‘Los golfos’ y los ‘Ragazzi de vita’ de Saura a PPP

Accattone que fue el primer largometraje de Pier Paolo Pasolini –PPP, del que el día 2 de noviembre conmemoramos el 50 aniversario de su asesinato incomprensible–, aparece  realizado en 1961, un año más tarde  de que Carlos Saura – por raro que parezca la diferencia de edad entre ambos: PPP de 1922, Carlos Saura de 1932, en esa coincidencia del debut cinematográfico de ambos autores, procedentes de la poesía y de la fotografía: cuentan por ello con 39 y 29 años respectivamente– realizara su primera película, Los Golfos, a partir de una colección –crónica de vida de los arrabales madrileños, entre barojianos de artículos de Daniel Sueiro, publicados en el diario de los Sindicatos, Pueblo. Diario que dirigiera Emilio Romero, quien, en palabras de Juan Domingo Perón, era “el mejor diario peronista del mundo”. Artículos donde se indaga en la situación marginal de una juventud vista en blanco y negro. La primera juventud crítica de la larga postguerra, con todos los inconvenientes de manifestar tales cuestiones en la salida de la Autarquía y en el ascenso de la normalización económica del Plan de Estabilización de 1959.

Quizá el hecho de que los artículos fueran publicados en un periódico oficial como fuera Pueblo, y de que salvados los inconvenientes desternillantes del trámite de censura del Ministerio de Información –camisa morada del censor y cruz al cuello como argumento de poder–, que opinaba –tras mostrar encima de su escritorio una pistola– ante los asombrados Carlos Saura y Mario Camus, coautor del guion de la película, a los que se dirige diciéndoles que “si es que quieran que vuelvan los tiros a la calle”. Todo por una película propuestas veinte años más tarde de la final de la Guerra Civil. Por razones invisibles de los despachos, el productor Pere Portabella –involucrado en la película primeriza, por la amistad mantenida con Antonio, el pintor hermano mayor de Carlos–, consigue la autorización y se pone en marcha el rodaje en escenas naturales y con actores aficionados y principiantes que le dan un tono seco y áspero, encabalgado entre la Nouvelle Vague y las huellas del Neorrealismo. Por más que a estas alturas PPP ya estaba cuestionando el valor y el mensaje de la estética neorrealista, como refleja su primera novela Chicos del arroyo, de 1955. Unos chicos del arroyo que podrían haber servido de modelo a los botarates y predelincuentes de Sueiro de 1959, que se debaten entre un golpe a un cobrador algo miope o reventar la caja de un gasolinera, para financiar el viaje a la gloria de un aprendiz de torero incierto y hambriento, tanto de gloria como de bocadillos de calamares. Donde es perceptible, en el ejercicio de Saura, el tono italiano de las periferias entristecidas y polvorientas de Torino o de Roma, y algunos interiores de boîtes afrancesadas, oscuras y ahumadas. Tal vez por todo ello, por esa suerte de premonición de las corrientes en curso en Europa (Los cuatrocientos golpes de Truffaut, es de 1959; y Billy Liar de John Schlesinger de 1963) fuera seleccionada para representar a España en el festival de Cannes de 1960. Y en ese proceso, como cuenta Saura en sus memorias De imágenes también se vive. Casi unas memorias (2022), recibe la recriminación de José Luís Saénz de Heredia –en el comité seleccionador del Festival para los representantes españoles–. “¿Por qué dar una imagen tan triste de nuestro país en el extranjero?”, para proponerle a Saura, otro final más luminoso y esperanzado.

Por su parte Accattone –historia  centrada en un proxeneta desesperado, Franco Citti magistral, cuya única motivación en la vida es cobrar el dinero de su prostituta, lo que lo lleva a la incertidumbre sobre qué hacer cuando ella sea encarcelada tras verse involucrada en una disputa entre bandas en la zona donde trabaja– de PPP, resultó una obra impactante y de gran calidad, pero con una indicación  del trayecto posterior de ambos directores, bien diferente el de PPP al de Saura. El gesto airado de Los golfos, con un final de fracaso manifiesto y sin esperanza, tendría prolongación con la densa trama destructiva – viejos rencores aparcados y afrentas de un pasado que no se olvida– de La caza (1966), para entrar en las obras posteriores junto a Elías Querejeta, en una secuencia de madurez y contención, de cierta rememoración del pasado y en el descubrimiento de estructuras musicales y de ritmos de danza.

Aunque todo ello, esa contención que otorga el paso del tiempo no fuera tan explícita en las películas posteriores de PPP, con  la obra terminal, por muchos conceptos e inaugural por otros, Teorema (1968). Y es que la mera premisa de ruptura de Accattone había resultado bastante impactante para los estándares de principios de los años 60, consagrando a PPP como un director intransigente y transgresor. Su realismo y solidez hacen que se mantenga vigente en muchos aspectos, convirtiéndose merecidamente en una de las obras más reconocidas del cineasta. Como, por otra parte, ocurre con el esfuerzo valioso de Los golfos. Para demostrar el magisterio de las Ópera prima.

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