para instalar acuartelamientos ni organización para una guerra. Su organización fue un continuo movimiento por la provincia y las provincias en general. El asalto de pueblos, el refugiarse o esconderse en las montañas era lo normal. En general una guerra de guerrillas, más a nivel rural que otra cosa con la unidad de varias partidas para llevar a cabo algún ataque, asalto de importancia a carruajes o convoy en las carreteras con cierto trasiego y ramales de caminos muy transitados.

            Con las expediciones carlistas de Carlos María Isidro en persona amenazando Madrid el 12 de septiembre 1837 se habían reflejado los avances y retrocesos de los frentes dinámicos e inestables. Ello  había representado una respuesta desesperada en la batalla de Luchana, desde el 1 al 25 de diciembre de 1836, que libró el ejército isabelino, que partiendo desde Portugalete conseguía arrollar a las fuerzas carlistas que ya dieron muestras de debilidad y agotamiento global, asediando Bilbao desde el 25 de octubre.

            El movimiento había perdido la oportunidad de tomar Bilbao y posiblemente ganar la guerra. Y de otra forma, de acuerdo a lo que hemos visto, en la capital de la provincia y las dos comarcas mencionadas manchegas, con un juicio limitado del estado de las cosas en España parecía que se rearmaba y tomaba aliento el carlismo por el miedo infundido en la población.

            Pero en 1839 la desmoralización final llegaba a los carlistas con la aparición de una decisiva facción que quiso el final con un pacto, dado el éxito de las fuerzas liberales en gran parte de España; a últimos de agosto el general Maroto daba a conocer públicamente las propuestas de paz que se suponía le había hecho Espartero.

            En aquellos momento Carlos María Isidro inseguro y dubitativo se vio incapaz para restablecer su autoridad, y no pudo convencer a su círculo más fiel y el día 31 se firmaba  el final de la guerra con el Convenio de Vergara o “Abrazo de Vergara” entre Espartero y Maroto, al que se acogieron las divisiones guipuzcoanas, vizcaína y castellana, con otros cuerpos y corporaciones. Con el general Cabrera todavía unos meses más interviniendo en el Maestrazgo, que se resistían al “status quo, con otras escaramuzas en zonas rurales”. Acuerdo que Carlos María no aceptaría junto a sus afines, para exiliarse a la espera de otras oportunidades, que las hubo, transcurrido un tiempo en el cual, definitivamente, fracasaba el neo-absolutismo.     

            Un acuerdo que Carlos María no aceptaría junto a sus afines, para exiliarse a la espera de otras oportunidades, que las hubo pasado un tiempo, en el cual definitivamente fracasaba el neo-absolutismo, con el resultado de 111.000 a 306.000 muertos y de 34.000 a 86.000 heridos. Con el añadido de violaciones de mujeres y el exilio de más de 32.000 carlistas, con la gran mayoría regresando a España en un corto espacio de tiempo.

  • – Es un extracto de la próxima publicación: “Un Recorrido por los últimos 800 años de Villanueva de la Fuente”. Amador Fresneda, Juan Ángel -exalcalde y exdirector del Instituto de Educación Secundaria  de Villanueva de la Fuente.

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