Delia Rodríguez (El País, 20 noviembre), levanta, o lo pretende, el nuevo movimiento estético (¿…?) que denomina como Neopaquismo, de la mano del texto que sobre decoración ha publicado Mr. Pistacho en Forocoches. Y de forma resumida, explica que el Neopaquismo “trata del estilo de nuestra época”. Podía haber optado, por otra fórmula de éxito multitudinario y multinacional: El estilo de nuestras vidas, como una nueva marca con logo internacional y campaña de promoción. Identificando y simplificando nuestra época y nuestras vidas con esa estilización poco aclarada del Neopaquismo. Sin que la tal Paqui, albacea testamentaria y promotora fundacional del Neopaquismo, tenga nada que ver con la mujer del malogrado Santos Cerdán; ni con el Paco Sánchez de Encarnita Polo; ni con Francisca Viveros Barradas, cantante mexicana conocida como Paquita la del barrio, también conocida como La guerrillera del bolero y autora de una letra inconmensurable, la Rata de dos patas, que da para otro inventario de ‘mala leche estilística’ y de lucha contra el heteropatriarcado. Falta pues, fundamentar las bases estilísticas del Neopaquismo que, Delia Rodríguez, no analiza ni califica, solo lo denomina como tal y como un consecuente superado y superador del Paquismo viejo y enmohecido.
Para ello, fija tres o cuatro características fundamentales y formales de edificación y decoración – mobiliario de Ikea, paredes lisas, referencias a viajes centrífugos, cocina americana, despacho de teletrabajo y un enorme televisor–. Campo, sobre todo, interior de la vida privada y no de la vida pública, como un tremendo contraste de pareceres. Cuando lo que se muestra y exhibe es más lo segundo que lo primero, ¿cómo entender la articulación neo-estilística solo de puertas adentro? Un movimiento estético-estilístico-intimísimo que lo entiende como prolongación contrapuesta y superadora del sobado Paquismo – paredes de gotelé, suelos de terrazo, muebles de madera maciza oscura, distribución pasillera: todo un alegato contra un modo productivo inmobiliario–. De tal suerte que el Paquismo es a la Transición como el Neopaquismo es al presente ahuecado de la generación Z y en el límite al Sanchismo del cincuentenario franquista y del acogotamiento inmobiliario.



La vuelta de tuerca nos descubre que, más allá de los estilismos y de los foros sociales, aparecen otras realidades inconmensurables y puede que incompatibles. “Ikea es la consecuencia de demasiadas mudanzas y no poder permitirse muebles duraderos; las paredes lisas se llenan de roces cuando no hay tiempo o dinero para mantenerlas”; pero, sobre todo: “El Neopaquismo no es solo una elección estética libre”, escribe el forero Pistacho, por lo que deberá de ser un imposición social y económica. O, si se quiere, la inevitable e insoportable gravedad del sector inmobiliario en nuestras vidas y en nuestras cuentas corrientes. “Es la consecuencia inevitable de las condiciones materiales de nuestro tiempo: alquileres caros, contratos temporales, movilidad laboral forzosa, natalidad aplazada o directamente cancelada, y atomización social”. Baste ver los datos, índices y estadísticas sobre el mercado de la vivienda, que apuntan y señalan a nueva burbuja. Así El País –20 de noviembre, y no es coña repetitiva– decía que “el precio de las casa bate el récord de la burbuja: 2.153 euros por metro cuadrado–. Por lo que el supuesto estilismo que se proclama tiene que ver más con la condición material resultante, denominada como Precariado, que con pretensiones de filosofar en el sofá blando y monocromo de Ikea. Por lo que en los bajos de cualquier movimiento estético o con pretensiones de tal, anida un latigazo de la materialidad palpitante. ¡Las condiciones materiales!, tonto. Casi un Volverás a Región, o volverás a los principios fundamental del materialismo histórico, como decía y quería la filósofa y periodista chilena Marta Harnecker.
Por ello, “Donde el Paquismo era feo pero honesto, una estética de clase trabajadora [puro proletariado de la Transición] que aspiraba a la estabilidad, el Neopaquismo es bonito pero vacío. Promete modernidad, amplitud, libertad, pero lo que realmente refleja es la vida de quien no puede permitirse (o le da miedo) echar raíces (…) Con toda su blancura y limpieza escandinava, es también la estética de la renuncia”. Blancura, limpieza, renuncia y vacío.
Quizás como todo el vacío que expresa el movimiento incesante de Ismos y Vanguardias –incluso la vanguardia del proletariado–. Baste ver el recorrido que realizara Ramón Gómez de la Serna en 1943, con su pieza Ismos. Que ha venido periódicamente actualizándose hasta nuestros días. Una actualización que expresa la ficción del movimiento de esos ismos que nacen, crecen se multiplican y desaparecen. Unos movimientos que quieren estetizar y estilizar nuestras asuntos cotidianos, desde el Rosalismo al Povedismo, desde el Hormiguismo al Broncanismo, desde Pablismo al Gonzalismo, desde el impenitente Macarrismo al copetudo Mamarrachismo. Por no hablar de tantas otras categorías que se encabalgan entre el Pijismo –Raquel Peláez acaba de publicar en 2024, Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España – y el Lomanismo –la misma Carmen Lomana, fosforescente, decía en febrero pasado que “ser pijo es fantástico”–. Aunque al final, todo se solucione como quiere Marta Riezu con Agua y jabón. Apuntes sobre la elegancia involuntaria.










