Leer o no leer

Casi a la shakespeariana del To be, or not to be, formulamos hoy este Leer  o no leer, tras la polémica sostenida por la (des)conocida y proclamada influencer María Pombo. Quien ha denostado –pisando la pastilla de jabón del baño cultural y rompiendo, a lo Hitchcock, las cortinas de la ducha– las cualidades derivadas de la lectura como hábito y como practica social destacada. Abriendo, con ello, una brecha sin sangre, en todo el buenismo cultural de los defensores de las bondades de la lectura y de los libros como herramienta de conocimiento y de formación. Incluso, cuestionando siglos de formación educativa, con el libro como herramienta central de aprendizaje. Llegando a decir, despectivamente, a los inquietos replicantes de sus redes, que “leer no os hace mejores, por mucho que presumáis”. Frente a la indiferencia átona de las estanterías de su recién remodelado salón, átono igualmente de libros y de ideas. Como ella misma deja deslizar en su impertinencia bobalicona con su dress-code de fin de semana y estanterías altas y vanas.

Probablemente la afirmación anterior sobre la innecesariedad del libro como instrumento de cultura –y de entretenimiento también– en las actuales coordenadas socioculturales, recorridas por cierta deserción lectora en la contraposición de lo digital, en presencia del tardo-postcapitalismo ágrafo y por la turbia mescolanza de la IA, merezca una reflexión sosegada y otras matizaciones, más allá del bien lector –que puede coincidir con el buen lector– y del mal pombiano. A la manera de la realizada, por ejemplo, en los años sesenta, por Umberto Eco, cuando captaba la llegada fulgurante de las nuevas formas comunicativas y las incipientes nuevas tecnologías, bajo la forma del trabajo reflexivo denominado Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas. Que matizaba dos corrientes culturales al respecto: los partidarios de las nuevas formas comunicativas y los que las rechazaban, desde cierto integrismo del pasado que se quería embalsamar a toda costa. Reflexiones cabales, pero no del tipo de las practicadas por Pombo –si es que podemos llamar a tales eslóganes de redes y cuarto de estar, como reflexiones culturales del momento–.

Y ha sido tal la reacción producida por el pequeño –pequeñísimo, diríamos aún microscópico–  terremoto pombiano, que a él se han aplicado diferentes voces autorizadas –desde Ana Iris Simón a Berna González Harbour; desde Javier Cercas a Diego Garrocho; hasta Enrique Alpañés, quien formulaba el pasado 7 de septiembre, en El País, su análisis sesudo bajo el título El beneficio de la lectura: más cultos, más sanos y ¿mejores? Indicando en su trabajo, sus dudas sobre los beneficios lectores, como parte de una de las líneas del debate sostenido días atrás. Todos reconocían a excelentes lectores –se citaba desde Hitler a Stalin, entre otros aficionados al libro– que habían sido unos perfectos bellacos y unos grandísimos hijos de puta, a pesar de su trato frecuente con el objeto libro y con el caudal lectura. Concluyendo con ello, que el solo hecho de leer, no le hace a uno mejor ni más bueno, ni más alto. Incluso, recogía Alpañés, parte del argumentario pombiano: “Hay que empezar a superar que haya gente que no le gusta leer. Y encima no sois mejores porque os guste”.

En esa onda de las superaciones de mitos, mitologías laicas y tópicos al uso, se producía el día anterior, la afirmación de Andrea Galaxina (Andrea Díaz Cabezas), autora de Fanzines y Perzines, en la sección semanal de Babelia, En pocas palabras. Que venía a responder a la pregunta de “¿Qué libro no has podido terminar de leer?”, pregunta habitual, por demás, en todos los entrevistados del espacio, que acaban respondiendo con la respuesta de rigor: ya Ulysses, ya El Quijote, ya Ana Karenina, ya La recherche du temps perdue de Proust. Cuya contestación, en este caso, no dejaba lugar a dudas del momento tensionado y posmoderno de los libros y de la lectura. “Leer los libros enteros está sobrevalorado”, decía Galaxina desde su galaxia doctoral. Una sobrevaloración ésta, que emparejaba con otro mito contemporáneo, como es el del viaje publicitado. Aunque podría haberse quedado Galaxina a secas, en la reducción pombiana: “Leer libros está sobrevalorado”. Para pasar a continuación al afamado iletrado de: ‘Leer libros es una tontería’.

