Crítica teatral del «Ávaro» de Molière de Epidauro

Carlos Etxeba.- El grupo de teatro Epidauro ha representado EL AVARO de Molière y ha alcanzado unas cotas de profesionalidad muy elevadas. Al tratarse de un texto del siglo XVII, se requiere una interpretación muy distinta a la del teatro convencional actual. Hay que llevar al auditorio a un ambiente social de hace cuatro siglos, haciéndole revivir aquellos tiempos tan distintos con todo el sarcasmo, malicia y gracia que sabe sacar Molière a sus personajes.
avaro
Este autor tiene un encanto especial para los amantes del teatro, porque aunque nació en una familia de clase media alta, prefirió por amor a la cultura dedicarse a vivir del teatro, profesión considerada entonces por la iglesia como inmoral, por lo cual cuando murió, sólo con un favor especial del rey pudo ser enterrado por la noche, para que nadie se enterara, en la parte del cementerio donde enterraba a los niños que no habían sido bautizados.

La dirección del grupo de teatro Epidauro es asumida por todo el grupo, no por una persona en particular y es a todo el grupo al que hay que felicitar por la excelente representación realizada. La escenografía, el vestuario y la caracterización de los personajes es adecuada y correcta de forma que facilitan al auditorio la comprensión de unos personajes tan distanciados en el tiempo.

El personaje por excelencia es Harpagón, el avaro, magníficamente interpretado por José Sobrino. Este actor ha asimilado toda una gama de diferentes aptitudes interpretativas de forma que, al ser él el personaje que hace de hilo conductor de la trama, consigue mantener al espectador constantemente atento a sus ocurrencias, riendo y admirando ese gran despliegue de ingenio que demuestra, correspondiéndole con grandes aplausos. Un momento muy especial en su interpretación es el monólogo por la pérdida de todo su dinero, donde el autor le hace llorar y maldecir su suerte, momento coronado por grandes aplausos.

En este tipo de comedias no podía faltar la pareja de enamorados y aquí Molière pone nada menos que dos parejas para marcar la hilaridad de las situaciones cómicas que esto conlleva.

José Luis Lajara (Cleanto) y Marta Solís (Mariana) configuran una pareja. La segunda pareja está formada por Gema Céspedes (Elisa) y Ángel Pérez (Valerio). Estos cuatro personajes crean actuaciones de una hilaridad sorprendente, actuando con una naturalidad digna de mención. Se ve que están acostumbrados a representar en el teatro todo tipo de situaciones en las que el gesto y la palabra tienen que hermanarse para producir el efecto escénico deseado.

Imaginándonos la sociedad del siglo XVII, fácilmente podemos colegir que abundaba la pobreza y que escaseaba la riqueza. Tenía que haber una pléyade de intrigantes, maleantes, ladrones, alcahuetes etc. cuya única finalidad era aprovecharse del dinero ajeno. Si en la sociedad tan desarrollada como la nuestra, son innumerables los ladrones de guante blanco, ¿qué no sucedería en el siglo XVII donde acuciaban todas las necesidades?

Molière en esta comedia pone a dos sofisticados personajes expertos en crear situaciones delicadas para aprovecharse del dinero ajeno.

Uno lo encarna Frosina (Mª de Gracia Gómez) y el otro Maese Simón (Juan Luis Zamora). Los dos actores cumplen con eficacia su cometido, mostrando la malicia que se requiere con toda naturalidad. Mª de Gracia Gómez es una actriz que convence por su naturalidad y expresividad, dando lugar a que los espectadores la premien con muchos aplausos. Otro actor que destaca por su gracia y profesionalidad es Juan José Osorio (Maese Santiago) siempre atento a desarrollar su papel cómico con la máxima eficacia.

Tratándose de una comedia con tantos personajes, Molière tuvo especial cuidado en poner dos personajes que le sirvieran de comodín para el desenlace de una trama tan enredada Estos personajes comodín corren a cargo de Juan Vicente Gavilán (el comisario) y Castor Horneros (Anselmo) Ambos cumplen perfectamente con su cometido, facilitando el desenlace inesperado y haciendo que el público salga satisfecho de su representación.

Es de admirar que el grupo Epidauro haya puesto en escena una comedia tan complicada y difícil y que el resultado haya sido excelente, contribuyendo a aumentar el acervo cultural del pueblo asistente.

Por eso sería conveniente terminar esta crítica, incluyendo una frase que escribió Molière: «todos los vicios, con tal de que estén de moda, pasan por virtudes».

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