Educación (I)

Se suele valorar mucho el papel de los maestros; lo malo es que ya solo se hace entre los maestros; yo lo valoro, aunque no demasiado; desde luego, no tanto como se valoran algunos, que están encantados de haberse conocido y son personas redundantes, dos veces ellos mismos o más; yo creo que lo que más valoran son las mentiras, porque les permiten ir por ahí con la barbilla muy alta; eso está más claro que el agua, cuando el agua está clara.

Yo mismo no me valoro nada de nada; considero que mi preparación científica es incompleta y mis conocimientos pedagógicos nulos, no precisamente por falta de ganas o interés; no me han formado bien al respecto (y ahora, gracias a la supresión de los Centros de Profesores y Recursos, uno de los discutibles «avances» de la enseñanza moderna, mucho menos). Incluso he pensado alguna vez en estudiar Magisterio, ya que lo que he aprendido en la Universidad no me sirve actualmente para nada, sino para que los alumnos no me entiendan en una cultura donde ya no se lee y no se ve teatro.

Por ejemplo, ya no se aprende bien literatura: solo el mecanicismo de la gramática, de la lengua y del texto. El buen maestro es tan escaso como el oro y mucho más valioso; pero para poder aprender de él son necesarias unas circunstancias especiales de marginado o friki, algo así como un Castillo de If, un abate Faria y diez años cavando en uno mismo y en el suelo a lo Conde de Montecristo, para darse cuenta de que se estaba en un profundo error desde el principio. Eso es la cultura. Algo que cuesta mucho y deja mala cara. O un sentido crítico como la copa de un pino: hecha de agujas que pinchan.

Hay otra sabiduría que no es nada oficial. Se aprende más de los padres, de los amigos, de la novia, de la naturaleza, de los libros que uno busca, en un taller, en un trabajo, en una tertulia, en un cine, en unos billares, en una biblioteca pública. Y se aprende más del conjunto de todo eso y de todos los maestros que de uno solo. Para aprender no se necesitan maestros ni libros, sólo una curiosidad tremenda, devoradora, obsesionante que te haga buscarlos. Es una pasión, y una gran parte de nuestra juventud es demasiado desapasionada y desencantada. Busca la superficialidad per se: en esa sociedad se desprecia tener mala cara.

Mis primeros maestros se me aparecen hoy borrosos. Recuerdo a don Sabino, profesor de matemáticas, ahogado en nuestra ciclópea ignorancia de lo abstracto. Me pidió que le dibujase una pirámide, y yo le dibujé una pirámide con unas palmeras al lado. El hombre se resignó; eso de las abstracciones geométricas y de los volúmenes sólidos no estaba diseñado para mí; me había impresionado una película de Howard Hawks, Tierra de faraones, y se ve que ya por entonces las humanidades eran lo mío; el mocoso que yo era ya tenía suficiente léxico como para saber qué era una pirámide en el sentido egipcio del término, pero no en el abstracto. Creo yo que se necesitaban más horas y más material que se pudiera coger con la mano, y que los profes de matemáticas se limitaban solamente a recoger las espigas más granadas del secano y tiraban el resto a las piedras, como en la parábola del sembrador. Se esforzaban en enseñarnos a resolver raíces cuadradas, pero a la mayoría nos mandaban a los niveles superiores ya con esa habilidad olvidada.

Mis padres no me ayudaban directamente; yo manoseaba continuamente la Enciclopedia Durvan que había comprado mi padre y me leía cada vez tres o cuatro artículos, incesantemente.; además suscribieron a mi hermano, que iba para ingeniero, al Círculo de lectores. Pero como él sólo se interesaba por cosas técnicas, pronto fui yo el único que seleccionaba los libros, los pedía y los leía. 

