Un ciudadrealeño en la cumbre de la profesión periodística: El solanero Casimiro García Abadillo dominará El Mundo

El cese de Pedro J. Ramírez como director del diario El Mundo está haciendo correr ríos de tinta sobre los verdaderos motivos de su defenestración, bien sea por motivos políticos o económicos. El caso es que su recambio llega de la mano de un periodista de la provincia de Ciudad Real, Casimiro García Abadillo, que llega así al cénit de su carrera.

Casimiro Garcia AbadilloCasimiro García Abadillo es natural de La Solana y ha compartido buena parte de su andadura profesional con Pedro J. desde los tiempos en que ambos compartían redacción en Diario 16. En 1989 se incorpora al recién fundado El Mundo como redactor jefe. Posteriormente pasaría a ocupar los cargos de  director adjunto y vicedirector.

García Abadillo ha sido la mano derecha de Pedro J. Ramírez durante décadas como timonel de la línea editorial del periódico, y dirigió famosas investigaciones periodísticas entre las que destacan las de los casos Filesa o los atentados del 11-M en Madrid.

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7 COMENTARIOS

    • Igual los 470 millones de pérdida de la empresa también habrán influido. Su labor como director no sólo es periodística; también de gestión del día a día. En este aspecto, su balance es nefasto. «Orbit» ha fracasado, en papel, ABC le pisa los talones. Si las cuentas no cuadran, normal que le cesen. Ojo, el argumento de las presiones, también lo hago mío, pero de forma más subsidiaria.

    • Por supuesto lo ha echado rajoy. XD. Las pérdidas millonarias no an influido ya que los accionistas del mundo no les importa tener beneficios o pérdidas. De toda la vida de dios en una empresa nadie es imprescindible salvo el dueño por lo que si la empresa no da pelas el ke la dirije cae sea kien sea, cuantos casos de grandes empresashemos visto que han destituido a su gerente el cual parecía intocable, si hasta echaron de apple a steve jobs.

      PD: sigo disfrutando de lo votado y espero seguir disfrutandolo

  1. Pedro J. se encuentra de nuevo con la misma piedra que con D16. A saber lo que tendrá en el cajón de Génova y sus genoveses.

    Y, efectivamente, la crisis tb pasa factura.

    A ver si tiene algo bueno de Cospe y López del Hierro.

  2. !Los papeles de Bárcenas, ay! Se nos va Pedro J., con versos de Quintana y su «Oda a Juan de Padilla» para demostrarnos que es un periodista tan grande como su ego .»De arena y sangre y de sudor cubierto/ veo al héroe que lucha y lucha en vano». En vano, en vano, no me parece, que ya te está esperando un cheque en blanco por la publicación de tu próximo libro, malandrín. El final del comunero fue infinitamente más dramático, no? !El poder no se toca!

  3. Mejor que la Oda a Juan de Padilla de Quintana es la de Félix Mejía:

    «A la muerte de Juan de Padilla», El Zurriago núm. triple 67-68 y 69, [octubre] 1822, pp. 7-10.

    A LA MUERTE DE JUAN DE PADILLA.

    Victrix causa diis placuit, sed victa Catoni

    «La causa de los vencedores plugo a los dioses, pero la de los vencidos plugo a Catón».

    Cúbrese el cielo y rompe horrisonante
    el rayo su prisión, el ronco trueno
    en los cóncavos montes se repite
    con tremendo zumbar, áspero silbo
    lanza el ábrego airado
    y se estremece el orbe consternado.
    Ruge el abismo y de su seno arroja
    la desgracia y la muerte, y no a su aspecto
    hace temblar al justo, que, inmutable,
    sigue de la virtud que venerara
    el sagrado sendero:
    más fuerte el justo es que el orbe entero.
    Ciñera España con la regia insignia
    de un extranjero la ambiciosa frente,
    y él, cual maligna sierpe que devora
    al mismo incauto do encontrara abrigo,
    ingrato maltratara
    la nación que hasta el solio le elevara.
    El capricho fue ley; a sus mandatos
    tembló la humanidad. De oro sediento
    la Iberia saqueó que so la grave
    mole del duro trono estremecida,
    opresa, quebrantada,
    maldijo tarde su elección errada.
    Y calló envilecida y ni un suspiro
    osó exhalar. ¿Qué fuera de su esfuerzo,
    de su antiguo valor? ¿Del gran Pelayo
    los belicosos hijos sus cervices
    así inclinan al yugo
    que imponerles a un déspota le plugo?
    Uno sólo se alzó. Sólo Padilla
    de libertad el grito penetrante
    osara al aire dar. Lo oyó el tirano
    y en su solio tembló. Pálido tinte
    vierte el miedo en su frente
    y mil espectros en su opaca mente.
    Empero, luego los rabiosos ojos
    gira en torno de sí y a sus legiones
    llama a lid fratricida. ¡Y hay soldados
    que sostienen al monstruo que, insolente,
    hace una befa impía
    de un pueblo sin el cual nada sería!
    Le obedecen y marchan. Truena el bronce
    mil muertes arrojando y, al impulso
    del acero español, sangre española
    los campos enrojece y… ¡Oh destino!
    ¡Oh, patria desgraciada,
    en Villalar por fin encadenada!
    Atroz sonrisa al contemplar su triunfo
    baña la faz del déspota ominoso.
    Arde ya en sed de sangre. “Muera” –dice–
    “el que rebelde a mi mandar se opuso,
    y España en su exterminio
    a respetar aprenda mi dominio”.
    Dice y, bajas las cejas y reunidas,
    sus pupilas ocultan. Blanca espuma
    vierten los negros labios, humo arroja
    por la abierta nariz, convulso tiembla,
    le sofoca la ira:
    sólo venganza el corazón respira.
    Parte el héroe al suplicio. Débil lloro
    lanzan los viles que lidiar no osaron.
    Los venales traidores que vendieran
    a su patria infeliz el pecho sienten
    de horrenda angustia lleno,
    y él, que marcha a morir, marcha sereno.
    “¿Y qué yo he de temblar? ¿Será la muerte
    la que pueda espantarme e impetrando
    un indigno perdón ante las plantas
    de mi opresor caeré? ¿Y él sonrïendo
    mirará su victoria,
    y mi flaqueza realzará su gloria?
    ¡Ah! No, nunca será. Tiembla el malvado,
    pero no el inocente. Sea Padilla
    fuerte en morir cual en lidiar lo fuera,
    no se diga temió. Y más no admire
    el orbe confundido
    a Carlos vencedor que a mí vencido.
    ¿Será que pueda un bárbaro decreto
    cubrir de infamia la virtud honrosa?
    Me apellidan traidor, mas dondequiera
    que exista un solo pecho de la patria
    en amor inflamado,
    será mi nombre sin cesar loado.”
    Con tan dulce esperanza envanecido
    a la muerte camina. Su cabeza
    con majestad se alza, y en sus ojos
    brilla un fuego de gloria. Firme el paso,
    la presencia imponente,
    virtud y honor respira solamente.
    Parece que va al triunfo. El aparato
    ve de su muerte sin temor. Tan sólo
    con una tierna lágrima un suspiro
    lanzara por su esposa; luego, ufano,
    “Adiós” –dice– “Castilla”,
    y ofrece el cuello a la feroz cuchilla.

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