Cada palo que aguante su vela

Carlos Otto-Reuss

Señores gobernantes, políticos, fontaneros, trapecistas, amas de casa, profesores de autoescuela, titiriteros, cazarecompensas, embaucadores todos. Muy señores míos:

Les escribo con la mayor de las indignaciones, pero también con la mayor de las indefensiones al contemplar el monstruo en el que ustedes me han convertido de una forma despreciable y despiadada.

{mosgoogle}Permítanme que me presente, aunque quizá ya hayan oído hablar de mí, ya que el otro día maté a un taxista en mi país. Pensarán ustedes que soy un asesino, pero he de decirles que si hice esto fue influenciado por el juego Grand Theft Auto IV, en el que los personajes hacen algo parecido. No se crean que es mi primera experiencia violenta con este juego: hace unos años ya me dedicaba a lanzar cócteles molotov a diestro y siniestro. Y si se preguntan cómo puede ser que un cachorrillo inofensivo como yo haga algo así, les diré que la fórmula del cóctel también me la dio el GTA. No se crean que este juego sólo me volvió un pelín violento; lo que son las cosas, también me volvió homosexual. Quién me lo iba a decir.

Pero ahí no queda todo, no crean, porque uno empieza con los de su edad pero acaba bajando el listón. He de confesar que también soy pedófilo. Pero yo no tengo la culpa, oigan, que es muy fácil echarle la culpa siempre al mismo. Si quieren que les diga la verdad, toda esta atracción me vino a la mente cuando vi La mala educación, de Almodóvar. ¡Qué quieren que les diga, joder, es que ese niño estaba bueno! Vale que no me atraen todos los niños, porque algunos están fofos, y a otras niñas ni siquiera les han salido las tetas, pero es que el niño de La mala educación… ¡es que era un pibonazo! Vamos, que cierro los ojos y aún recuerdo su culo. Ese culito priet… bueno, vale, supongo que no querrán detalles (¿o sí los quieren? si alguien los quiere, que me mande un email y le cuento despacio).

También soy ludópata. He de reconocer que me encanta el ‘ding ding ding’ de la máquina cuando has ganado apenas unos eurillos. Creo que la afición me empezó con el Pinball, hasta que pasé a las máquinas tragaperras o el póker. Ay, el póker, qué buenos momentos me ha dado; ¡menudas timbas organizaba en mi casa! Ahora se siguen organizando timbas en mi casa, aunque las organiza el que me la ganó en una partida. Por cierto, Antonio (o Julián, o como carajo te llames), si me lees, mira a ver si en una de las habitaciones está mi hija, que yo no la veo por ningún lado y mi mujer ya empieza a preguntar por ella. Mi hija también tiene buen culillo, no crean, y eso que no tiene ni cinco años. De hecho, yo creo que mi mujer tampoco pregunta demasiado por la niña porque sabe que le da mil vueltas a su madre. ¿Saben? A mi niña le encantaban los osos amorosos. Ay, qué buenos ratos pasaba con ella viendo los osos amorosos mientras ella se apoyaba en mi pecho y yo le acariciaba la espalda…

Bueno, que me lío. A ver, más vicios… ah sí, claro, cómo olvidar que también soy alcohólico. Fíjense que nunca me había llamado la atención eso del vino, pero oigan, que fue irme un año a los Sanfermines y desde entonces no lo he dejado. También soy un pelín violento: raro es el día que no le pego una bofetada a mi mujer o antes a mi suegra. Pero que sea un maltratador no tiene nada que ver con el alcohol, ¿eh? Yo creo que se me empezó a meter dentro cuando vi la serie Siete Vidas, en la que esa vieja de mierda (Sole) no hacía más que pegar collejas a diestro y siniestro. Me revolvía las tripas ver cómo una puta vieja de mierda (y encima mujer y roja, es que manda cojones) dirigía todo el cotarro y a quien se le pusiese gallito le soltaba una hostia. Habría matado a esa vieja si la hubiese tenido delante. Pero bueno, como nunca la tuve, me contenté con mi suegra, que se le daba un aire. Aunque, bueno, lo raro es que no haya matado antes a mi suegra, madre mía, ¡con los palizones que le daba! Bueno, hace unas semanas es que le di un patadón que madre mía, ¡ni Roberto Carlos! Recuerdo que ese día, cuando la había dejado totalmente inconsciente y con la cara llena de sangre, me di cuenta de que en realidad lo que despertaba mi ira era la cara de mi suegra; si se le tapaba la cara no me resultaba tan despreciable. Así que le eché un polvete antes de que se despertase. Pero tampoco se vayan a pensar, ¿eh? Me he follado a prostitutas peores, o al menos eso le decía a mi niña mientras le daba por detrás a la abuela.

Lo de mi suegra también me recuerda que, aparte de asesino, también soy un pelín obsesivo. Y es que, vayánse ustedes a saber por qué, no me conformo con matar a la gente y ya. No sé si es por ahorrar espacio, por intentar que todo el cuerpo me quepa en una bolsita o por qué, pero siempre que mato a alguien (bueno, que tampoco han sido tantos, ¿eh?) lo parto en trocitos muuuuyy pequeños. ¿Quieren que les diga la verdad? Siempre que lo hago me acuerdo de Karlos Arguiñano. Vamos, que sólo me faltó echarle un poquito de perejil a mi suegra. Rico, rico. Madre mía, si es que lo pienso y me muero de hambre. También he de decirles que soy obeso a más no poder, aunque de esto no tengo yo la culpa, sino los videojuegos.

Seguro que están pensando que soy un auténtico monstruo, y es muy posible que tengan razón. Pero ahora no me vengan con mirarme con asco y asumamos cada uno nuestras responsabilidades. Es muy fácil crear un monstruo, mirarlo con desprecio y preguntar de dónde narices ha salido o en base a qué órdenes morales ha ido creciendo. Es probable que no les guste esto que les voy a decir, pero son ustedes y sólo ustedes los que, desde hace siglos, han venido provocando todos mis delitos y vicios más oscuros con multitud de actitudes, programas de televisión, videojuegos y demás morralla que me ha convertido en un monstruo.

Así que no miren para otro lado, que saben que tengo razón. En fin, por mí ya no se puede hacer nada, pero hagamos algo por nuestros hijos (bueno, por la mía ya poco se puede hacer, pero por los hijos de los demás) y prohibamos el Grand Theft Auto IV, las películas de Almodóvar, el Pinball, los Osos amorosos, los Sanfermines, las series en las que salga Amparo Baró y los programas de cocina. Es muy fácil hacerse los locos, pero muy difícil asumir responsabilidades. Así que asuman la suya y acaben con esta lacra que nos va a matar.

P.D.: Por cierto, se me ha olvidado contarles que de pequeño me crié en un barrio marginal y mi padre nos pegaba a mí y a mi madre. Luego me llevaron a un internado, en el que varios curas abusaron de mí. Cada noche teníamos que ganarles a una partida de póker para evitar que nos diesen a todos por detrás. Otras veces nos emborrachaban o nos hacían pelear entre nosotros. Pero vaya, todo esto es puramente anecdótico, ¿eh? Poco o nada tiene que ver con lo que les he ido contando.

P.D.2: Por cierto, Karlos Arguiñano era proetarra, ¿no? Madre mía, la gente ha perdido los valores.

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