Mi padre poseía también una preciosa (por su prólogo y sus notas, no por sus grabados)  edición del Quijote de Martí de Riquer con tapas de corcho; mi padre solo leía cosas sobre la Guerra Civil y la II Mundial, biografías de Franco y el Quijote. Su curiosidad no pasaba de allí; era milagroso cómo al segundo párrafo se quedaba profundamente dormido, virtud que siempre he envidiado de él. El hecho es que me lo leí por primera vez en esa edición impecable, que ahora ha superado la de Rico, con quien en alguna ocasión he hablado; todavía conservo la de Riquer, aunque está desencuadernada y con tiritas a causa del manoseo.

Así llegué a sacarme una culturilla, pero no precisamente del cole adocenado y aburrido. Además pienso que lo que me ayudó a leer con soltura y buscar libros no fue precisamente el cole, sino los tebeos y la existencia de tiendas donde se podían cambiar a precio prácticamente de baratillo; creo que pocos habrán leído tantos tebeos, cómics e historietas como yo. Pero ahora ya no hay esas cosas, que son caras y ni siquiera se subvencionan (una de tantas cosas como se hacen mal en política cultural). Además, la ciencia-ficción nos hacía interesarnos por la ciencia, la tecnología, el vocabulario científico. También el diccionario agregado a la Enciclopedia Durvan, consultado cada vez que alguien usaba una palabra rara en televisión, terminó prácticamente desencuadernado por el sobo y su atlas-apéndice. Pero de la escuela elemental recuerdo solamente las interminables tablas de multiplicar, las ilustraciones del libro de religión (Zaqueo subido en la higuera: algo con lo que me identificaba) y las clases de lectura en voz alta, tal vez porque se me daban muy bien… y me gustaban. Así leí por vez primera un pasaje inolvidable de Galdós. Pero nunca he podido subir a un árbol como el envidiado Zaqueo: no soy lo bastante ágil.

Del colegio nacional de Jaén pasé a los Salesianos de Puertollano. Recuerdo a don Anselmo, un cura salesiano que se dormía en las clases, del que no aprendí nada. Recuerdo a don Chema, otro cura, pero con voz de pito, que enseñaba ciencias naturales y secuestraba ranas atontándolas con cloroformo para luego diseccionarlas. De este asesino en serie aprendí tan sólo que no me gustan las ranas y que es dudosamente ético matarlas sin qué ni para qué, ni siquiera para aprender que no te gustan las ranas y que es dudosamente ético matar ranas sin qué ni para qué. Tenía el hombre una paciencia de santo Job y aburría de un modo cómo solo he podido comprobar más tarde en los profesores de Geografía, esa carrera en crisis.

Los niños se le ponían a hablar porque no lo entendían; yo, y quizá alguno más, era el raro, me interesaba lo que decía a pesar de todo; daba vueltas a los nombres de las taxonomías minerales como si fuesen dulces en el paladar; sus propiedades me parecían casi mágicas; miraba los fósiles con arrobamiento y los iba a buscar a las tolveras y derrubios de las minas de carbón; de mi padre obtuve piritas, plata, plomo, mercurio, galena, cinabrio; también me agencié yo mismo algunos fósiles de helechos e incluso encontré un cristal mineral precioso en la laguna de Caracuel, un día que paramos allí; también me compraron, tras mucho machacar a mis padres, un juego de química, aunque mi entusiasmo se detuvo un poco cuando me estalló un tubo de ensayo; algo parecido me pasó con un microscopio de juguete. Supongo que quería emular a mi hermano, que hacía radios de galena con un Scatrón usando el somier de la cama como antena, y machacaba todo el día en el tocadiscos música lisérgica de Emerson, Lake & Palmer y Walter Carlos.

Luego estaba don Ángel, el profesor de francés; sus interminables fichas de ejercicios me hicieron padecer mucho, porque yo era de los pocos que intentaba hacerlas; de conjugaciones verbales hice muchísimas, pero lo único que conseguí es cogerle odio al idioma a causa de la brutalidad de su mecanicismo repetitivo; él se ponía unas gafas de sol y nos interrogaba por orden alfabético golpeando la mesa para indicar que pasaba el turno, un ritual sádico para alguien a quien le gustaban los rituales.

