José Buitrago.- En Oviedo, en el bullicioso Bulevar de la Sidra, la calle Gascona respira tradición. Entre culinos generosos, platos que llegan humeantes y conversaciones que se prolongan hasta el cierre, se encuentra Sidrería La Pumarada, un establecimiento que, lejos de ser un negocio más, representa la culminación de cinco generaciones de experiencia hostelera.
Su historia no empieza en la capital, sino en una Asturias rural que ya a finales del siglo XIX conocía el valor de la sidra y la importancia de la cocina casera como punto de encuentro.
Porque antes incluso de la legendaria Doña Ángela “La Chica”, la gran matriarca de la saga, la familia fue poseedora de un llagar en Posada de Llanera, en la zona conocida como El Cruce, donde el prensado de manzana y los primeros escanciados familiares dieron origen a una tradición que con los años se convertiría en forma de vida. Es ese llagar el auténtico inicio de una genealogía sidrera que llegaría hasta nuestros días a través de tabernas, fogones, barras, fragües, potros de herrar y hoy salones repletos de comensales en pleno corazón ovetense.
De Posada a Coruño: los primeros pasos de un linaje sidrero
La segunda generación relevante de esta historia la protagonizarían Enrique Álvarez González y Ángela Alonso, fundadores de Casa La Chica en Coruño, un establecimiento que dejaría una huella profunda en la memoria colectiva del concejo de Llanera.
Aquel bar-tienda, levantado en plena transformación industrial y conocido por su ambiente, sus tertulias y el constante trasiego de obreros y carreteros, se convertiría pronto en un punto de referencia para toda la comarca. Allí, entre vinos, cañas, caldos de caza y un arroz con leche memorable, Doña Ángela ganaría merecida fama como una de las mejores taberneras de la región.
Casa La Chica, más que un bar, fue un escenario social donde convivían herradores, arrieros, militares, representantes, cazadores y músicos. Sus fogones —generosos, tradicionales y siempre encendidos— hicieron que la tercera generación creciera entre aromas, oficios y el ritmo pausado del pueblo asturiano.
Pura, Paco y la continuidad de un oficio que nunca descansa
Tras la Guerra Civil tomarían el relevo Francisco Álvarez Alonso (Paco “El Chico”) y Purificación Colunga (Pura “La Chica”), quienes reconstruirían el establecimiento y lo mantendrían vivo hasta las primeras décadas del siglo XXI.
Pura, heredera del talento culinario de Doña Ángela, afianzó la fama de la casa gracias a potes humeantes, fabadas generosas, callos de matanza, guisos de caza y un trato cercano que convertía a cada visitante en habitual. Paco, por su parte, mantuvo la fragua y el potro, atrayendo a toda la comarca.
La vida en Casa La Chica continuó marcada por competiciones de bolos, tertulias de cartas interminables, carreras ciclistas cuyo recorrido pasaba frente a la puerta del bar, y fiestas patronales donde la comida era tan importante como la devoción.
Estos años consolidaron un conocimiento íntimo del oficio: cómo se atiende, cómo se sirve, cómo se cocina y, sobre todo, cómo se acoge.
Gascona: la culminación de un legado
Hoy, la quinta generación —los hermanos Jaime y Alberto Álvarez Uría— recoge todo ese bagaje familiar y lo traslada a La Pumarada, una sidrería reconocida en Oviedo por su autenticidad, su cocina tradicional y su arraigo en el Bulevar de la Sidra.
Allí, donde las mesas se suceden en amplios salones pensados tanto para el cliente diario como para grupos y celebraciones, puede respirarse la misma filosofía familiar que comenzó en aquel llagar de Posada hace más de un siglo: buena mesa, sidra de calidad y un servicio siempre cercano.
La cocina: herencias que siguen vivas
En La Pumarada, las especialidades de la casa no aparecen como un simple apartado de carta, sino como continuidad directa del recetario familiar.
La fabada, servida con compango generoso y caldo ligado; el pote asturiano, poderoso y equilibrado; los callos que recuerdan a las matanzas de antaño; el adobu rojizo de sabor profundo; los guisos de caza que evocan las antiguas tertulias de Casa La Chica…
Cada plato guarda un vínculo con una generación anterior.
El cachopo, una de las piezas más apreciadas por los visitantes del Bulevar, combina materia prima excelente con la técnica perfeccionada durante años.
Los pescados —merluza a la sidra, bacalao, pulpo o calamares— aportan el contrapunto marino necesario en una carta que abraza la identidad asturiana.
Y el postre estrella no podía ser otro: arroz con leche tradicional, elaborado con la suavidad y la paciencia que ya dedicaba Doña Ángela en Coruño.
Los menús: continuidad de una misma filosofía
Los menús que ofrece la sidrería siguen la línea clásica:
platos caseros, raciones generosas y producto reconocible.
El menú del día, siempre contundente; los menús especiales de fin de semana; las propuestas para grupos y empresas y las espichas en las que la sidra acompaña embutidos, tortillas y carnes tradicionales, mantienen viva la esencia de la casa: comer bien no es un lujo, sino un derecho.
Reconocimientos: la confirmación de un camino
A lo largo de los años, La Pumarada ha recibido diversas distinciones y menciones en el circuito gastronómico ovetense y dentro del propio Bulevar de la Sidra.
Ha participado en jornadas, concursos de escanciado y eventos que reconocen su papel como una de las sidrerías con mayor identidad de la ciudad.
Premios a su cocina tradicional, menciones a su fabada y presencia constante en guías regionales hacen patente que el prestigio de la familia no solo se conserva, sino que crece.
Conclusión: cinco generaciones y una misma manera de entender la vida
Desde el llagar familiar de Posada, pasando por la taberna histórica de Coruño con su fragua, su potro y su vida social, hasta los amplios salones de Gascona donde la sidra se sirve a ritmo constante, han pasado casi cien años de cocina y hospitalidad.
La Pumarada no es solo una sidrería:
es el fruto de cinco generaciones que han entendido que la gastronomía, cuando es auténtica, se convierte en memoria, cultura y forma de vida.
En cada culín, en cada plato servido y en cada conversación que se alarga entre mesas, pervive el legado de Doña Ángela, de Pura, de Paco y de todos aquellos que trabajaron antes para que hoy, en pleno Oviedo, la tradición siga viva.
Una sidrería que no solo alimenta: cuenta una historia.









