De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (1)

Aquella humilde casa retornaría nuevamente a su acostumbrado silencio tras ser abandonada por los moradores que tanta vida le habían dado.

La anciana, dueña y señora de aquella modesta vivienda, se llenaría de congoja ante la nueva situación de desamparo, aunque sería remisa a alejarse de aquella que había habitado durante décadas, desde el mismo día en que contrajera matrimonio con su amado esposo.

Mariam, doña Juana para los cristianos, tuvo entonces que despedirse de todos aquellos que la habían querido y de los que hoy también la dejaban nuevamente en soledad.

Sería, en ese momento, cuando aquella modesta población turolense vería incluso cómo alguno de los miembros más destacados de su comunidad conversa se alejaría sin saber si tendría alguna posibilidad de regresar.

Simultáneamente iniciarían su partida por aquel entonces otros habitantes que habían llegado en extrañas circunstancias y que no habían sido perseguidos por su credo judaico sino más bien por ser cautivos del embrujo de un amor prohibido que había dado un fruto madrugador e inesperado: un varón, que en aquel tiempo ya había iniciado los primeros pasos de su infancia cuando sus padres se verían forzados a reemprender una nueva travesía con el fin de encontrar otro lugar más seguro donde vivir.

La ternura teñida de tristeza sería la principal manifestación de aquella despedida entre una joven pareja y su retoño y la anciana conversa.

-Por favor, señora Mariam, ¿por qué no nos acompaña? ¿Qué voy a hacer con este chiquillo sin su ayuda? -le reiteraba con insistencia, aunque desconsolada, la primeriza progenitora, ante la tozudez de quien les había acogido durante aquellos últimos años, haciendo la labor de madre e incluso de abuela.

-Mi niña, eso que me pides es algo superior a mis fuerzas. Nunca podría abandonar estas cuatro paredes por más que quisiera. Aquí se encuentran todos los recuerdos más importantes de mi vida. Desde el día en que crucé el umbral de esta puerta por vez primera de la mano de mi amado esposo jamás la he vuelto a dejar vacía. Además, a esta vieja terca ya les bendijeron estos últimos años de existencia con un regalo en forma de hijos y nieto que fuisteis vosotros -continuaba con su terquedad la que otros conocían como doña Juana, en virtud de los peligros que los judeoconversos habían corrido y corrían durante las décadas, ya muchas, de la anfitriona de aquella morada.

-¿Qué vamos a hacer sin su amor de madre y de abuela que durante tanto tiempo nos ha profesado? ¡Nunca encontraremos a nadie igual que la pueda sustituir ni siquiera igualar en nuestros corazones! -expresó el muchacho ante el escaso fruto obtenido por Cinta frente a la cabezonería de la vetusta dama.

-¡Ay, muchacho! Cuando llegasteis a mi vida apenas gozaba de la compañía de mi amiga Esther y de las atenciones del médico que ambos habéis conocido también como impresor. El vacío lo inundaba todo. Mi casa era demasiado grande para una anciana sin ningún objetivo ni nadie que estuviese cerca de ella. Vosotros llenasteis de alegría ese gran hueco que desde la muerte de mi Samuel querido nadie pudo tan siquiera llegar a ocupar. Nunca podré olvidar todo lo que habéis representado en estos últimos años para una vieja anciana como yo y, por ello, os llevaré siempre en mi corazón.

>A ti, niña querida, pocas cosas más te puedo enseñar pues será la propia experiencia que tú misma vayas adquiriendo la que te ayude a hacerlo y en la cual te has visto obligada a adquirir más práctica que yo misma, aunque aún seas tan joven, además de las adversidades que has sufrido con el esposo que se encuentra allá en otras tierras.

>A ti, mi amado perillán, mi querido Ismael, no puedo nada más que agradecer que aquel día te cruzases en mi vida y te ofrecieses a acarrear los bultos que no era capaz de transportar. Con ello me demostraste el enorme corazón que posees y la suerte que tendrá tu familia al tenerte como fiel defensor.

>Y a mi amado pequeñín, que es como si fueses mi queridísimo nieto, ¡qué te voy a decir si has sido la mayor dicha que he recibido en mis ya muchos años de vida!

>Todos representáis para mí la familia que nunca pude tener al perder hace tanto tiempo a mi desaparecido esposo. Y, en cuanto a que os acompañe en vuestra partida, nada me podría hacer más feliz y sin embargo sería una carga que entorpecería más bien vuestra marcha. ¡Una ya no está para esos trotes y las adversidades a las que os podríais enfrentar serían más difíciles de contrarrestar con mi compañía! Mi agilidad ya no es la que era y en Híjar conozco a todo el mundo y todos sus recovecos, a pesar de la torpeza de una anciana como yo. Sólo os puedo desear la mayor de las dichas en la vida que acabáis de comenzar a compartir, pues siempre tendréis aquí a una amiga, además de haber tenido la satisfacción de ejercer de madre y de abuela -respondió con insistencia aquella vetusta mujer, manteniéndose en sus trece, aunque rodeó con sus tiernos brazos a los muchachos en su despedida. Tras aquel efusivo abrazo, la dama casi septuagenaria no lo pudo soportar más y dio media vuelta, dejando la puerta de su casa sellada tras de sí. Entonces su ajado rostro se le pobló de tan desconsolador líquido recordándole aquel ya lejano pasado en el que había ejercido de plañidera, oficio que sólo abandonaría gracias al profundo amor que sentía por quien fue el hombre de su vida, Samuel el curtidor.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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2 COMENTARIOS

  1. Cierto es que la sinagoga de Híjar está muy bien conservada, aunque al estar aún en fase de estudio hay todavía algunas incógnitas que los propios estudiosos tratan de desvelar.
    Me alegro nuevamente de tu seguimiento y tus loas, Charles, y espero continuar seguir siendo digno de ellas.
    Un saludo

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