En vez de poemas en otros idiomas nos enseñaban luego otros profes diálogos tontos o de besugos que traducir, al estilo de los que tanta gracia le hacían a Ionesco, hasta el punto de que un método de inglés que seguía con ese tipo de sonserías le hizo engendrar el teatro del absurdo. Un profe de historia, don Fernando, era seglar, y por eso tenía un cierto encanto explicando; su aroma era algo más liberal y diferente al de un salesiano; estos tenían algo, no sé, de pasota o de contradictorio; eran muy hipócritas y les gustaba mandar al estilo divino, como por la gracia de un rey absoluto.

Para ellos éramos como una especie de reclutas que pasaban la inspección en busca de pecado; pero aunque así les gustaba creerlo eso no era un seminario, aunque revivían así su experiencia de esos modos. Era bastante frecuente que nos enviasen por sorpresa a la iglesia o para darnos alguna instrucción religiosa o con flores a María; de vez en cuando nos insinuaban que nos hiciésemos curas; sin embargo había algo de triste, de hipócrita y de frío en esa actitud que no terminaba de cuadrarme, aunque yo sentía en mí una disposición espiritual que nunca he podido negar, incluso en la actualidad, en que tan crítico me he vuelto.

Nos obligaban a ir a misa todos los domingos, incluso nos pedían un resumen del sermón, y esa especie de estado policial religioso terminó por resultarme insufrible: parecía que en el mundo no había otra cosa que salesianos, misas, Juan Bosco, Domingo Sabio, María y Domund; era una especie de Amarcord soso y sin encanto; y cuando me castigaban a venir temprano por no ir a misa, los reverendos padres no se habían levantado todavía y pasaba frío y soledad hasta que las clases comenzaban. Esos castigos eran contraproducentes y tan hipócritas como ellos mismos: no controlaban que se cumplieran porque no se esperaban que se cumplieran.

Creo que desde entonces detecto las comeduras de coco y los discursos totalitarios a cien kilómetros. ¡Y eso que los salesianos se consideraban los más progresistas entre los católicos! Pues yo creo que si hubiera caído en un lugar más estrecho de miras, me habría muerto de verdad de puro asco. Quien no destacaba en baloncesto o balonmano o era una nulidad en fútbol, o quien no iba para cura o para técnico, no interesaba nada a los Salesianos. Yo destacaba en letras, y eso a los santos padres les daba igual. Devoraba una revista salesiana juvenil a la que estaba suscrito, J20, y participaba en cualquier cosa que tuviera que ver con papel o cine. Nadie, sin embargo, se ocupó en despabilar mi imaginación ni mi interés por la literatura, ni siquiera cuando gané el concurso de redacción provincial de Coca-Cola; yo tenía un teatro en el cuerpo que nadie me hizo sacar.

Por el contrario, la biblioteca pública de Puertollano y el cine Gran Teatro eran lugares mágicos para mí. Me pasaba las horas muertas de las tardes en ambas instituciones, leyendo tebeos y libros o viendo programas dobles dos veces; colarse en el cine era muy fácil, pero yo recurría a esa estratagema pocas veces, porque me daba vergüenza. Siempre echaban las mismas películas y dos veces cada tarde, y yo, para no aburrirme, me fijaba las segundas veces en los detalles y en la estructura del filme. Ahondé en esas pasiones hasta ser el que soy ahora mismo, un modesto cinéfilo y bibliófilo, pero nunca logré sentirme parte de nada salesiano; nada de lo que ahí se hacía me parecía sincero y estuve muy solo, de no ser por mis amigos proletarios: Vitoria, Santiago, Quique, Alfonso, Godeo y Emiliano el panadero; de este último he heredado mi afición a los loros.

Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/

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8 COMENTARIOS

  1. Me identifico sólo en parte. La biblioteca municipal de Ciudad Real fue el lugar en el que accedí, gratis, a cientos de cómics y libros de historia, sobre trenes o sobre barcos (Recuerdo Hazañas Bélicas, El Príncipe Valiente, libros ilustrados sobre Ricardo Corazón de león, el siglo XVII, los romanos…). Sin la biblioteca mi infancia habría sido mucho más triste y mi mundo mucho más pequeño.
    Sin embargo don Ángel se puede valorar más. Es cierto que nunca me sentí parte del Alarcos, supongo que porque los institutos rara vez generan una identidad fuerte. Aun así, lo cierto es que si Ángel Romera no nos hubiese obligado a leer algunos libros, nunca me habría dado por leer El Corsario Negro, Los Tres Mosqueteros o El Capitán Alatriste y mi adolescencia habría terminado con la infantil afición a la lectura.

  2. Amigo Angel, yo también estudié en los salesianos, años antes que tú deduzco y sin embargo no guardo un recuerdo arisco o monacal. La disciplina salesiana era lo que era y más en aquel tiempo. Como éramos libres (en cuanto a la burocracia examinadora) íbamos en los finales al instituto y arrasabamos. Nosotros ya en tercero de bachiller y en cuarto comentábamos la película que habíamos visto el domingo, leíamos capítulos del Quijote y novelas de Verne, hacíamos círculos de vocabulario de francés. Y en lo a mí respecta, hice zarzuela y teatro y jugué al fútbol hasta caer rendido. Con el tiempo, en mi caso, he valorado más esto que la misa diaria, sí, diaria, las hostias que se escapaban de vez en cuando y hasta el caso de un coadjutor que fue trasladado por su debilidad carnal con algún alumno. Por lo demás el texto es una delicia. Saludos.

  3. En España se lee poco (una de cada tres personas no lee nunca).
    De los políticos depende una buena base educativa que incentive la lectura en todos los niveles y de la familia depende la creación del hábito de la lectura.
    La ‘Enciclopedia Álvarez’ que costaba 385 pesetas y algunas obras como ‘Miguel Strogoff’ o las ‘Minas del Rey Salomón’ al precio de 35 pesetas.
    ¡Qué recuerdos y qué maestros!…..

  4. Joder Valero, podría firmar palabra por palabra lo que has escrito. En mi caso los recuerdos desde la pública son solo de gente muy trabajadora y muy culta.

  5. Permíteme una morcilla, Romera.

    Desde la derecha iracunda se ataca ala educación pública, se la acusa de comunista, de adoctrinar a los menores, de acabar con los principios fundamentales de la patria etc etc.

    Pues aprovecho para pedir al profesorado de la pública, que hagan como dice el editorial de hoy de CTXT:

    NECESITAMOS MÁS TRAIDORES A LA PATRIA:

    Necesitamos alumnos y alumnas que, cuando se hagan mayores y entren en política hagan «discursos reales que reviertan las contrarreformas democráticas del Trifachito, que apuesten, sin cálculos, por la libertad y la participación, y que, por ejemplo, utilicen las posibilidades de ser Gobierno para regular el precio de los alquileres o para defender otra vez la universalidad de la sanidad o la educación con nuevas lógicas, ahora que el Bienestar se apaga en Europa.

    O se es radicalmente demócrata o, en efecto, los patriotas vendrán a poner orden y banderas. Y sólo habrá, debajo de ese orden y esas banderas, ese gran desorden que suponen el autoritarismo, la desigualdad, el odio al diferente y la reducción de derechos. Ya se les ha invitado a ello, se diría».

    En eso tenéis que adoctrinar a los alumnos: en respetar la Constitución española, en ser ciudadanos/as decentes, en cumplir con el ordenamiento jurídico y en SER HONESTOS. No en que crean en palomitas que buscan vientres subrogados.

  6. Lejos de los panfletarios sin un mínimo de rigor y objetividad en la pasan olimpicamente de hacer una crítica sobre el sistema educativo actual, no vaya a ser que Don Dinero deje de hacer visitas mensuales, voy a comentar esto con el rigor que se merece.

    La cultura del esfuerzo, la exigencia y el respeto en el aula son tan importantes como una correcta asignación de medios materiales. A la izquierda no parece estar tan interesada en formar como en adoctrinar. La trasmisión del nuevo abecedario político es más importante que la geografía, el cálculo, la literatura o las artes plásticas.

