La biblioteca

Tantos años de alegría disoluta a costa del contribuyente genera tics declarativos que son en sí mismos un testigo de cargo. “La biblioteca inaugurada el miércoles de Ciudad Real es de las más grandes de España”. Tiene que ser de las más grandes de España para poder salir indemnes y bien autoestimados de la comparativa. Otras cosa es el índice de lectura, la adición al libro de manera pertinaz, la conexión del hábito de lectura con la dinámica pedagógica de las escuelas y las leyes de educación, los implacables informes Pisa

Pero todo eso es un menudillo estadístico que puede ser demagógicamente utilizado: una señora biblioteca de 8.000 metros cuadrados es una realidad palpable. Y si es de las mayores -¿mejores?- de España, mejor. Hace muchos años cuando se estrenó la Casa de Cultura de Puertollano, alguien dijo: “Bien, ya tenemos, la casa; ahora nos queda la cultura”, lo que viene a sugerir que las bibliotecas no las hacen grandes las dimensiones espaciales sino el uso social. Y sus fondos.

Como lector empedernido y autor de algunos libros me encantan las bibliotecas y digo más: una buena biblioteca es un lugar de culto para el espíritu capaz de redimir hasta el ladrillo, pues con material tan vilipendiado ahora por esta frugalidad sobrevenida, se construyen también los centros del saber. Por tanto, poco hay que mejore la inversión realizada.

A lo que me  refiero, como comprenderán no es al nacimiento de una estupenda biblioteca sino a esa querencia hacia lo hiperbólico, a ese incongruente faraonismo con que se presenta al ciudadano. Es como una tentación insalvable para el político-política de turno a la hora de la alocución inaugural, que en esta ocasión no casa con el verdadero significado y significante de un edificio concebido para pensar, imaginar, viajar, reflexionar, aprender y soñar, escapes que suelen transgredir las estrecheces de la física. Hay diferencia entre la construcción urgente y necesaria de una biblioteca para asumir la voracidad lectora de una comunidad, y una biblioteca potente, de las más grandes de España, que justifique una gestión política.

En todo caso, quede claro, es una muy buena noticia que  la anterior dependencia del Prado haya dado paso a un espacio mayor, más amplio, mejor diseñado y preparado para la conexión permanente. Pero, créanme, no necesitamos “una de las mayores bibliotecas de España” sino simplemente una buena biblioteca, ya que  parece que la pequeña-gran Alejandría con que cuenta ahora la capital ha sido la respuesta a una gran presión lectora cuando todo el mundo sabe que no es así. Celebremos, sí,  el nacimiento de la joven biblioteca grande. Ahora toca un programa de actividades y animación que la dinamice, para que cuando vengan los temidos ranquings autonómicos seamos capaces de escalar posiciones.

Que sea de las mayores de España queda muy bien como mensaje oficial y propagandístico, pero puede dar como resultado la tristeza de un edificio apenas transitado. Aunque bien pensado esas generosas dimensiones se quedan chicas frente a los espacios infinitos de la banalidad, la  superficialidad y el frikismo imperante. Para neutralizar el fatídico cultusistema ambiental y potenciar  la ecología del espíritu con la misma intensidad,  no sólo serían de agónica necesidad bibliotecas grandes sino laberínticas.

Que sea bienvenida la biblioteca a la capital y Felices y Lectoras Pascuas a todos los que visitan Miciudadreal.

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