Llegando con todo ello, con el final de los libros y con el final del mito de las lecturas, a los continentes entrevistos por Walter Benjamín, en su colección de textos –de Benjamín, no puede decir con amplitud que fuera un libro exactamente, sino un conjunto de textos plurales y llenos de interrogantes y sacudidas– Desembalo mi biblioteca. El arte de coleccionar. Piezas, todas ellas, anteriores a 1933 y que componen un mosaico de los intereses y curiosidades de Benjamín en el mundo del libro y de la lectura. De otra naturaleza, aunque casi coincidente en el título, es el trabajo de Alberto Manguel Mientras embalo mi biblioteca. Una elegia y diez digresiones, (2017) que da cuenta de las diversas vicisitudes de la biblioteca viajera del que fuera, primero secretario personal de Borges, después, director de la Biblioteca Nacional de Argentina y, finalmente, autor de una fenomenal Historia de la lectura. Manguel había participado en 2025 (El País, 23 de abril) en el debate oportuno– al celebrarse esa fecha el día del libro– sostenido sobre si ¿Pueden servir los libros malos para llegar  a los buenos? Que, dicho en plata, planteaba la cuestión de si la lectura era una suerte de camino de perfección o de mejora aplazada: se empieza por piezas menores y aun tontas, y poco a poco, se puede llegar a cimas notables y cumbres mayores. La posición de Manguel era nítida, al titular a su aportación como No todas las lecturas son iguales. Dejando claras las diferencias entre algunos libros y otras lecturas, y trasladando el debate al de la producción editorial. Donde dejaba clara la posición del llamado mercado librero: “Los comerciantes del libro, ansiosos por crear mercados para sus productos, inundan las librerías físicas y virtuales del equivalente literario del fast food, textos de consumo inmediato”. En esa onda, se expresaba recientemente, el editor y escritor Enrique Murillo, al advertir la incompatibilidad existente entre el número vertiginoso de novedades editoriales –cercanas a las 80.000 por año–, con el potencial lector de tipo bajo, que se da en España. Que había sido objeto de otro debate similar sobre ¿Se publican demasiados libros en España? (El País, 11 junio 2025), con las opiniones encontradas de Pilar Reyes (La abundancia en la cultura no es un problema) y de Rubén Hernández (La sobreproducción es un modelo de negocio). Dejando las cosas entre el negocio, la abundancia y l anormalidad.

La réplica a las posiciones de Manguel, la sostenía Laura Fernández, exponiendo su posición con el texto Lo importante no es el libro, es el elector, venía a decir. Deslizando algunas claves finales sobre fenómenos literarios paranormales, como el del éxito de La señora Potter no es exactamente Santa Claus, que llegó a vender 20.000 ejemplares, a pesar de que advirtiera que “tratándose como se trataba de un libro complejo, digresivo en ideas y multitudinario en ideas y personajes”. Para preguntarse, finalmente, “que se volvió un libro popular, [y] se acercaron a mi lectores que protestaron por la forma en que estaba escrito”. Para concluir que “La razón por la que se lee literatura de consumo, o best seller, no tiene que ver con el libro en cuestión, como con las popularidad del libro en cuestión”.

Algo parecido al debate pombiano entre popularidad indebida –desproporcionada, tal, vez– y opiniones faltas de fundamento. Entre leer como mérito y el demérito de no leer. Entre los talibanes del libro –así los llama Pombo, a los defensores del libro– y los liliputienses de la cultura escrita.

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1 COMENTARIO

  1. «Donde dejaba clara la posición del llamado mercado librero: “Los comerciantes del libro, ansiosos por crear mercados para sus productos, inundan las librerías físicas y virtuales del equivalente literario del fast food, textos de consumo inmediato”. O la teoría del betsellersimo. Magnífico artículo

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