    En España, lo que se viene denunciando desde VOX y ahora parece que el resto de compañeros de viaje (o al menos eso parece) la toxicidad de la transferencia de competencias a las Autonotaifas.

    En el anterior gobierno ocultaron un informe llamado (y si mi memoria no me falla) «adoctrinamiento escolar contra España» en el que se demostraba que los agentes secesionistas ejercían mas poder sobre la materia educativa que el propio gobierno nacional. Así explicaba por que las cosas están como están y por qué todo en España se ha desmadrado, confirmando así las autonomías como causa de todos los males.

    En Agosto del año pasado, The Economist publicó un editorial sobre las excelencias del sistema educativo de Singapur, porqué tiene éxito y porqué no se copia por otros paises. Les dejo el enlace del editorial.

    https://www.economist.com/leaders/2018/08/30/what-other-countries-can-learn-from-singapores-schools

    En la educación pública (desconozco los caprichos de la privada), te das cuenta de ciertas cosas. Los profesores de Secundaria (e incluso los de ciertos colegios) que empiezan su carrera laboral aprenden algo el primer día: no tienen ninguna autoridad. El alumno que mas enreda en una clase hace lo que quiere y priva al resto de seguir con la programación academica. Si algún profesor intenta poner orden, enseguida recibe el sambenito de la dirección y/o de la inspección. El resultado es que los profesores pierden la motivación y la vocación y dejan que, de una clase de 25 (por poner un número), 24 no aprendan nada por que el sistema así lo quiere.

    Y anécdotas hay para aburrir.Por poner uno. Este sistema, ejercido por los inspectores de educación, en aras de cumplir con tener un sistema educativo, igualitario, inclusivo y demás mierdas, mete a un chaval de 12 años en un instituto que no deja dar clase. El chaval viene de una familia desestructurada, con padres y hermanos metidos a camellos de droga y este chaval, utilizado como correo al ser menor de edad. Presenta claros signos de no estar muy bien de la cabeza, presentando violencia, amenazas, maltratando el mobiliario y al que le importa un pimiento lo que le digan. La denuncia a la policia local poco sirve, solo que lo unico que pueden hacer es traerlo de vuelta al centro cuando vaga por la ciudad en horario escolar. Cuando la inspección pide un expediente por escrito indicando cada uno de los hechos del chico, lo cuestiona TODO: que si las fechas, que si no está firmado por varios profesores /miembros de la dirección o por Rita la cantaora.

    Resultado:
    – El resto de alumnos no pueden progresar con la programación académica porque un alumno desequilibrado lo impide

    – Los sindicatos callados como putas ante la situación de los profesores, gracias a las generosas subvenciones del sistema. Las condiciones laborales se la «bufan» completamente.

    – Los profesores están asustados, desbordados y desmotivados. Incapaces de reaccionar ante las amenazas públicas, tragando con toda la «m…» para evitar problemas, para no «ser el malo»

    – La dirección, complaciente a mas no poder con la inspección y ocultando el problema a los padres.

    – Los padres no llegan a conocer la dimensión del problema porque la dirección se lo oculta.

    Pero para la izquierda, el problema es que haya gente que ame España, la bandera rojigualda o que planteen eliminar las deficiencias del sistema educativo, no vaya a ser que no pueda haber menudeo de pirulas y porros. Luego riámonos del informe PISA

    • Te invito a que nos expongas las líneas maestras de V.X. para sacar a la Educación Pública Española de ese valle oscuro donde la ha metido la izquierda comunista reaccionaria que adoctrina a niños pequeños mientras los viola en las chekas.

      Cri, Cri, Cri….

      Venga Wolf, pon el programa completo….

      Cri, Cri, Cri….

      • Tu estulticia es inexorable. En vez de preguntarme por cosas que puedes buscar en Google, digo yo que tendrás que aportar de tu propia cosecha algo útil a mi comentario que el copypaste del panfletario de la marquesa De Pardo ¿no?

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