Vengo de tomar mi café mañanero, y como últimamente me despierto con el aroma del café y con las noticias radiadas que a veces discuto –muy buen criterio, por cierto- con el dueño de la cafetería, relativas por lo general al momento que atravesamos: la crisis, la prima de riesgo, los mercados…
Pero de vez en cuando aparecen noticias más cercanas que también afectan a nuestros bolsillos, a nuestra salud, a nuestra educación y a la de nuestros hijos, a la dignidad de nuestros mayores que son los que con su trabajo han sido capaces, con sumo esfuerzo, de hacer que estemos donde estamos. Esa generación que padeció en sus carnes y en sus almas una posguerra dura, fría y complicada para la mayoría de ellos, que trabajó para sacarnos a todos del atolladero y se sacrificaron con la esperanza de que este país fuera un lugar para todos y para que todos viviéramos con una calidad de vida que ellos no conocieron. Una falta de egoísmo elogiable en quien partía de cero. En ocasiones de menos de cero.
Por fin habíamos alcanzado un nivel de prestaciones sociales de calidad, de manera que nuestros mayores vieron recompensados todos sus esfuerzos pasados, tantas horas, tantos años dándolo todo y ahora por fin, la sociedad devolvía su agradecimiento ofreciéndoles una vejez digna, acompañada, saludable, educada y sobre todo, regada de momentos de felicidad.
Estos momentos están hoy en peligro. En la actualidad parecen no ser tan esenciales algunas cuestiones. Los conceptos de bienestar social se reducen e incluso a veces se intenta confundir con opiniones del tipo “…y los viejos tienen que estar en la playa todo el día…”, “…a los parados se les dan soluciones por no trabajar…”, opiniones excesivamente escoradas u opiniones filosóficas muy a la derecha de la propia derecha política.
Estos días leo que ya advertía nuestra Presidenta Dolores de Cospedal que es preferible que ahora caigan lágrimas para que después no tengamos que llorar. Por lo menos, la Ministra de Trabajo italiana, cuando presentó su política de recortes lloró, y lloró de veras al tener que imponer a sus ciudadanos medidas de austeridad que como casi siempre pagan los mismos. Lloró. No pudo seguir su discurso hasta sobreponerse al momento.
Nuestra Presidenta no lloró, por mucho que diga que son preferibles las lágrimas ahora, ¿pero las lágrimas de quién? Porque a ella los recortes le afectan poco, es más, se crece cuando presenta sus recortes, anticipo por cierto de lo que serán los de Mariano Rajoy.
Luego, por si esto fuera poco, me encuentro ya en la prensa escrita, que dice el Concejal-Portavoz del PP en el Ayuntamiento que nos tenemos que acostumbrar a la idea de que la Junta de Comunidades no va a invertir en Ciudad Real porque hay otros gastos. ¿Cuál es la opinión de la Alcaldesa ahora? Se le ha llenado la boca de frases despectivas contra anteriores gobiernos “que no hacían nada por la ciudad”, lamentándose de que no veía un duro.
¿Van a estar años sin dinero en el Ayuntamiento y sin dinero que venga de la Junta? ¿Qué pasará con nuestras calles, nuestros parques, nuestras escuelas, nuestros mayores, nuestro medio ambiente…? ¿Dónde situamos a nuestra ciudad?
Son quienes recibieron la confianza en las urnas hace unos meses, quienes prometían una ciudad más moderna, saludable, accesible, más amable para sus vecinos, los que meses después van desapareciendo de la vida diaria de la ciudad, se marchan al Congreso, al Senado, a las Cortes Regionales, … Consecuencia de ello, en esta ciudad no se crea empleo, no hay facilidades para que las empresas se instalen aquí, al Equipo de Gobierno se le pasan los plazos, deben cantidades ingentes de euros a pequeños comerciantes y empresarios mientras saldan deudas con sus propias empresas (EMUSVI), no llegan a terminar de definir su modelo de ciudad.
En fin, cadena de despropósitos de quienes tienen el deber de gobernar con responsabilidad, dedicación, humildad y para todos los ciudadrealeños y ciudadrealeñas.
